LIBROS

LIBROS
Mostrando entradas con la etiqueta memoria histórica. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta memoria histórica. Mostrar todas las entradas

lunes, 14 de septiembre de 2020

pequeñas mujeres rojas. Marta Sanz. Anagrama. 2020. Reseña



pequeñas mujeres rojas: 642 (Narrativas hispánicas): Amazon.es ...


     pequeñas mujeres rojas --empequeñecidas ya desde el mismísimo título, con la p inicial en minúscula-- es la nueva novela de Marta Sanz que cierra la trilogía (que no fue concebida como tal, por cierto) dedicada al inspector Arturo Zarco, personaje que se ha convertido en los últimos años en uno de los más importantes de la novela negra española. Tras Black, black, black (2010) y Un buen detective no se casa jamás (2012), la autora madrileña (1967), elogiada hace ya años por el gran y añorado Rafael Chirbes, nos sumerge en una novela tan negra como política --toda literatura es política aunque nos hayan hecho creer que la política mancha la concepción literaria, afirmó en una entrevista cuando fue lanzada la novela, justo una semana antes de decretarse en España el estado de alarma por la pandemia del coronavirus--. Mal augurio tener las librerías cerradas justo en ese momento.

     Y, sin embargo, Marta Sanz, nada dada a las redes sociales y a las apariciones públicas, ha sabido vender su libro --con la inestimable ayuda de su editorial, obviamente-- a las mil maravillas. Tanto es así que pequeñas mujeres rojas ha sido, sin ninguna duda, uno de los libros de la pandemia. Apoyado, además, por el lanzamiento, público y gratuito, de Sherezade en el búnker, un relato tan tierno como salvaje para hacer menos tediosa la obligada cuarentena, y una serie de videoconferencias en las que la autora se ha mostrado más cercana que nunca a unos lectores con ganas --y mucho tiempo-- para dedicar a los libros. Una gran campaña de márketing que ha aupado a la novela a la cúspide de este para muchos maldito 2020. Pero, como siempre, hasta de los peores momentos y situaciones puede uno salir airoso. Que se lo digan a pequeñas mujeres rojas

     Pero, ojo, no quiero decir con ello que el éxito de la novela se fundamente en el márketing. En absoluto. Estamos ante una grandísima novela que reconstruye la realidad a través de una crudeza descarnada pero necesaria. No hay mejor manera de tratar el tema de la Guerra Civil, las fosas comunes, la recuperación de la memoria histórica y democrática, la deuda que con todo ello guarda la mal llamada Transición, el peligro de la equidistancia política --en determinados temas uno ha de mojarse, sí o sí-- o la desfachatez del discurso del odio de la ultraderecha de VOX. Sí, pequeñas mujeres rojas es una novela ideológica. Por supuesto que sí. Porque, para Marta Sanz --y para la mayoría de escritores del mundo--, el mero hecho de escribir hace necesaria una gran responsabilidad que convierte a la literatura en una magnífica forma de resistencia política ante el fascismo y los radicalismos.

     A través de las trescientas cuarenta páginas de la novela nos hablan directa o indirectamente --o, más bien, nos escriben-- Paula Quiñones, inspectora de Hacienda y ex mujer de Arturo Zarco, que busca localizar fosas comunes de la Guerra Civil en un pueblo de la España profunda; Luz Arranz, nueva suegra del detective, cuya actual pareja es su hijo Olmo, y amiga de Paula; las mujeres muertas y los niños perdidos, cuyas intervenciones vienen precedidas de un aviso oportuno y necesario: lean despacio; y algunos de los enterrados en las fosas de Azafrán --o Azufrón--, que nos transmiten toda su rabia e impotencia, pero también su intacta humanidad. Zarco se diluye como un azucarillo en el texto. Presente solo a través de comentarios que se intercambian las amigas Paula y Luz, pierde todo el protagonismo de las novelas anteriores y pasa a ser una especie de fantasma, casi siempre odiado y reprochado, pero también, en el fondo, de alguna manera querido y añorado.

     Casi todo el pueblo de Azafrán --o Azufrón-- pertenece a una misma familia, la de los Beato. Algo que de inmediato levanta las sospechas de Paula --en todas las lenguas Paula significa pequeña--, quien investiga en ese pueblo de picos de avestruz y garras de pterodáctilo la posible existencia de un delator en época franquista. Un delator que, a base de ayudar al bando nacional fuera haciéndose con las pertenencias de los desafectos a dicho bando --tesorero de la casa del pueblo, promotor de un intento de huelga, blasfemo, anticlerical, maestro y amigo de comunistas, dueño de tierras fértiles, etc--. Estos, desde sus fosas, recuerdan que nos mataron y nuestros huesitos no salieron a la luz hasta un verano de principios del siglo XXI. Los torturadores de nuestros descendientes y simpatizantes aún cobraban sus pensiones, y Francisco Franco ocupaba su espeluznante mausoleo. Ahora vuelven a pasear por las calles españoles con pistolas a los que se les llena la boca llamándose es-pa-ño-les. 

     La familia de los Beato es muy singular. A simple vista todos sus miembros parecen muy unidos porque siempre están juntos y hacen piña en torno al abuelo, Jesús, que acaba de cumplir cien años de edad. Pero, a poco que Paula comienza a escarbar, encuentra no pocas desafecciones y tremendos odios internos y enfrentamientos. ¿Por qué no dejáis en paz a las personas mayores?, ¿no os da vergüenza? Esos dos hombres tambaleándose, como borrachos, pegándose, ¡a estas alturas! Nosotros hemos pasado ya mucho, mucho, para que nadie venga aquí a escarbarnos la tierra, que es nuestra la tierra, ¿me oís? ¡Nuestra!, le espeta María Melgar a Paula en un momento tenso de la trama. Pero Paula y su compañera Rosa lo tienen muy claro: un pueblo con dignidad ha de saber dónde están todos y cada uno de sus muertos. Quiénes los mataron. Cómo. Qué muertos llegaron de otras partes y por qué reposan en esta tierra de serpientes de cascabel.

     A Paula, mujer de números, no le cuadran las cifras. Demasiados vecinos reclamando cuerpos de familiares y muy pocos huesos encontrados en las fosas. Debe haber más, y más grandes. Y se empeña en descubrirlas, como sea. Porque hay cosas que han de ser olvidadas a la fuerza y otras que deben ser recordadas para siempre con la misma intensidad. Pero siempre es algo muy peligroso alterar el orden establecido en un pueblo en el que en paralelo y en perpendicular a la avenida Caídos de la División Azul nos encontramos retículas de calles con el nombre de generales franquistas. Como si no hubiese pasado el tiempo y la conciliación solo se pudiese producir olvidando masacres y crímenes pero sin borrar de las fachadas de las iglesias los nombres de los caídos por Dios y por España. La onomástica vencedora. No obstante, debe hacerse justicia con los enterrados en las fosas, para que --nos hablan ellos mismos-- nuestros descatalogados fémures dejarán de pertenecer al hoyo y al montículo y podrán ser enterrados en algún lugar donde se nos homenajee y nos coloquen coronas otra vez rojas, amarillas y moradas.

     Resulta indudable que cuando un escritor ejerce su labor no puede dejar de lado su ideología política. Este aspecto se nota en esta novela más que en muchas otras. Sin embargo, hay temas en las que todos, absolutamente todos, deberíamos coincidir: hay cosas que están muy por encima de la ideología. Porque son de justicia. Y es lamentable que en esta España del siglo XXI --ya en 2020-- todavía se debata sobre la memoria histórica, la democracia y la justicia. Por eso, resulta necesario leer pequeñas mujeres rojas. Una novela negra, en muchos momentos, más que el betún, sobre una de las etapas más negras de nuestra historia. Sin duda, pese a la pandemia --o, incluso, también gracias a ella-- firme candidata a novela española del año.                          



viernes, 24 de febrero de 2017

La tristeza del samurái. Víctor del Árbol. Editorial Alrevés. 2011. Reseña





     Cada novela que leo de Víctor del Árbol me sorprende de una u otra manera. Pese a que todas --con esta he completado sus hasta ahora cinco publicaciones en castellano-- tienen más o menos las mismas estructuras, en las que encontramos varias épocas y escenarios diferentes cuyas respectivas tramas llegan a converger a partir de un nexo común que al principio obviamente se nos escapa --ahí está precisamente la gracia del asunto--, son los personajes quienes nos mantienen en vilo. Me explico: son ellos quienes labran sus propios destinos, para bien en unos casos o para mal en otros.

     En efecto, una de las características que mejor define la literatura del escritor extremeño-barcelonés es su alucinante facilidad para diseccionar no solo la psicología de cada uno de sus personajes sino también sus gestos, sus vicios y sus pensamientos. Y también sus sufrimientos. Porque todos, absolutamente todos son seres que padecen y arrastran alguna pesada carga provinente del pasado individual o familiar. Mochilas de rencores, traumas e incluso enfermedades mentales --según los casos-- que antes o después van a pasarles factura, de un modo u otro; que van a impedirles llevar una vida medianamente sana y feliz.

     Las cinco obras de del Árbol son thillers (con gran componente histórico --la memoria histórica es un tema que interesa mucho a este escritor--) en absoluto carentes de calidad literaria. Y es que siempre podemos encontrar la palabra o la frase exactamente necesaria para la situación que se está narrando en sus páginas. Algo poco usual en un mundo, el literario, en el cual la mayoría de autores buscan que sus escritos lleguen a convertirse en best sellers, siguiendo los cánones marcados por la moda. Cuestión que resta innovación y calidad a las obras. No es el caso de Víctor del Árbol. Aunque con el paso de los años haya conseguido ser también un autor best seller.

     La tristeza del samurái, su segunda novela publicada, nos sumerge en dos etapas apasionantes de la historia reciente de nuestro país. Por un lado, los primeros años de la posguerra civil. Por otro, los meses inmediatamente anteriores al golpe de Estado de Tejero, del que se acaban de cumplir 36 años --la casualidad, de existir, ha querido que servidor terminara la lectura de esta obra precisamente la noche del 23F--. Dos momentos (la Guerra Civil y el golpe de Estado) que, de haber concluido de otra manera, nos habrían dejado un panorama muy diferente del actual. Mejor o peor, pero sin duda diferente.

     En la novela las culpas, las traiciones y los dolores de los personajes de la Extremadura de 1941 han sido heredadas por sus hijos, los protagonistas de la acción que transcurre en la Barcelona de 1981. Algunos de ellos --los más jóvenes-- han nacido culpables y  marcados por un pasado en el que todavía no existían. Otros, los más mayores, tratan de sobrevivir a pesar de sus pasados. La venganza, el ansia de la destrucción, la lucha por el poder y el amor como única vía de salvación son algunos de sus modos de vida. Pero, para poder seguir con ella, han de cerrar el círculo. Y cada uno lo hará a su manera. Como quiera o como pueda. En mi modesta opinión, la diferente forma de afrontar la situación de cada personaje es lo realmente atractivo de esta historia. Porque el pasado no se puede cambiar, pero el futuro está en nuestras manos.

     Además, como afirma del Árbol, de todas las historias la mejor es la que nos explica a nosotros. Y es cierto: porque en todas sus obras, en algún personaje o en alguna situación concreta, nos podemos ver reflejados de una forma tal que puede llegar a erizarnos el vello. Algo de nuestro interior se despierta en sus novelas. Cobardía, valentía, resolución, duda, clarividencia, capacidad de sufrimiento... Todos sentimos algo de todo ello mientras leemos alguna de las historias que nos presenta este autor. Y La tristeza del samurái es un buen ejemplo de ello.

     Por si todo lo anterior fuera poco, en todas las novelas de este escritor encontramos frases antológicas que conviene recordar. Como esta: Algún día tendría que explicarle por qué las cosas habían sucedido de aquel modo, y cómo funcionan las complejas relaciones de los adultos. Trataría de hacerle entender la absurda realidad en la que los sentimientos no valen nada frente a las razones de otra índole. Que el poder, la venganza y el odio son más fuertes que cualquier otra cosa, y que los hombres son capaces de matar a quien aman y de besar a quien odian si ello es necesario para cumplir sus ambiciones.

     O como esta: Todo el empeño y toda la sangre vertida en aquella contienda no habían servido de nada. Apenas hacía cinco años de la muerte de Franco, y volvían a florecer los malos vicios, como las malas hierbas. España era de nuevo un secarral con vocación de desierto, habitado por pobres bestias nihilistas. Solo los animales amansados durante décadas eran capaces de dejarse llevar de manera tan dócil al matadero, capaces de creer, deseosos incluso de engullir, cualquier cosa que les viniera dicha por los ungidos en el poder. Cualquier cosa, con tal de darle un poco de fe a su lánguida existencia, pero incapaces de coger el toro por los cuernos.

     Poesía al margen --del Árbol escribe poesía pero muy equivocadamente no se atreve a publicarla porque piensa que no tiene la suficiente calidad--, los párrafos expuestos justo arriba nos muestran crudamente que el pasado y el mal nunca desaparecen, y que los vicios y las malas actitudes hacia la vida en general y hacia la política en particular cuestan mucho de cambiar.                               

   

lunes, 15 de febrero de 2016

La víspera de casi todo. Víctor del Árbol. Ediciones Destino. 2016. Reseña





     Dice Víctor del Árbol que es un poeta frustrado y que el Premio Nadal que acaba de recibir por La víspera de casi todo le alegra, entre otras cosas, porque a partir de ahora podrá utilizarlo para argumentar que es un escritor que fue policía y no un policía que escribe. Y servidor, que ha leído cuatro de sus seis obras publicadas hasta la fecha no puede mostrarse más en desacuerdo con él. Porque Del Árbol no solo es un gran escritor sino que lo fue desde su primera obra, El peso de los muertos --de pronta re-edición al cumplirse el décimo aniversario de su primera publicación--, y su forma de jugar con las palabras y de expresar los sentimientos y las acciones de sus personajes y de sus narradores omniscientes le convierten también en un consumado poeta. 

     Eso sí, el hecho de haber sido durante unos años mosso d´esquadra le ayuda a narrar determinadas partes de sus historias. Las más técnicas, si se me permite la expresión. De la misma manera que su experiencia --más breve, es cierto-- como seminarista le capacita para conocer a la perfección aspectos más humanos, como el dolor, su alma enferma, las mochilas repletas de traumas que todos debemos arrastrar y nuestro afán por dejar atrás el pasado --aunque él mismo reconoce que no se puede huir de lo que se es-- y vivir a pesar de tan pesada carga. Porque, pese a que borrar el pasado es imposible, los humanos nos empeñamos en empezar de cero, en dejar de lado la memoria y buscar una redención que nos permita seguir nuestro camino.

     Aunque ese camino nos lleve al mismísimo fin del mundo. Tal y como les ocurre a varios personajes de La víspera de casi todo: Paola, Mauricio, Dolores y Germinal. Las historias, personales y familiares, de todos ellos convergen en A Coruña, más concretamente en Costa da Morte, justo en el fin del mundo. Lugar en donde se proponen huir de un pasado del que no se puede huir. Pero, para invitar al lector a entender la historia --o, mejor dicho, el conjunto de historias que componen la novela--, se sirve el autor de otro componente que domina al detalle: la disección psicológica de cada uno de sus personajes. Sus pasados, sus dolores, sus traumas, sus memorias, sus anhelos, sus contradicciones y sus mundos interiores, en suma, se van completando a base de diferentes oleadas que se suman a las anteriores para componer un todo.

     Del Árbol obliga al lector a ser curioso, a investigar el carácter y la psicología de cada personaje, a buscar la raíz de sus males e indagar acerca de cuáles serán sus comportamientos futuros. Así, le cuesta abandonar la lectura. Porque quiere saber más. Porque desea conocer aquello que el narrador sabe y se niega a compartir con él hasta que lo considera oportuno. De esta manera, de su mano, sufre y disfruta por igual. Sufre porque empatiza con el dolor de cada personaje; disfruta porque, como he dicho al principio, Del Árbol se convierte por momentos en un mago de las palabras

    En La víspera de casi todo encontramos a cinco asesinos, tres de los cuales lo son múltiples. Desde pederastas hasta violadores; desde torturadores hasta justicieros; desde enfermos mentales hasta asesinos circunstanciales. Los cinco se crean sus propios fantasmas interiores. E, incluso, aparece un fantasma. Un fantasma de verdad. Y, también los cinco --y sus familiares y conocidos--, deben aprender a convivir con su pasado, con su memoria. Memoria entendida de forma individual, aunque también existe la otra, la colectiva, la que nos pertenece a todos como individuos que vivimos en sociedad.

     Me refiero a la memoria histórica, aspecto tan de moda y que tanto preocupa a Víctor del Árbol. Mauricio es argentino y ha estado encarcelado; Germinal es hijo de un guerrillero que acabó en la cárcel primero y en un manicomio después; Dolores es portuguesa; y Oliverio, como Mauricio, es argentino y ha vivido en su pasado en la Alemania de la segunda posguerra. Y nada es casual sino premeditado: el autor aprovecha estos aspectos para denunciar los excesos y torturas de las dictaduras argentina, portuguesa y española. Dictaduras que sembraron futuras almas enfermas, algunas de ellas mentales --síndrome de Williams, autismo, desdoblamiento de la personalidad--, que aparecen en ciertos personajes.

     Uno de los temas que trata la novela es, pues, el existencialismo. Un existencialismo que a menudo busca la redención para poder empezar de cero y, en otras ocasiones, alejar la fatalidad de manera que permita seguir hacia adelante a pesar de todo. Lo cual nos lleva a otro de los temas que aquí cobra importancia: la facilidad con la que los humanos juzgamos a los demás sin conocerlos ni a ellos ni a sus circunstancias. No es de extrañar que, ante este hecho, a veces las únicas salidas sean la huida, el suicidio o el asesinato. ¿Por qué no te pegas un tiro si tan insufrible te resulta la realidad?, le pregunta un personaje a otro. La vida carece de sentido pero queda la obra de vivirla. Y ese es tu acto de rebeldía contra la irracionalidad: vivirla a pesar de todo, le responde el otro.

     La víspera de casi todo es otra gran novela de Víctor del Árbol. Superar su anterior obra, Un millón de gotas, parecía un reto imposible de alcanzar. Y, sin embargo, lo ha conseguido. O, como mínimo, lo ha igualado. Pocas veces un Premio Nadal ha sido tan merecido. Porque este autor, que fue seminarista primero y mosso d´esquadra después, ha sido y será escritor desde siempre y para siempre. Con o sin reconocimientos en forma de premios...