LIBROS

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jueves, 22 de diciembre de 2016

El psicoanalista. John Katzenbach. Ediciones B. 2016. Reseña





     Quien me sigue sabe que no soy muy de leer thrillers. No porque no me gusten. De vez en cuando va bien leer alguno para desconectar. Pero, ciertamente, thrillers muy buenos hay muy pocos. O eso al menos opino yo. Casi todos suelen seguir más o menos los mismos patrones. El autor en cuestión cambia los nombres, los ambientes y los escenarios, se dedica casi a copiar los guiones establecidos por el género y ¡ya tenemos un thriller prefabricado de gran éxito comercial! Obviamente, respeto absolutamente a todos los autores de cualquier género literario. Escribir un libro cuesta mucho. Muchísimo. Yo lo sé bien. Pero para escribir un gran thriller hace falta innovar.

     Y eso es precisamente lo que hizo John Katzenbach en 2002 al escribir El psicoanalista. Una novela de suspense psicológico en la que poco a poco, a base de una serie interminable de pinceladas discontinuas, no solo conocemos los rasgos psicológicos del protagonista principal, sino también las de los secundarios. Porque, como terapeuta que es, Rickie Starks analiza a cualquier personaje que aparece en la novela, componiendo un enorme mosaico de personalidades y enfermedades mentales diferentes. Psicópatas, neuróticos obsesivos, histéricos, simples depresivos, etc forman todo un análisis psicológico-social de nuestro tiempo. Un tiempo en el que cualquier especialista en salud mental tiene la vida solucionada.

     Starks recibe una felicitación muy especial el día de su 53 cumpleaños, el primer día de su muerte. Rumplestilskin firma una carta en la que amenaza al terapeuta con destrozar la vida de alguno de sus familiares si en un plazo de quince días no averigua su identidad. Sin embargo, el deseo real del señor R no es ese, sino que el terapeuta se suicide a cambio de alejar del peligro a sus familiares. Descubra mi identidad, publique mi nombre en el periódico, o perderá el juego. Un juego que el terapeuta se verá obligado a jugar con las escasas pistas que le irán dando Rumplestilskin y otros dos personajes que parecen empleados del mismo.

     La primera parte de la novela, titulada Una carta amenazante, nos va desentrañando las pistas que Starks recibe de parte del señor R, la extraña y muy atractiva Virgil y el implacable abogado Merlin. Todos ellos, evidentemente, nombres ficticios. Las indagaciones de Rickie le llevarán a averiguar que el señor R es el hijo mayor de una antigua paciente de los inicios de su carrera como terapeuta, de la época anterior a montar su consultorio privado en pleno Nueva York. Recordar cada una de sus pacientes de veinte años atrás no resultará sencillo para él, por lo que la empresa se le antojará casi imposible. No obstante, su larga experiencia como analista le hará llegar a otra solución inesperada por sus torturadores

     Y es que, a veces, para ganar un juego con reglas puestas por tu rival, se hace necesario transgredirlas e inventar las propias. Y a ello se dispone Starks el último de esos quince días de plazo que ya se agotan. Sobre todo, porque ya nada tiene que perder: su mujer había fallecido de cáncer tres años atrás, sin descendencia, y el señor R y sus compinches se habían encargado, en tan solo quince días, de arruinar su vida a base de vaciar sus cuentas de ahorro, difamar su profesionalidad mediante una denuncia falsa de abusos sexuales a una paciente y destruir su casa a través de un accidente en forma de explosión de una cañería. Así las cosas, en efecto, debe suicidarse. Su vida carece de sentido.

     Sobre la segunda y tercera partes de la novela, El hombre que nunca existió y Hasta los malos poetas aman la muerte, no puedo desvelar nada porque desentrañaría la trama y arruinaría la lectura de quienes estén dispuestos a realizarla. Algo que recomiendo. Simplemente diré que la forma de suicidarse del protagonista pillará totalmente desprevenidos a sus instigadores. Y hasta ahí puedo escribir en estas líneas. La innovación a la que me refería al final del primer párrafo es la que hace que esta novela sea una maravilla del género. No en vano, ni siquiera el propio Katzenbach ha logrado escribir otra obra como la que nos ocupa.

     La sorpresa nos espera en cada una de las páginas de El psicoanalista. Y la ficción y la realidad se funden hasta tal punto que nos es cada vez más complicado diferenciarlas. Por si ello fuera poco, las pistas que Virgil y Merlin presentan a Rickie en ocasiones conducen al analista a avanzar en sus averiguaciones y en otras buscan únicamente liarlo y hacerle perder tiempo en pistas falsas. ¿Qué camino seguir, entonces? Esa es la decisión que debe tomar nuestro protagonista. Y, vencidas las presiones iniciales y el agobio de verse enfrascado en una situación tan demencial, demuestra ser capaz de aclimatarse a todo ello y avanzar en búsqueda del que, con el tiempo, se convierte en su verdadero objetivo.

     La novela, al margen de entretener al lector, radiografía una época, una sociedad, un país. Resulta muy inquietante leer la facilidad con la que los delincuentes son capaces de cambiar de identidad para no dejar rastro alguno, con la que se pueden obtener documentos falsos, cometer delitos informáticos, entrar en nuestros domicilios mientras nosotros no estamos, provocar accidentes domésticos, obtener una licencia de armas. Amenazar, en suma, las vidas de los ciudadanos de a pie. Con total impunidad, además. No obstante, la novela debe ser tomada como lo que es: un divertimento, una desconexión. Y te atrapa. Desde la primera página.                  
        

   

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Primera mujer, primer amor. José Ferrandis Peiró. 2016. Reseña





     Esta semana presento en sociedad mi nueva novela, la tercera desde que decidí probar a ver qué salía de mis dedos y de la pantalla de mi ordenador allá por las navidades de 2010. Tras El Círculo de las Bondades --que tendrá continuación, Dios mediante, en 2017 bajo el todavía provisional título de El Grito de los Inocentes-- y Almas Suspendidas, llega la hora de dar a conocer Primera mujer, primer amor. Se trata de una historia en la que Sergio, un joven gandiense --el centro de la acción vuelve a desarrollarse en mi ciudad natal-- con serios problemas de relación trata de buscar un camino que seguir en su vida de la mano de Víctor, un psicoanalista que tiene consulta en la capital valenciana.

     Con la ayuda de su terapeuta, Sergio logrará ir sacando adelante sus estudios y llegará a la universidad. No obstante, las relaciones sociales, sobre todo con el género femenino, seguirán siendo su talón de Aquiles durante un largo período de tiempo. Cómo vencer su timidez, su introversión y su represión sexual --ya sabemos que para Freud todo tiene que ver con el sexo-- se convertirán en el centro de la terapia. Una terapia dura, agónica, profunda que desembocará en una especie de despertar a la vida de nuestro principal protagonista, que verá cómo la superación de unos problemas no conllevará la total felicidad sino la aparición de nuevos miedos, traumas y dificultades.

     La novela está ambientada entre los años 1995 y 1997. Época en la que los escándalos de corrupción de la parte final del gobierno socialista de González provocaron la victoria popular de Aznar. Por aquellos tiempos no existían los móviles, internet, las redes sociales ni el whatsap. Los jóvenes se relacionaban básicamente en los pubs y las discotecas. Y Valencia estaba considerada la capital de la marcha, con la ruta del bakalao a la cabeza. Sin embargo, las discotecas que visitará Sergio junto a sus únicos dos amigos estarán algo apartadas del centro de la fiesta del momento. La Memphis, en Denia, y Ameva, en Castelló de Rugat, serán los lugares en los que Víctor obligará a su paciente a buscar chicas con las que romper su represión. Como es de suponer, un joven de aquel entonces con semejantes dificultades de relación no lo tenía ni mucho menos fácil a la hora de conocer gente en ambientes tan oscuros y ruidosos.

     El caso es que en la vida de Sergio acabará apareciendo Lilith, una joven de Albanta, un pueblo grande/ciudad pequeña donde la mayoría de sus habitantes se dedican a la agricultura y a la industria textil. El término Albanta es ficticio y constituye un guiño y un reconocimiento de mi parte al gran genio filipino Luis Eduardo Aute, que sufrió un infarto mientras esta novela estaba siendo escrita. La relación que se irá estableciendo entre los jóvenes chocará de lleno con la eterna cuestión de las diferencias entre las ciudades más o menos grandes y los pueblos o ciudades más pequeñas. El dichoso qué dirán y el sempiterno mundo de las apariencias. Sin embargo, no será esta la única dificultad a la que tendrán que enfrentarse los jóvenes, aunque el resto ya es cuestión de leerlo, por supuesto.

     Me gustaría aclarar otros dos aspectos significativos de la novela. Por un lado, el psicoanálisis. Por otro, el nombre de Lilith. Respecto al primero, elegí esta escuela o corriente psicológica por resultarme más desconocida pero también más atractiva que la psicología o la psiquiatría. Al no ser entendido en la materia, debí documentarme sobre sus principales prácticas y teorías, así como sobre la interpretación de los sueños y los diferentes métodos de pergeñar los aspectos más escondidos del inconsciente humano. Una documentación costosa pero también divertida en la que creo que he aprendido bastante sobre el tema. Quién sabe: a lo mejor algún lector se ve identificado con algún personaje de la historia y decide buscar ayuda terapéutica.

     Respecto al nombre de Lilith, se trata de un homenaje a la figura de la mujer. Como explico en el prólogo de la novela, no fue Eva sino Lilith la primera mujer creada a imagen y semejanza del hombre. La Lilith original, no obstante, se cansó muy pronto de los continuos intentos del hombre por someterla a su santa voluntad, lo que la hizo huir para siempre. Entonces, sí, Dios hubo de crear a la dulce y más manejable Eva. Aunque tampoco esta salió tal y como Dios esperaba. Pero esa es otra historia cuyo final sí conocemos todos. La cuestión es que la Lilith que se convertirá en la primera mujer y en el primer amor de nuestro Sergio también deberá luchar contra un hombre inflexible y autoritario. Su propio padre: Alberto.

     Al igual que ocurriera en Almas Suspendidas, el lector capaz de realizar una lectura más pausada y tranquila de la novela descubrirá pequeñas pinceladas, como quien no quiere la cosa, de aspectos de la vida cotidiana de hace veinte años. Amén de los reseñados en los párrafos anteriores, observará cómo la economía sumergida, los trabajos en negro, sin contrato y pagados mediante sobres no es algo tan actual. Tampoco la corrupción política, el machismo --también practicado por las propias mujeres-- o la multiculturalidad del ambiente universitario. Así, se comprenderá que en estos veinte años el mundo ha cambiado mucho en ciertos aspectos, pero poco o nada en otros.

     Primera mujer, primer amor está escrita con el corazón. Con mayor o menor acierto --eso debéis decidirlo vosotros, los lectores-- pero con el corazón. Es una historia de superación personal que supone un largo y duro camino en busca de una dignidad todavía desconocida. Un trayecto que nos descubre los fantasmas interiores de sus principales protagonistas e incluso del grueso de la sociedad en que viven. ¿Conseguirán vencerlos todos, o solo algunos? ¿Se quedará alguno a medio viaje? Espero y deseo que los acompañéis, que riáis y lloréis con ellos. Y que disfrutéis de la historia. Solo así habrá valido la pena escribirla.