LIBROS

LIBROS
Mostrando entradas con la etiqueta polémica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta polémica. Mostrar todas las entradas

miércoles, 2 de noviembre de 2016

El guardián entre el centeno. J. D. Salinger. Edhasa. 2007. Reseña





     Algunos autores no necesitan más que una obra para alcanzar la inmortalidad literaria. Ejemplos hay muchos a lo largo de la historia. El estadounidense J. D. Salinger es uno de ellos. El guardián entre el centeno fue su única novela publicada (se rumorea que existen más obras que nunca han sido plasmadas en libros físicos), hecho que no ha impedido que sea mundialmente conocido. La historia de Holden Caulfield vio la luz en 1951, aunque no se tradujo al castellano hasta diez años después, con el título de El cazador oculto. Una nueva traducción, esta de 1978, fijó el título definitivo por todos conocido.

     Desde el mismo momento de su publicación resultó polémica. Multitud de jóvenes y algunos críticos de la sociedad norteamericana de la época la acogieron de inmediato, convirtiéndola en popular. Sin embargo, otros vieron en su lenguaje provocativo y sus continuas alusiones al tabaco, el alcohol y la prostitución algo ofensivo e instigador de masas. La puritana sociedad de los EE. UU. de los años cincuenta no estaba preparada para una historia tan realista, protagonizada por un joven inadaptado de diecisiete años. Esos casos, obviamente, debían ser escondidos, sepultados, olvidados. Ese fue el tremendo error (por fortuna, solo para algunos) de Salinger.

     Como el tiempo todo lo cura, el paso de los años ha convertido a El guardián entre el centeno en una de las diez obras más leídas en su país de origen, donde además es lectura obligatoria en los institutos. Se han vendido más de sesenta millones de ejemplares en todo el mundo y su influencia en la cultura popular es innegable. Para bien y para mal. En el primer caso, ha influido en la música --Billy Joel compuso su célebre tema We didn´t start the fire tras leerla y grupos como Guns N Roses, Offspring, Green Day o Chemichal Brothers también se han inspirado en la obra para componer algunas de sus canciones más conocidas-- y, pese a que ni Salinger ni su protagonista amaban precisamente el cine --por eso nunca dejó que se adaptara a la gran pantalla--, encontramos referencias más o menos directas en las películas Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), Annie Hall (Woody Allen, 1977), El resplandor (Stanley Kubrick, 1980 (siguiendo el libro de Stephen King, escritor también influenciado por Salinger, al igual que Philip Roth, John Updike o Lemony Snickett)), Conspiración (Richard Donner, 1997) o The good girl (Miguel Arteta, 2002).

     Para mal, ha influido también a varios asesinos famosos que declararon ser fans o estar obsesionados con la novela: John Hinckley Jr. (quien trató de asesinar al presidente Ronald Reagan en 1981), Mark David Chapman (quien, tras matar a la puerta de su casa a John Lennon, esperó tranquilamente a que la policía lo detuviera leyendo un ejemplar de este libro) o Robert John Bardo (que también llevaba una copia de la misma en su bolsillo el día que mató a la actriz Rebecca Schaeffer). Tanto es así que se rumorea que las librerías de los EE. UU. tienen hilo directo con el FBI y la CIA, que conocen al momento la identidad de los compradores de la novela.

     Realidades o mitos al margen, está claro que estamos ante una de esas novelas que no dejan a nadie indiferente. Pero, ¿qué tiene la obra para cautivar tanto a defensores como a detractores e influir de esa manera a creadores y asesinos por igual? La clave la encontramos en su protagonista y narrador. Holden Caulfield (¿probable alter ego del propio Salinger?) tiene diecisiete años, es alto y tiene cabello gris en la parte derecha de su cabeza, lo cual lo hace parecer mayor de edad, posibilitando su acceso a lugares y vicios no permitidos a los jóvenes de la época. Su edad explica su lenguaje a la hora de narrar su historia. Su mirada, ingenua pero cruda, y su inteligencia y capacidad para detectar los aspectos más ridículos de las personas --narcisismo, superficialidad, hipocresía o escasas luces-- le permiten criticar sin ton ni son a todo el que lo rodea.

     Holden no encaja en ningún colegio. Pese a ser extremadamente inteligente para algunas cosas, no logra aprobar sus asignaturas por evidente falta de interés. No encuentra su camino en la vida y se dedica a dar tumbos por la ciudad de Nueva York. Se fuga de Pencey, el colegio en el que está interno, tres días antes de su expulsión del centro. Una de tantas. Es una alienado, un paria, un excluido, un indolente, un extranjero al más puro estilo Camus (¿quizá influyó en él la obra del autor francés?). En su periplo de cuarenta y ocho horas por la ciudad, visitará hoteles, lugares de ocio nocturno y teatros, donde conocerá o se reencontrará con conocidos que encarnarán lo peor de la sociedad neoyorkina de la época.

     El protagonista está alienado incluso de su propia familia, con la que ni siquiera convive al estar recluido siempre en colegios internos. Se lleva mal con sus padres, especialmente con su padre; considera que su hermano mayor, D. B., es un vendido a Hollywood por escribir guiones en lugar de novelas; su hermano Allie había muerto un par de años antes y lo echa de menos; y su hermana pequeña, Phoebe, es la única que parece entenderlo pese a su escasa edad. Vive una vida económicamente privilegiada aunque vacía. Y cuestiona casi intransigentemente los valores de la sociedad hasta el punto de convertirse en un rebelde sin causa.

     El joven Caulfield nos presenta página a página, capítulo a capítulo los defectos de su sociedad y también los propios. Nos hace reír con esa crítica feroz de sus hipócritas y ridículos compañeros de andanzas y nos conmueve según nos lleva de la mano hacia su tragedia personal. Es un personaje lúcido para algunos aspectos, ignorante para otros, desconfiado para todos ellos y, sin duda, trágico. Hasta la médula. No lleva buen camino. Va a descarrilar y vemos que se acerca el momento. Sin embargo, nos deja frases para enmarcar y tratar de seguir en nuestras vidas. Como la que cierra la novela: Tiene gracia. No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo. ¿Quizás sea ese el motivo de que no conozcamos más obras de este genial novelista?                      

       

viernes, 15 de abril de 2016

Altamira. Huhg Hudson. 2016. Crítica





     Hace un par de semanas se estrenó Altamira, la nueva película del malagueño Antonio Banderas en la cual encarna a Marcelino Sanz de Sautuola, hombre proveniente de una familia aristócrata cántabra y, lo más interesante para la Historia en general y esta historia en concreto, arqueólogo aficionado, que descubrió, junto a su hija María, de nueve años, la cueva y las pinturas rupestres más importantes de Europa. Fue en 1879. Y ese descubrimiento, que debería haber constituido un hito histórico de primer orden mundial, amenazó con destrozar la hasta entonces tranquila vida de los Sautuola. 

     Pese a que la taquilla le ha dado la espalda --ha recaudado mucho menos de lo esperado en un principio a pesar de contar con uno de los actores más mediáticos de nuestro cine-- la película cumple a la perfección con el doble cometido de enseñar historia y a la vez entretener. Altamira está considerada como la Capilla Sixtina del arte rupestre por contener en su bóveda pinturas de bisontes datadas en 20.000 a. C. No obstante, su descubrimiento se vio envuelto en varias polémicas, las cuales son tratadas en la película con gran rigurosidad.

     La cinta, dirigida por Hugh Hudson (Carros de fuego (1981), Greystoke, la leyenda de Tarzán (1984) o Los secretos de la inocencia (1999)), cuenta con unas magníficas fotografía (José Luis Alcaine), música (Mark Knopfler y Evelyn Glennie) y efectos visuales (las imágenes de los bisontes cobrando vida a partir de las pinturas son dignas de mención, sin duda). Y la ambientación, en Santillana del Mar y la costa cántabra, transportan al espectador a aquella Cantabria de fines del siglo XIX que, al igual que el resto del país, pugnaba por dejar atrás el atraso para tomar el camino del (a veces) mal llamado progreso.

     Son básicamente dos las polémicas desatadas por el descubrimiento de las pinturas rupestres de Altamira. Ambas, tratadas minuciosamente en el film. Por un lado, el eterno dilema --en aquella época-- entre razón y fe; entre ciencia e Iglesia; entre evolución y creación. Los ataques recibidos por Sautuola por parte de la Iglesia Católica fueron muchos y muy duros, incluso llegando a tratarle de herético por sostener que las pinturas eran anteriores a Adán y Eva. Algo inaceptable para una Iglesia retrógrada, inflexible y carente por completo de valores y de buenos modos. Impecable el papel interpretado por Rupert Everett, autoridad eclesiástica local que acusa a Sautuola de atacar las verdades bíblicas.  

     La segunda polémica viene desde el mundo de la ciencia y la controvertida relación que desde hace tanto tiempo ha habido entre España y Francia. A fines del siglo XIX el mundo científico y prehistórico estaba liderado por Émile Cartailhac, respetado arqueólogo francés que no aceptó como reales las pinturas de Altamira. Su nacionalismo y su colonialismo científico le llevaron a acusar de falsificador a su descubridor, que cayó en el descrédito más absoluto. De nada sirvió su conocida rectificación tras similares hallazgos en su país natal. Sautuola no vivió para ver públicamente recompensadas su entrega y dedicación. 

     Pero, Historia al margen, la película trata también la historia familiar de los Sautuola. En ese sentido, cabe resaltar la magnífica relación paterno-filial entre los personajes de Banderas y Allegra Allen, que encarna a María. La dedicación del primero y la adoración mutua entre ellos es uno de los fuertes de la cinta. Hasta el punto de que la niña sigue tan a pies juntillas las explicaciones de su padre que imagina a los bisontes y hasta llega a darles vida. Y sus ojos nos miran tan fijamente desde la pantalla que también nosotros los sentimos como plenamente reales.  

     Sin embargo, lo que de verdad nos tiene en vilo durante la hora y media de duración del film es la relación entre el matrimonio. Porque Conchita (Golshifteh Farahani (Éxodo: dioses y reyes o Red de mentiras)), la esposa de Sautuola, es tan dulce como devota, y según se introduce su esposo en su intento por dar a conocer su hallazgo a la comunidad científica internacional observamos cómo se va resquebrajando la relación entre los cónyuges. Sobre todo cuando su marido es acusado de falsificador y decide cerrar la cueva. Marcelino y Conchita pugnan por sus respectivas verdades y, a la vez, por salvar su matrimonio. Ellos encarnan a la perfección esa dicotomía entre razón y fe, entre ciencia y religión.

     Altamira no es la octava maravilla del mundo del cine. Tampoco la película del año ni la que más pueda recaudar. Ni falta que le hace. Cumple con sus pretensiones de mostranos un pedacito de la historia de nuestros antepasados --los del siglo XIX y los del Paleolítico--, retrata convincentemente la intrincada sociedad de la época en que está ambientada y nos enseña que el amor puede tener algo de redentor y que en ocasiones puede con todo. Incluso con la razón, la fe, la ciencia, la Iglesia y los fracasos.


                   

miércoles, 14 de octubre de 2015

Ve y pon un centinela. Harper Lee. HarperCollins. 2015. Reseña





     Este pasado verano se publicó la novela perdida de Harper Lee Ve y pon un centinela, escrita en 1957. En realidad estamos ante el primer borrador de su conocida novela Matar a un ruiseñor. Un clásico que se publicó en 1960 y que ganó el Pulitzer en 1961. Hablaré de ella en las próximas semanas, pues tengo prevista su lectura para dentro de unos pocos días. El hecho de que no la haya leído todavía me impide dar una opinión clara sobre la polémica surgida en torno a la publicación de esta nueva obra.

     La cuestión es que nos encontramos ante la novela original de Harper Lee. Y Matar a un ruiseñor fue el resultado de un pulido y lavado de cara allá por 1960. Pese a que la temática es la misma en ambos casos, la nueva publicación - es decir, la original - es más clara y directa sobre el problema de la segregación racial existente en los estados del sur de los EE. UU. en la época de su escritura. Tanto es así, que los editores propusieron a Lee reescribirla para crear una obra menos polémica. Así que la autora situó los hechos dos décadas antes que en la original y difuminó ciertos aspectos para construir una novela más preparada para la sociedad del momento.

     Quizás los editores pensaron que los EE. UU. de aquellos momentos no estaban listos todavía para una novela tan arriesgada, política, feminista y realista. Una novela - la ahora publicada como Ve y pon un centinela - que, escrita por una mujer blanca del sur, se implicaba demasiado en el tema de los derechos civiles, la segregación racial, la justicia y la convivencia. Como he dicho anteriormente, el hecho de no haber leído todavía Matar a un ruiseñor - la versión definitiva de este primer borrador -, me impide decir nada más sobre el tema. Eso sí, la polémica deja abierta la posibilidad de un debate acerca de los prejuicios de la sociedad estadounidense de 1960.

     El hecho es que al situarse la acción dos décadas después que en Matar a un ruiseñor se ha dicho que Ve y pon un centinela era la continuación del clásico. Algo que choca de frente con el hecho de que la protagonista, Jean Louise - Scout -, tiene 26 años de edad en la versión recientemente publicada. Por contra, Atticus ronda los setenta, lo cual sí cuadraría con lo anterior. Dicho todo esto, y a falta de echarle los ojos a Matar a un ruiseñor, paso a reseñar la novela que hoy nos ocupa.  

     Jean Louise Finch viaja desde Nueva York hasta Maycomb para visitar a su padre, Atticus, durante sus vacaciones estivales. De 26 años, la joven irá perdiendo paulatinamente la inocencia, el idealismo y la visión que del pueblo y de su familia tenía hasta entonces. Le molestará más que nunca vivir de cara a los demás; se lamentará ante la caída de los héroes que para ella eran en el pasado su tío Jack y, sobre todo, su padre, Atticus; se horrorizará ante la existencia de organizaciones que luchan por seguir separando a los negros de los blancos; se afirmará como mujer independiente y rebelde; y luchará, como nunca, por sus ideales de justicia e igualdad.

     A través de sus diecinueve capítulos - divididos en siete partes -, el narrador, en tercera persona, presenta una serie de flasbacks a través de los cuales el pasado y el presente chocan de manera constante e ineludible. Así, encontramos momentos de alta tensión entre la protagonista y sus familiares: Atticus, tío Jack, Henry y tía Alexandra. Jean Louise sentirá cada vez más la imperiosa necesidad de huir para siempre de un Maycomb al que no entiende. Y todo ello sin darse cuenta de que esa rebeldía forma parte del necesario trayecto hacia la madurez.

     Jean Louise luchará por sus sueños contra todo aquel que se ponga en su camino, debiendo matar a partes de sí misma y de aquellos que la rodean. Algo que, por otra parte, le ocurre a la mayoría de las personas. ¿Quién no ha idealizado a sus padres, creyendo a pies juntillas que lo que estos decían era lo correcto, hasta que un buen día les ha visto caer de esos pedestales imaginarios en los que los había tenido hasta entonces, comprobando que hasta los héroes cometen errores más o menos graves? De esta manera, ese viaje de Jean Louise a Maycomb es, en realidad, un viaje al verdadero conocimiento de ella misma y de los demás. Un viaje para el que quizás no estaba preparada, pero que es necesario para comenzar a madurar.

     Una maduración que no le impide dejar de luchar por lo que cree que es justo. Exactamente como hace - y  ha hecho siempre - el resto de los miembros de su familia. Una familia que no es perfecta, pero que es y será para siempre la suya. Una familia que, pese a ser imperfecta, alumbra frases tan certeras como las dos que reproduzco a continuación y que, creo, definen a la perfección el espíritu de este relato:
a) Los prejuicios, una palabra sucia, y la fe, una palabra limpia, tienen algo en común: ambas comienzan donde termina la razón.
b) La isla de cada ser humano, Jean Louise, el centinela de cada uno, es su conciencia. 

     Estamos ante una gran novela, sin duda. Se lee de forma independiente al clásico al que precedió. Ahora, solo me resta comenzar a leer su versión definitiva: Matar a un ruiseñor.