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martes, 18 de abril de 2023

Nosotros. Manuel Vilas. Destino. 2023. Reseña

 




    Qué mal visto ha estado siempre el placer, siempre perseguido por todas las civilizaciones, condenado por todas las religiones, y sin embargo protegido por la naturaleza y la vida, cómo explicar semejante hipocresía, reflexiona el narrador de Nosotros en las últimas páginas de la novela ganadora del Premio Nadal 2023. Una novela existencialista desgarradora de principio a fin. Especialmente en sus últimas páginas. Una últimas páginas que, sin embargo, son de una belleza sin igual. Como prácticamente todo lo que lleva escribiendo Manuel Vilas durante estos últimos años de una carrera literaria ya envidiable. Una carrera literaria repleta de historias y personajes en los que dominan la tristeza, la melancolía, la profundidad de las almas humanas y, paradójicamente, también  el placer, la belleza y la alegría de vivir. De estar vivo pese a todo. Como le ocurre a Irene, la mujer de cuarenta y muchos años que protagoniza Nosotros. Un ángel mortal y corriente, de una vulgaridad excepcional, pero que da belleza a este planeta

    Nosotros recorre la vida en común de Irene y su difunto marido Marce. Ambos, junto al característico narrador omnisciente, van desgranando, a tres voces, como los tres tenores, los veinte años de matrimonio de la pareja, así como la vida ya en solitario de la viuda. Una mujer adicta a la intensidad y nada estoica que no entiende la hipocresía a la que hice referencia al inicio de esta reseña, que no reconoce que su marido ha fallecido, que no sabe lo que es la paciencia -que lo que quiere lo quiere ya- y que, caprichosa como la que más, por donde pasa solo busca la belleza, el placer, el reencuentro con su marido a través del sexo con desconocidos y desconocidas. El ejemplo perfecto de la hedonía pura y dura como actitud vital. Una mujer que, cuando no se sale con la suya, puede llegar a ser muy cruel. Capaz de lanzar por la ventana los zapatos de su amante ocasional. O de abofetearlo y humillarlo antes de echarlo de su habitación. Una mujer que puede resultar tan deseable como repulsiva. Una mujer especial. Para lo bueno y para lo malo.

    A lo largo de la historia narrada en la novela Irene mantiene relaciones sexuales con diversos hombres y mujeres. ¿Su finalidad? Al llegar al orgasmo descubre una escalera. Y al final de esta, aparece la figura de su difunto Marce, quien la sonríe y la saluda con la mano, siempre en silencio, durante unos segundos antes de ser consumido por las llamas. Irene, desahogada económicamente, viaja de ciudad en ciudad y de hotel en hotel, siempre de lujo y con ventanas al Mediterráneo -desde Málaga hasta Alguer-, para rememorar momentos vividos junto a su esposo. Compara a sus amantes con él y lo imagina tomando el cuerpo de cada uno de ellos. Goza, los hace gozar, los enamora, los vuelve locos por completo -porque Irene es un seductor bellezón desvergonzado que, por ambos motivos, provoca adicción- y luego huye y los olvida para siempre, sin atender sus numerosos mensajes. A Irene le gusta sentir que sus amantes piensan en abandonar sus vidas, sus mujeres e hijos para irse con ella y comenzar de nuevo. De no huir llegaría a ser, en suma, una mujer peligrosa.

    Irene es de esa clase de mujeres que no dan ninguna importancia al dinero porque lo tienen. Gasta casi compulsivamente -su tarjeta VISA echa humo- y mide a las personas por las marcas de sus relojes. Lo sabe todo sobre los relojes. Los materiales, la fabricación, el funcionamiento, la forma y los costes de cada uno de ellos. Pero, ¿por qué tiene tanto dinero? Pues porque ha vendido un lujoso piso en el centro de Madrid en el que convivió esos veinte años de matrimonio junto a Marce y ha traspasado la tienda de muebles antiguos y de lujo que este regentaba. Así, se dedica a gastar y a buscar a Marce en cada uno de sus amantes. Sin embargo, en su narración encontramos algunas lagunas que nos hacen dudar. ¿Es posible que una tienda de muebles de lujo funcione tan bien como para que el matrimonio viva a cuerpo de rey en plena época de crisis económica y de auge de los muebles baratos de Ikea? ¿Por qué Irene no puede recordar la fecha de la muerte de su esposo? ¿Por qué no encuentra el reloj de lujo que le regaló a su marido?

    Las incongruencias, las lagunas, las incertezas de la narración de la historia por parte de Irene y del narrador omnisciente son tales que en algún momento el lector llega a pensar que Vilas se ha vuelto loco. Que el autor ha escrito la novela tan rápidamente, sin tomar notas, sin orden ni concierto, que ha perdido el hilo de su propia historia. Nada más alejado de la realidad. Las piezas del puzzle caen en su sitio. Y no poco a poco, sino de golpe. Y, entonces, de repente, Vilas ya no parece un loco sino un genio. De un plumazo se ha cargado toda incongruencia, todo desatino, y nos ha dado un golpe de realidad en todo el rostro. Y nos quedamos perplejos, noqueados, sin capacidad de reacción. Y tenemos que dejar el libro por un momento para recobrar el pulso antes de seguir leyendo. Y lo hacemos de forma también compulsiva. Porque, siendo una novela existencialista, Nosotros se convierte también en una especie de novela de intriga que nos deja consternados con un final antológico que en ningún momento podíamos esperar. Que nos deja K.O..

    En todas las novelas de Vilas el componente psicológico, casi filosófico, juega un papel primordial. Quizá en esta más que en ninguna otra. El alma humana se nos muestra tan diseccionada en Nosotros que casi podemos verla, tocarla, olerla. Irene es un personaje de manual. Psicológico, por descontado, y también filosófico -por esa forma de afrontar la vida, de celebrarla, a pesar del sentimiento de soledad que la hace actuar de esa manera tan hedonista, caprichosa, cruel, peligrosa-. Una soledad que va imponiendo su ley, su desgarro, su monstruosidad. Una soledad insoportable, sin duda muy diferente a la que Marce y ella habían elegido durante veinte años de matrimonio, entregados el uno al otro -como si cada día fuera el primero-, aislados de la sociedad, viviendo por completo ajenos a ella. De una sociedad dominada por una televisión que ellos detestaban porque estaba controlada por los seres abominables. Unos seres que querían hacer que todos vivieran la vida de la misma manera. Algo que puede entroncar también a la novela con la rebeldía propia de las historias más utópicas. Incluso distópicas, si me apuran.

    Pero, sin duda, la gran característica que rige todas las obras de Vilas es la poesía. También sus obras de narrativa. Y Nosotros no podía ser la excepción. Un nosotros referido a Irene y Marce, los grandes protagonistas de la historia. Un nosotros sustentado en uno de los sonetos más celebrados de la historia de las letras castellanas, Amor constante, más allá de la muerte, de Francisco de Quevedo. Un poema-declaración de amor en toda regla, en el que el autor anuncia a su amada que, aunque muera, él continuará amándola. Dios salve a Quevedo, afirma Irene en un momento de la narración. La novela entera no solo justifica la referida poesía, sino que la explica de manera clara. En muchas de sus páginas aparecen referencias y transcripciones de los versos que componen el soneto. De tal forma que, una vez explicada con tanta exhaustividad, la poesía se entiende mucho, muchísimo mejor. Irene la hace suya, la considera mágica, casi sobrehumana. Porque le sirve para seguir viendo a Marce, su querido Marce.              

     Odiosa y adorable, Irene nos descoloca, nos irrita, nos indigna, nos produce rechazo y repulsa, pero también nos enamora, nos seduce, nos pone -el erotismo es otra de las características de la literatura de Vilas-. Mujer irresistible para quien la conoce -sea hombre o mujer-, no sabe lo que son la paciencia ni el estoicismo. Sin embargo, nadie ha de explicarle qué son la naturaleza, la vida, lo salvaje, lo bárbaro. Vive a su manera, busca el placer y, en realidad, no hace daño a nadie más que a sí misma. Un personaje que no deja a nadie indiferente. Un personaje para la historia de la literatura contemporánea española. ¿Y Vilas? Pues uno de los mejores escritores españoles actuales. Un autor del que, como se suele decir, apetece leer hasta su lista de la compra. Un autor que parecía haber alcanzado su techo con las magníficas Ordesa y Alegría, pero que con Los besos y Nosotros se ha superado. ¿Nos saludará con el brazo, en silencio, como Marce, antes de ser devorado por las llamas cuando llegue al último peldaño de la escalera, a la cima de su literatura? Esperemos que no. No seamos tan crueles como Irene. Lo que sí quiero es aprovechar esta última línea para declararle, al más puro estilo de Quevedo, mi amor eterno a su obra.


jueves, 13 de octubre de 2016

El vizconde demediado. Italo Calvino. Siruela. 2011







     Italo Calvino, que pasa por ser uno de los más grandes escritores del siglo XX, vivió 62 años, en los cuales escribió más de cincuenta obras entre novelas, cuentos y ensayos. Conocido sobre todo por El barón rampante, Las ciudades invisibles o El caballero inexistente, El vizconde demediado supuso su incursión en el género fantástico. El escritor italo-cubano, atraído desde siempre por la literatura popular, especialmente las fábulas, decidió, en 1952, dar definitivamente rienda suelta a su imaginación y dejar atrás su obra anterior, donde trató de contar sus experiencias como partisano durante la Segunda Guerra Mundial. 

     Una vez abandonado el neorrealismo --más que una escuela, una manera de sentir común en la juventud de la posguerra--, consiguió escribir las obras que lo harían realmente inmortal. La que nos ocupa es una fábula fantástica en la que, tras una primera lectura superficial agradable --para él, la diversión debe ser siempre la primera función social de la literatura--, encontramos otra más alegórica y simbólica cargada de significados históricos, políticos, públicos y privados --el demediamiento cumple aquí un claro papel de división entre bloques políticos, entre la ética y la ideología, entre la ilusión y la realidad-- que invitan a la moderación y al equilibrio, pues nadie es poseedor de la verdad absoluta.

     Las influencias iniciales de Cesare Pavese dejaron paso a una literatura más al estilo de Robert Louis Stevenson, de simetrías y contrastes (como en Doctor Jekyll y Mister Hyde). De nuevo, el demediado divide el bien y el mal, lo bueno y lo malo. Y el hombre contemporáneo se nos presenta como un ser incompleto, incluso alienado y desarraigado (como en El extranjero, de Albert Camus). A ritmo de cuento y aventura, el sobrino del vizconde Medardo de Terralba narra, en tercera persona omnisciente, la historia de su tío, partido en dos por un cañonazo turco en Bohemia en el transcurso de las famosas guerras contra los infieles. 

     Pese a que la acción no se data con exactitud durante la narración, las continuas referencias al capitán Cook y a los descendientes de los hugonotes franceses asentados en Italia nos indican que nos encontramos en algún momento del siglo XVIII. La historia se cuenta a partir de diez capítulos cortos que componen las escasas noventa páginas de la obra. Obviamente, se lee del tirón. No en vano, está escrita en un lenguaje entendible hasta por los lectores más distraídos y la intriga por conocer su desenlace hace el resto. Además, el ritmo, algo más lento al comienzo, se acelera a partir de la mitad de la obra, lo que le otorga una mayor agilidad.

     La parte mala del vizconde regresa a su castillo y comienza a sembrar el pánico entre sus allegados. Así, parte por la mitad las peras, regala setas envenenadas --también partidas por la mitad-- a los niños, condena a la horca a sus discípulos sin demasiadas razones legales, sierra puentes para provocar trágicos accidentes y hasta envía, sin motivos, a su mejor sirvienta, Sebastiana, a Pratofungo, lugar adonde se retiran los leprosos, comandados por el siniestro Galateo. Todo esto sin olvidar los incendios provocados en las casas y demás posesiones de unos campesinos cada vez más descontentos con sus excesos y sus recurrentes ataques a la comunidad de hugonotes asentada en sus territorios.

     ¿Y el resto de personajes? Pues de lo más variopintos. Aiolfo, el padre del vizconde, vive en una pajarera con sus adorados pájaros; el doctor Trelawney, otrora médico en las expediciones del capitán Cook, persigue fuegos fatuos a la vez que parece perder progresivamente su interés por la medicina; Pietrochiodo, el carpintero del vizconde, disfruta cada vez más construyendo las máquinas malignas demandadas por su jefe en su búsqueda de provocar mayores daños a sus discípulos en los interrogatorios y ejecuciones; Esaú, joven hugonote amigo del narrador, contradice a sus padres y roba todo lo que puede; y Ezequiel, el líder hugonote, se pasa de bueno ante las acciones que a otros les provocarían ira y violencia.

     Mención aparte merecen la joven campesina Pamela y sus padres. Ante la insistencia por parte del vizconde por casarse con ella, hija y padres adoptarán posiciones antagónicas, poniendo de manifiesto una vez más los contrastes buscados por Calvino en esta obra. Pero todo, absolutamente todo, saltará por los aires al conocerse la realidad de la historia: la otra parte del vizconde, que se creía perdida en algún lugar de Bohemia y finalmente resultará ser la buena, fue rescatada por unos eremitas y regresa también a su castillo unos meses después. Bondadosa, esta otra parte del vizconde se compadece de su contraria y trata de dar ejemplos moralizantes a sus discípulos. Pero su llegada, tras la inmensa alegría inicial, acabará desatando una cruel paradoja: ambas mitades --la guerrera y la bondadosa-- se muestran igual de insoportables.

     Y es que, si bien nos provoca rechazo y odio un ser cruel e inhumano, mayor desesperación puede llegar a provocarnos alguien que se excede en su honradez y en su bondad. Porque, como ya ha sido dicho más arriba, la moderación, el equilibrio y el punto medio de las cosas acostumbran a ser los mejores aliados en la búsqueda sino de la verdad absoluta al menos sí de algo que se le acerque lo máximo posible. Esta podría ser precisamente la conclusión de esta fábula. O no...