LIBROS

LIBROS
Mostrando entradas con la etiqueta libros. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta libros. Mostrar todas las entradas

viernes, 20 de diciembre de 2024

Mis días en la librería Morisaki. Satoshi Yagisawa. Letras de Plata. 2023. Reseña

 




    Desde hace ya muchos años los libros cuyos títulos incluyen las palabras librería y biblioteca me llaman la atención de manera inmediata. Suelo hacerme de vez en cuando con algunos de ellos -los que me atraen desde su sinopsis, por supuesto- y los leo con devoción. Es el caso de esta novela. Escrita por el japonés Satoshi Yagisawa -graduado en Humanidades en la universidad de Nihon-, Mis días en la librería Morisaki está ambientada en el conocido barrio de Jinbocho de Tokio. El barrio de las librerías (sobre todo de segunda mano) y de las editoriales más grande del mundo. Un paraíso para todo tipo de lectores. Un lugar tranquilo pero concurrido que, a escasas paradas de metro del centro de la ciudad más extensa del mundo, luce atestada de estanterías y libros a ambos lados de sus calles. Una de esas librerías, la Morisaki, está regentada por familiares de Takako desde hace tres generaciones. Es el reino de Satoru, tío de la protagonista, un hombre un tanto excéntrico y entusiasta de los libros y de su librería.

    Takako y su tío Satoru son dos almas heridas a causa del amor no correspondido. Él perdió a su esposa, Momoko, tras muchos años de un aparente feliz matrimonio. Un buen día ella desapareció dejando un escueto mensaje en el que se leía un simple por favor, no me busques. Mensaje que, muy a su pesar, Satoru cumplió a rajatabla. Desde entonces, cinco años atrás, vive, más si cabe todavía, por y para su librería. Por su parte, su sobrina Takako ha sido traicionada por su supuesto novio, Hideaki, quien tras dos años y medio de noviazgo se acaba de comprometer con una chica, compañera de trabajo de ambos, con la que también sale desde hace un tiempo. A consecuencia de ello, la joven, humillada y deprimida, ha decidido abandonar su trabajo debido a que el ambiente allí se le ha vuelto irrespirable. Decide tomarse unas vacaciones de la vida y, siguiendo el consejo de su madre, abandonar momentáneamente el barrio de Kunitachi para poner rumbo al de Jinbocho.

    No es que a Takako le haga una gran ilusión vivir rodeada de libros en el piso de arriba de la librería de un tío al que hace años que no ve y en un barrio en el que no conoce a nadie. Sin embargo, la alternativa, volver a Kyushu junto a sus padres, la deprime más todavía. Así, sus días discurren cumpliendo el trato ofrecido por Satoru: puede vivir en la librería a cambio de ayudarle en las tareas propias del negocio. Es decir, por las mañanas atiende al público y por las tardes duerme y deja pasar el tiempo sin más, víctima de la depresión, la desidia y la vaguería. Le cuesta acostumbrarse a vivir entre libros. Unos libros que huelen mal, a humedad y a viejo, y que le hacen sentir agobiada y arrinconada. Hasta que una noche, aburrida, decide abrir uno de ellos, al azar, y se pone a leerlo para esquivar al insomnio y al tedio. A partir de entonces, su vida cambia, descubre otros mundos y otras historias, ve las cosas de forma diferente y descubre una nueva pasión. ¡Y hasta discute de literatura con los clientes!

    Los libros viejos contenían muchas historias en las que yo nunca había pensado. No solo las que tenían que ver con el contenido de los libros en sí: en cada volumen encontraba vestigios que había ido dejando el paso del tiempo: frases subrayadas, páginas marcadas, flores secas... Estos encuentros a través del tiempo solo se podían disfrutar gracias a los libros de viejo. Eso hizo que, poco a poco, me enamorara de la librería Morisaki, nos cuenta Takako en primera persona. A través de los aproximadamente nueve meses que la joven pasa en la librería de su tío, la joven se va abriendo no solo a la literatura sino a los clientes y al resto de pobladores de un barrio que llega a amar como si fuera de allí desde siempre. Takako va recuperando, pues, sus ganas de relacionarse con los demás. Deja de esconderse en su habitación, pasea por todo Jinbocho y toma cafés en el café Suboru, donde entabla amistad con Tomo, una joven universitaria que trabaja allí de camarera para pagarse sus estudios, y Takano, un joven tímido que se ocupa de la cocina.

    El barrio y sus librerías, sus calles y sus pobladores son parte muy importante de la novela. Jinbocho cobra vida propia ante nuestros ojos. Especialmente durante la semana de la Feria del Libro, durante la cual se engalana como nunca. Y, de entre sus pobladores y clientes habituales de la librería Morisaki, destacan Sabu, un intelectual que vive bajo las amenazas de su esposa, harta de que su marido no deje de llevar libros y más libros a la casa familiar, y Wada, un joven lector que también acaba de sufrir los estragos de un amor que ve reflejado en su libro preferido. Un libro que ha leído hasta cinco veces seguidas. Un libro que lee también Takako, quien empatiza con su nuevo amigo y su sufrimiento. Y es que los personajes de Mis días en la librería Morisaki son auténticos sufridores de la vida. Sus diferentes historias nos conmueven y nos hacen reflexionar sobre los sinsabores de la vida. Y también sobre cómo afrontarlos, superarlos y dejarlos atrás a pesar de los pesares.

    La relación entre Takako y Satoru es uno de los ejes centrales de la historia. Mientras que el dueño de la librería Morisaki trata desde el principio de acercarse a su sobrina, esta no quiere ni oír hablar de abrirse ante su tío. Él, más paciente y respetuoso de su intimidad, le deja tiempo para aclimatarse a su alojamiento temporal y a sus nuevas circunstancias. Para animarla a hablar, le cuenta su historia con Momoko: cómo se conocieron; se casaron; se hicieron cargo de la Morisaki cuando su padre se puso enfermo y la librería se debatía entre desaparecer o seguir con vida; y cómo se tomó su repentina huida cinco años atrás. También espera, en silencio, a que su sobrina se ponga a leer cualquiera de los muchos libros que tiene a su alrededor. Y se alegra cuando sucede. Hablan de ello, le recomienda lecturas nuevas y discuten sobre los libros que va leyendo. Fortalece su relación a base de lecturas, sabedor de que la creciente confianza la hará abrirle también su corazón.

    Porque, a su edad -ya conocemos el famoso dicho aquel de que más sabe el diablo por viejo que por diablo-, Satoru es consciente de que lo que su sobrina necesita es hablar de sus problemas. Sus vacaciones de la vida comienzan a alargarse más de lo conveniente. Y trata de introducirla en el barrio. Es él quien la lleva por vez primera al Suboru, donde sirven el mejor café del barrio. Y también donde puede encontrar a gente de todas las edades. Por supuesto, también de la suya. En definitiva, lo que hace es lanzarle un salvavidas en mitad de la tempestad de depresión, crisis, desgana y holgazanería en la que Takako está inmersa y de la que parece no poder -ni querer- salir. No obstante, también sabe que la paciencia y el tiempo son claves en todos los procesos -que se lo digan a él- y que antes o después su sobrina irá cambiando su perspectiva de la vida y aceptará ese salvavidas que le permitirá salir a flote de su tormento.

    Mis días en la librería Morisaki -escrita en 2008 y publicada en Japón en 2009- fue llevada a la gran pantalla en 2010 de la mano del director japonés Asako Hyuga. Pocos meses después de ser publicada en España por Letras de Plata (2023) vio la luz su secuela, Una velada en la librería Morisaki, novela que también trataré de leer en cuanto pueda. Me encantará saber cómo discurren las vidas de Takako, Satoru, Momoko, Wada, Tomo, Takano y compañía. Y también seguir conociendo nuevos autores japoneses. Porque las páginas de esta novela están repletas de autores y obras cuya existencia desconocía. Una razón más para leerla.                        

         

lunes, 5 de febrero de 2024

La biblioteca de la medianoche. Matt Haig. Alianza. 2021. Reseña

 




    Todos hemos cometido el tremendo error de quitar sentido a nuestras vidas. La depresión, la monotonía, las desgracias o la falta de anhelos --o la imposibilidad de alcanzarlos-- nos provocan en ocasiones una desazón, un hastío, una pérdida de esperanza y de alegría y una dejadez que pueden conllevar la llegada de pensamientos suicidas. Multitud de obras --literarias y cinematográficas-- han abordado la temática a lo largo de las últimas décadas. Muchas de ellas se centran, además, en el espeluznante pero inevitable hecho demostrado de que en realidad pocas cuestiones que tienen que ver con nosotros mismos están bajo nuestro control. La idea de que la vida es una eterna --o casi-- sucesión de acontecimientos más o menos casuales que alteran nuestra existencia se repite en muchas de estas creaciones que son plasmadas sobre el papel o la gran pantalla. Y no faltan aquellas obras, muy originales y que nos hacen reflexionar sobre ello, que nos muestran las vueltas que podrían dar nuestras vidas cambiando cualquier pequeño suceso que forma parte de ellas. 

    Así, a bote pronto, recuerdo la maravillosa película protagonizada por James Stewart ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra, o la novela 4, 3, 2, 1, de Paul Auster, elegida por servidor como la mejor novela extranjera de la pasada década. Si en la obra de Capra es un ángel sin alas, Clarence, quien muestra a un suicida James Stewart cómo serían las vidas de su familia y de su ciudad si él no hubiera existido, haciéndole recobrar sus perdidas ganas de vivir, en la de Auster se nos muestran hasta cuatro vidas diferentes del protagonista de la historia, Archie Ferguson, todas ellas sujetas a pequeños acontecimientos que cambian para siempre la vida del adolescente. ¿Qué tiene que ver esta introducción con la reseña de La biblioteca de la medianoche, de Matt Haig? Pues que el punto de partida del autor inglés es el intento de suicidio de su protagonista, Nora Seed, quien ha perdido toda esperanza de seguir con una existencia vacía, solitaria y repleta de contradicciones y fracasos. Hasta que decide tomarse un buen puñado de pastillas.

    Hasta que decide tomarse un buen puñado de pastillas y aparece, mientras agoniza en el hospital, en una extraña biblioteca en la que siempre es medianoche. Una biblioteca regentada por la señora Elm, una especie de ángel de la guarda --al más puro estilo del Clarence de ¡Qué bello es vivir!-- que en realidad fue la bibliotecaria del instituto en el que estudió la protagonista durante su adolescencia. Una biblioteca en la que todos los libros narran vidas diferentes de Nora Seed. Vidas resultantes de mil y una diferentes decisiones, situaciones, sucesos y casualidades. Como las que tan bien describió Auster en su novela. Y así, a caballo entre las ideas surgidas de las referidas obras --y, por qué no añadirla, por aquello de hacer algo de patria, la película Morir (o no), de Ventura Pons, que entrelaza las vidas de siete protagonistas cuyas decisiones intervienen directamente en la de los otros seis--, Matt Haig construye una elaborada trama a través de la cual conseguirá que nos demos por fin cuenta de las cosas que realmente son importantes.

    Llega un momento en la vida de Nora en la que piensa que no ha dado la talla. No ha conseguido ser buena en nada de lo que había imaginado: nadadora, música, filósofa, pareja, viajera, glacióloga, feliz, amada. Ni siquiera como dueña de un gato que acaba de morir atropellado. En la biblioteca de la medianoche, según le explica la señora Elm, está a salvo de la muerte. Por el momento. Pero debe decidir cómo quiere vivir. Y acepta la invitación de tomar libros y ver cómo le va en cada una de sus vidas paralelas a la original, a la matriz, a la que agoniza en la cama de un hospital tras la ingesta de las pastillas. Puede que muera esa misma noche pero, si no es así, puede elegir una de entre todas las vidas que componen la biblioteca. Esta vez sí, ha de tomar las decisiones oportunas. Es una nueva oportunidad de comenzar una de esas vidas que tanto ansiaba conseguir vivir. Pero en la biblioteca también hay reglas. Unas reglas que también conllevarán renuncias, toma de decisiones y asunción de consecuencias.

    La primera regla es leer el Libro de los arrepentimientos, detallada lista con todas las decisiones no tomadas o mal tomadas, las cuales la han llevado a tratar de suicidarse. Y descubre que la culpa, el remordimiento y la pena pesan demasiado para ella. Y, ahora sí, abre otros libros que la llevan a otras vidas en las que ella es la protagonista. El gran problema de la biblioteca es que los libros solo se pueden leer una vez. Es decir, si decide abandonar una vida que no le gusta o satisface ya no podrá volver a ella nunca más. Y si decide quedarse en una para siempre no habrá forma de saber si podría haber sido más feliz en cualquiera de las otras vidas. Y, ¿qué pasa con los otras Noras cuando la original, la matriz, la intrusa abandona la escena? La señora Elm responde: ¿nunca has entrado a una habitación y te has preguntado a qué habías ido allí? ¿No has olvidado nunca de repente lo que acababas de hacer? ¿No te has quedado nunca en blanco o has registrado erróneamente lo que estabas haciendo en un momento dado? 

    En los libros de esas vidas paralelas que Nora visita y vive por momentos le cuesta reconocerse. En algunas de ellas ha conseguido ser nadadora olímpica, cantante famosa, filósofa reputada, pareja feliz, viajera empedernida, glacióloga reconocida, madre, empresaria millonaria, etc. Sin embargo, en todas esas vidas hay aspectos que la llevan a querer saltar de unas vidas a otras. Observa que no existe ninguna vida perfecta, y que la felicidad no es algo que tenga continuidad sino que son momentos muy puntuales que una debe buscar y aprender a disfrutar. En muchas de esas vidas sigue siendo infeliz pese al éxito alcanzado. Incluso tiene problemas serios con el alcohol o es una drogadicta. En algunas su hermano ha fallecido. O se llevan todavía peor que en la vida matriz, original. En otras la que ha fallecido es su mejor amiga, Izzy. Y cae en la cuenta de una frase de la señora Elm que se le queda grabada: no infravalores nunca la gran importancia de las cosas pequeñas. No lo olvides nunca. ¿No recuerda a El Principito, de Saint-Exupéry?

    En efecto, La biblioteca de la medianoche es un libro que rezuma filosofía. Y lo hace ya desde el principio. Porque Nora, la original, la matriz, es filósofa. Una fiel seguidora y estudiosa de Henry David Thoreau, filósofo y escritor, autor de Walden --donde narró sus dos años, dos meses y dos días viviendo al aire libre, en soledad y cultivando sus alimentos y escribiendo sus vivencias-- y La desobediencia civil --donde criticó la autoridad de un Estado que mantenía la esclavitud y emprendía guerras injustificadas--. Ese espíritu rebelde y apasionado inspira e impregna las páginas de esta novela. Una novela que quizá tenga algo de autobiográfica y de retrospectiva, pues el propio Matt Haig sufrió una depresión que lo llevó también a pensar en el suicidio --depresión de la que salió en parte gracias a una conocida frase escrita por Jean-Paul Sartre: la vida empieza al otro lado de la desesperación--. Una novela que recibió el Premio Goodreads 2020 a la mejor obra de ficción y que pronto verá su adaptación a la gran pantalla de la mano de StudioCanal y BluePrint Pictures.  

    La biblioteca de la medianoche es, en definitiva, un canto al poder de los libros como fuerza impulsora de vitalidad y de amor. Una celebración de la multitud de posibilidades que nos ofrece la vida. Un estudio filosófico y casi psicológico --y muy empático-- sobre la condición humana. Una fantasía en torno a lo que de verdad importa --o debería importar-- en la vida. Una inyección de posibilidades en tiempos difíciles e inquietantes. Una experiencia sobre el amor, las segundas oportunidades y la valoración de la vida que nos ha tocado vivir. Una historia que mueve a la reflexión acerca de nuestra relación con el remordimiento por lo que hicimos o dejamos de hacer. Porque, como dice la propia Nora, el auténtico problema no son las vidas que lamentamos no vivir sino el lamento, el arrepentimiento en sí. Es ese arrepentimiento el que nos entristece y marchita, lo que nos hace sentirnos nuestro peor enemigo y el peor enemigo también de los demás. Además, entretiene de una manera absolutamente absorbente. Argumentos, todos ellos, más que suficientes para leer una novela.        

         

martes, 19 de septiembre de 2023

Mendel, el de los libros. Stefan Zweig. Editorial Alma. 2022. Reseña

 




    Cada nueva edición de un libro permite acercarse a la obra en cuestión a más y más lectores. Los hay quienes coleccionan muchas de ellas. E incluso quienes --algo fetichistas en ocasiones-- llegan a hacerse con cada una de las copias que aparecen de sus obras preferidas. En ocasiones, a precios casi prohibitivos --o no--. En este caso traigo a mi blog la edición ilustrada de Mendel, el de los libros, que editó hace unos meses la Editorial Alma. Traducida por Itziar Hernández Rodilla e ilustrada por Marc Pallarés, presenta el texto íntegro del maravilloso cuento escrito en 1929 por el autor de culto austríaco Stefan Zweig. Una edición que llamó de inmediato mi atención en cuanto vi su fantástica portada. Y, más todavía, cuando pude ojearlo por dentro. Unas ilustraciones muy cuidadas acabaron por cautivarme. Así que tuve excusa, primero, para comprarlo, y segundo, para reseñar tan magnífica obra de uno de mis autores preferidos desde hace ya unos cuantos años. 

      El doctor en filosofía, escritor, biógrafo y activista social Stefan Zweig fue un reconocido autor vienés y judío que no dudó en ser uno de los primeros escritores en utilizar sus obras para alzar la voz contra la intervención alemana en la Primera Guerra Mundial, lo que lo hizo muy popular --para bien o para mal--. Ya desde su primera novela --género que más cultivó, aunque también escribió poesía, biografía, cuentos, relatos y hasta artículos periodísticos-- enamoró a sus primeros lectores con un estilo literario muy particular, que aunaba una cuidadosa construcción de los personajes y hasta de las respectivas sociedades descritas con una técnica narrativa realmente brillante. Así, en 1929, cuando publicó Mendel, el de los libros, ya era un autor muy conocido por obras como Carta de una desconocida, Veinticuatro horas en la vida de una mujer --ambas reseñadas en este mismo blog-- o Amok o el loco de Malasia.  

    El cuento narra la historia de Jakob Mendel, un viejo librero ambulante judío de origen ruso que atendía en su cuartel general: el Café Gluck --un café habitual de la periferia vienesa a rebosar de gente humilde--, en lo alto de la calle Alser. En una pequeña mesita de mármol cuadrada del salón de juego se sentaba Jakob, a quien el narrador del cuento, un antiguo cliente suyo de un par de décadas atrás, describe como un hombre tan especial y fabuloso, peculiar maravilla del mundo, célebre en la universidad y en un círculo íntimo y reverente, mago de los libros, ¡emblema del saber, fama y honor del Café Gluck! De él recuerda que estaba todo el tiempo cubierto de libros y papeles, leyendo, ensimismado, cantando en voz baja mientras se balanceaba. Leía con una concentración total, con un ensimismamiento tan conmovedor que toda lectura de otras personas me ha parecido siempre, desde entonces, profana.

    Recuerda el narrador que a Mendel se lo presentó un compañero de la universidad como el hombre más eficiente de Viena, un original, un primitivo dinosaurio de los libros en vías de extinción, una maravilla de la memoria, una enciclopedia, un catálogo universal sobre dos piernas. También que era capaz de enumerar enseguida de corrido, como leyendo de un catálogo invisible, dos o tres docenas de libros, cada uno con su lugar y año de edición, y un precio aproximado. Pequeño, arrugado, por completo envuelto en su barba y, además, jorobado, Jakob Mendel conocía, de todas las obras, hubieran salido ayer o hacía doscientos años, al instante y con exactitud, el lugar de edición, el editor, el precio, nuevo y de viejo, y recordaba de cada libro también la encuadernación y las ilustraciones y los suplementos en facsímil. No olvidaba nunca un título, una cifra. Sabía en cada materia más que los expertos, dominaba las bibliotecas mejor que los bibliotecarios y conocía los almacenes de las casas editoriales mejor que sus dueños.

    Semejante portento de la memoria bibliófila se debía a su capacidad de concentración a la hora de leer cada libro. Eso sí, fuera de los libros, Mendel no sabía nada sobre el mundo. No leía las noticias y todo le era ajeno. Era, básicamente, un librero que vendía baratijas. Un baratillero que para el comercio ordenado de libros carecía de licencia ya que era una actividad poco rentable. Así, el dinero no tenía lugar en su mundo. Siempre vestía igual, con la misma chaqueta raída, comía lo justo y necesario, no fumaba, no jugaba, se podría decir que no vivía. Las personas no le interesaban. Vivía, pues, básicamente para los libros y para la vanidad: por la satisfacción y el placer de servir en bandeja a sus clientes la información y los libros buscados. Es más, poder tener en la mano un libro valioso significaba para él lo que para otros un encuentro con una mujer. Esos momentos eran sus noches platónicas.

    Estilo, filosofía e indagación psicológica de personajes y sociedades. Esos fueron los grandes rasgos distintivos de la obra de Zweig. En el caso de Mendel, treinta años sentado a la mesa cuadrada del salón de juegos del Café Gluck, se añaden los sentimientos de vergüenza e ingratitud del narrador por haberse olvidado --¡durante dos décadas!-- del viejo librero, la curiosidad por saber qué había sido de él después de tanto tiempo, la indignación al saber que casi todos los habían olvidado también --¿para qué vivir si el viento borra, tras nuestros pies, hasta la última huella que dejamos? ¡Ya nadie sabía en el Café Gluck nada de Jakob Mendel, el de los libros!, se lamenta-- y la incredulidad al conocer el final de la historia del librero, la cual no desvelaré aquí por no fastidiar la lectura a los futuros lectores del cuento. Y, como telón de fondo, como ha quedado dicho al inicio de la reseña, el horror de la Gran Guerra. La denuncia por parte del autor.

    El narrador hace referencia a la Gran Guerra y a todo lo que esta conllevó, calificándola como horror mental, escombrero de la humanidad o crimen contra la civilización de nuestra Europa enloquecida. También a lo que sucedió al finalizar la contienda, cuando el mundo no era ya el mundo. Ni Europa, ni Austria, ni Viena, ni el Café Gluck, ni Mendel. Sin embargo, algún atisbo de humanidad sí permaneció todavía. Como la señora Sporschill, la encargada de los lavabos del Café, por boca de quien el narrador nos hace llegar el final de la historia de Mendel antes de cerrar la narración así, totalmente avergonzado: la iletrada había permanecido fiel al librero; mientras que yo lo había olvidado durante años, justo yo que, sin embargo, debía de saber que los libros solo sirven para unir por encima del propio aliento a las personas y protegerlas así de la oposición inexorable a la que se enfrenta toda existencia: su naturaleza efímera y el olvido.         

    Zweig utilizó el tono desgarrado en Mendel, el de los libros para plantear magistralmente, por medio de una pequeña historia de un personaje modesto pero humano, el impactante golpe que significó para la vida y la cultura vienesa y europea la Gran Guerra. Pero, además, construyó una emocionante historia que homenajea al mundo de los libros y de los libreros. Y lo hizo tan solo una década antes de que esa Europa enloquecida saltara definitivamente por los aires en 1939. El trágico final del propio autor es de sobra conocido y no veo necesario hacer más referencia a ello. Pero nos queda toda su obra, la cual debe servirnos de ejemplo. De camino a seguir. Contra la locura. Una locura que amenaza de nuevo a todos los ciudadanos del mundo.             


 

martes, 4 de octubre de 2022

Diarios. A ratos perdidos 1 y 2. Rafael Chirbes. Anagrama. 2021. Reseña





    A ratos perdidos. Como el subtítulo sugiere. Así se fueron escribiendo, desde abril de 1984, estos diarios chirbescos que su editorial de siempre, Anagrama, publica para gozo de los seguidores del escritor de Tavernes de la Valldigna. Subtítulo muy bien escogido, por cierto, puesto que el propio escritor llega a considerar ese tiempo empleado como perdido. ¿Y qué hacemos con las novelas que se supone que algún día deberé escribir? Quien mucho abarca poco aprieta, se lamentaba ya en junio de 1985. Y, sin embargo, tan solo seis meses después se llegó a preguntar: ¿se puede escribir para uno mismo? Me digo que sí, que se puede escribir para recordar y comprenderse uno mismo, pero no acabo de creérmelo del todo. Entonces, ¿pienso que estos cuadernos acabará leyéndolos alguien que no sea yo? De esta manera, lo que había comenzado como un pasatiempo cuyo único objetivo era reflexionar con él mismo sobre literatura, cine, arte y la vida misma se fue convirtiendo en algo mucho más grande. Algo que, casi cuarenta años después de su inicio, está siendo leído por muchísima gente.

    Este primer volumen de los diarios de Chirbes abarca desde abril de 1984 hasta marzo de 2005 (casi 21 años) y se divide en dos partes, siendo agosto de 1992 el momento de intermedio. Un intermedio que se extendió durante tres años, ya que no hay entradas nuevas hasta agosto de 1995. ¿No escribió nada en sus cuadernos el bueno de Rafael durante esos tres años? ¿Quizás sí, pero los cuadernos se perdieron? El propio autor afirma que su vida estuvo gobernada por el desorden, la pereza, el desánimo, la depresión, la infelicidad, la inseguridad, el tabaquismo, el alcohol, las drogas, el sexo en su mayor parte esporádico, el vértigo y la desmemoria y las constantes enfermedades. Casi nada. Y, aún así, construyó una carrera literaria fabulosa. No está nada mal. Y todo ello porque, aunque cada día me cuesta más escribir y me gusta menos lo que escribo, sin embargo, los amigos están convencidos de que, cuando escribo, tengo una gran seguridad en mí mismo y, sobre todo, facilidad. No sé de dónde han sacado esa idea. Seguramente porque comprendían que su amigo escribía como los mismísimos ángeles.  

    La gran relación amorosa de Chirbes --la que narró de forma admirable, magistral en su obra póstuma, París-Austerlitz-- fue la que tuvo con François. Una relación al principio muy pasional que finalmente acabó atrapada en una especie de piedad peligrosa, tal y como la define el propio autor: cuanto más ama, más destruye, y eso es terrible para él y atroz para mí. No entiende que la vigilancia ahuyenta el sexo. No soporta que viva. Si pudiera, me encerraría en un cuarto, y volvería por la noche con la comida y las botellas de vino. Eso sería su felicidad, pero aun así tendría celos de los libros que me hubiera leído en su ausencia, de los discos que hubiera escuchado, del sol que me hubiera tocado la cara. Finalmente, claro, Chirbes huyó. Y François pasó a ser un amigo, pero no se puede pasar de amante a amigo. Es un esfuerzo inútil y doloroso. El final de la historia la conocen de sobra los lectores de la referida novela --los que no, quedan invitados a leerla cuando quieran--. La cuestión es que desde entonces Chirbes no volvió a tener ninguna relación estable y duradera. Las cicatrices de la vida.

    Los diarios abarcan una gran variedad de temas. Por ejemplo: su niñez en Tavernes y en la meseta; su educación en colegios de huérfanos de ferroviarios tras perder a su padre, quien todavía tuvo tiempo de enseñar a su hijo algunas lecciones sobre la vida; su complicada relación con su madre, un tanto posesiva; su breve militancia con el comunismo; su trabajo como librero; sus viajes para realizar trabajos para las revistas de gastronomía y viajes Sobremesa y Hoja del Mar; la pérdida de muchos de sus amigos y compañeros; la tortura psicológica que le supuso la relación con François; las enfermedades (dolores de garganta por ingesta continuada de tabaco, drogas y alcohol, vértigos, pérdida de audición, desmemoria, el eterno miedo al sida); su vocación de novelista; su pasión por todo tipo de arte (no solo literatura, también cine, música, arquitectura, escultura y pintura); su llegada a Beniarbeig en el año 2000; sus luchas internas entre una lengua cotidiana, el valenciano, y otra exclusivamente literaria, el castellano; y su decisión final de limpiar sus escritos --diarios para nadie-- para su futura publicación.

    Chirbes nos habla de cine (West side story, Amarcord, La caída de los dioses, Los sobornados, El doctor Mabuse, La viuda alegre, La diligencia, Candilejas o Los profesionales), de música (La flauta mágica, Shostakóvich o la movida madrileña --que se llevó por delante a una generación y a parte de otra--) y de arte (los museos de El Prado, el Louvre, el Picasso o el Rodin y de El jardín de las delicias de El Bosco). También nos cuenta viajes y varias jugosas anécdotas en Alemania (Berlín, Colonia, Friburgo, Bremen, Frankfurt, Dresde, Hamburgo, Lübeck), Italia (Roma, Siena), Francia (París, Montpellier, Rouen, Vincennes y el sur del país vecino), Viena, Budapest, norte de Marruecos, Barcelona, Madrid, Valencia, Denia, Beniarbeig, el cabo de San Antonio, etc. Pero, por encima de todo, los diarios son un compendio de sus lecturas --algunas formidables; otras, objeto de críticas más o menos airadas por parte del autor-- y sus inseguridades a la hora de confeccionar sus propias obras literarias. 

    Chirbes alaba las obras completas de Balzac --seguramente, según lo leído, su gran escritor de cabecera--, García Márquez --salvo Memoria de mis putas tristes y Cien años de soledad--, Dostoievski --sobre todo, El idiota y Los hermanos Karamazov--, Musil --haciendo hincapié en El hombre sin atributos--, Broch --especialmente su trilogía Los sonámbulos-- y Galdós --y sus insuperables Episodios nacionales--, y obras más concretas como El Quijote, La mer (de Michelet), Herrumbrosas lanzas (de Juan Benet), el Decamerón (de Boccaccio), Otra vuelta de tuerca (de Henry James), Balada del café triste y El corazón es un cazador solitario (de McCullers), Confesiones del estafador Félix Krull (de Thomas Mann) --sin libros como ese, la vida merecería bastante menos la pena, reconoce--, muchas de las obras de Max Aub y las grandes novelas sobre las ciudades de Barcelona --Vázquez Montalbán, Marsé, Rodoreda o los Goytisolo-- y Madrid --Galdós, Cela, Baroja, Aldecoa, Valle-Inclán o Aub--. Una excelente guía de lectura para quien quiera conocer de primera mano las influencias de Chirbes.

    No se libran de la crítica chirbesca obras literarias muy conocidas y reconocidas. Como las arriba mencionadas de García Márquez, las de Blasco Ibáñez --podría decirse que lo que quería era fracasar como escritor, porque sus obras son cada vez más huecas, tienen cada vez menos fuerza. Debía vivirlas cada vez más como fracaso, aunque ganara mucho dinero y lo aplaudieran-- y las de algunos de sus contemporáneos: Sefarad (de Muñoz Molina), Cabo Trafalgar (de Pérez-Reverte) --al que critica Chirbes de manera inmisericorde, sin perdón-- o El hijo del acordeonista (de Atxaga) --aprovecha, de paso, para criticar también al crítico de El País --el diario oficial de la cultura-- Echevarría, quien, junto a su compañero Suñén o Ibáñez, del ABC, tratan de imponer una especie de dogma literario que no admite todo aquello que quede fuera de sus predilecciones--. Tampoco se libran de la crítica los premios literarios, los editores-urraca que solo publican colecciones de momias consagradas, a las corrientes de los años setenta que defendían a los autores pro fascistas y blanqueaban su ideología, a los periodistas convertidos en publicistas más que en informadores, a los que se creen socialistas por votar al PSOE --me gustaría saber qué opinaría ahora en referencia a los tres puntos anteriores-- y Dalí y Gala, que traicionaron a Lorca y se negaron a tratar con perdedores.

    Al finalizar la lectura se queda uno con ganas de más. Pero estamos de enhorabuena. Porque Anagrama publica ahora un nuevo tomo, que continuará con los cuadernos escritos desde marzo de 2005. Será un placer seguir leyendo al maestro Chirbes. Y, como aperitivo y fin de esta reseña, dejo aquí algunas frases sueltas del propio autor (de 2002, 2003 y 2005) en referencia a esa relación amor-odio (más amor que odio, pero también odio) que tuvo siempre con la literatura: Noto que la literatura ha perdido toda coloratura moral para mí, simple guarida de vanidosos que parlotean en las páginas de los periódicos. Dejarla de lado supone una forma de desnudamiento, de curación. Lo peor es que fuera de ella estoy a la deriva, voy de acá para allá, me derrumbo, me ahogo sin encontrar un cable al que sujetarme... Me molesta ir perdiendo curiosidad. Me deja con menos alicientes en este mundo. Han vuelto los síntomas que me llevaron a un intento de suicidio en la adolescencia: las cosas se me caen de las manos y se rompen, no como, no duermo, vivo en un estado de tensión permanente, cualquier palabra me provoca deseos de llorar. Soy incapaz de fijar la atención en nada, no puedo leer, no puedo escribir, no puedo ver la tele. Si consiguiera distraerme en algo... Con mi frágil salud, si no escribo ahora la novela, más adelante ya no podré. No puedo entretenerme más, aplazar de nuevo la novela, cubrir el hueco con otro libro a la espera de que llegue la madurez, es una historia que ya me conozco. La literatura como criada que te ordena la casa.             

    

lunes, 25 de octubre de 2021

Parte de mí. Marta Sanz. Anagrama. 2021. Reseña

 




    Cada uno llevó la pandemia y el confinamiento a su manera. Lo que está claro es que todos tuvimos mucho tiempo para estar en casa --a la fuerza, claro-- y pensar en multitud de cosas sobre nuestras vidas y el mundo en general. El coronavirus nos pilló a todos en un mal momento --porque nunca lo es para ver morir a miles de personas, dejar de abrazar a nuestros seres queridos o renunciar a llevar la vida que a uno le da la gana--, pero a Marta Sanz más todavía. Acababa de publicar pequeñas mujeres rojas apenas una semana antes. Y, claro, todos los actos promocionales que tenía previstos hubieron de ser suspendidos. Le tocó, como ella misma afirma, criogenizar las amapolas de su novela y buscar nuevos medios de promoción. Y, ella, una convencida detractora de las redes sociales, se vio convertida --por voluntad propia, en este caso-- en una auténtica instagramer. Así, protagonizó no pocas entrevistas, presentaciones, clubs de lectura, etc a propósito de su nueva obra. 


    Instagram dio a Marta la oportunidad no solo de descriogenizar y hacer revivir progresivamente las amapolas y su última novela sino también de abrirse, más si cabe, a los lectores y contarles todo aquello que forma parte de ella. Porque Parte de mí es el peculiar diario de la pandemia que comenzó a andar días después de crear esa cuenta en la referida red social. Y un reflejo de ello es la propia portada del libro, donde aparecen la ya famosa gata Cala --Calabardina, la felina que se pasea ante la cámara en muchas de las presentaciones instagrameras de la autora, a la cual roba en algunas ocasiones el protagonismo--su esposo, Chema, y un cuadro pintado por su propio padre. Un ambiente de desescalada cálido, placentero y hasta feliz en plena tormenta pandémica. Así lo refleja ella: sé que echaré de menos estos instantes en el centro del huevo de una doméstica felicidad perfecta. Pues eso: ¿qué mejor manera de pasar el trago que con una gata, la mejor compañía y muchos libros por leer?


    ¿Y qué mejor manera que ponerse a escribir sobre uno mismo y todo aquello que de una u otra forma constituye parte de sí para dejar de pensar en el horror que ocurre de puertas para afuera? De ahí precisamente nace este nuevo libro de la autora madrileña. Y, como ocurre con todo, lo que al principio son posts con una foto y una corta frase se convierten con el paso del tiempo en reflexiones mucho más amplias sobre temas que en un principio pueden parecer nimios o de poca importancia --la caja de los hilos de la abuela, viejas fotos familiares, instantáneas tomadas desde un balcón durante el encierro, un plato de macarrones o postales antiguas-- pero que acaban constituyendo parte esencial de un libro. Como algunos rincones de la casa, sobre los cuales Marta acaba investigando y viviendo o reviviendo aventuras, especialmente en la librería. Y las reflexiones que se van desgranando, cómicas unas veces, serias otras, suelen hacer reflexionar también al lector.


    En este diario pandémico se alternan la curiosidad, el miedo, la ilusión y las ganas de saber qué ocurrirá cuando finalice el confinamiento. También la pena ante un 23 de abril tan triste y diferente a todos los demás y la alegría que supone un atípico 23 de julio reconvertido en el nuevo día de Sant Jordi y también en el del comienzo de la recuperación de las librerías. Porque, cómo no, las librerías y los libros forman parte de todos los lectores. Por eso, la literatura constituye la parte central --que no la única-- de este libro, donde aparecen varias portadas de obras literarias --no solo las de la autora--, reflexiones y referencias a otros escritores y anécdotas, tanto emotivas como divertidas, de diversos actos promocionales. Escribir es ensimismarse y enajenarse (sobre todo, lo segundo), reflexiona un día la autora. Y en referencia a ello cualquiera puede preguntarse: ¿qué mejor momento para ambas cosas que en plena pandemia confinada

     

    Otra de las partes fundamentales del diario la constituyen la desescalada y la nueva normalidad. Marta nos hace sonreír recordando su primera visita a la peluquería, su regreso a los cines, la aparición de su novela en La ruleta de la fortuna, compartiendo la foto de un plato de macarrones tan solo unos días después de escribir que nunca comparto fotos de comida porque me dan yuyu, la sensación de extrañeza sentida al firmar ejemplares de pequeñas mujeres rojas a extraños enmascarados protegida tras una mampara de cristal, con cita previa, ataviada con guantes y rodeada de geles hidroalcohólicos. También al contarnos cómo hacía algo de deporte a través de su itinerario hámster o carrera chiquita por el pasillo y el salón de su casa. O cuando nos explica que en el proceso de descriogenización de sus amapolas descubrí que resurrección y resucitación no son nombres sinónimos --el uno es religioso y el otro médico--, pero en estos días aún paranormales ambos interesan.


    Parte de mí es también un cálido homenaje a todo lo público. Sobre todo a la sanidad y a los sanitarios, quienes no son heroínas ni héroes, sino seres humanos que necesitan pagar sus facturas y descansar y llenar la cesta de la compra. También muestra un emocionado agradecimiento a las librerías, especialmente a las de los barrios, las que meten dentro lo que está pasando fuera, las que perviven con un empeño espeluznante. Cómo no, a su editorial, Anagrama (y a Jorge Herralde), que rescató en las mejores condiciones Amor fou --obra anteriormente rechazada por todas las editoriales y que casi termina con la carrera literaria de su autora--, una novela futurista que se convirtió en realista: la ciudad estaba llena de banderas de España y las personas cívicas eran las apestadas (un poco en la línea de pequeñas mujeres rojas). Sanz comparte la foto de la estructura de la novela bajo los hashtags #vulnerabilidadyfuerza y #persistencia.


    Pero ningún escritor/a podría serlo sin sus lectores. Por eso, Parte de mí es también un agradecimiento a todos ellos. Así lo describe Marta: lloro de felicidad. Habéis sido mi invernadero y mi estufa de flores. Habéis colaborado en la resucitación y en la resurrección de las amapolas. Habéis practicado la medicina, la magia y el rezo religioso. Esa calidez que me habéis transmitido desde tan lejos y tan cerca, las celebraciones que tenemos pendientes son ya... parte de mí. Pero, al margen de todo esto, quienes escribimos sabemos que la más importante necesidad vital es la estabilidad (en todos los sentidos de la palabra). ¿Y quién puede darnos mayor estabilidad? Pues nuestra pareja. Nuestra más fiel compañía. Por eso, el libro también es un homenaje-agradecimiento a Chema, esposo de la autora, que se ha transformado, como si el cuerpo no doliera mientras muta y crece, y es el contra-hombre blandengue del Fary.


    Parte de mí es también una original campaña publicitaria. Doble, además. Por un lado, respecto a pequeñas mujeres rojas; por otra, respecto a la propia Parte de mí. A través de ella, he pasado de ser un animal pretecnológico a una maldita ciberadicta, reconoce Marta. Una Marta para la que escribir es exponerme. Exposición que ahora se multiplicará no al cuadrado sino al cubo: no solo en sus libros, sino también en las redes sociales, que todo lo amplifican. Bienvenida pues, Marta, al mundo de Instagram. Gracias por dejarnos ser parte de ti. Y que sepas que tú también eres parte de nosotros. Más todavía en mi caso, sabiendo que de pequeña viviste en la vallecana calle de Gandía...      

   

viernes, 1 de mayo de 2020

El club de lectura de David Bowie. John O´Connell. Blackie Books. 2019. Reseña





     La editorial barcelonesa Blackie Books publicó el pasado mes de noviembre la obra del periodista británico John O´Connell en la que nos invita a la lectura a través de los cien libros que cambiaron la vida del mito del rock David Bowie. En realidad, no solo se nos habla de esos cien libros sino que a la hora de exponer cada uno de ellos nos recomienda otro u otros, por lo que la lista total de obras de referencia se alarga hasta más de doscientos títulos. Para leer unos cuantos años, en algunos casos. O toda una vida, en otros. El caso es que la lista de los libros que componen este particular club de lectura fue elaborada por el propio Bowie unos pocos años antes de fallecer el 10 de enero de 2016. Todo un legado literario para ser consultado por fans y por no fans.

     Porque ese es uno de los fuertes del libro. Se puede llegar a él por ser fan o seguidor de Bowie y también por ser amante de los libros. O por ambos motivos. Eso sí, se requiere un toque de curiosidad y otro de apertura mental. Y es que las lecturas de este camaleónico músico fueron de muy amplia variedad temática. Novelas de todo tipo, poesía, teatro, filosofía, ensayos esotéricos, manuales sobre música, arte, historia, cultura y marketing y propaganda, cómics y novelas gráficas, fascículos de todo tipo, libros de magia, de entrevistas, de viajes, de religión o gnosticismo, de psicología, de sexo, de humor, biografías, etc. Como puede uno observar, el Duque Blanco engullía libros sin parar. Y este libro recoge, además, multitud de anécdotas que harán las delicias de sus seguidores.

     Por ejemplo, esta que recogía el Sunday Times en el año 1975: como odia volar, suele viajar por los EE. UU. en tren, acompañado de una biblioteca móvil transportada en unos baúles especiales que, al abrirse, revelan sus libros, perfectamente colocados en baldas. Se dice que esta biblioteca portátil almacenaba hasta mil quinientos títulos. Solo un lector voraz y obsesivo --y algo friki, todo hay que reconocerlo-- sería capaz de viajar así hace casi medio siglo --sin duda, los actuales ebooks habrían hecho las delicias del artista--. En efecto, Bowie leía con un fervor casi maníaco. Y hacía gala de ello en cada entrevista y en cada una de las máscaras que llevaba cuando presentaba en público cada una de sus obras. Un autodidacta que en la escuela solo aprobaba la asignatura de Arte.  

     Conocer los libros que fueron formando y transformando la mentalidad y la personalidad del rockero a través de los años resulta muy interesante tanto para los fans como para los no fans y simples lectores. Saber --unas veces exacta, otras aproximadamente--en qué momento leyó Bowie cada libro, nos acerca más si cabe al Bowie músico y al Bowie persona. Cada una de las obras expuestas nos lleva a otra u otras, de los mismos autores (o de otros) y de las mismas temáticas, y también a diversas canciones o discos enteros del artista. No en vano, como escribe John O´Connell, leer es escapar: a otras personas, otras perspectivas, otras conciencias. Leer hace que salgas de ti mismo para que regreses, enriqueciéndote infinitamente durante la experiencia. Y eso lo hizo Bowie.

     David Jones, ese era su nombre real, dudó, investigó, buscó, interpretó y puso en práctica todos los conocimientos adquiridos a través de cada uno de los libros que fue leyendo a lo largo de su vida. Su carácter autodidacta, su atrevimiento y su extravagante sentido del espectáculo lo llevaron a innovar en cada uno de sus trabajos --unas veces con más éxito y fortuna que otras, pero siempre con originalidad y mostrándose auténtico incluso desde sus poses impostadas copiadas de autores de cómics, distopías o libros de ocultismo o de marcianos y de ciencia ficción--. Así creó, por ejemplo, los inolvidables personajes Ziggy Stardust y Starman. En definitiva, Bowie utilizó siempre los libros como herramientas para viajar por la vida de la manera más enriquecedora posible.

     Pero vayamos con la lista de este particular club de lectura. Como curiosidad, solo aparecen dos autores por partida doble: George Orwell --1984 y En el vientre de la ballena-- y Anthony Burgess --La naranja mecánica y Poderes terrenales--. El resto de obras son de distintos autores y temáticas, lo que demuestra su gran riqueza y variedad. Desde El extranjero, de Camus, hasta El gatopardo, de di Lampedusa, desde Berlin Alexanderplatz, de Döblin, hasta Lolita, de Nabokov, desde La conjura de los necios, de Kennedy Toole, hasta Madame Bovary, de Flaubert, las novelas componen, como cabía esperar, el grupo más rico y amplio de la lista. Otras obras de este grupo que aparecen son El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, El amante de lady Chatterley, de Lawrence, o A sangre fría, de Capote. 

     Entre los libros de poesía destacan la Ilíada de Homero, el Infierno de Dante, La tierra baldía, de Eliot y los Poemas selectos, de O´Hara. Sobre música deben ser citados títulos como Una historia de la música pop, de Nik Cohn, Oooh, My Soul: la explosiva historia de Little Richard, de Charles White --libro de cabecera de Bowie, pues este músico fue siempre su favorito, el que le hizo dedicarse a la música-- e Historia del rock: el sonido de la ciudad, de Charlie Gillett. Sobre historia, el Duque Blanco leyó con pasión La revolución rusa. La tragedia de un pueblo (1891-1924), de Orlando Figes, La otra historia de los EE. UU., de Howard Zinn, y Antes del diluvio: una semblanza del Berlín de los años veinte, de Otto Friedrich --otro libro de cabecera del rockero, que vivió en la ciudad durante unos años, allá por finales de los setenta--.

     El arte y la cultura jugaron un papel importante en la vida de Bowie, destacando las obras Diccionario de temas y símbolos artísticos, de James Hall, Más allá de la caja Brillo: las artes visuales desde la perspectiva poshistórica, de Arthur Danto, y En el castillo de Barba Azul: aproximación a un nuevo concepto de cultura, de George Steiner. Además, aparecen en la lista títulos sueltos de otros temas mucho más variopintos, como Dogma y ritual de la Alta Magia, de Eliphas Levi, La brutalidad de los hechos: entrevistas con Francis Bacon, de David Sylvester, El origen de la conciencia en la ruptura de la mente bicameral, de Julian Jaynes, El cero y el infinito, de Arthur Koestler, o Sexual personae: arte y decadencia desde Nefertiti a Emily Dickinson, de Camille Paglia.

     La creatividad despierta a la creatividad. Y muchos de los libros, poesías, relatos y novelas que leyó el rockero londinense originaron muchas de sus canciones y algunos de sus discos. El club de lectura de David Bowie. Una invitación a la lectura a través de los 100 libros que cambiaron la vida del mito, de John O´Connell, no solo nos acerca a la figura del rockero sino que nos presenta una gran cantidad de libros, muchos de ellos absolutos desconocidos para el gran público. Puede usarse como una guía de lectura o como manual previo de acercamiento a los diferentes temas que aparecen reflejados en sus páginas. En cualquier caso, todos podemos y debemos continuar leyendo. Por libros y sugerencias no será...        

       

jueves, 16 de abril de 2020

El infinito en un junco. Irene Vallejo. Siruela. 2019. Reseña





     Siruela es una editorial que apuesta más por la calidad de sus obras que por la cantidad a la hora de lanzar sus publicaciones anuales. Razón por la que de tanto en tanto nos regala alguna que otra joya digna de elogiar pero difícil de reseñar --como sucede con las obras de Italo Calvino, George Steiner o Fred Vargas--. Ya me pasó hace unos años con El mundo de Sofía, del filósofo noruego Jostein Gaarder. La historia se repite ahora con El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, de la filóloga clásica zaragozana Irene Vallejo. Un recorrido a través de los siglos por todo lo que forma parte del mundo de los libros desde su época más arcaica hasta la actualidad --porque las referencias a libros, películas y series de los siglos XX y XXI son constantes a lo largo de la obra, lo cual conecta mucho más si cabe el mundo antiguo a nuestro día a día--. Desde los de piedra hasta los electrónicos.

     Comenta Vallejo en algunas entrevistas recientes sobre este ensayo que las bajas expectativas iniciales de la obra le dieron la libertad necesaria para asumirlo a su manera. Una forma de afrontar este tema que nos hace viajar desde la Alejandría fundada por Alejandro Magno hasta la Roma imperial pasando por las ciudades griegas con Atenas a la cabeza. Un viaje a través de todos los soportes utilizados en cada época para plasmar las palabras sobre piedra, arcilla, juncos, seda o papel. Treinta siglos de continuo esfuerzo para utilizar, transportar, almacenar y conservar de la mejor manera posible los pensamientos de cada personaje, lugar y época. Miles de personas, casi todas ellas anónimas, que durante siglos han hecho posible la realización, divulgación y protección de los conocimientos y las diversas formas de entretenimiento.

     Todo tipo de gente del libro tiene cabida en este viaje: narradores orales, escribas, sabios, copistas, miniaturistas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, espías, maestras, monjes y monjas, esclavos, bibliotecarios, etc. Todos los que a lo largo de la historia salvaron los libros de su desaparición se convierten en protagonistas de un libro indispensable para aquellos quienes, de una forma u otra, seguimos metidos en este bendito mundo de los libros, sea desde unas vertientes u otras. Porque, como escribe Vallejo, la invención de los libros ha sido tal vez el mayor triunfo en nuestra tenaz lucha contra la destrucción. Con su ayuda, la humanidad ha vivido una fabulosa aceleración de la historia, el desarrollo y el progreso. Debemos a los libros la supervivencia de las mejores ideas fabricadas por la especie humana.

     La Alejandría primigenia, con su Museo y su Biblioteca --que, gracias a Demetrio Falero y a Aristófanes de Bizancio, fue la más completa de la historia de la humanidad--, constituyó el gran centro científico de su época. El sueño de Alejandro Magno de juntar todos los libros de papiro (con el tiempo, también de pergamino) del mundo en Egipto fue seguido por la dinastía de los Ptolomeo, provocando la primera asimilación cultural, la helenista, algo solo comparado a la actual globalización mundial. Los jeroglíficos de la piedra Rosetta, las obras del amado y odiado Homero --La Ilíada y La Odisea, que nos presentan a Aquiles y Ulises, a Troya e Ítaca, al honor y la guerra y a la nostalgia y la aventura--, el progresivo abandono de la oralidad en pos de la escritura, el cambio supuesto por la aparición del alfabeto --que hizo cambiar de manos la escritura-- y la aparición de las primeras escuelas se nos presentan en el texto con todo tipo de testimonios muy interesantes.

     También hay espacio para las disputas entre Sócrates y Platón --oralidad versus escritura--, la filosofía del cambio de Heráclito, la primera gran colección de libros --que poseyó Aristóteles--, los comienzos de la poesía social --con Hesíodo y Los trabajos y los días--, del realismo lírico --Arquíloco--, del teatro --Los persas, de Esquilo--, las tragedias --Eurípides, Sófocles y de nuevo Esquilo--, las Historias de Heródoto y los primeros trabajos de catalogación de los libros --por los que Calímaco está considerado como el padre de los bibliotecarios--. Por supuesto, Irene Vallejo nos cuenta el brutal asesinato de Hipatia de Alejandría, hija del matemático Teón, las ansias de Antifonte por sanar gracias a la palabra, la destrucción por parte de los árabes de los libros de la biblioteca alejandrina, salvo los de Aristóteles, y el fin definitivo de la Gran Biblioteca, que a pesar de todo inventó una patria de papel para los apátridas de todos los tiempos.

     Cuenta la autora también --y su valentía es digna de agradecer en los tiempos que corren-- diversos aspectos de su vida personal. Como el bullying que sufrió en su etapa escolar. Una cruel situación de la que salió merced a la familia y al salvavidas de los libros --básicamente los de aventuras: Stevenson, London, Conrad o Ende--. Así, nos escribe que los libros nos ayudan a sobrevivir en las grandes catástrofes históricas y en las pequeñas tragedias de nuestra vida. Y no le falta razón. Porque la lectura de su libro, en plena pandemia por el coronavirus, me ha ayudado a sobrellevar la situación mucho mejor. Otro aspecto que debo agradecerle. Como, sin duda, hicieron los romanos con el gran legado griego, del cual se apropiaron hasta asimilarlo por completo: por primera vez, una gran superpotencia antigua asumía el legado de un pueblo extranjero --y derrotado-- como un ingrediente esencial de su propia identidad. 

     Los romanos hicieron de la literatura un botín de guerra. Y los esclavos se convirtieron en protagonistas de la historia de los libros. Las copias se extendieron por toda la población, naciendo los librarius, a la vez copistas y libreros. Y, por fin, los libros se convirtieron en hijos de los árboles --los denominados códices, que ya son encuadernados y presentan lomo y tapa dura--. En las escuelas romanas se aprendían de memoria, a base de golpes y azotes, los textos más famosos, tanto griegos como latinos. Se construyeron bibliotecas privadas separadas para obras griegas --ya reseñadas-- y latinas --las de Catón el Viejo, Terencio, Ovidio, Marcial, Plauto, Suetonio, Petronio, Cicerón o el mismísimo César--. Se comenzó a escribir para lectores que leían por placer. De la mano de Asinio Polión se construyó la primera biblioteca pública de Roma. Se leyó incluso en la clandestinidad. Los primeros cristianos no tenían otra manera de leer los libros negados que a escondidas.  

     Salvando las distancias, los libros fueron pareciéndose cada vez más a los actuales. Lo cual incluye los índices: mapa del interior de los libros que se fueron convirtiendo en ordenados jardines de palabras para tranquilos paseantes. Incluso las mujeres comenzaron a plasmar por escrito sus inquietudes. Así, Sulpicia nos legó a través de su poesía el único testimonio de amor femenino no conyugal, algo que estaba penado con gran dureza. Un libro siempre es un mensaje, escribe Irene Vallejo en las páginas finales de su gran ensayo. Y, como dice una amiga mía, también especialista en el mundo antiguo, El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo es simplemente un tesoro escrito en lenguaje de seda. Y no se me ocurren mejores palabras que estas para finalizar una reseña difícil de escribir y que intenta hacer justicia a esta gran obra.

     Porque los libros nos han legado algunas ocurrencias de nuestros antepasados que no han envejecido del todo mal: la igualdad de los seres humanos, la posibilidad de elegir a nuestros dirigentes, la intuición de que tal vez los niños estén mejor en la escuela que trabajando, la voluntad de usar --y mermar-- el erario público para cuidar a los enfermos, los ancianos y los débiles. Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido. Qué merecido homenaje, a todas esas personas anónimas que han contribuido a lo largo de la historia a conservar todos estos conocimientos --incluso dando por ello su propia vida en algunos de los casos-- para un futuro que es nuestro actual presente, ha realizado Irene Vallejo en esta gran obra.  Una obra que hay que leer por obligación y, sobre todo, por placer lector.                    


lunes, 5 de junio de 2017

Fahrenheit 451. Ray Bradbury. Ediciones DeBolsillo. 2000. Reseña





     Se cumplen hoy cinco años del fallecimiento del escritor estadounidense Ray Bradbury. Genial autor de misterio fantástico, terror y ciencia ficción, es conocido mundialmente por sus obras Crónicas marcianas (1950) y Fahrenheit 451 (1953). Murió con casi 92 años de edad y en su epitafio, por expreso deseo suyo, reza el texto siguiente: Autor de Fahrenheit 451. Obra que ocuparía, por méritos propios, un puesto de honor en el (todavía) inexistente pódium de las novelas distópicas del siglo XX junto a sus predecesoras en el tiempo Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932), y 1984, de George Orwell (1949).

     Leí la novela por vez primera hace veinte años, cuando estudiaba la Licenciatura en Historia y un profesor de una asignatura sobre escritura y sociedad nos encomendó su lectura y un trabajo sobre la quema de libros y la importancia de estos en cualquier sociedad que se precie de serlo. Recuerdo que fue una lectura que me impactó. A mis veintidós años de edad, la vi como una muy buena novela de ciencia ficción, aunque algo exagerada. Veinte años después, observo, más impactado si cabe, que muchas de sus ideas se han convertido en el pan nuestro de cada día. Que somos una sociedad enferma camino de su aniquilación. Al menos en su vertiente intelectual.

     Porque vivimos en un mundo en el que, tal y como le dice Clarisse a Montag, bombero y principal protagonista de la obra, nadie tiene tiempo para nadie; en el que las personas cada vez piensan menos, se hablan menos y se relacionan menos entre sí; en el que cada vez son más las personas que han de tomar pastillas para dormir; en el que las radios auriculares son a la vez compañía y aislamiento social; en el que cada vez tenemos más pantallas de televisión en las paredes de nuestros salones; en el que los libros pierden protagonismo de forma paulatina ante el desinterés general de la población --que deja de leer por iniciativa propia-- y una tecnología aborregante de masas; en el que las persecuciones de criminales se pueden llegar a retransmitir en directo. 

     En efecto, en Fahrenheit 451, el objetivo de las personas es simplemente ser feliz. Aunque sea a costa de perder las más elementales libertades. Los bomberos, con Guy Montag como ejemplo, se dedican a provocar incendios en casas (revestidas de elementos ignífugos para prevenir incendios accidentales) donde se han detectado libros. Porque el que lee, piensa, y el que piensa no puede ser feliz, y ser feliz es obligatorio. Así, el capitán Beatty le dice a Montag: la palabra intelectual se convirtió en el insulto que merecía ser... y no hubo necesidad de bomberos para el antiguo trabajo. Se les dio una nueva misión, como custodios de nuestra tranquilidad de espíritu, de nuestro pequeño, comprensible y justo temor de ser inferiores. Censores oficiales, jueces y ejecutores. Eso eres tú, Montag. Y eso soy yo.

     Montag vive rodeado de gente sin motivaciones, sin ganas de esforzarse por nada, con la única pretensión de ver las teles de las paredes y languidecer pensando que es feliz. Por fortuna, también encuentra personas diferentes. Como la joven Clarisse McClellan, quien, dada por loca e insociable, acude al psiquiatra mientras afirma amar las pequeñas cosas --la lluvia, las mariposas y las historias que le cuenta su tío, que recuerda un mundo diferente, anterior a que existiera un millón de libros prohibidos-- y el profesor de Literatura retirado Faber, quien se siente culpable por haber callado cuando todavía no era tarde, y afirma que la clave de todo, en referencia a los libros, está en la calidad de la información, el tiempo de ocio y la conjunción de ambos factores.

     Clarisse y Faber despiertan el dormido carácter rebelde de Montag, que deja de entender lo que hasta entonces tenía asumido: que la vida consiste en conducir a más de 150 kms./hora por el centro de la ciudad; en ver la tele de cuatro paredes; en que los niños pasen nueve de cada diez días en la escuela (¡¡solo 3 días al mes en casa, junto a sus progenitores!!); en que el capitán Beatty tiene razón al afirmar aquello de no te enfrentes a los problemas: quémalos / el fuego es brillante, limpio y purificador / si no quieres que un hombre se sienta políticamente desgraciado, no le enseñes dos aspectos de una misma cuestión, para preocuparle; enséñale solo uno. O, mejor aún, no le des ninguno / Si el gobierno es poco eficiente o aficionado a aumentar los impuestos, mejor es que sea todo eso que no que la gente se preocupe por ello.

     Inquietante y muy familiar todo, ¿verdad? Pues Beatty añade ante Montag otros aspectos tan escalofriantes como estos: Dale a la gente concursos que puedan ganar recordando letras de canciones y nombres de capitales de Estado. Atibórrala de información. Entonces, tendrán la sensación de que piensan, tendrán la impresión de que se mueven sin moverse. Y serán felices / tú, Montag, yo y los demás somos los Guardianes de la Felicidad. Hay que aguantar firme. No permitir que el torrente de melancolía y la funesta Filosofía ahoguen nuestro mundo. Dependemos de ti. No creo que te des cuenta de lo importante que eres para nuestro mundo feliz, tal y como está organizado / ¡Qué traidores pueden ser los libros! Te figuras que te apoyan , y se vuelven contra ti.

     No obstante, gracias a Faber, Montag logra escapar de la destrucción de la ciudad y llegar a uno de los muchos campamentos ambulantes esparcidos por los campos del país. Allí, convive una extravagante minoría que clama en el desierto; unos vagabundos por el exterior, bibliotecas por el interior; una especie de sobrecubiertas para los libros. Una comunidad de libros andantes --cada miembro aprende, recuerda y transmite oralmente un libro-- que supone la esperanza, el final romántico, de que de la ciudad ahora en llamas surgirá una nueva civilización cual ave Fénix. Lo cual justifica la perentoria necesidad de recordar. Porque el recuerdo, a veces, es todo lo que tenemos para aferrarnos a nuestro pasado, presente e incluso futuro como especie.

     Veinte años después de la primera lectura, por tanto, comprueba uno que lo que entonces parecía exagerado ahora se está cumpliendo de forma tan inquietante como progresiva. Eso sí, a diferencia de lo que ocurre en la novela --especialmente en el caso de Faber, aunque también en el de Montag--, nosotros todavía estamos a tiempo de no tener que lamentar la pérdida de libertad ante la barbarie política y cultural. A tiempo de evitar que la temperatura de la ignorancia y pasotismo de nuestra civilización --existen, por desgracia, otras maneras de quemar libros-- llegue a esos 451 grados fahrenheit (232,8 grados centigrados) a la que el papel de los libros comienza primero a inflamarse y después a arder...                        

               

miércoles, 1 de febrero de 2017

Jungleland 2: Las 50 mejores entradas (2014-2016)





     Ya está disponible, tanto para formato papel como para el Kindle, el segundo volumen de la recopilación de los artículos del presente blog, Jungleland. Tal y como hice hace tres años con el primer volumen, vuelvo a unir, en un solo libro, las cincuenta entradas más significativas del mismo. Deporte, política, cine, música y, ante todo, literatura componen un mosaico que ejemplifica los temas que más me apasionan. Lógico, pues, que sean sobre los que escribo a menudo en este portal de internet.

     Si en el trienio 2011-2013 publiqué ciento cincuenta entradas blogueras, en el que comprendió los años 2014-2016 fueron ciento treinta. Un ligero descenso en el número de publicaciones que se debe al hecho de un aumento de las ocupaciones cotidianas y a una mayor necesidad de sacar tiempo para escribir mi tercera novela, Primera mujer, primer amor y continuar con el proceso de finalización de documentación y posterior escritura de la segunda parte de El Círculo de las Bondades, que posiblemente llevará por título El Grito de los Inocentes. Precisamente un viaje a Varsovia, para documentarme y presentar mis respetos a mi querida protagonista, Irena Sendler, aparece reseñado en el presente volumen.

     De los cincuenta artículos que aparecen en este segundo volumen de Jungleland podéis encontrar un sentido homenaje al que fuera primer Presidente del Gobierno Democrático, Adolfo Suárez González, con motivo de su fallecimiento --siendo esta la única entrada política que aparece en este volumen, aunque se publicaron algunas más durante el pasado trienio, como es lógico-- y otro par de recordatorios, deportivos en este caso, hacia las figuras de Luis Aragonés --también fallecido durante estos últimos tres años-- y Fernando Martín, en el 25º aniversario de su muerte.

     La música también ha estado presente en el blog. Como bien sabéis, el Boss es mi ídolo. Y no solo en lo musical. También en muchos otros aspectos. A uno de sus temas debo el título de este blog. En esta nueva recopilación aparecen las críticas de tres de los discos más carismáticos de Bruce Springsteen --Born to run, Born in the USA y High hopes--, otro homenaje, en esta ocasión al mítico David Bowie --que nos dejó hace apenas un año-- y  la crítica del último trabajo discográfico de U2, Songs of Innocence

     El séptimo arte aparece de la mano de la adaptación a la gran pantalla de la más famosa obra de Noah Gordon, El médico; la necesaria y merecidamente oscarizada Spotlight; la última película de Spielberg, El puente de los espías, con un Tom Hanks magnífico; la recientemente estrenada (excelente y soberbia) El Principito --¡necesitamos más films como este!--; una intimista Tren de noche a Lisboa (con un gran Jeremy Irons); y las maravillosas (y españolas) Truman (con un duelo estelar: Javier Cámara y Roberto Darín) y Altamira (con Banderas descubriendo, enseñando y convenciendo).

     He dejado para el final lo más importante: la literatura. Es el motivo por el que existe este blog. Las reseñas son la razón de ser del mismo. La de Primera mujer, primer amor, obviamente, está incluida aquí. Pero he leído mucho estos tres años. Y, de entre todas, elegir 33 reseñas para Jungleland 2 no ha sido tarea nada fácil. He tenido que dejar fuera grandes obras. Al final, me he decidido por las siguientes. 

     De las 33, 11 son obras extranjeras: Chesil beach y La ley del menor, de Ian McEwan, mi gran descubrimiento de los tres últimos años; El hijo de César, del genial e inigualable John Williams; El último judío, de Noah Gordon; El tambor de hojalata, del Premio Nobel alemán Günter Grass; Matar a un ruiseñor, la inmortal obra de la recientemente fallecida Harper Lee; La ladrona de libros, de Markus Zusak; El mundo de Sofía, sublime obra filosófica del noruego Jostein Gaarder; El psicoanalista, de John Katzenbach; la soberbia El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger; y Born to run, las memorias de Bruce Springsteen, escritas de su puño y letra. Casi nada. 

     Y 22 son españolas e iberoamericanas: El héroe discreto y El sueño del celta, del Premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa; El hereje, del genio universal vallisoletano Miguel Delibes; Intemperie, de Jesús Carrasco (¿posible digno sucesor del anterior?); Días de Nevada, del académico vasco Bernardo Atxaga; Patria, (¡probablemente mi mejor lectura del trienio!),de Fernando Aramburu; las dos últimas obras del mejor escritor valenciano contemporáneo, Rafael Chirbes: En la orilla y París-Austerlitz; La colmena, del Premio Nobel gallego Camilo José Cela; Los girasoles ciegos, del madrileño Alberto Méndez; Cartas a palacio y Tengo en mí todos los sueños del mundo, del guionista hispano-portugués Jorge Díaz; Cicatriz y El paciente, del periodista madrileño (y rey actual el thriller español) Juan Gómez-Jurado; Y de repente, Teresa y Treinta doblones de oro, del indiscutible líder de la novela histórica española, Jesús Sánchez Adalid; Hombres buenos, excepcional novela de Arturo Pérez-Reverte; El abogado de pobres, del escritor y abogado jerezano Juan Pedro Cosano; Un verano en la casa azul, del joven pero magnífico escritor catalán David Casado Aguilera; y Respirar por la herida, La víspera de casi todo y Un millón de gotas, del también catalán Víctor del Árbol, el gran descubrimiento español del trienio para servidor.

     En definitiva, Jungleland 2: las 50 mejores entradas (2014-2016) agrupa lo más significativo de un blog que busca ser simplemente un canal de comunicación entre este humilde escritor y sus pocos pero muy fieles seguidores. Espero que os guste... Y, como siempre, ¡muchas gracias!   
                    

miércoles, 25 de enero de 2017

84 Charing Cross Road. Helene Hanff. Anagrama. 2006. Reseña





     En una ocasión alguien --no recuerdo quien-- dijo o tal vez escribió --tampoco este dato lo tengo nada claro-- algo así como que un buen lector no puede ser una mala persona. En sí, la frase parece fuera de lugar. ¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra? Sin embargo, si lo pensamos más fríamente, se convierte en una certeza. Sinceramente, opino que quien fuera la persona que dijo o escribió semejante frase dio en el clavo. Y un ejemplo de ello lo tenemos en este libro de Helene Hanff. Una novela epistolar que emociona a todo lector que realmente ame los libros y la literatura. A mí al menos me ha conmovido profundamente. Tanto que al terminarlo me he quedado sin saber exactamente cómo reaccionar. Maravillado y triste a la vez.

     Una historia de lo más sencilla, si está escrita con el corazón en la mano, puede tocar lo más profundo de nuestro ser. Y si está escrita con dos corazones --o incluso alguno más--, tal y como sucede en el caso de 84 Charing Cross Road, más todavía. Y es que, como también se suele decir, la realidad siempre supera a la ficción. Porque esta novela sucedió. Y es el fruto de veinte años de correspondencia entre dos personas que jamás se conocieron en persona pero que se amaron de una manera muy especial. No, no estoy hablando del amor conyugal o sexual, sino de otro amor que también puede conmover: el amor a los libros, a la literatura, a los buenos modales y a la buena educación.

     Helene Hanff fue una escritora estadounidense que trató de que sus obras teatrales fueran llevadas a la escena por algún productor. Algo que no consiguió hasta muy tardíamente. Mientras tanto, hubo de buscarse la vida escribiendo guiones para series televisivas de las distintas televisiones norteamericanas. También ensayos, cuentos y reseñas literarias para revistas. Finalmente, publicó la obra que nos ocupa, la que acabaría dándole gloria, no solo en el mundo literario sino también en el del cine, como veremos más tarde. Siempre autodidacta, trató de conseguir en el Nueva York de los años cincuenta y sesenta las obras más importantes de la literatura inglesa de todas las épocas. Harta de no encontrarlas en ninguna galería ni librería, acabó encontrando solución a su problema en el 84 de Charing Croos Road, en Londres.

     Allí estaba ubicada la librería Marks & Co., donde pudo satisfacer sus deseos en forma de magníficas encuadernaciones en piel y tela de sus obras preferidas. Frank Doel, el encargado de la librería londinense, irá atendiendo de la mejor manera posible sus demandas. Y entre libros, autores y temáticas, surgirá una relación muy especial entre ambos. Pero no solo entre ellos, sino también entre la escritora y el resto de trabajadores de la librería e incluso entre sus familiares. Los pedidos de Hanff son libros casi inencontrables. No obstante, Frank Doel consigue ir consiguiendo la mayoría de los ejemplares. Aunque la tarea le lleve hasta dos años.

     Catulo, Angler, Chaucer, Walton, Milton, Lamb, Hunt, Austen. Por las páginas de las cartas que componen la novela aparecen los grandes nombres de la literatura inglesa. Pero no solo eso. A lo largo de los veinte años de correspondencia, ambos interlocutores van contándose los aspectos más importantes de sus respectivas sociedades, por lo que la obra sirve también para radiografiar a ambas. La situación económica británica tras la II Guerra Mundial, con las consabidas restricciones alimentarias, provocará que Hanff, desde el otro lado del Atlántico, se compadezca de los empleados de la librería y comience a enviarles productos muy poco vistos allí en aquella época. Su solidaridad y su bondad provocará el estrechamiento en los lazos entre ella y todas las familias que algo tienen que ver con la librería.

     Con un sentido del humor sano y algo excéntrico en ocasiones y esos envíos de alimentos en plena época de carestía y racionamientos, Hanff irá ampliando la lista de sus amigos londinenses. Sin embargo, no encuentra la manera de visitarlos. Su mala situación económica se lo impide, Intenta ahorrar a lo largo de los años, pero cuando parece que va a poder cumplir el sueño compartido de reunirse con ellos siempre ocurre algo que la hace tirar mano de los ahorros e ir aplazando el caro viaje. Nos quedan, eso sí, las cartas que se fueron enviando a lo largo de esas dos décadas. Unas cartas llenas de amor, ternura, admiración mutua y pasión literaria y humana que conforman un tesoro para cualquier amante de la literatura.

     Sin duda, 84 Charing Cross Road es una de esas joyas que nos hablan de lo que para muchos de nosotros suponen los libros, las librerías y las bibliotecas. Aunque su publicación pasó casi inadvertida en un primer momento, a lo largo de las décadas siguientes se ha ido confirmando como uno de esos pocos libros denominados de culto a ambos lados del Atlántico. Lo mejor de todo es saber que se trata de una historia real. Sus protagonistas, sin duda, merecen pasar a la historia de la literatura. Lo peor, sin duda, que se hace muy corto y que algunas de las cartas no se conservaron, provocando algunos vacíos informativos que, a pesar de todo, no restan un ápice de encanto a la historia.

     En 1970 Hanff publicó, previo permiso de todos y cada uno de sus interlocutores londinenses, las cartas en forma de novela epistolar. Poco más tarde, se llevó también al teatro. Por fin, ¡el teatro! Y en 1987 la historia llegó también a la gran pantalla. Dirigida por David Hugh Jones, producida por Mel Brooks y protagonizada por Anne Bancroft (como Helene Hanff) y Anthony Hopkins (como Frank Doer), es fiel a la realidad y constituye otra obra maestra que todos los amantes de los libros deberían ver. Su título: La carta final (84 Charing Cross Road). Seguramente, si la obra fuera de ficción, el final habría sido muy diferente. La vida, sin embargo, nos lleva a veces por caminos que no podemos conocer. Por suerte, siempre nos quedarán los libros para mitigar nuestros males...                 


viernes, 22 de abril de 2016

Firmin. Sam Savage. Seix Barral. 2007. Reseña





     Sam Savage es un poeta y escritor estadounidense (Carolina del sur, 1940) que publicó su primera obra a los 65 años. Profesor de filosofía, antes de dar clases y de escribir fue también mecánico de bicicletas, carpintero, pescador de cangrejos y tipógrafo. Comenzó sus actividades literarias como editor de poesía en la revista Reflections allá por los años sesenta, época que le influyó sobre manera y en la que defendió a ultranza los derechos civiles. Vivió por una temporada en Alemania y en Francia, antes de regresar a su país natal. 

     De aspecto hippie, al más puro estilo --literariamente hablando-- de nuestro querido Valle-Inclán, Savage escribió y publicó en 2007 su obra más conocida: Firmin. Alternativo, pero de cabeza muy bien amueblada, critica en ella el loco mundo de los años sesenta. Porque la novela se ambienta en un hecho real: la destrucción de la plaza Scollay de Boston a manos de la especulación urbanística de la época y la aquiescencia de las distintas administraciones. Por tanto, Firmin se convierte en una ácida crítica social de una época complicada: Guerra Fría, movimiento hippie, caza de brujas, etc.

     No obstante, y ante todo, nos encontramos ante un homenaje a los buenos lectores; un alegato de las virtudes redentoras de la lectura; un viaje iniciático por el mundo de los libros. El texto está repleto --ya desde su mismo inicio-- de constantes y estimulantes guiños literarios (desde Steinbeck a Fitzgerald; desde Hemingway a Miller; desde Dostoievski a Tolstoi; desde Wilde a James) que llevan al lector a querer leer a esos autores y a las obras a las que se va haciendo referencia. Por todo ello, no veo mejor momento para reseñar este libro que hoy, víspera de Sant Jordi, Día del Libro.

     Firmin es una rata que narra su vida desde el punto de vista de los libros. Y es que vive por y para ellos. Porque, desde recién nacido --habla de sí mismo como una rata macho--, come libros. Su mamá, Flo, una rata borrachina a la que pronto perderá el rastro, tenía doce mamas y trece hijos. Y Firmin era el que nunca llegaba a poder succionar adecuadamente la leche materna. De ahí que deba comer papel. Sin embargo, su cercanía a él le salvará la vida. Porque, al estar hartito de papel, se dedicará a leer el contenido de las páginas de los libros que se han salvado de su ingesta.

     Víctima de la soledad, la marginación y la incomprensión --rata que veas leer, déjala correr, dicen sus propias hermanas--, alimenta su estómago y su cerebro a base de libros. Los entiende como una manera de entretenerse, aprender y escapar de la rutina de la vida. Así, nunca se aburre. Pero, ¿a qué se debe que tenga tantos libros a su alcance? Pues a que su madre dio a luz a sus trece hijos en el sótano de Pembroke  Books, una librería de segunda mano de la calle Cornhill, cercana a la plaza Scollay del Boston de los años sesenta. 

     Su vida transcurre entre libros la mayor parte del tiempo y Norman Shine, el propietario de la librería, desconoce por completo su existencia. Pero Firmin le admira y observa su modo de trabajar, de cuidar los libros y de tener siempre el adecuado para cada tipo de cliente, demostrando un portentoso conocimiento tanto de los libros que posee como de los clientes que acuden a él. La relación que se establece entre ambos, aunque sea solo en una dirección, es entrañable y llega a conmover. Hasta que ocurre un hecho irremediable que no debo aquí señalar y Firmin acaba herido y acogido en la casa de un vecino del mismo edificio, Jerry Magoon, un escritor bohemio y frustrado --¿quizá el propio Savage?-- que cuidará de él casi más que de sí mismo.

     Sin embargo, no todo son libros en la novela. Y no solo de ellos vive una rata, por muy culta y educada que esta sea. Así, Firmin debe buscarse otros alimentos, lo cual le lleva a merodear por el barrio y la plaza. Y uno de sus rincones preferidos, donde siempre encuentra algo que llevarse a la boca y además se lo pasa pipa, es el cine Rialto. Allí, entre sobras de palomitas, sándwiches y demás manjares, conoce también el arte del cine. Y admirará a los principales actores de la época, principalmente a Fred Astaire y a Ginger Rogers, cuyos bailes y canciones le embelesarán.

     De la mano de Norman y Jerry --los dos humanos a los que llega a admirar y a amar-- y del cine y de los libros Firmin desentraña --y, en algunos casos, destierra-- los tópicos acerca del mundo literario, recuerda obras, autores y personajes imprescindibles de la historia de la literatura, anima a cualquier lector a acercarse a todos ellos y, además, nos invita a mirar a las ratas con ojos diferentes. Porque quizá, solo quizá, a partir de la lectura de esta novela más de uno deje de pronunciar la manida frase malditos roedores... 

                 

viernes, 26 de abril de 2013

Mi primer Sant Jordi en Barcelona

 
 


     23 de abril de 2013. Sin duda, una fecha para no olvidar en mi vida. Sant Jordi. Barcelona. Día del Libro. Día de la rosa. Una locura, una riada de gente, una marea humana en busca de un libro y una rosa para regalar a algún ser querido. Stands flamantemente decorados para la ocasión. Una ocasión que, desde luego, lo requiere.
 
     Llegué al Passeig de Gràcia a las doce del mediodía después de un viajecito en el Euromed. Y lo primero que encontré fue la marabunta: un mega stand de casi cincuenta metros de largo en el que firmaban algunos de los grandes escritores de este país. Las colas para conseguir un ejemplar firmado eran de hora y media. Recorrer esos cincuenta metros me costó diez minutos. No había visto tal aglomeración de gente desde mi último concierto de Bruce Springsteen (precisamente, en Barcelona).
 
     Mi primer Sant Jordi. Y no como visitante, sino como participante. No en vano, iba a firmar ejemplares de mis dos novelas. Una histórica y otra costumbrista. Una en el stand de Ediciones Hades y otra en el de (In) Dependientes de ti, donde más de cuarenta autores (la mayoría de la Editorial Círculo Rojo), nos íbamos a reunir para tratar de dar a conocer nuestras obras autopublicadas.
 
     Ambos stands estaban ubicados en posiciones estratégicas más que interesantes. Barcelona tiene múltiples lugares donde perderse. El Passeig de Gràcia es uno de ellos, sin duda. El de Ediciones Hades estaba situado a pocos metros de la Casa Milà, más conocida como "La Pedrera". El de (In) Dependientes de ti, frente a la Casa Batllò. Ambas casas forman parte de la gran multitud de magnas obras del arquitecto Antonio Gaudí. Decidí que al día siguiente las visitaría antes de retornar a Gandia. Así lo hice. Y me maravillé. Pero eso ya lo contaré otro día.
 
     En mi visita al stand de Ediciones Hades puede saludar a compañeros literarios a los que sólo conocía a través de las redes sociales: el bilbaíno Asier Triguero ("Hijos del amanecer"), con el que tuve el gusto de compartir nuestra hora de firmas; Mamen Fernández ("Quiénes sois") y Andrés Hernández ("El camino de Don Fernando"), quienes venían de bastante más cerca; y Rosy Martínez ("El final de la historia: gigantes del sueño"), que vino desde Gijón. Pasé con todos ellos unas tres horas muy agradables. Y, por supuesto, pese a la dura competencia, firmé varios ejemplares de "El Círculo de las Bondades". 

 
 


     Sin solución de continuidad me desplacé al stand de (In) Dependientes de ti, donde iba a tener lugar la firma de ejemplares de "Almas Suspendidas", mi segunda novela. Allí ocurrió más o menos lo mismo. Pude saludar y conversar con compañeros y compañeras de aventuras literarias como Encarnación Alcalde Brotons ("Lo que el corazón esconde") y David Arrabal ("El final de todos los inviernos"), a los cuales he de agradecer públicamente el enorme trabajo realizado para hacer posible la reunión de todos los autores que allí estuvimos. Cabe recordar que nuestro stand fue el único de autores independientes en la Barcelona santjordiana de 2013.
 
     Con ellos acabé de pasar un día magnífico, cena incluida. También llegados desde distintos puntos de la geografía española, desde la propia Barcelona hasta Melilla, tuvimos ocasión de conversar sobre todo lo ocurrido durante esas diez horas que habíamos pasado juntos. Hubo tiempo para anécdotas, confesiones y hasta futuros proyectos colaborativos. Como curiosidad, coincidimos en lo lamentable que nos parece a todos el hecho de que la gente haga una hora y media de cola para que le firme un libro alguien que no es el autor. Todos sabemos de la existencia de los "negros", aquellos escritores que se dedican a escribir libros que luego firman celebridades televisivas que apenas saben hablar y, por tanto, no están capacitados para hacer algo más que dedicar y firmar el resultado final del trabajo remunerado al verdadero escritor, el que cobra por su trabajo y se queda a la sombra.
 
     Si he de poner una pega a la festividad de Sant Jordi es la imposibilidad de saludar a todos los compañeros que allí se dan cita. La concentración de todos los actos en apenas diez horas impide poder estar con todos aquellos "juntaletras" (dicho esto con todo el respeto, por supuesto) con los que uno quisiera. No obstante, es este hecho lo que le confiere ese carácter a Sant Jordi. Muchas personas, muchas rosas y muchos libros. Todos juntos. Hombro con hombro. Cara a cara. Libro a libro. Sant Jordi es algo único e irrepetible. No tiene nada que ver con las distintas Ferias que se desarrollan por la geografía nacional. Todo en un día: libro y rosa; rosa y libro. Literatura... Mi primer Sant Jordi. Y, ojalá, no sea el último.