LIBROS

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viernes, 28 de abril de 2017

Clavícula. Marta Sanz. Anagrama. 2017. Reseña





     Sorprendente. Gratamente sorprendente. Así calificaría la experiencia que me ha supuesto leer la nueva obra de la madrileña Marta Sanz. La primera sorpresa viene de la mano de la propia portada de la novela (si es que se la puede calificar de tal manera, pues también es susceptible de ser calificada como diario, crónica o autobiografía). En efecto, a primera vista, lo primero que extraña es el color de la portada, que abandona el característico amarillo de la colección Narrativas hispánicas de Anagrama --José Manuel Lara se refirió en ocasiones a esta editorial como "la peste amarilla" debido precisamente al color de sus portadas-- para mostrársenos de un blanco impoluto (¿quizás una declaración de intenciones ante un texto que no esconde absolutamente nada de la vida de su autora?). 

     La segunda sorpresa viene de la mano de esa especie de clave de sol orientada hacia abajo que aparece en el centro de la misma. La clavícula, como nos informa Sanz en el texto, tiene forma de ese. Quizás el símbolo sea, pues, una referencia a la palabra y al hueso que son objeto de su atención en el libro. Incluso, yendo más allá --y puede que desvariando también un poco, aunque ahora mismo, tras esta lectura, me siento lo suficientemente valiente como para tratar de averiguar el significado del referido símbolo--, el final del trazo, con esa especie de flecha descendente, recuerde al tradicional símbolo femenino usado desde el Renacimiento (que, eso sí, acaba en cruz y no en flecha). Conociendo un poco a la autora, y tras la lectura de Clavícula, no sería de extrañar que formara parte de la defensa de la condición femenina. Tema, por otra parte, característico en anteriores obras suyas.

     Divagaciones al margen, Clavícula (o Mi clavícula y otros inmensos desajustes) supone una queja, un pataleo en contra de la globalización, el capitalismo salvaje, los recortes, la crisis y, desde el punto de vista meramente femenino, esa corriente que se empeña en convertir en patologías una espantosa serie de enfermedades mayoritariamente femeninas como la fibromialgia, el lupus y otras. Por no hablar de la menopausia (la apocalipsis de las pequeñas hormonas), la cual, entre sofoco y sofoco, provoca vulnerabilidad, inapetencia sexual y depresión, pero también unas ansias irremediables (y en ocasiones incluso perversas, sobre todo cuando la mujer sabe que su pareja está siempre ahí, a su lado) de recibir constantes muestras de amor. De atención desmedida.

     Clavícula es una sucesión de hechos ("lo que me ha pasado") y de pensamientos ("lo que no me ha pasado") que componen una crónica tanto interior y personal como sociológica. Una especie de catarsis y purga a través de la escritura. Porque, como ya hiciera en La lección de anatomía, Marta Sanz se desnuda ante sus lectores para hablarnos de sus interioridades, frustraciones, miedos y debilidades. A buen seguro, no faltará quien la acuse de exhibicionismo e impudor por el hecho de diseccionar de tal manera materias que siguen siendo, en pleno siglo XXI, tabú en nuestra sociedad. También por exponer a quienes amo a la vista de todos. Incluso puede que la tachen de maniática e hipocondríaca (por afirmar que tiene el botiquín lleno de pastillas y que siempre viaja con él en la maleta). No obstante, me parece que en esta novela realiza un espectacular ejercicio de humildad y honestidad. Personal y literaria.

     En relación a lo anterior, me gustaría destacar un fragmento de la novela que dice lo siguiente: "Cuando escribo --cuando escribimos-- no podemos olvidarnos de cuáles son nuestras condiciones materiales. Por eso pienso que todos los textos son autobiográficos y a veces la máscara, las telas sinuosas y las transparencias que cubren el cuerpo son menos púdicas que una declaración en carne viva... Escribo de lo que me duele. Hoy veo con toda claridad que la escritura quiere poner nombre e imponer un protocolo al caos. Al caos de la naturaleza, a la desorganización de esas células dementes que se resisten a morir, y al caos que habita en el orden de ciertas estructuras sociales".  

     Porque lo que la autora desea es saber de dónde le viene el dolor --sí, Clavícula es, además, una novela que habla sobre el dolor de tal manera que llega a radiografiarlo--, a qué se debe, cómo puede terminar con él y, sobre todo, por qué demonios ninguno de los médicos consigue localizarlo. Porque se le han realizado toda clase de pruebas y no hay un solo diagnóstico fiable. Algo desalentador. Sin duda, aterrador. Y es que en las doscientas páginas de Clavícula Marta Sanz nos habla de la poca atención que prestamos a las señales de nuestro propio cuerpo, de la vulnerabilidad de hacerse mayores y de la fragilidad resultante de comprobar que nuestros padres se han convertido en ancianos. Pero también del dolor resultante de las relaciones entre padres e hijos, de la vigilancia de la que somos objeto cuando entramos en internet y de la impotencia que sentimos al errar nuestras respuestas ante preguntas importantes que nos conciernen.

     La depresión, la crisis y lo psicosomático también son tratados a lo largo de la novela. A menudo, desde un punto de vista corrosivo, ácido, humorístico. Así, sobre la incomprensión de que son objeto las mujeres víctimas de enfermedades raras, ironiza lo siguiente: Las enfermedades imaginarias nos postran de una manera ensimismada que destruye a los otros. Con desconsideración. Nos olvidamos del mundo y sus urgencias... Estamos exhaustas. Qué hijas de puta somos las enfermas imaginarias. 

     Clavícula es una novela intensa, singular, diferente, original, sorprendente, talentosa, clarividente, lúcida, valiente, arriesgada, honesta, social, moral, políticamente incorrecta y que sabe dirigir la atención del lector exactamente hacia donde apunta la flecha. Digna, sin un ápice de duda, de quien afirma que me gustan los libros que abren estigmas en las palmas de las manos, los que aprietan la garganta y nos cortan la respiración. Todo ello, a pesar de que no tolero mostrar debilidades en público porque el público es siempre un enemigo. ¡Pues vaya manera de demostrarlo!             


lunes, 24 de abril de 2017

Mimoun. Rafael Chirbes. Anagrama. 1988. Reseña





     Rafael Chirbes tardó dos años (1985-7) en escribir el centenar de páginas que componen su primera novela publicada --que no escrita, pues se habla de hasta cuatro obras anteriores que todavía a día de hoy siguen inéditas, ocultas, perdidas--, a la que puso por título Mimoun, palabra árabe que significa algo así como el creyente o el que tiene fe. Sin embargo, en la novela, Mimoun es el nombre de un pequeño poblado marroquí inventado por el propio autor. Un lugar nada exótico sino más bien hostil, perturbador y amenazador en todas las épocas del año.

     En todas las novelas de Chirbes podemos encontrar ciertos aspectos autobiográficos en algunos de sus personajes. Y Manuel, el protagonista de esta historia, no es una excepción. Aunque trabaja en Fez, prefiere huir de una gran ciudad para refugiarse en un lugar algo apartado como es Mimoun. Aunque ello lo obligue a hacer kilómetros cada día de trabajo. Además, Manuel es escritor, y tiene una historia en la cabeza que le parece magnífica. Lástima que en Marruecos en lugar de inspirarse vaya perdiendo interés por aquella obra que tan llamativa le parecía en Madrid.

     Manuel se muestra como un personaje indolente, frío, casi inexpresivo, al más puro estilo del Meursault de El extranjero, de Camus, o del Holden Caulfield de El guardián entre el centeno, de Salinger. Y, no obstante, el modelo que reconoció tomar Chirbes a la hora de escribir y narrar la novela reseñada fue el de Otra vuelta de tuerca, de Henry James. Un tono más que apropiado para contar la historia de un desconcertado profesor de español que busca un paraíso y se pierde en un laberinto decrépito y claustrofóbico que lo arrojará a las manos de la soledad y el alcohol.

     Preocupación formal y verdad literaria se dan la mano en la narración de Manuel, testigo subjetivo que no solo critica el Marruecos de la época sino también a aquella España que casi lo ha expulsado. No en vano, Chirbes ya colocó el dedo en la llaga en su primera obra conocida. Algo en lo que siempre destacaría. La duda, el empantanamiento y el desconcierto de Manuel son los de toda una generación. Y ese Mimoun que tan exótico parece en un inicio dará paso al odio y a la sensación de que no hay huida posible. Manuel cada vez escribirá menos, beberá más y perderá más el tiempo. Y nada hay peor para un escritor que tener la sensación de estar perdiendo el tiempo.

     Algo parecido debió ocurrirle al propio Chirbes. Dos años para un centenar de páginas no es demasiado a primera vista. Sin embargo, el resultado valió la pena. Me sentía como si fuera una burbuja que flotase en el mar de la noche y pensé que, cuando aquella burbuja se viera obligada a reventar, iba a convertirse en nada, nos dice Manuel. Un personaje que se nos muestra como un muerto en vida, preso en un sin fin de pesadillas nocturnas que amenazan definitivamente su mente. Inmerso en una vida de amarga provisionalidad, de excesos, suciedad, sexo y destructivas orgías carentes por completo de placer pero repletas de vicio improductivo.

     En efecto, Manuel caerá en una especie de estado de total promiscuidad, tanto sexual como social. Y la culpa pondrá a prueba sus nervios y su capacidad para seguir con su vida. Comprendí que había regresado no para atender a Francisco, sino para ponerme bajo su vigilancia y que él pudiese castigarme, nos cuenta tras un intento de falso suicidio de su amigo. Y no es extraño ese sentimiento, pues así ve nuestro protagonista ese Mimoun que él mismo había elegido como lugar para vivir: El aislamiento de la gente (de Mimoun) era como el de esos árboles inmensos y solitarios cuyas raíces se buscan bajo la tierra.   

     Esa soledad tan magníficamente ejemplificada en los árboles (y sus raíces) de Mimoun explica en buena parte su incesante búsqueda del sexo y del amor. Un amor homosexual que también lo atrapará, tal y como veríamos nuevamente en la última obra de Chirbes, publicada pocos meses después de su muerte. Como si con ello hubiera de cerrar un círculo entre esta obra y París-Austerlitz. Manuel bebe una cerveza que es poco más que una mezcla de agua y jabón. Y debe de soportar que Francisco le diga cosas tan hirientes como esta: Tú nunca llegarás a escribir: solo te interesan las vistas panorámicas. 

     Por lo visto, desde el principio, el estilo de Chirbes estuvo bien definido: contenido, más sugerente que indicativo, crítico, duro, insobornable y no adscrito a ningún canon literario (pese a que en ocasiones, como en el ejemplo que nos ocupa, sí beba más o menos directamente de algún escritor o de alguna obra anterior tomada como modelo narrativo). En Mimoun encontramos, pues, el germen de todo lo que vendría después. Una sucesión de joyas necesarias, obligatorias --si es que en literatura se puede obligar a alguien a algo--, recomendables y altamente disfrutables. ¡Vaya debut literario!   

miércoles, 12 de abril de 2017

Los renglones torcidos de Dios. Torcuato Luca de Tena. Planeta. 1979. Reseña





     Hasta dieciocho días seguidos estuvo encerrado el escritor y periodista madrileño Torcuato Luca de Tena en un manicomio para documentarse para poder escribir Los renglones torcidos de Dios. Convivió como un loco más entre los locos del Hospital Psiquiátrico de Conxo, en Santiago de Compostela. Corría el año 1979, en pleno período post franquista y de transición a la democracia. La tan mal llamada transición democrática. El autor de esta absoluta obra maestra de la literatura contemporánea española pidió permiso al psiquiatra Juan Antonio Vallejo-Nágera para ingresar en su manicomio. Llegaron a discutir y el reconocido psiquiatra se lo impidió.

     Sin embargo, Luca de Tena consiguió ser admitido en otro hospital y llevar a cabo la tarea documental que necesitaba para escribir aquella historia que tenía entre ceja y ceja. El resultado fue tal que el propio Vallejo-Nágera le pidió prologar el libro. Ver para creer, ¿verdad? Sin duda, los bastos apuntes recogidos en su estancia en Santiago le vinieron de perlas a la hora de caracterizar a cada uno de los más de trescientos personajes que aparecen, de una u otra forma, en la novela. Eso sí, para evitar suspicacias, inventó el inexistente Hospital de Nuestra Señora de la Fuentecilla, en los alrededores de Zamora, donde se ambientó la trama.

     Al margen de la soberbia y magistral caracterización de los personajes, cabe destacar en Los renglones torcidos de Dios un seguido de explicaciones psicológicas y psiquiátricas (y hasta psicoanalíticas) de las enfermedades padecidas por los compañeros de encierro de Alice Gould, protagonista principal de la novela. Hecho que, desde la publicación de la obra, en diciembre de 1979, ha ido haciendo las delicias no solo de los entusiastas lectores de la misma, sino también de especialistas en la materia. Y es que, en mi modesta opinión, aunque han pasado casi cuarenta años, supone aún a día de hoy una manera original e interesante de explicar los diversos procesos psicológicos. Claramente, estamos ante una obra que debería ser de obligada lectura para cualquier psicólogo o psiquiatra que se precie. Una especie de El mundo de Sofía (de Jostein Gaarder) para los filósofos contemporáneos. 

     Como el propio autor, su protagonista principal, Alice Gould, se hace ingresar en el manicomio. No obstante, su intención no es la documentación sino la investigación. Investigadora de profesión, su propósito es realizar una serie de indagaciones que la lleven a descubrir al autor del asesinato del padre de un cliente suyo, Raimundo García del Olmo, casualmente otro especialista de la psique humana que conoce al director del manicomio: Samuel Alvar. Alice está segura de que el asesino es uno de los internos y pretende encontrarlo y desenmascararlo para cobrar un suculento sueldo. Cliente y director se ponen de acuerdo en que la enfermedad que mejor puede interpretar la investigadora es la paranoia. 

     Desde el inicio de su encierro nada se desarrollará según los planes previstos, lo que hará esforzarse a la protagonista no para pretender pasar por lo que no es sino para todo lo contrario, es decir: demostrar que no lo es en realidad. Todo ello, narrado de una manera que provoca en el lector verdadera angustia ante el cariz que van tomando los acontecimientos. Porque, como afirma en el prólogo Vallejo-Nágera, ¿puede haber algo peor para un ser humano que imaginar ser enterrado vivo o verse encerrado en un manicomio estando totalmente sano? Pues bien, al segundo de estos hechos deberá hacer frente Alice, desplegando toda su astucia, inteligencia y elocuencia tanto de palabra como de pensamiento.

     Esos giros en la trama, esos hechos que angustian al lector y los pensamientos, los traumas y las mochilas del pasado de los protagonistas (muchos de ellos, arrebatadoramente entrañables pese a sus locuras) constituyen, al margen de todo lo anteriormente expuesto, los puntos fuertes de la novela. Una novela que puede calificarse incluso de thriller psicológico precisamente por sus giros a nivel de trama. Y es que, en numerosas ocasiones a lo largo del desarrollo de la novela, cuando un tema parece cerrado de repente todo cambia y vuelve a liarse más que antes. Lo cual ata literalmente al lector a sus páginas. 

     La dedicatoria de la novela dice así: Los renglones torcidos de Dios son, en verdad, muy torcidos. Unos hombres y unas mujeres ejemplares, tenaces y hasta heroicos, pretenden enderezarlos. A veces lo consiguen. La profunda admiración que me produjo su labor durante mi estadía voluntaria en un hospital psiquiátrico acreció la gratitud y el respeto que siempre experimenté por la clase médica. De aquí que dedique estas páginas a los médicos, a los enfermeros y enfermeras, a los vigilantes, cuidadores y demás profesionales que emplean sus vidas en el noble y esforzado servicio de los más desventurados errores de la Naturaleza.

     Toda una declaración de intenciones que ejemplifican los doctores César Arellano, Sobrino y Rosellini, la doctora Bernardos, la enfermera Montserrat Castell o las cuidadoras (batas blancas) conocidas como las Conradas por ser madre e hija. Un homenaje totalmente merecido a un colectivo a menudo nada valorado pero absolutamente necesario en una sociedad que conoce cada vez más y mayores enfermedades mentales, a través de una de esas maravillas literarias que todo el mundo debería leer, al menos una vez, a lo largo de su vida. 

     Y para acabar, no debo dejar de comentar que la novela fue llevada al cine en 1983 a través de una producción mexicana de idéntico título dirigida por Tulio Demicheli e interpretada por Lucía Méndez (en el papel de Alice Gould), Gonzalo Vega, Manuel Ojeda, Alejandro Camacho y Mónica Prado. El proyecto contó con la participación personal del propio Torcuato Luca de Tena, quien elaboró el guión de la misma.         

                          

lunes, 3 de abril de 2017

Crónica de una muerte anunciada. Gabriel García Márquez. Mondadori. 1987. Reseña





     El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Así comienza una de las novelas más representativas e imprescindibles de la literatura contemporánea. El Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez realiza en esta novela corta --apenas un centenar de páginas-- un tour de force genuino y extraordinario, atrapando al lector en una lectura cuyo desenlace conoce ya desde su primera frase. Y para ello, además de un lenguaje exquisito, empleó una acción a la vez colectiva y personal, clara y ambigua. Hasta el punto de que los recuerdos de unos protagonistas y otros llegan incluso a contradecirse.

     Y es que esta crónica del asesinato de Nasar está escrita 23 años después de los hechos, por lo que el narrador, de quien no sabemos su nombre pero sí que era amigo del fallecido, relata los hechos y cita los testimonios de aquellos testigos que llegan a contradecirse en algo tan simple, tan sencillo como si llovía o lucía el sol aquel lunes trágico. García Márquez realiza un exhaustivo trabajo literario-periodístico para acercarnos unos hechos tan claros como ambiguos, tan objetivos como subjetivos. Y, todo ello, para convertir esta novela en una obra maestra de la literatura.

     El narrador avanza y retrocede en la historia para trazar los hechos fundamentales que llevan a los hermanos Vicario a buscar la muerte de Nasar, un turco de tercera generación afincado en un pequeño pueblo colombiano (motivo por el cual el genial escritor conoce de primera mano el hecho histórico real contado). Su escritura es tan mágica que, pese a conocer el lector el más importante de los hechos: el asesinato, no puede dejar de leer para saber más. Y es que la acción va in crescendo, hasta desembocar en la escena del asesinato. 

     Tres ideas clave están detrás de la intra historia de esta novela: la caza de amor es de altanería (cita de inicio que pertenece a Gil Vicente y que utiliza el autor como introducción a un hecho fundamental en la trama de la novela: el matrimonio concertado entre Bayardo San Román y la joven Ángela Vicario, devuelta por su marido pocas horas después de la boda por no haber llegado virgen al matrimonio); dadme un prejuicio y moveré el mundo (anotación del juez instructor del sumario tras preguntar a Ángela Vicario sobre el supuesto culpable de la pérdida de su virginidad); y la fatalidad nos hace invisibles (nueva anotación del juez instructor tras hacerse una opinión de los hechos acaecidos).

     Esta última cita es muy importante para la trama de la historia, pues todo el pueblo --convertido en un personaje más, al más puro estilo de La colmena, de Cela, por ejemplo-- conoce la intención de los hermanos Vicario de asesinar a Santiago Nasar para salvar el honor de su repudiada hermana, pero por diferentes motivos nadie, absolutamente nadie es capaz de impedirlo. Y eso que los hermanos anuncian a todos los vecinos del pueblo de sus intenciones. Intenciones que o no son tenidas por verdaderas o simplemente son pasadas por alto por todos los vecinos. Precisamente la gran cantidad de vecinos provoca que existan tantos protagonistas en la novela, pues todos ellos juegan un papel más o menos importante en la acción de la misma. 

     Resulta sobrecogedor el hecho de que nadie pueda hacer nada por salvar a Santiago pese a ser su muerte tan largamente anunciada. También el cúmulo de circunstancias que impiden su salvación por parte de los poquísimos vecinos que sí querrían haber impedido su asesinato. Algo que, en parte, incluye a los propios hermanos Vicario. La cuestión es que el narrador consigue que el lector empatice con la historia y con el fallecido hasta el punto de llegar a sentirse impotente por no poder alterar los hechos que conducen a tan trágico final. Cuestión esta que compunge su corazón hasta la última línea de la narración.  

     La mayoría de los personajes se sienten de alguna manera culpables de los hechos ocurridos 23 años atrás. Y, sin embargo, también la mayoría quiere formar parte de la tragedia. Casualidad, destino, violencia, la incapacidad para conocer toda la verdad de los hechos, el machismo, la traición, la venganza, el honor y sus crueles códigos, el fetichismo, la superstición, la milagrería, la credulidad y el simplismo son temas que se tratan con mayor o menor profundidad a lo largo de la exposición de los hechos. Todo, desde un punto de vista multi perspectivo que va sembrando dudas, inconsistencias y ambigüedades.  

     En 1987, año en que editó la obra Mondadori, se estrenó también la película de mismo título, dirigida por Francesco Rosi e interpretada por Rupert Everett, Ornella Muti, Anthony Delon e Irene Papas. El propio García Márquez afirmó que era una adaptación paupérrima y muy poco fiel a su obra, lo que repercutió negativamente a la hora de posteriores permisos para futuras adaptaciones. No en vano, no hubo más hasta 2007, cuando se llevó al cine El amor en los tiempos del cólera. En definitiva, Crónica de una muerte anunciada supuso el acercamiento entre lo periodístico y lo narrativo y una aproximación a la novela policíaca. Estamos, muy probablemente, ante la obra más realista del genial escritor colombiano.