LIBROS

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lunes, 16 de enero de 2023

Contar lo mínimo. Agustina Pérez. Lletra Impresa. 2022. Reseña

 




    El pasado martes trece de diciembre, dejando de lado cualquier mínimo atisbo de superstición, Agustina Pérez presentó Contar lo mínimo, su primera obra literaria, en un abarrotado y entusiasta salón de actos de la biblioteca pública de Gandía. Familiares, amigos, conocidos y demás entusiastas de los libros acudieron al acto para acompañar a la catedrática de lengua castellana y literatura en lo que acabó siendo un acto muy emotivo. Casi como un homenaje en vida -como debería ser siempre- a alguien que se ha dedicado en cuerpo y alma a la docencia y a la difusión de toda clase de obras literarias a través de clubs de lectura, presentaciones de libros, charlas, jornadas, etc. Alguien que, por una vez -y espero que sirva de precedente-, acudió a la biblioteca central gandiense para hablar de su libro. Un OLNI -Objeto Literario No Identificado-, como lo definió ella misma, dividido en tres partes compuestas por relatos, microrrelatos y aforismos (o vilanos, como diría Vicente Aleixandre). Una obra que defiende la lectura como acicate de la vida

    En las páginas de Contar lo mínimo encontramos multitud de resonancias literarias, guiños y referencias a obras y autores de todo tipo -García Márquez, Borges, Víctor Mora, Unamuno, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, José Hierro, John Berger, Antonio Gramsci y un largo etcétera-, lo que hace de la obra un compendio, una especie de pequeña enciclopedia temática de la cual podrá echar mano el lector en cualquier otro momento de su vida. Todo ello con la máxima de que la literatura debe ser incisiva pero educada para decir verdades, aunque escuezan. Porque, como decía Borges, uno no es por lo que escribe, sino por lo que ha leído. La curiosidad, pues, se antoja como el inicio del camino literario. Una curiosidad que a Agustina le viene de su abuela -a la que rinde homenaje desde la propia portada del libro-, empedernida lectora de cuentos troquelados, calendarios taco -con sus citas y frases célebres-, revistas y libros de todo tipo, y de su padre, un fanático de la radio que la enseñó a leer antes de que lo hicieran en el colegio.  

     La radio -que fomenta el calor familiar, la cercanía y los sueños frente a la televisión, que nos aísla, disgrega y aleja a unos de otros- y el campo -que representa la apertura frente a la ciudad, que supone la cerrazón- son los dos componentes principales de la evocación que Agustina hace de la infancia perdida, de la nostalgia de aquellos años en la casa del pueblo de sus abuelos, de las navidades y de los veranos, de los objetos cotidianos de antaño, de la resistencia a dar el paso desde la niñez hasta la adultez, de la lucha entre la realidad y los recuerdos, de la llegada semanal del autobús correo que llevaba al pueblo las nuevas entregas de El Capitán Trueno -el héroe de su infancia, el defensor del débil frente al malvado, el martillo de los tiranos, el libertador de los oprimidos, el que la divertía a la vez que le enseñaba valores-, de las historias que le relataban su padre y su abuelo, de una calle que el tiempo hizo más ancha y recta pero menos viva y afable, del progreso como destructor de recuerdos de la niñez, de la esencia de la vida: la memoria personal y colectiva.

    Recuerda Agustina sus visitas a casa de su tía abuela, una viuda solitaria y seria que le brindaba el silencio de su hogar para poder leer. A través de ella conoció las aventuras de Don Camilo -un cura atípico, muy diferente de los nacional católicos-, de Giovanni Guareschi. También algunos talismanes que le permitieron recomponer un alma rota a causa de sus salidas del pueblo al colegio primero y a la universidad después. Precisamente en la universidad de Salamanca se acercó definitivamente a la lengua de Fray Luis y de Unamuno. Recuerdos de felicidad en torno a la lectura y la escritura, que debe buscar ordenar el mundo -el de dentro y, si es posible, también el de fuera-. Magnífico resulta el pasaje en el que la autora evoca a Antonio Gramsci, al sub comandante Marcos y a Andrea Dworkin. Pasaje en el que el optimismo de la voluntad se impone a cualquier dificultad. Porque toda dificultad nos fortalece a la fuerza, por lo que urge resistir, no dejarse doblegar y nunca perder la esperanza. Algo que enlaza con la figura de Francisco Fernández Buey, hombre de apariencia menuda y frágil que escondía un alma de hierro. Sin duda, alguien al que Agustina tomó como ejemplo.

    En la parte final de sus prosas, tituladas Donde habite el recuerdo -claro guiño contrapuesto a las famosas poesías de Bécquer y Cernuda-, la autora hace referencia a Pessoa -el misterio de la existencia, la búsqueda de la belleza, la vida como insomnio-, García Calvo -y su alimento para desterrados que supone su Comuna Antinacionalista Zamorana-, García Montero -la literatura es un ajuste de cuentas, un modo de situarse ante la costumbre de las ilusiones fracasadas-, el cantautor Georges Moustaki -su música como guía a los recuerdos, su filosofía vitalista y rompedora-, Sabato -honradez, esperanza y resistencia ante un periodismo cautivo y manipulador- y José Hierro -su poesía y la profunda huella que dejó en Gandía su visita al instituto en el que Agustina trabajó durante décadas-. Y con todo ello finaliza la primera de las partes de Contar lo mínimo. Sin duda, la más autobiográfica de las tres. Tanto en el plano vital como en el filosófico, político y literario. Una manera de dejar de lado los complejos que hasta 2022 le impidieron escribir y publicar un libro puramente literario. 

    La segunda parte del libro, titulada Siluetas, está compuesta por microrrelatos de diversas temáticas. Algunos de ellos, sorprendentes, con finales radicales e inesperados: unas manos cortadas, un tiro en la cabeza, personajes que son carne de psiquiatras, etc. En otros se rinden homenajes: a Gloria Fuertes, a una madre angustiada por haber perdido su trabajo, al escarabajo de Kafka, a una anciana cuya única compañía es la de los telefonistas que le prometen mejores tarifas, a los que fracasan, son vencidos y empiezan de nuevo o a una viuda solitaria a la que su hijo solo llama cuando necesita que le firme un cheque. Algunos son críticas mordaces a nuestro mundo: al culto al cuerpo, a la falsa juventud comprada, a vivir en una realidad paralela, a los pesimistas que prefieren quedarse quietos en un túnel sin llegar a saber jamás si habrían logrado llegar a la luz, a los que huyen pero nunca saben exactamente de qué, al remordimiento, que es inútil y agotador. Por último, otros hablan de la muerte: morir de ambición, de ingenuidad, de perfeccionismo, de obstinación, de incauto. Y, por encima de todo, una afirmación: que los libros muerdan. Aunque duela

    Las últimas páginas de Contar lo mínimo reúnen un centenar de aforismos. Bajo el título de Vilanos -otro guiño, en este caso a Vicente Aleixandre y su Historia del corazón-, se nos desgranan pensamientos, reflexiones y sentencias de todo tipo. Así, encontramos tristeza, alegría, soledad, compañía, esperas, amnesia, recuerdos, dolor, enmiendas, resistencias a las injusticias, desesperanza, la afirmación de que estamos de paso, la importancia del presente para el futuro, que la rebeldía es vivir la vida cuesta arriba, etc. Por momentos estos aforismos nos recuerdan al gran Baltasar Gracián y su inmortal El arte de la prudencia. Y, por cierto, hablando de la prudencia: celebro que Agustina haya abandonado la parte que le impedía escribir y publicar una obra. Una como mínimo. Porque, ahora que ya se ha atrevido a hacerlo, apuesto a que no será la última. Decía Borges que no podía imaginar un mundo sin libros. Qué tristeza de vida, ¿verdad? Pues bien, para quienes la conocemos, habría sido triste no tener en nuestras bibliotecas un libro de una Agustina de la que siempre se aprende.

    Contar lo mínimo incluye un magnífico prólogo de la escritora Marta Sanz. Unas páginas en las que la autora madrileña destaca la facilidad con la que Agustina Pérez es capaz de transmitir hechos, sensaciones y pensamientos. Indudablemente, como reconoce la propia Sanz, Agustina practica el oficio de escribir. Esa mujer de apariencia menuda y frágil también esconde, como su admirado Fernández Buey, un alma de hierro. Un alma de hierro repleta de palabras educadas, incisivas, lúcidas y pertinentes que, por fin, pueden ser leídas por quienes tengan a bien hacerse con un libro que servidor no puede dejar de recomendar a todo el mundo. Porque, además de en su blog Nos queda la palabra, ahora también se le puede leer en Contar lo mínimo. Un libro que desde ya mismo ocupa un lugar de honor en las bibliotecas de no pocos lectores. 

                             

     

lunes, 2 de enero de 2023

Mis diez mejores lecturas de 2022

 





10. Todo arde. Juan Gómez-Jurado. Ediciones B. 2022. Novela que parece iniciar una nueva saga en torno a sus tres protagonistas femeninas. Tras el fenómeno Reina roja, el polifacético autor madrileño vuelve a la carga de la mano de Aura Reyes, Mari Paz Celeiro y Sere (Irene Quijani). Tres mujeres muy peculiares -todas ellas, eminencias en sus respectivos campos que a priori deberían detestarse entre sí pero cuyas circunstancias personales acabarán propiciando un entendimiento -a veces mayor y a veces menor- para llevar a cabo un acto de rebeldía común, llamémosle venganza, para que no siempre ganen los mismos. Así, las protagonistas se convierten en una especie de justicieras capaces de cualquier cosa con tal de conseguir aquello que se proponen. Por descabellado que parezca. 

9.  Diarios. A ratos perdidos 1 y 2. Rafael Chirbes. Anagrama. 2021. A ratos perdidos. Como el subtítulo sugiere. Así fueron escritos, desde abril de 1984, estos diarios chirbescos que su editorial de siempre, Anagrama, publica para gozo de los seguidores del escritor de Tavernes de la Valldigna. Subtítulo muy bien escogido, por cierto, puesto que el propio escritor llega a considerar ese tiempo empleado como perdido. ¿Y qué hacemos con las novelas que se supone que algún día deberé escribir? Quien mucho abarca poco aprieta, se lamentaba ya en junio de 1985. Y, sin embargo, tan solo seis meses después se llegó a preguntar: ¿se puede escribir para uno mismo? Me digo que sí, que se puede escribir para recordar y comprenderse uno mismo, pero no acabo de creérmelo del todo. Entonces, ¿pienso que estos cuadernos acabará leyéndolos alguien que no sea yo? De esta manera, lo que había comenzado como un pasatiempo está siendo leído por muchísima gente.

8.  Las leyes de la frontera. Javier Cercas. Mondadori. 2012. Tanto la novela como la película son altamente adictivas. Bien sea sobre el papel, bien sobre la pantalla, la historia de Cercas engancha de principio a fin. La amplia variedad temática, la magnífica ambientación, la riqueza psicológica de cada uno de los protagonistas -principales y secundarios- y los diferentes puntos de vista y opiniones que los narradores de la acción nos ofrecen, algunas concordantes pero muy a menudo contrapuestos y/o radicalmente contradictorios, hacen de esta historia una especie de puzzle que poco a poco se va completando -si es que realmente eso es posible en una historia con tantos puntos muertos y ambigüedades como esta- para construir un cuadro del que resulta imposible apartar los ojos.

7.  Los extraños. Jon Bilbao. Impedimenta. 2021. El pulso literario de este autor me recuerda, por su sobriedad, su perfección léxica y sintáctica y su dominio de la media distancia, así a bote pronto y salvando las distancias, a autores como Heinrich Böll, Knut Hamsun o Stefan Zweig. O, a nivel nacional y más actual, al extremeño Jesús Carrasco o al chileno Roberto Bolaño. Escribe, por decirlo de alguna manera, a la antigua usanza. Directo al grano. Con las palabras justas. Sin milongas ni escaparates engañosos. Con honestidad. Con el gusto por contar por contar -pero teniendo claro qué contar y cómo contarlo-. Pero, a la vez, haciéndolo de forma original, arriesgada. Rezumando actualidad y contemporaneidad. Lees una página, cierras los ojos y te parece haber leído, a la vez, algo escrito el siglo pasado y algo absolutamente actual. Escribe Bilbao de una manera que parece asequible casi para cualquiera pero que, realmente, está al alcance de muy pocos. Y, probablemente, sea ese su gran mérito. 

6.  Queridos niños. David Trueba. Anagrama. 2021. Novela que resume el diario de campaña que Basilio escribe a Amelia, candidata a la presidencia del gobierno de un partido democristiano que no cuesta nada reconocer en nuestra realidad cotidiana actual. Basilio -apodado El hipopótamo debido a sus 119 kilos de peso, que él considera síntoma no de gordura sino de firmeza- le escribe a Amelia los discursos más llamativos de sus actos electorales. Se trata de un hombre altamente mordaz, pero también solitario -la soledad es el triunfo de la madurez, afirma-, deshumanizado, que construyó un muro a los trece años de edad para llegar vivo a casa cada día después del cole. Alguien para quien la idea de suicidarse es una fantasía secreta desde que tres compañeros de colegio me patearon mientras los demás niños arremolinados reían. Un hombre que practicó la eutanasia -a la que se opone ahora por cuestiones programáticas de partido-, a su querido padre enfermo de muerte, a petición suya, eso sí, diluyendo pentobarbital en su helado de vainilla.

5.  El peligro de estar cuerda. Rosa Montero. Seix Barral. 2022. La escritora y periodista madrileña ha demostrado, no pocas veces, que es una especie de detective. Una investigadora de temas. Lo hizo, por ejemplo, en su maravilloso libro La ridícula idea de no volver a verte (2013). Y lo ha vuelto a hacer, más exhaustivamente si cabe, en su último trabajo. El sugerente título, extraído de una poesía de Emily Dickinson, nos atrapa para hacer que la acompañemos en sus pesquisas sobre la estrechísima relación entre la genialidad y la locura. Unas pesquisas que, como reconoce la autora, comenzaron hace ya muchos años. Desde que se dio cuenta de que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza. Aunque, por suerte, añade que una de las cosas buenas que fui descubriendo con los años es que ser raro no es nada raro. Y, para sustentar dicha afirmación, se apoya en diversos textos de psiquiatras, neurólogos, psicoanalistas y filósofos de todas las épocas.

4.  Una historia ridícula. Luis Landero. Tusquets. 2022. Que el autor extremeño tiene una capacidad sin igual para crear una magnífica novela casi desde la nada es algo que sus lectores sabemos desde hace ya muchos años. Que su prosa es excelente, también. Pero es que, en mi opinión, su estilo, que sabe combinar la ambigüedad con la concreción y lo tajante según lo requiera la situación, es su verdadero gran valor. Un ejemplo de ello lo encontramos en esta novela. La historia que narra Marcial es realmente ridícula. Como ridículo es también su protagonista, un pedante o redicho -emplea términos muy cultos con una autosuficiencia que exaspera en ocasiones al lector- que encarna a la perfección el papel de antihéroe, de embaucador, de inventor de una realidad falsa con la que intenta engañar a los demás sobre su verdadera identidad. 

3.  Los besos. Manuel Vilas. Planeta. 2021. Después de los merecidos éxitos conseguidos con Ordesa y Alegría, el autor aragonés retorna a la ficción -más o menos, porque la realidad aparece también en la mayoría de las páginas de la obra- con una novela de amor romántico y quizás algo idealizado cuyo título es corto, directo y significativo. Una historia de amor, sí, pero también de erotismo, sexo, carne, piel, células y almas. En la que Salvador y Montserrat acaban dando las gracias a la Naturaleza por haber creado una pandemia que les permite conocerse y amarse. Que les permite volver a sentirse vivos de nuevo, más que nunca incluso, en un momento en el que la muerte y un maldito virus amenazan con arrasarlo todo. Y es que el amor, y la necesidad de amar y ser amados, está presente en la vida de las personas. Puede aparecer hasta en las circunstancias más inimaginables. Y eso es lo que les sucede a estas dos almas nobles que, solitarias, ya casi no podían esperar nada más en sus vidas.

2.  Revolución. Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara. 2022. El autor sabe, mucho mejor que la mayoría, que el mundo es un lugar peligroso. Más todavía en una situación de guerra. Como la que describe, en el México del primer cuarto del siglo XX, en esta novela. Un México en el que costó llegar a diferenciar el bien del mal. En el que el bien -defender a los pobres de la tiranía de los ricos- se confundía en no pocas ocasiones con el mal -matar de forma indiscriminada a quienes no pensaban como uno quería que pensaran-. En el que pasar de héroe a villano, o viceversa, podía ocurrir en muy poco tiempo. Que se lo digan al presidente Madero, por ejemplo. Apodado el Apóstol de la Democracia, lideró la primera parte de la Revolución contra Porfirio Díaz, logrando gobernar durante dos años tras vencer en las elecciones de 1911, para acabar siendo depuesto y asesinado por los generales golpistas durante la denominada Decena Trágica (1913). La cual dio inicio a la segunda parte de la Revolución, en la que Pancho Villa y Emiliano Zapata defendieron, cada uno a su manera, el legado maderista.

1.  Los vencejos. Fernando Aramburu. Tusquets. 2021. Cómo consigue el autor vasco afincado en Alemania que el diario de un suicida quemado y cabreado con el mundo y sus congéneres -al más puro estilo del señor Meursault de El extranjero de Albert Camus, del joven Holden Caulfield de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger o del también desencantado joven Arthur Maxley de Solo la noche de John Williams- acabe convertido en una lección de vida, de amor, de amistad, de dignidad y de esperanza es todo un misterio para la mayoría de los mortales. Incluso después de leída la novela. Alcanzar algo así está tan solo al alcance de un genio literario. Si con Patria deslumbró a los lectores, con su nueva obra Aramburu los hará reír, reflexionar y finalmente llorar en sus últimas páginas. Unas páginas de gran belleza y emoción no carentes de tragedia pero tampoco de esperanza.