LIBROS

LIBROS
Mostrando entradas con la etiqueta libertad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta libertad. Mostrar todas las entradas

martes, 14 de mayo de 2024

Baumgartner. Paul Auster. Seix Barral. 2024. Reseña

 




    Cuando en marzo de 2023 Siri Hustvedt anunció que su marido, Paul Auster, padecía cáncer el mundo de la literatura contuvo el aliento. A partir de ese momento, sobre todo debido a la falta de noticias sobre su estado de salud, nos temimos lo peor. Sin embargo, conociendo a Auster, sabíamos que su tenacidad le iba a hacer poder escribir como mínimo una obra más. Y así fue. Un año después del fatal anuncio, y solo unas pocas semanas antes de su fallecimiento, su editorial española de los últimos años, Seix Barral, publicó Baumgartner, su primera novela desde el tremendo éxito alcanzado con 4, 3, 2, 1 (2017). No sabíamos que tan solo un mes y unos pocos días después el autor de Newark (New Jersey), conocido también por obras como La trilogía de Nueva York (1985-6), El palacio de la luna (1989), El cuaderno rojo (1994), Brooklyn Follies (2006), Sunset Park (2010) o Diario de invierno (2012), nos dejaría huérfanos de su genio.

    Se ha dicho de esta obra que se trata del testamento literario de Auster. Me parece algo tan exagerado como injusto, además de falto de originalidad. Algo que queda muy bonito y rimbombante pero que no es cierto. Dicho testamento se esconde en cada página de cada una de sus obras, no solo en esta. Porque esta novela, su última novela, es fiel al estilo del conjunto de su obra: aparentemente sencillo pero que esconde en realidad una compleja arquitectura narrativa repleta de digresiones que parecen romper el hilo discursivo pero que completan información que más adelante será más importante de lo que parece, de una metaficción que esconde unas historias dentro de otras y de un cuestionamiento de la identidad que hace que el lector se devane los sesos pensando si la obra en cuestión habla de los personajes de la misma o si el autor está hablando en realidad de sí mismo. En cuanto a temática, también Baumgartner es fiel a la obra austeriana, que siempre trata sobre existencialismo, pérdida, amor, azar, soledad, etc.

    Seymour Tecumseh Baumgartner, personaje central que da título a la novela, es un septuagenario profesor de Filosofía que, nueve años después de perder a su esposa, Anna, el gran amor de su vida, sigue sumido en el dolor y la soledad. Está cerca de jubilarse y, mientras trabaja en un nuevo libro filosófico, repasa los numerosos manuscritos de su esposa, escritora y traductora, y trata de recordar los hechos vividos junto a ella. Aunque tras su muerte le rindió una especie de homenaje reuniendo sus ochenta y ocho mejores poemas en un único volumen bajo el título de Lexicón, con notable éxito de crítica y ventas, por cierto, ahora piensa en publicar los más de cien restantes. Vive una cadena perpetua de soledad y trata de no perder la memoria, sabedor de que el simple hecho de olvidar subirse la cremallera del pantalón después de ir a orinar es el comienzo del fin de un hombre. Algo que, por desgracia, a él ya le sucede con cierta frecuencia.

    La novela abarca aproximadamente un año y medio de la vida de Baumgartner. Unos dieciocho meses -desde abril de un año sin especificar hasta septiembre del año siguiente- que ocupan los cinco únicos y largos capítulos -unos más que otros- de la obra (261 páginas en total, las mismas que escribe el protagonista en su obra filosófica, Misterios de la rueda). La narración comienza con un ritmo endiablado y de forma casi cómica, contando una serie de catastróficas desdichas del protagonista, que empieza a perder memoria y reflejos. Poco a poco el ritmo va bajando e introduce los muchos y variados pensamientos del protagonista. Además, en diversos fragmentos se reviven momentos de su vida anterior. Con Anna y con sus familiares, tanto los de la rama Baumgartner como los de la rama Auster -sí, de nuevo, como tantas veces a lo largo de su carrera literaria, parece que el autor habla de sí mismo y de su familia-, que se remonta a la Ucrania del siglo anterior. 

    La pérdida, la desposesión y la identidad, temas recurrentes en la obra de Auster se ponen de manifiesto también en Baumgartner. Por ejemplo, en este párrafo en el que se nos habla de Ivano-Frankivsk, la ciudad de origen del abuelo materno del protagonista: una ciudad polaca se había convertido en en una ciudad de los Habsburgo, una ciudad de los Habsburgo se convirtió en una ciudad austrohúngara, una ciudad austrohúngara pasó a ser rusa durante los dos primeros años de la Primera Guerra Mundial, luego austrohúngara, después ucraniana durante un breve espacio de tiempo al término de la guerra, luego polaca, después soviética (de septiembre de 1939 a julio de 1941), luego fue una localidad controlada por los alemanes (hasta julio de 1944), después por los soviéticos y ahora, a raíz del derrumbe de la Unión Soviética en 1991, es una ciudad ucraniana. Con tantas idas y venidas, como para no cuestionarse uno la identidad.

    Una identidad que a veces solo puede reconstruirse a base de recuerdos personales. Y cuando estos se acompañan de los recuerdos de tu compañera de vida la composición de lugar se hace más evidente si cabe. Así le ocurre al protagonista mientras relee los escritos de Anna, en los que su mujer narra los comienzos de la relación, el matrimonio y diversos fragmentos de una vida en común que el destino -o más bien el azar, si hablamos con más propiedad del estilo austeriano- quiso que no tuviera descendencia en forma de hijos. Un azar que, como resaltó más notablemente el propio Auster en 4, 3, 2, 1, determina la vida de las personas. Como la de la propia Anna, cuyo primer amor, Frankie Boyle, murió en la guerra. Y, como consecuencia de ello, también determinó la vida de Baumgartner, cuya existencia en este mundo no habría sido la misma si Anna no hubiera sido su mujer sino la de Frankie. Ni que decir cabe que todas estas cuestiones dan para que el lector piense, y mucho, sobre la vida.

    Dos mujeres más tienen cabida en las páginas de la novela póstuma de Auster. Por un lado, Judith, una mujer con la que el protagonista mantiene una relación. El narrador habla de las semejanzas y diferencias entre esta y Anna, así como del tipo de relación existente entre ella y Baumgartner, quien, pese al duelo, el dolor y el amor que todavía siente hacia Anna, busca seguir adelante sin renunciar a la libertad y al amor. Con muchas dudas, sí. Pero también sin miedo. Porque vivir con miedo a perder es negarse a vivir. Y es que la pérdida no debe atarnos a la depresión. La otra mujer importante en la vida presente del protagonista es Beatrix Coen, una joven estudiante que contacta con él para realizar su tesis doctoral sobre la obra, conocida y no conocida, de Anna. Baumgartner y ella planean una estancia de la joven en casa del anciano para que esta pueda leer los manuscritos de su mujer, lo que ilusiona sobremanera a un Baumgartner que, por fin, piensa hacer todo lo posible para que la obra de su esposa sea conocida y divulgada.

    Baumgartner no es, como ha quedado dicho más arriba, ningún testamento literario. Es, más bien, un canto a la reflexión, a la pérdida, al amor, al azar, a la memoria, a las ganas de seguir viviendo. Reflexiona sobre el significado del amor en cada etapa de la vida de las personas y sobre cómo estas afrontan el duelo, la pérdida y el transcurrir del tiempo. Un tiempo que no volverá jamás y que, lejos de abrumarnos y desanimarnos, debe alumbrar en nosotros el deseo de vivir con todas las ganas. Todo ello, narrado por uno de los mayores escritores contemporáneos, a la edad de 77 años y conocedor de que su tiempo se acabará pronto, constituye un testamento no literario sino absolutamente vital. Testamento vital que haríamos muy bien en incorporar a nuestra razón de ser en esta tierra. Servidor no puede dejar de admirar a quienes, sabiendo que su tiempo se acaba, en lugar de desesperarse buscan dejar un legado, una despedida, un agradecimiento final en forma de novela, disco, película, etc. Bravo por Leonard Cohen, por David Bowie, por Freddie Mercury y por Paul Auster (a pesar de ese final abierto a interpretaciones que deja al lector más noqueado si cabe).         

    

lunes, 17 de octubre de 2022

La familia. Sara Mesa. Anagrama. 2022. Reseña

 




    De la misma manera en que las aguas de un río siempre buscan su camino, por intrincado que este sea, para llegar al mar, llegando a causar en no pocas ocasiones grandes desastres, los miembros de una familia siempre consiguen desligarse de las ataduras de un padre manipulador e inquisitorial, por más que se vista de santurrón, para ser finalmente libres. Porque, como dice la autora madrileña Sara Mesa, los santurrones son muy peligrosos, por narcisistas y demagógicos. Y de ello nos habla en su última obra, La familia, recientemente publicada por Anagrama. Una sucesión de escenas desordenadas en el tiempo que recorre varias décadas de la vida de los miembros de una familia de clase media española de un tiempo pasado no fechado pero más o menos reconocible. Una familia compuesta por Padre, Madre, Martina, Rosa, Damián y Aquilino. Un núcleo en el que el padre pretende que no haya secretos. En el que, sin embargo, todos los tienen. Y, precisamente él, el primero.

    A poco que cada lector lo piense durante unos instantes, todos conocemos a uno o varios de esos santurrones --familiares, vecinos, conocidos-- que van de salvapatrias o de salvamundos y que no hacen más que desgraciar la vida --o, como mínimo, se la hacen más complicada-- de quienes los rodean. Especialmente, claro, sus propios familiares. Santurrón que, además, suele venir acompañado, como en la novela que nos ocupa, de una esposa dominada y frustrada que ve como, por triste añadidura, pinta poco o nada en el proceso de educación de unos hijos que solo pueden atenerse a lo que su padre les diga en cada situación. En La familia, ese Padre llega a obligar a una de sus hijas a tirar a la basura su diario personal. ¿La razón? Muy simple y a la vez compleja: que ese diario tiene candado y una sola llave. Y, como ha quedado ya señalado, en esta familia no hay secretos. Son nocivos. Se usan para tapar asuntos feos. Es mejor no tener nada que ocultar, ir con la cabeza bien alta y no esconderse.

    El talibanismo familiar de Padre llega al extremo de obligar a todos sus miembros a pasar la tarde juntos en la sala de estar, mínimo de seis a ocho, para ahorrar electricidad --los recursos son limitados y deben usarse con mesura-- y compartir tiempo y espacio. Y Martina, la última en llegar a la familia --es adoptada: quienes antes eran sus tíos y primos ahora son sus padres y hermanos--, y también la menos acostumbrada a ese tipo de cosas, se pregunta: si Padre era un abogado tan importante, con tanto trabajo como decía tener, ¿cómo es que no iba a la oficina por las tardes? ¿Por qué no tenían televisor, como todo el mundo? ¿Por qué no podían salir a jugar a la calle con los demás niños? Y, ¿qué consigue con todo ello Padre? Pues que todos, absolutamente todos, finjan ante él. Damián hacía como que estudiaba en lugar de leer tebeos, Rosa leía en lugar de jugar al fútbol, Madre cosía en lugar de rezar y Martina estudiaba ajedrez en lugar de escribir en su diario. Solo Padre y Aquilino, el menor, capaz de pasar horas y horas dibujando sin decir palabra, estaban en su salsa. 

    Una novela coral como esta solo puede funcionar si cada personaje está muy bien caracterizado. Y Sara Mesa lo consigue, manifestando de nuevo que es una gran retratista. Física y, sobre todo, psicológica y hasta social. Así, uno de los retratos básicos es el del matrimonio compuesto por Padre (Damián) y Madre (Laura). Máxime cuando Mesa trata el período de cuatro años --al que denomina Resistencia o Guerra-- en el que Laura trató de rebelarse ante su marido. Una rebelión que acabó con una claudicación definitiva que tendrá consecuencias para los hijos ya nacidos y los todavía por nacer. Discutían, gritaban, se habrían despedazado mutuamente si no estuviesen tan cansados de odiarse. Él la acusaba de ingrata, todo el día trabajando para ella, para el Proyecto --así es como él denomina a la familia--, y esa era su única manera de agradecerlo, la baba de la rabia cada tarde, al volver él a casa. Ella no respondía a sus acusaciones, se dedicaba a minarlo, a exasperarlo con todo aquello que lo sacaba de quicio, diciendo tacos y frases hechas y rezando el rosario, más que con fe, con resentimiento. 

    Quien mejor detecta las problemas familiares y, por tanto, mejor puede describir a sus miembros es alguien externo a ella. Un personaje que no conviva con ella habitualmente y que no esté influido de ningún modo. En La familia ese personaje es el tío Óscar. Notaba palpables diferencias entre el modo de actuar de los otros sobrinos y el de Martina, aunque entre los primeros también había variaciones. Damián, el mayor, era el más influenciable, siempre buscaba agradar y nunca lo conseguía, mientras que Rosa, a menudo enfurruñada, cabezota y hostil, solo quería que la dejaran en paz. Aquilino, el pequeño, era con diferencia el más gracioso y el más desvergonzado, también el más listo, había aprendido a moverse con soltura en aguas tan difíciles. Pese a todo, los tres estaban marcados por una profunda y remota ignorancia, por la carencia de un conocimiento cabal de la vida más allá de esos muros. Era increíble que ni siquiera el colegio les ofreciera suficiente contraste. Vamos, que a uno no le cuesta comparar lo que ocurre entre esos muros con la famosa caverna del mito de Platón.

    Al margen del tío Óscar, también nos sirven para conocer bien los entresijos de la familia personajes secundarios pero no desdeñables como las vecinas de arriba, Clara y su madre; Yolanda, la compañera de piso de Rosa; Mario, su vecino alcohólico; o Paqui, su antigua compañera universitaria. Cada uno de ellos nos muestran cosas diferentes o reafirman las ya expuestas. Con sus testimonios las piezas del puzzle familiar van encajando poco a poco. Los catorce capítulos de la novela nos desgranan pasajes, hechos, situaciones, conversaciones de distintas épocas y lugares. Todo ello para que nada quede sin explicar debidamente. Para mostrarnos una realidad que parecía haber estado sepultada ante tantos buenos propósitos y tantas buenas palabras. Como las que pronuncia Laura ante Óscar para esconder sus propias miserias: Damián dona parte de su sueldo a algunas causas. Es generoso con su dinero y también con su tiempo. Ha estado difundiendo la filosofía de Gandhi en los colegios, dando charlas por la tarde a los alumnos y los padres. Ha organizado colectas, seminarios... 

    Los hijos de Damián y Laura intuyen que algo ocurre entre su tío Óscar y sus padres. Sus visitas, que los niños deseaban en secreto, resultaban también duras y tensas. Por un lado, les parecía gracioso y ocurrente, por otro sabían que era un foco seguro de conflicto --con su conversación en teoría inocente, sus preguntas como dardos y sus comentarios excéntricos acorralaba a Padre sin pretenderlo--: cuando se marchaba, Padre y Madre discutían horas, días, semanas, y el tema era siempre él. Y eso que desconocen por completo todo lo ocurrido tras la muerte de la madre de Martina. El tío Óscar siempre había pensado que su hermana habría preferido que su hija se criara con ellos. Pero su cuñado Damián se las arregló para convencer a su esposa y a ellos mismos de que Martina estará mejor con los primos que sola, ...nosotros ya tenemos experiencia cuidando niños, ...yo estoy siempre en casa, pero vosotros viajáis continuamente, ...le hace falta una reeducación completa. 

    La familia es un paso más en la carrera de Sara Mesa. Un paso que confirma que la autora tiene ese algo necesario para desnudar los comportamientos humanos, detectar sus heridas de tiempo atrás, describir con pelos y señales las mochilas que todos llevamos a cuestas, y retratar todo lo bueno y lo malo (sobre todo lo malo) que conforma a cada ser humano y sus circunstancias. El resultado es una historia de aislamiento, soledad acompañada, opresión, desasosiego y hasta enfado del lector con todo cuanto acontece en las páginas de la novela. Una novela corta que se hace más corta todavía a medida que uno avanza hacia el final. Una historia que, salvando las distancias, le recuerda a servidor otras obras contemporáneas nacionales como La buena letra, de Rafael Chirbes, y Lluvia fina, de Luis Landero --ambas reseñadas en este mismo blog--, dado que gota a gota, suceso a suceso, palabra tras palabra se va llenando el interior de esa mochila cuyo peso cada vez se hace más y más insoportable.           

    

lunes, 2 de mayo de 2022

Los vencejos. Fernando Aramburu. Tusquets. 2021. Reseña

 




    No voy a durar mucho. Un año. ¿Por qué un año? Ni idea. Pero ese es mi último límiteNo me gusta la vida. Y no pienso delegar en la Naturaleza la decisión sobre la hora en que habré de devolverle los átomos prestados. He previsto suicidarme dentro de un año: el 31 de julio, miércoles, por la noche. De esta manera tan descorazonadora vuelve a la novela Fernando Aramburu. Lo hace tras el paréntesis marcado por sus ensayos y libros de poesía y prosa poética Autorretrato sin mí, Vetas profundas y Utilidad de las desgracias y otros textos. Todos ellos publicados tras el tremendo éxito de su anterior novela, Patria (2016). Los vencejos, su nueva obra, es una historia poliédrica protagonizada por Toni, un profesor de filosofía enfadado con el mundo y consigo mismo que un día decide que va a poner fin a su existencia. Mientras espera la llegada de la fecha definitiva se dedica a escribir una especie de diario o crónica donde expone las razones de un desencanto que ha de llevarlo al suicidio.

    Acompañado por su inseparable amigo Patachula, quien perdió una pierna en los atentados del 11M de 2004 y hasta piensa acompañarlo en su decisión final más que nada por no quedarse solo, Toni decide vivir con total libertad el año que le queda de vida. Una libertad que, paradójicamente, le viene del hecho de saber que su fin está cada vez más próximo, lo cual lo hace disfrutar de las últimas veces que hace tal o cual cosa. Algo, disfrutar, que había olvidado los últimos años. Durante esos 365 días va programando las cosas para poder irse dejándolo todo resuelto. Y cada noche escribe sobre los sucesos del día a día junto a Patachula y también sobre los momentos más importantes de su vida. Así, desgrana, por ejemplo, sus tormentosas vidas familiares, primero con sus padres y su odiado hermano Raulito y después con su ex esposa Amalia y su hijo Nikita. Los grandes fracasos del pasado de Toni marcan, sin duda, la decisión de despedirse de un mundo que cada vez entiende menos.

    Las idas y venidas de los vencejos, a los que Toni observa desde las calles de Madrid mientras desea poder volar alto y lejos junto a ellos, marcan el hilo conductor de la novela según pasan los meses y las estaciones. Toni comprende mucho mejor a los animales que a las personas. Vive solo con su perra Pepa y su muñeca erótica Tina, regalada por Patachula. A ambas las trata con igual cariño y dedicación. Y dejar resuelto su futuro cuando él ya no esté es una de sus grandes preocupaciones. Sus historias con ellas constituyen algunos de los momentos más tiernos y a la vez humorísticos de la novela. También sus conversaciones con su fiel amigo y con Águeda, una ex novia --a la que abandonó por la que sería el amor de su vida, su esposa y madre de su hijo-- que de repente vuelve a aparecer en su vida acompañada por un perro que se llama curiosamente Toni, lo cual indica que jamás lo olvidó. Como él tampoco olvida, a pesar de los pesares, a Amalia.

    Acostumbrado a la compañía de Águeda, que era una chica sencilla, buena y, todo sea dicho, carente de atractivo físico, yo observaba encogido de admiración y quizá un poco asustado las dotes organizativas de la bella y sensual Amalia, la energía con que abordaba cualquiera de sus empresas, la obsesión de hacer las cosas bien. Ni por un segundo se me ocurrió prever las consecuencias que me acarrearía el que todas aquellas cualidades se volvieran un día contra mí. Las comparaciones son odiosas, cierto. Pero existen. Toni sucumbió a los encantos de Amalia. Pese al desgaste de los años y al traumático fin de su relación matrimonial no la olvida. Tras el divorcio tomó la decisión de renunciar al amor para siempre. Y lo justifica así: el amor, maravilloso al principio, da mucho trabajo. Al cabo de un tiempo no puedo con él y termina resultándome fatigoso. He sido siempre temeroso de que al final todo el esfuerzo y la ilusión fueran para nada. Y el caso es que siempre fueron para nada.  

    Y sigue: prefiero la amistad al amor. De la amistad nunca me harto. Me transmite calma. Yo mando a Patachula a tomar por saco, él me manda a mí a la mierda y nuestra amistad no sufre el menor rasguño. No tenemos que pedirnos cuentas de nada, ni estar en comunicación continua, ni decirnos lo mucho que nos apreciamos. Cierto es que Patachula, siendo un tanto especial, es digno de aprecio. Y Toni también aprecia a los vencejos. Vuelan sin descanso, libres y laboriosos. A veces miro desde la ventana a unos cuantos que tienen sus nidos bajo las cajas del aire acondicionado del edificio de enfrente. Pronto emprenderán su vuelo migratorio anual hacia África. Si nada se tuerce y mi vida sigue por el camino trazado, aún estaré aquí la próxima primavera cuando ellos regresen. He pensado que me gustaría reencarnarme en uno de ellos y revolotear a partir de agosto sobre las calles del barrio. La libertad de volar alto y lejos, de nuevo.    

    A través de las casi setecientas páginas del diario de Toni asistimos a muchos de los grandes acontecimientos de la Historia de España. Especialmente los que tienen que ver con el presente de la ficción, es decir, el intervalo entre el 1 de agosto de 2018 y el 31 de julio de 2019. Lapso de tiempo protagonizado por el juicio a los líderes independentistas catalanes, el auge de la ultraderecha que representa VOX, los intentos de Ciudadanos y Podemos de intentar entrar en un gobierno de coalición y los procesos electorales y las respectivas negociaciones en pos del imposible establecimiento de un gobierno que dé por fin algo de estabilidad a la nación. Las discusiones políticas entre Toni, Patachula y Águeda en el bar de Alfonso ilustran perfectamente la enorme polarización del país. Y es que tanto la política nacional como los personajes centrales de la novela están magistralmente retratados en el texto de Aramburu.

    Mientras Toni se va deshaciendo de la mayoría de sus pertenencias --su amplia biblioteca, diversos enseres y hasta muebles-- y va recibiendo extrañas notas anónimas que llegan a obsesionarlo por completo, tanto por su contenido altamente ofensivo como por el hecho de no tener prueba alguna del origen ni de la motivación de las mismas, su narración se centra en aspectos centrales de su vida. Como los malos tratos recibidos por parte de su padre; su complicada relación con su madre; el odio mutuo existente entre él y su hermano pequeño; su tormentoso final con Amalia, que prefirió a una mujer de nombre Olga; o la debilidad mental de su hijo Nikita, incapaz de ir superando etapas en la vida a la velocidad del resto de sus iguales. Fracasos que, sumados y almacenados en una enorme mochila, pesan demasiado sobre su espalda. De ahí su necesidad de soltar lastre y buscar la libertad. Incluida la libertad para poner fin a su vida.

    Cómo consigue Aramburu que el diario de un suicida quemado y cabreado con el mundo y con sus congéneres --al más puro estilo del señor Meursault de El extranjero de Camus, del joven Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de Salinger o del también desencantado joven Arthur Maxley de Solo la noche de Williams-- acabe convertido en una lección de vida, de amor, de amistad, de dignidad y de esperanza es todo un misterio para la mayoría de los mortales. Incluso después de leída la novela. Alcanzar algo así está tan solo al alcance de un genio literario. Si con Patria Aramburu deslumbró a los lectores, con Los vencejos los hará reír, reflexionar y finalmente llorar en sus últimas páginas. Unas páginas de gran belleza y emoción no carentes de tragedia pero tampoco de esperanza.                      


     

miércoles, 18 de diciembre de 2019

El lobo estepario. Hermann Hesse. Edhasa. 2017. Reseña





     Edhasa Literaria reeditó en 2017, noventa años después de su publicación original (1927), uno de los clásicos más singulares del siglo pasado: El lobo estepario, del escritor alemán Hermann Hesse. Por aquel entonces ya habían sido publicadas sus otras dos obras más reconocidas, Demian (1919) y Siddhartha (1922), ambas reseñadas en este blog. En 1946 recibió el Premio Nobel de Literatura. La novela, de gran contenido filosófico, combina el género autobiográfico --el protagonista de la historia, Harry Haller, es un alter ego del propio autor, cuyas iniciales coinciden además-- y la fantasía --a través de lo que el narrador denomina teatro mágico--. La parte autobiográfica ocupa los dos primeros tercios de la novela. La fantasía, la parte final. 

     El libro refleja la gran crisis espiritual sufrida por el autor en la década de 1920. Mientras seguía luchando por sentirse humano, apreció que crecía en él una serie de aspectos lobunos que lo apartaban del resto de sus congéneres y lo arrastraba hacia una espiral de agresividad y violencia, conduciéndolo a parecerse cada vez más a alguien huraño y desarraigado. Como buen alemán y seguidor de Goethe --a lo largo de la historia de Hesse aparece en numerosas ocasiones la figura del también escritor alemán, autor de Fausto--, la dualidad de Fausto y Mefistófeles se hace presente en El lobo estepario. No es de extrañar esta influencia, pues la tradición alemana de Fausto se remonta al siglo XVI.

     Dicha tradición nos habla de la existencia de un erudito, Johan Georg Faust, que acabó haciendo un pacto con el diablo para intercambiar su alma a cambio de conocimientos ilimitados y placeres mundanos que le sirvieran para terminar con una vida que consideraba insatisfecha a pesar de su éxito. Esta historia ha sido recogida no solo por Goethe y Hesse. También, a lo largo de los años, por autores como Robert Louis Stevenson --El extraño caso del doctor Jekyll y mr. Hyde, en 1886--, Oscar Wilde --El retrato de Dorian Gray, en 1891--, Gastón Leroux --El fantasma de la ópera, en 1910--, Klaus Mann --Mephisto, en 1936-- o Thomas Mann --Doktor Faustus, en 1947--. Además, también hay una gran cantidad de obras musicales y cinematográficas sobre el mito dual de Fausto.

     Tras una década (la de 1910) horrible en la vida de Hesse --muerte de su padre, grave enfermedad de su hijo Martin, esquizofrenia de su primera esposa, desarrollo de la Gran Guerra y enfrentamientos con la opinión pública germana por el virulento ataque del autor al creciente nacionalismo alemán--, trató de rehacerse casándose de nuevo y obteniendo la nacionalidad suiza. El matrimonio, sin embargo, fracasó rápidamente y se desató la crisis que dio origen a El lobo estepario. Se aisló en su piso alquilado y constató su imposibilidad para relacionarse con el mundo exterior, teniendo cada vez mayores y más graves pensamientos suicidas. Como el protagonista de la novela, Harry Haller, obsesionado con la idea de rebanarse el cuello con su cuchilla de afeitar.

     La independencia, la libertad y la soledad son tres de los temas principales que trata la novela. Haller, anti belicista hasta la médula, es criticado por la prensa por sus ideas, consideradas anti patrióticas. Se aísla y ve nacer y crecer al lobo que lleva dentro y que se va apoderando de él. Hasta que una noche toca fondo y decide que la única solución es cortarse el cuello al llegar a casa. Asustado, deambula por las calles de la ciudad con tal de demorar al máximo el momento de su muerte. Aborrece a los humanos y al mundo entero. Pero, por contra, se siente mal consigo mismo por no encajar en ese mundo. Todo parece estar abocado a un desenlace trágico para él. Hasta que en un tugurio conoce a Hermine, una mujer en cuyas manos, de repente, deja su futuro. 

     A través de Hermine --posiblemente otro alter ego del propio Hesse, pues Hermine es el femenino de Hermann--, conocerá a María, una bella y complaciente mujer. Ambas, Hermine y María, se convertirán en los botes salvavidas de Harry. Los bailes y las conversaciones con la primera y el sexo y el romanticismo con la segunda constituirán el comienzo de una especie de reconciliación del protagonista con el mundo. Algo que el lector no acaba de creerse, pues parece que los cimientos de esa nueva existencia están hundidos en barro y, por tanto, se pueden venir abajo en cualquier momento. La realidad de Harry se va disolviendo en una serie de hechos que parecen más cercanos a la ensoñación. Hasta meterse de lleno en la fantasía de la mano del teatro mágico final. 

     Un teatro mágico en el que entra a través de Pablo, un saxofonista que parece encarnar los valores más contrarios a los de Harry. El músico no es nada intelectual, ni serio, ni reflexivo. Solo un apuesto vividor que parece servirse de las mujeres para dar rienda suelta a sus placeres. El teatro de Pablo es un largo pasillo que tiene forma de herradura. Multitud de puertas abren espacios interiores donde se representan escenas. Harry entra en cinco de ellas, y revive diversos pasajes de su vida. Realidad y ensoñación se entremezclan, en clara influencia del mundo de los sueños inspirador del psicoanálisis. Cabe recordar que el autor había estado en tratamiento psicoanalítico durante los años anteriores, llegando a conocer en persona a Carl Gustav Jung. 

     Aunque en la novela hay multitud de frases para recordar, creo conveniente destacar aquí solo un par de ellas. Ambas son pronunciadas por Pablo, y dicen así: 1) el vencimiento del tiempo, la liberación de la realidad o como quiera usted llamar a su anhelo --sin duda, rebanarse el cuello con su cuchilla de afeitar--, no es otra cosa que el deseo de desembarazarse de su personalidad. Es la prisión donde usted se encuentra encerrado; y 2) se puede contar con usted para cualquier representación estúpida y carente de humor, para todo lo que sea patético y carezca de ingenio, generoso señor. Quiere usted que le corten la cabeza, que lo ajusticien, pedazo de energúmeno. Quiere morir, so cobarde, pero no vivir. Pero, ¡al diablo!, lo que hará precisamente será vivir. 

     El lobo estepario es un viaje filosófico-psicoanalítico por el interior de un alma dolida con un mundo en el que no encaja. Un alma que se distancia de un mundo falso e hipócrita, pero que se odia a sí misma precisamente por no encajar en él. Es un claro ejemplo de que la auto indulgencia ayuda poco o nada a superar una situación dolorosa. Al contrario, en lugar de encerrarse en uno mismo, lo que se debe hacer es, aunque le cueste horrores a uno, abrirse y conocer otras almas. Y Haller, finalmente, piensa que llegaría un momento en que sabría jugar mejor con las figuras. Llegaría a aprender a reír alguna vez. Pablo me esperaba. Y me esperaba Mozart. Así, pese a la oscuridad general de la obra de Hesse, constatamos que siempre hay luz al final del túnel. Por largo que este sea...                               

  

sábado, 23 de marzo de 2019

Nueva visita a un mundo feliz. Aldous Huxley. Seix Barral. 1984. Reseña





     En 1958, veintiséis años después de la publicación de la distopía Un mundo feliz, Aldous Huxley recopiló una docena de ensayos sobre su novela original en la revista estadounidense Newsday. De ese conjunto de ensayos nació Nueva visita a un mundo feliz, a partir de la cual revisitamos los contenidos de la novela, verificando sus muchos aciertos y sus pocas equivocaciones sobre lo que en ella se vaticinó en relación a la evolución de la civilización occidental durante ese cuarto de siglo. Además, se comparan algunos hechos respecto a la otra gran distopía del momento: 1984, de George Orwell (1948). En cambio, obvia --el autor tendría sus motivos, los cuales desconozco-- la tercera en discordia, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953).

     La principal diferencia entre 1984 y Un mundo feliz responde directamente a los diferentes momentos de su escritura: en 1931 todavía no había alcanzado el poder Hitler y Stalin no había mostrado su peor cara. En 1948, por contra, el nazismo había provocado una auténtica catástrofe mundial y el comunismo estalinista campaba a sus anchas por una Europa devastada. Así, mientras que la sociedad de la obra de Huxley era regulada por el poder mediante métodos manipuladores, psicológicos y genéticos, en la obra de Orwell se recurre al castigo violento y a un miedo que roza el terror. Sin embargo, en 1958, en el momento de escritura del conjunto de ensayos que nos ocupa, Stalin había fallecido y el comunismo comenzaba a emplear métodos más acordes a Un mundo feliz que a 1984

     El problema de una población en rápido aumento en relación con los recursos naturales, la estabilidad social y el bienestar de los individuos será el problema central de la humanidad en el siglo XXI, vaticinó Huxley. En su opinión, existe una correlación íntima entre la demasiada gente y la formulación de filosofías autoritarias y la aparición de sistemas totalitarios de gobierno. Si la economía es precaria, el gobierno debe tomar medidas restrictivas, lo cual provoca inquietud política entre los ciudadanos. Asegurar el orden público y la propia autoridad del gobierno conlleva, a su vez, una mayor concentración del poder en manos del Poder Ejecutivo y de su administración burocrática. Y todo ello puede suponer el auge de una dictadura totalitaria y la pérdida de la libertad ciudadana.

     El progreso tecnológico provoca una centralización y una concentración del poder. La democracia difícilmente puede florecer en sociedades donde el poder político y económico se concentra y centraliza progresivamente. Así, el hombre modesto estará en clara desventaja respecto a la dictadura de la Gran Empresa. La Gran Empresa y el Gran Gobierno tienden a convertir al individuo en un autómata frustrado, trastornado y desesperado que vive bajo un frenético afán de trabajo y supuestos placeres. El hombre, en cambio, no está hecho para ser autómata, y si se convierte en tal, la base de su salud mental quedará destruida. Una organización excesiva sofoca el espíritu creador y suprime la libertad. De ahí a la servidumbre no hay más que un pequeño paso. Y parece que vamos de camino hacia ella.

     Huxley dedica un capítulo a la propaganda ejercida desde el poder, y advierte de algunos de sus numerosos peligros: trata de influir en sus víctimas mediante la mera repetición de consignas, la furiosa denuncia contra víctimas propiciatorias extranjeras o nacionales y la astuta asociación de las más bajas pasiones con los más altos ideales, de modo que las atrocidades se perpetran en nombre de Dios y la más cínica de las realpolitik se convierte en cuestión de principio religioso y de deber patriótico. La comunicación en masa es una fuerza, y como tal, puede ser bien o mal empleada. Así, en muchos lugares están dominados por el Estado o por la Élite del Poder. Además, siempre les quedará entretener a los ciudadanos con el opio del pueblo: el circo romano o el fútbol presente, por ejemplo.

     En la actualidad (1958), el arte de gobernar las mentes ajenas lleva camino de convertirse en ciencia, afirmó Huxley. Y lanza una pregunta: ¿Cómo podemos preservar la integridad del individuo humano y reafirmar su valor en la época de un exceso de población y un exceso de organización que se están acelerando, y de unos medios de comunicación en masa cada vez más eficientes? Conviene recordar que las campañas electorales no se basan ya en programas de gobierno futuro ni en principios políticos e ideológicos, sino que los diferentes partidos presentan a un candidato que parezca sincero, repita eslóganes hasta la saciedad y no aburra al electorado con explicaciones farragosas que nadie entiende. Es decir, que los peritos publicitarios mandan en la política más que la propia política.

     El arte de vender, el lavado de cerebros, la persuasión química y la hipnopedia ocupan un tercio de los capítulos de la obra. En condiciones favorables, no hay prácticamente nadie que no pueda ser convertido a cualquier cosa, afirma Huxley. El lavado de cerebros combina el empleo sistemático de la violencia (como en 1984) con una hábil manipulación psicológica (como en Un mundo feliz). La persuasión química aparece en la novela original de la mano del soma, una especie de anti depresivo que evocaba visiones de otro mundo mejor, ofrecía esperanza y promovía la caridad con la finalidad de actuar contra la inadaptación personal, la inquietud social y la difusión de ideas subversivas. En definitiva, lo que los gobernantes buscan con todo ello es que sus gobernados estén apaciguados.

     La educación para la libertad se antoja, pues, como la gran batalla de los próximos años y décadas según el autor. Y es que, en palabras de Huxley, los gobernantes del futuro tratarán de imponer la uniformidad social y cultural a los adultos y sus hijos. Utilizarán todas las técnicas de manipulación de la mente a su disposición y no vacilarán en reforzar estos métodos de persuasión no racional con la coacción económica y las amenazas de violencia física. El futuro pasa, por tanto, por volver a descentralizar el poder en manos de la Gran Empresa y el Gran Poder. Tal vez las fuerzas que amenazan a la libertad son demasiado fuertes, sin embargo, tenemos el deber de hacer cuanto podamos para resistirlas. Pues eso: en nuestras manos está mantener el mundo libre...                                        
       

  

jueves, 26 de octubre de 2017

El ferrocarril subterráneo. Colson Whitehead. Random House. 2017. Reseña





     Se conoció como el ferrocarril subterráneo a una red clandestina organizada durante el siglo XIX en EE. UU. y Canadá para ayudar a escapar hacia los estados libres del norte y Canadá a la máxima cantidad posible de esclavos afroamericanos. Su nombre se debió al hecho de que sus miembros se referían a sus actividades utilizando un lenguaje metafórico, en clave, relacionado con el mundo ferroviario. Los esclavos eran los pasajeros, los que los escondían (en la mayoría de las ocasiones, en sus propias casas) eran los jefes de estación y a los que los ayudaban a escapar de las plantaciones (proporcionándoles instrucciones, mapas y acompañándolos en muchos casos durante parte de sus viajes) se les conocía como maquinistas o conductores.  

     Las rutas de escape recibían el nombre de carriles. La jefatura era la Estación Central. Y los estados del norte y Canadá, el destino. No hace falta decir que quienes ayudaban a los esclavos en cualquier paso del ferrocarril y eran pillados in fraganti eran asesinados o, como mínimo, muy maltratados por los ciudadanos de los estados esclavistas. Por tanto, la audacia y la valentía eran las características de todos sus miembros, que solo se conocían por pseudónimos para proteger su seguridad. Obviamente, todos pertenecían a los movimientos abolicionistas de sus estados respectivos. Así era como extendían sus actividades, siempre al margen de la ley. El ferrocarril subterráneo funcionó hasta 1865, cuando, finalizada la Guerra de Secesión (1861-1865), la esclavitud fue abolida de forma definitiva.

     Colson Whitehead, profesor de las universidades de Princeton y Columbia, nos presenta en esta novela una nueva visión sobre lo ocurrido en los EE. UU. mediado el siglo XIX. Y lo hace siendo riguroso con la realidad y completando su documentación con unas magníficas dotes de ficción. Incluso de realismo mágico en lo que se refiere al propio funcionamiento del ferrocarril subterráneo. Así, Whitehead estructura este particular ferrocarril en el que, en efecto, encontramos túneles verdaderos (de varios cientos de kilómetros de longitud de carriles y vías), máquinas ferroviarias de verdad y estaciones austeras pero decoradas. Todo para explicar, más metafóricamente si cabe que en la realidad, cómo eran trasladados los esclavos hacia estados norteños libres.

     Esas son principalmente la originalidad y la novedad de El ferrocarril subterráneo, la novela que consiguió el National Book Award en 2016 y el Pulitzer en este 2017. Algo (conquistar los dos Premios más importantes de la literatura norteamericana) que ha ocurrido en muy contadas ocasiones a lo largo de la historia. Su imaginación, casi ilimitada, nos ilumina y muestra de forma diferente uno de los períodos más oscuros de la historia. Su tinte épico, en ocasiones hasta onírico, pero a la vez nítidamente realista, nos habla de vidas truncadas, inalcanzables ilusiones de libertad, luchas inhumanas por la supervivencia, solidaridad hasta extremos impensables y también de una determinación férrea de cambiar el destino de los esclavos, individual y colectivamente. 

     La protagonista, Cora, es hija y nieta de esclavos. Vive en una plantación algodonera del estado de Georgia, en el sur de los EE. UU.. Un lugar infernal marcado por la crueldad de sus amos, los Randall, y la marginación por parte de los otros esclavos de la plantación. Porque Cora está sola. Su abuela, Ajarry, ha muerto y su madre, Mabel, huyó cuando Cora tenía solo nueve años, abandonándola a su suerte. Solo conoce su plantación. Nunca ha salido de ella. Por eso, cuando Caesar, esclavo llegado desde Virginia que le habla de la existencia del ferrocarril subterráneo y le propone escapar, sus temores consiguen que se oponga a ello en primera instancia. Solo tras un suceso especialmente grave accede a acompañarlo en su peligroso viaje. Un viaje sin retorno. Porque solo hay dos caminos: libertad o muerte.

     A lo largo de su huida en busca de la libertad Cora pasará mil vicisitudes en varios de los estados norteños: Carolina del sur, Carolina del norte, Tennessee, Indiana, etc. En todos ellos encontrará buena gente (los miembros del ferrocarril subterráneo), capaz de ayudarla en todo momento en la medida de sus posibilidades, pero también personas malvadas que buscarán acabar con ella. Sin embargo, la gran amenaza para Cora será Ridgeway, cazador de esclavos dispuesto a echarle el lazo. Además, con el agravante de que Ridgeway ya pasó años buscando a su madre, sin conseguir dar con ella. Todo parece indicar que Mabel ha alcanzado la libertad. Y Cora, pese a acusarla de haberla dejado sola y desamparada en un mundo tan hostil, siempre la buscará en cada lugar. Como Ridgeway las busca a ambas.

     Resulta llamativo, y en ocasiones sobrecogedor, comprobar cómo estaba la cuestión de la esclavitud y el abolicionismo en cada estado. En cada uno de ellos su estadio era diferente. Así, nunca sabía uno lo que se podía encontrar en cada lugar. Lo que hace de la vida de Cora un continuo vaivén en el que resulta imposible y muy agobiante mantener la calma en cada situación. También para el lector, que ansia y teme a la vez pasar página para seguir con la narración. La peculiar mezcla de historia, realidad y fantasía le da un toque diferente a un tema bastante tratado a lo largo de la historia de la literatura. Y, aún así, seguimos sin poder abarcar los terribles costes humanos que supuso la esclavitud en un mundo en el que pugnaban, como lo han hecho pocas veces en la historia, el bien y la sinrazón.

     Pese a que cuesta entrar en situación, la novela va arrancando destellos que propician que el lector vaya conectando con la historia de manera paulatina. Hasta que queda atrapado en ella y en cada uno de sus protagonistas, a los cuales llega a adorar o a odiar, y solo piensa en conocer el desenlace. Un desenlace que, por supuesto, no desvelaré aquí, pero que nos deja con el corazón en vilo hasta la última frase. Porque, quizás, conecte con el verdadero ferrocarril subterráneo. El que no tenía vías, locomotoras ni estaciones. El que salvó a miles de almas.                        


miércoles, 10 de junio de 2015

Juan Salvador Gaviota. Richard Bach. Javier Vergara Editor. 1986. Reseña





     Juan Salvador Gaviota, publicada por vez primera en 1970, es la novela más conocida del escritor estadounidense Richard Bach, autor nacido en 1936 que escribió sus obras más representativas en la década de 1970. Sus libros - y el que nos ocupa no es una excepción - siguen la filosofía de que nuestros límites físicos son solo aparentes. Mecánico de fabricación de aviones, entre 1957 y 1962 fue piloto de la Fuerza Aérea de los EE. UU.. Su vida entera ha estado ligada a la aviación, y este tema ha aparecido, a modo de metáfora, en la mayoría de sus obras literarias.

     De hecho, Juan Salvador Gaviota es una fábula sobre el aprendizaje y la capacidad de superación de las personas. La velocidad, las acrobacias y los vuelos de la gaviota protagonista ejemplifican a la perfección la filosofía de su autor. Además, la obra representa una crítica social importante desde el punto de vista de los estereotipos y los sentimientos de pertenencia (o no) a un determinado grupo. En efecto, Juan Salvador Gaviota es expulsado de la Bandada por dedicarse a entrenar su vuelo y no a comer, como el resto de las gaviotas de su sociedad.

     La obra nos muestra el camino hacia la libertad individual en forma de cumplimiento de sueños al precio que sea. Y, por añadidura, nos habla de la búsqueda de la felicidad con uno mismo como resultado de esa lucha por ser uno mismo, aunque ello conlleve verse apartado de su propia comunidad. Todo ello, a través de tres breves capítulos o partes en los que dominan los mensajes filosófico-espirituales y las frases directas y concisas al corazón del lector. Por ello, también se puede considerar este relato como un pequeño manual de autoayuda.

     En la primera parte Juan se convierte, merced a su lucha y espíritu de superación, en la primera gaviota en realizar acrobacias aéreas y en volar a más de 300 kilómetros por hora. Dicha gesta, que en cualquier otro lugar le reportaría ser considerado un héroe por sus iguales, le supone su expulsión de la Bandada tras la reunión de la Sesión del Consejo, presidida por la Gaviota Mayor. Su Bandada solo es capaz de ver un comportamiento irresponsable y temerario que viola la dignidad y la tradición de la Familia de las Gaviotas. Nada que ver con los sentimientos del protagonista, que vive la velocidad como un acto de libertad y poder, de gozo y belleza.

     En la segunda parte, obligado al exilio, Juan encuentra la felicidad en una pequeña bandada de gaviotas que le cambiará la vida para siempre. Chiang, la Gaviota Mayor de este reducida bandada, le enseña que el cielo como tal no existe sino que consiste en ser perfecto a través de trabajar en el amor y en la bondad. De la mano de Rafael, instructor de gaviotas novicias, llega él mismo a convertirse también en instructor. No obstante, decide volver a la Tierra para explicar el verdadero sentido de la vida a cualquier gaviota que lo necesite. Pedro Pablo Gaviota es el primer exiliado al que encuentra en su nuevo camino. Juan se convierte en su instructor y le enseña la lección más importante de su vida: la Bandada, con su expulsión, solo se ha hecho daño a sí misma y sus componentes necesitan el perdón y la ayuda para encontrar su verdadero camino hacia la libertad. 

     En la tercera y última parte Juan va recogiendo más aprendices, todos exiliados. Uno de sus mensajes ejemplifica a la perfección el espíritu de la obra: rompe las cadenas de tu pensamiento y romperás también las cadenas de tu cuerpo. En un momento dado, Juan y sus estudiantes deciden regresar a la Bandada. Al principio son ignorados, pero poco a poco sus jóvenes gaviotas se rinden ante sus vuelos y acrobacias. El primer punto de inflexión llega cuando aprende a volar Esteban Lorenzo Gaviota, lo cual arrastra hacia el grupo de Juan a más de mil gaviotas más. Sin embargo, el accidente de Pedro Pablo Gaviota supone el segundo punto de inflexión: al salvar la vida, de forma milagrosa, los viejos de la Bandada acusan a Juan de ser un Diablo que busca acabar con ellos.

     Ante la grave situación, Juan y sus seguidores deben escapar para evitar el enfrentamiento directo. ¿Quién es Juan? ¿Un Dios? ¿Un diablo? ¿Un adelantado a su tiempo? Sea cual sea la respuesta, lo verdaderamente importante es entender que cada gaviota lleva el bien en su interior, y que es incluso divertido hacer que lo vean en sí mismas. Eso se llama amor verdadero. La carrera hacia el aprendizaje acaba de comenzar y Juan, dejando como instructor de su bandada a Pedro, sigue su camino en busca de nuevas gaviotas a las que enseñar.

     El relato tiene algunos significados que conviene recordar antes de finalizar. A saber: el grado de libertad y las limitaciones de los individuos son el resultado de su conocimiento; los conceptos del bien y el mal dependen del conocimiento y del grado de evolución alcanzado por cada sujeto; no hay que conformarse con vivir sino que se deben tener sueños y luchar por ellos; lo importante de esa lucha no es caer sino levantarse y seguir con la lucha; las limitaciones son solo ficticias en muchos casos. En definitiva, la novela nos invita a reflexionar sobre nuestras vidas, nuestros sueños y nuestros comportamientos cotidianos ante la vida. La bondad, el amor, el aprendizaje y la espiritualidad deben ser, según Bach, los pilares de nuestra existencia.        

      

jueves, 23 de abril de 2015

Como una novela. Daniel Pennac. Anagrama. 1992. Reseña





     Hoy no es un día cualquiera. No es uno más. Porque hoy es el Día del Libro. El día de Sant Jordi. El de la rosa y el libro. Un día para reivindicar el placer de la lectura por encima de todo dogma intelectual o educativo. Por eso, precisamente hoy, quiero hablaros de una obra que, en su día, me reconcilió con la lectura. Me refiero a un ensayo de un autor al que muchos conoceréis. Se trata de Daniel Pennac, un escritor y profesor de instituto francés nacido en Marruecos. Comenzó escribiendo cuentos y libros infantiles antes de alcanzar un gran éxito con novelas negras y ensayos educativo-pedagógicos. Su Mal de escuela (2007), Premio Renaudot ese mismo año, y Como una novela (1992), obra que me dispongo a presentaros, son sus dos aportaciones más reconocidas. 

     Como he comentado, Como una novela me reconcilió con el gozo de los libros. En efecto, yo fui uno de esa amplia mayoría de adolescentes que aborrecen cada día la lectura por culpa de las malditas obligaciones académicas. Unas obligaciones que acaban con el placer y nos llevan al tedio, al aburrimiento y a la dejadez. Y es que pretender que un niño de 15 años lea El Quijote es un atentado contra lo que se supone que este acto pretende, es decir, fomentar el hábito lector en los adolescentes. Este es el punto de partida de Daniel Pennac en esta obra.

     Estamos ante un libro insólito que estimula la lectura. Y lo hace ayudando al lector a perder el miedo a la lectura, consiguiendo embarcarle en una aventura personal de libre elección que le llevará al disfrute. Decía Kafka en su diario que jamás haremos entender a un muchacho que, por la noche, está metido de lleno en una historia cautivadora que debe interrumpir su lectura e ir a acostarse. Y es que todos, niños y adultos, necesitamos nuestra ración diaria de ficción. Así, la obligación de leer no nos viene impuesta por nadie más que por nosotros mismos. Porque, como bien dice Pennac, el verbo leer no soporta el imperativo. Porque la lectura es placer.  

     Y en el fomento de ese gozo en la mente adolescente (o adulta) tienen tanta importancia la escuela como los padres. La escuela porque ha de retornar a la palabra, dejando de lado análisis, resúmenes, trabajos y fichas de comprensión lectora que en poco o nada ayudan a nuestra tarea. Y los padres porque leer cuentos en voz alta cada noche a nuestros hijos es regalarles la palabra, introducirles en un universo de diversión del que no querrán huir jamás. ¿Cuántos padres castigan a sus hijos que no leen el libro impuesto en el colegio a no ver la televisión? ¡Error! Así lo único que se consigue es elevar a la TV a la dignidad de recompensa y rebajar a la lectura al papel de tarea. Y leer no es un deber, ¡sino un derecho!

     Como una novela es un monólogo alegre, entusiasta y desenfadado, fruto de que quien lo escribe, sin duda, siente y cree a pies juntillas en lo que escribe. Pese a tratarse de un ensayo, se lee como una novela. De ahí su título. Corto, de prosa directa y sencilla, muy bien estructurado y destilando un gran sentido común, convierte lo que en principio se presenta como un ensayo sobre el amor por la lectura en otro sobre pedagogía, aprendizaje y enseñanza de la lectura. Porque queda por entender que los libros no han sido escritos para que mi hijo, mi hija, la juventud, los comente, sino para que, si el corazón se lo dice, los lean. Nuestro saber, nuestra escolaridad, nuestra carrera, nuestra vida social son una cosa. Nuestra intimidad de lector y nuestra cultura otra.

     Y, como leer no es una obligación ni un deber sino un derecho y una libertad, Pennac presenta un decálogo de los derechos fundamentales del lector. A saber: 1-el derecho a no leer; 2-el derecho a saltarnos las páginas; 3-el derecho a no terminar un libro; 4-el derecho a releer; 5-el derecho a leer cualquier cosa; 6-el derecho al bovarismo (enfermedad de transmisión textual); 7-el derecho a leer en cualquier sitio; 8-el derecho a hojear; 9-el derecho a leer en voz alta; 10-el derecho a callarnos. Huelga decir que esta manera de afrontar el mundo de la lectura es capaz de desinhibir a cualquier temeroso de los libros.

     Pennac desgrana tópicos y típicas excusas argüidas por los no lectores para explicar el por qué de su actitud acerca de la lectura. La que más me llamó en su día la atención - citar más alargaría demasiado la reseña - es la referente a la falta de tiempo. El autor responde así: el tiempo de leer es tiempo robado, y el problema no es si tengo tiempo o no, sino si me regalo o no ese tiempo. Nunca un enamorado deja de encontrar tiempo para amar. Lo dicho anteriormente: de gran sentido común. 

     Esta reseña es mi pequeña y humilde contribución a este Día del Libro. Si eres de los que aman la lectura, espero que hayas disfrutado de ella. Aunque lo harás mucho más leyendo o releyendo Como una novela. Si, por el contrario, eres de los que siempre encuentran excusas para no leer, tienes dos opciones: seguir sin leer y perderte el gustazo que supone hacerlo o darte una nueva oportunidad desde la libertad de elección personal. Tú elijes. 



miércoles, 18 de marzo de 2015

Un verano en la casa azul. David Casado Aguilera. Editorial Círculo Rojo. 2014. Reseña





     Cuando uno finaliza la lectura de un libro y siente un nudo en la garganta es que la historia que acaba de terminar le ha dejado huella. Sé, por experiencia propia, que lo mejor que le puede pasar a un escritor es que alguien que ha dado buena cuenta de su obra le comente este hecho. Sin duda, David tiene motivos para sentirse orgulloso de Un verano en la casa azul. Si hace tres años escribí una reseña sobre El grito del silencio en la que recomendé su lectura, ahora me siento en la obligación de compartir con los lectores de este blog otra historia emocionante y conmovedora.

     Desde un presente indeterminado, Leonardo, un anciano nostálgico y melancólico, narra la historia de amor interrumpida con el primer y único gran amor de su vida, Valeria, acaecida en los veranos de 1960 y 1961 en un pequeño pueblo de la Costa Brava. Ya en las primeras páginas se nos deja claro que la pareja de adolescentes no está ya junta, y que la causa de ello es un suceso trágico cuyo desarrollo se nos irá presentando de forma gradual, a base de pequeñas píldoras que nos mantendrán atados a las páginas del libro sin que el lector desee deshacerse de las ligaduras. Al contrario, uno disfruta con las idas y venidas de las acciones contadas por el narrador, sintiéndose feliz en la maraña de sucesos, emociones y bellas y certeras frases ilustrativas. Uno de los puntos fuertes de la novela, sin duda.

     Un verano en la casa azul es un canto a la vida, a la libertad y a la dignidad humana. Una novela de contrastes entre la inocencia y las ganas de comerse el mundo de la juventud y la madurez y la añoranza de la vejez. Una amalgama de sentimientos, muchas veces contradictorios, como la vida misma, que van de la valentía a la cobardía, de la cordura a la locura adolescente, de la razón a los modales. Una historia que deja claro algo que sabemos pero queremos a menudo ignorar: que "el pasado jamás regresa" y que "se necesita toda una vida para comprender que la vida es un instante, un suspiro".

     La ambientación de la novela es exquisita. El pueblo y sus alrededores cobran vida ante nuestros ojos, de tal manera que podemos llegar a sentir el calor veraniego, el sofocante sol, la brisa de los atardeceres, el frío de las noches estivales, el olor a naturaleza de los montes, la forma de vida de los pueblerinos - dicho esto con el mayor de los respetos - del lugar y hasta los hormonas de los adolescentes protagonistas. En efecto, David consigue que el pueblo sea un personaje de la novela. Y no uno más, sino uno de los centrales. Al terminar la lectura cuesta despedirse de lugares tan fascinantes como la Cala de La Tortuga, el Acantilado de los Cuchillos, la Casa Azul, el faro, la Plaza de la iglesia y hasta del banco del jardín de la casa de los padres de Valeria. Otro tanto en favor del libro.

     Según vamos leyendo vamos comprobando cómo la vida no es una sucesión de veranos, tal y como se nos dice en las primeras páginas del libro, sino que el verano de 1961 va a suponer un punto y aparte en la vida de la mayoría de los protagonistas de la historia. Para el pueblo será así por la explosión turística del lugar, lo cual queda reflejado en esa desconfianza de sus moradores respecto a los primeros visitantes desconocidos. El boom turístico de los años 60 se encargaría, como reconoce desde el presente Leonardo, de cambiar por completo la fisonomía de un pueblo al que cuesta reconocer.

     Lo mismo ocurre con el resto de protagonistas de la novela. El abuelo de Leonardo, su gran sustento moral y psicológico por ser el único que comprende al joven - los recuerdos de niñez, pesca, barca y mar son recurrentes a lo largo y ancho de la narración -, muere en el invierno que separa los dos veranos objeto de la narración. La historia de amor de Leonardo y Valeria cambiará para siempre la vida de ambos. A Leonardo, un buen chico bastante tímido de solo 17 años, le hará madurar a marchas forzadas y le obligará a tomar decisiones cuyas consecuencias le acompañarán hasta el fin de sus días. A Valeria, una jovencita a la que, por razones obvias que no desvelaré en la reseña, la vida obliga a vivir de forma diferente al resto de chicas de su edad, le hará creer que la felicidad sí existe. En este sentido, el personaje de Valeria es toda una oda a la libertad, a la dignidad y a la vida misma.

     Los protagonistas secundarios también aparecen perfectamente caracterizados psicológicamente. Santos, Enrique y Beatriz, cada uno a su manera, son ejemplos vivos de lealtad y de amistad. De modales y apariencias marcadamente diferentes, todos ellos juegan un papel importante en la historia tan bien narrada por Leonardo. Enrique aparece como el típico líder del grupo de jóvenes, siendo un personaje que finalmente se quitará la careta con la que vive. Santos es ese amigo que todos quisiéramos tener y que tan pocas veces se encuentra en la vida. Un amigo que acompaña sin hacer demasiadas preguntas ni recriminaciones. Beatriz podría ser la versión femenina de Santos. Rafael, en cambio, es un personaje que va variando más en cuanto a percepción por parte del lector. Tampoco en este caso comentaré mucho más al respecto, pues ha de ser precisamente el lector quien averigüe el por qué de mis afirmaciones.

     La política de la época - pleno franquismo - marca las formas de vida del pueblo. La existencia de las dos Españas queda bien patente en diversos fragmentos de la obra, algo que a nadie ha de extrañar, pues ese enfrentamiento, por desgracia, todavía a día de hoy sigue presente en nuestra sociedad. Como no podía ser de otra manera, la política tendrá importancia en el desarrollo de algunos de los pasajes de la historia. Quizá convendría olvidar de una vez el odio y la amargura subyacentes de aquella guerra que jamás debió acontecer. Justamente lo contrario que el recuerdo de nuestros seres queridos ausentes. Porque una de las enseñanzas que podemos destacar de la novela es que la muerte no es el fin de todo. Porque la verdadera muerte es el olvido...    

       

miércoles, 7 de enero de 2015

Veinticuatro horas de la vida de una mujer. Stefan Zweig. Plaza & Janés. 1963. Reseña





     En 1929, en plena época productiva, Stefan Zweig escribió y publicó Veinticuatro horas de la vida de una mujer, una novela corta de apenas cien páginas dividida en seis capítulos en la que una anciana aristócrata inglesa desvela sus confidencias más ocultas a un joven narrador que, como el propio autor - o quizás ambos sean en realidad la misma persona -, también pertenece a una familia acomodada. Zweig, que por aquella época colaboraba en la difusión de la obra de Freud desde Viena, demostró sus enormes capacidades para comunicar y desentrañar la psicología de sus personajes con una facilidad pasmosa.

     Un suceso acaecido en el hotel en el que residen dos matrimonios, varios personajes solitarios y un joven viajero provoca el acercamiento entre la anciana y el narrador de la historia. Ambos son los únicos que defenderán la huida, con un joven al que acaba de conocer, dicharachero, apuesto y simpático, de una mujer casada con dos hijos. La relación que nacerá entre los defensores de la huida hará que la aristócrata se decida a contarle las veinticuatro horas más decisivas de su historia personal pasada. Y, para ello, retrocede dos décadas y se traslada de nuevo al Montecarlo de principios de siglo. En su famoso casino conocerá a un joven atrapado por el juego que, por perder, ha perdido hasta la esperanza de seguir viviendo. 

     La desesperación, la resignación y la pasividad del joven al fracasar en el casino serán las causas de que piense en el suicidio como única y más fácil manera de terminar con una vida que considera infame. La protagonista, desde la madurez de sus cuarenta años, se sentirá obligada a tratar de salvarle la vida. Impedir su suicidio se convertirá en su principal objetivo, esa noche y la mañana siguiente. Al principio incluso llegará a pensar en el joven como su tercer hijo, al tener este la misma edad que aquellos. 

     Resulta gratamente sorprendente la aptitud del autor austriaco a la hora de describir las debilidades psicológicas del joven jugador de ruleta; su imposibilidad de abandonar el juego, hasta el punto de dejarse hasta la última moneda; los gestos de sus expresivas y nerviosas manos sobre el tapiz verde; el capricho hipnótico que sobre él ejerce la ruleta; el desmoronamiento físico y psicológico del que lo acaba de perder todo; la desesperada decisión de que la muerte es ya el único horizonte.

     Por contra, la protagonista femenina de la historia, viuda y apartada por decisión propia de las relaciones personales con hombres desde el fallecimiento de su marido, también gran jugador - aunque, eso sí, pleno dominador de sus actos con respecto a la ruleta -, se verá enfrascada en la labor salvadora del joven. Una labor que la llevará a realizar actos impensables para ella y la sociedad de su tiempo y que la introducirá en una especie de ruleta en la que acabará perdiendo la posición que hasta entonces había tenido.

     Zweig aborda la trama de manera magistral. La novela es uno de esos escasos casos en que aquello que no se cuenta es casi más importante que lo que sí es contado. Con una prosa ágil, directa y con las descripciones justas, retrata a la perfección a unos personajes que se mueven por instintos, altos o bajos según los casos, que buscan satisfacerlos a toda costa. El peligro del juego, la soledad, la traición hacia uno mismo, la traición hacia los demás, la bondad y la desesperanza serán los puntos fuertes de una novela que se hace más corta de lo que en realidad es.

     De esta manera, el lector queda enganchado, atrapado, a sus páginas. De la misma manera que el joven lo está a la ruleta. Lo que ocurre, y cómo se cuenta, le convierte en un adicto a las palabras escritas por el autor. Y poco a poco cae en la cuenta de lo extremadamente fácil que a todos nos resulta criticar y juzgar a los demás sin conocerlos - a ellos y a sus circunstancias personales -. Este hecho, precisamente, es el que acabará uniendo a los huéspedes del hotel, haciendo posible que nosotros mismos conozcamos los hechos acaecidos veinte años antes.        

     ¿Quién no ha sentido en ocasiones una extraña sensación, una repentina necesidad de huir de todo, incluso de nuestra propia vida? ¿Quién, incluso teniendo pareja, no ha pensado alguna vez en escapar con otra persona a la que acaba de conocer física pero no psicológicamente? ¿Qué nos lleva a que estos pensamientos pueblen nuestra mente? ¿Qué decide finalmente si debemos dejarnos llevar - quizás al abismo mismo - y quedarnos o marcharnos? ¿Acertamos al cortarnos las alas nosotros mismos? ¿Acertamos al actuar sin pensar en las consecuencias que una huida podría tener en nuestras vidas y las de quienes nos rodean? ¿Acaso no somos libres, incluso para cometer locuras? ¿Tiene límites la libertad? Quizás a muchos lectores les surjan preguntas como estas tras leer esta novela. Porque, a veces, bastan tan solo veinticuatro horas para cambiar nuestras vidas...


lunes, 8 de septiembre de 2014

Leonora. Elena Poniatowska. Seix Barral. 2011. Reseña





     La periodista y escritora parisino-mexicana Elena Poniatowska, recientemente galardonada con el Premio Cervantes al conjunto de su obra, escribió en 2011 esta excelente biografía de la pintora y también escritora Leonora Carrington, una mujer tan adelantada a su tiempo y tan progresista en sus comportamientos y pensamientos que pasó por rara, extraña y excéntrica entre sus contemporáneos. Un genio que, como casi todos, acaba sintiéndose incomprendido por una población incapaz de llegar a entender un universo intelectual y personal tan diferente al suyo.

     Hija de Harold Carrington, propietario de Imperial Chemical Industries, fue educada - o eso intentó su familia - para crecer como una rica heredera. Sin embargo, desde bien pequeña, el carácter rebelde de la menor de cuatro hermanos - tuvo tres hermanos mayores, todos ellos varones - hizo ver que su destino sería diferente al preestablecido. Desafió esa vida fácil pero a la vez encorsetada de la Inglaterra de principios de siglo XX para luchar por la libertad personal y artística. Ante todo, y quizás debido a la educación recibida, diferente a la observada por ella respecto a sus tres hermanos mayores, Leonora fue una gran defensora de la causa feminista. Entendida esta en el buen sentido de la palabra.

     No obstante, su vida no fue nada fácil. Desde jovencita su familia trató de domar su carácter, por lo que fue internada en diversos correccionales religiosos. De nada sirvió. De todos ellos acabó siendo expulsada por su rebeldía. Sin duda, tenía bien claro el camino que debía seguir su vida y no iba a dejar que nada ni nadie, incluidos sus padres, la desviaran de él. A los 19 años, ingresó en una academia de arte de Londres. Al año siguiente conoció a Max Ernst, quien la volvió loca de amor y la introdujo en el círculo surrealista de París. 

     En la capital francesa se relacionó con maestros de la talla de Miró, Dalí, Picasso, Éluard o Bretón. Fue el comienzo de la carrera de la que, con el tiempo, se convertiría en la mejor pintora surrealista. Por desgracia, el destino quiso que el nazismo y el comienzo de la II Guerra Mundial la sorprendiera en Francia, en Saint Martin d´Ardèche, de donde tuvo que huir a toda prisa. El internamiento de su amante y mentor, Max Ernst, en varios campos de concentración marcó sus siguientes años - y, con toda probabilidad, el resto de su vida - ya que su locura provocó que fuera internada en un sanatorio de Santander durante más de un año. Las abominables sesiones de Cardiazol a las que fue sometida para atemperar sus desquiciados ánimos también tendrían claras consecuencias en su carrera artística.   

     Logró escapar de Santander y se refugió en la embajada mexicana de Lisboa, donde conoció a Renato Leduc, quien la ayudó a llegar a Estados Unidos y a México. Leduc fue el segundo amor de su vida. Y su primer marido. En México se relacionó con personajes de la talla de Octavio Paz, Alejandro Jodorowski, Diego Rivera, Frida Kahlo o Remedios Varo. 

     No obstante, en la vida y en la cama de Leonora hubo más hombres. Los cuales nunca le hicieron olvidar a Ernst, el amor de su vida. El siguiente fue el fotógrafo húngaro exiliado Imre Emerico Weisz, apodado Chiki, con quien tendría dos hijos, Gabriel y Pablo. La historia del fotógrafo resulta también estremecedora. Sobre todo al narrar su amistad con Robert Capa, su colega más famoso, sin duda, y las vicisitudes vividas por ambos en las distintas contiendas europeas y mundiales de la época.

     También a Chiki dejó Leonora. Y, como suele pasar en la vida de tantas personas que tienen tantos amores a lo largo de su vida, también la Carrington acabaría sus días en soledad. Una soledad que, sin embargo, la había acompañado durante toda su vida. Como ella misma decía siempre, es esa soledad la clave de sus obras, tanto literarias como artísticas. Sin ella, nada habría sido igual.

     He de ser sincero. La obra de Poniatowska es en algunos momentos algo dura de digerir. Es uno de esos libros en los que se encuentran algunos parajes en los que es fácil confundirse y perder el hilo narrativo. Se avanza en la lectura con lentitud. Y a veces hasta se hace largo. No es esa clase de libros que da pena terminar de leer. No obstante, su interés es altísimo. Y su lectura, recomendable para los amantes del arte en general y del surrealismo en particular. Y, por supuesto, para aquellas personas interesadas en conocer la psicología de esta auténtica luchadora de la vida y de la libertad en el más amplio sentido de la palabra. Por encima de todo, Leonora amó la vida y todo lo que ella conlleva. Y su arte ahí está y estará...