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miércoles, 30 de noviembre de 2016

La colmena. Camilo José Cela. Clásicos Castalia. 1987. Reseña





     Cela escribió La colmena entre el Madrid de 1945 y el Cebreros de 1950. Cinco años de idas, venidas, correcciones, reeescrituras, más revisiones e incluso luchas contra la censura franquista. Cinco años en los que debió volverse loco encajando las piezas de un puzzle cuya resolución, me temo, solo conoció y conoce él, incluso más de medio siglo después de regalarnos una obra inmortal por varios motivos. Cerca de trescientos personajes en apenas trescientas páginas. Ahí es nada. Tres días. Una ciudad. Sexo, mucho sexo. Prostitución. Homosexualidad. Miseria. Una técnica narrativa que combina el narrador omnisciente clásico y otro, bien diferente, que comenta las actitudes de sus personajes, llegando en no pocas ocasiones a ironizar sobre ellos e incluso a burlarse de ellos. Pero, vayamos por partes. 

     La obra vio la luz en 1951 en Buenos Aires. En España tardó cuatro años en conseguir ganar la última batalla a la censura franquista. Las causas: las continuas referencias al sexo, el ambiente de prostitución y homosexualidad, la miseria de Madrid que presentaba. Aspectos que, en suma, no decían nada bueno de la España de la época. Un verdadero escándalo. Además, la novela no tiene un hilo argumental establecido. Más bien, es la suma de una gran multitud de escenas que en ocasiones nada tienen que ver entre sí. Anécdotas que acaban por conformar un conjunto de vidas cruzadas a modo de celdas de colmena. Una colmena --no se me ocurre un título mejor para esta novela--, la Madrid de finales de noviembre de 1943, que se convierte en la gran protagonista de la historia.

     Una Madrid descrita a base de retales de historias repletas de miseria, incomodidades, incertidumbre, inestabilidad, marginación. Y un Cela retratando la realidad social y política de la ciudad de manera excelente. Seleccionando solo lo preciso de cada una de las acciones de los trescientos personajes citados en el texto. Todo ello, fruto de un enorme trabajo de encaje, reflexión, estudio sociológico que uno no quiere siquiera imaginar. No es de extrañar que al autor le llevara cinco años plasmar sobre el papel la historia tal y como la tenía concebida en su mente. Y unos personajes, los carnales, que pertenecen a la clase media baja y a la burguesía venida a menos. Personajes que viven atrapados, cuyos mirares jamás descubren horizontes nuevos y que viven en una claustrofóbica mañana eternamente repetida.

     La novela está tan bien escrita que la aparente espontaneidad de la narración logra esconder ese cuidadosísimo trabajo de perfeccionamiento estilístico. La gran multitud de diálogos se combinan con unas narraciones que en unas ocasiones son tan largas que más bien parecen discursos y en otras, en cambio, son cortantes, directas, abruptas. Algo solo al alcance de un escritor de diez. Y valiente, muy valiente. Más todavía, teniendo en cuenta el contexto: posguerra, censura, enfrentamientos, divisiones, miedo. No en vano, la censura civil aconsejó su publicación solo si el autor atenuaba ciertas escenas, mientras que la eclesiástica la rechazó por atacar el dogma y la moral y poseer un escaso valor literario. Por suerte, en breve, podremos disfrutar de esta obra sin censuras de ningún tipo, tal y como fue concebida.

     Dice la crítica que, para escribir La colmena, Cela bebió de la literatura española anterior: de la novela picaresca --de personajes que deben buscarse su sustento de mil y una ingeniosas maneras, olvidando cualquier moral que no sea la de la mera supervivencia--, del esperpento de Valle-Inclán --muy de utilizar la colectividad como un personaje, utilizando técnicas deformadoras de la realidad--, de las novelas abiertas con multitud de personajes de Pio Baroja --para quien la novela ha de reflejar la vida misma--; pero también de la renovación novelística europea (Joyce, Proust, Sartre) y norteamericana (Dos Passos, Faulkner), que buscaba no solo describir sino denunciar la realidad a través de una compleja estructuración y temática. Todo ello, además, salpicado de escenas de sexo nada apropiadas para la época. 

     Si debiéramos resumir el comportamiento de los personajes de carne y hueso de la novela en una sola palabra no habría otra mejor que insolidaridad. Al menos durante el primer noventa por ciento de la obra. Cada uno de ellos, como ha quedado dicho ya, abandona toda moralidad para proporcionarse su propia supervivencia. Así ocurre durante la mayor parte de la novela, salvo en escasas y honrosas excepciones en las que algunos de ellos se prestan dinero, se pagan cafés --¡los cafés son los otros grandes protagonistas no carnales de la novela!--, o incluso piensan en prostituirse para conseguir dinero con el que curar a su novio tullido. En cambio, en las últimas páginas, ante el cariz de unos acontecimientos que desconocemos los lectores pero no los personajes, estos se vuelven solidarios, empáticos, dignos.

     En efecto, ha de meterse en un lío el poeta Martín Marco, protagonista que sirve de nexo de unión entre unos personajes cuyas relaciones parecen no tener nada en común justamente hasta ese desenlace sorprendente y abierto, para que estos saquen lo mejor de sí, dejando de ver únicamente sus propios ombligos, para tratar de ayudarlo y ponerlo a salvo de un peligro que desconocemos y que nos hace quedarnos con ganas de más. Solo entonces la sociedad individualista de la colmena se transforma en una nueva colmena en la que cada uno de sus moradores da la talla de verdad y se preocupa por el prójimo. Ya se sabe: la desgracia, une.  

     Por todo ello: por la temática tratada, por su estilo narrativo, por sus variadas técnicas de expresión, por denunciar la realidad de una sociedad patriarcal de puertas para afuera pero matriarcal en la esfera meramente doméstica, por escribir sin tapujos sobre sexo, por reunir en una misma obra las distintas tradiciones literarias españolas y extranjeras, por abrir un nuevo camino a seguir por la literatura de posguerra española, por, en definitiva, contar lo que cuenta y hacerlo como lo hace, La colmena ha pasado, por méritos propios, a la historia de nuestra literatura. Y también de nuestro cine. Conviene no pasar por alto la versión cinematográfica dirigida por Mario Camus en 1982, protagonizada, entre otros, por Paco Rabal, José Sacristán, José Luis López Vázquez, Victoria Abril o Ana Belén.