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miércoles, 14 de enero de 2015

La acabadora. Michela Murgia. Salamandra. 2011. Reseña





     Conocí la existencia de esta novela hace unas semanas, gracias a una buena amiga de mi Facebook que me la recomendó. Jamás antes había escuchado nada sobre este libro ni su autora. Y lo primero que debo decir es que esta lectura me ha hecho reflexionar bastante sobre varios aspectos de su trama, ambiente y discurso. Tras dar las gracias a Olga por darme a conocer esta obra, paso a explicar mis impresiones sobre la misma.

     Desde el punto de vista del contexto me han llamado la atención tres aspectos. El primero, la forma en que Murgia nos presenta el pequeño pueblo de Soreni, en el interior de la isla de Cerdeña. Me ha recordado aquella España profunda que Delibes retrató en Los santos inocentes. Lo arcaico y lo moderno (años cincuenta en la novela) conviven, a menudo de forma violenta, en un pueblo perdido de la Cerdeña de la posguerra. El segundo tema a abordar es el de la adopción del alma, inmemorial costumbre sarda por la cual una familia o un individuo (Bonaria Urrai en este caso) adoptaban a un hijo o hija (María Listru en esta historia) proveniente de otra familia que no podía mantenerla económicamente. La adopción se realizaba tras el acuerdo de las tres partes, y la adoptada no perdía ni contacto ni vínculos con su familia real. Hija y madre de alma quedaban así unidas mediante un vínculo sagrado. Y el tercer punto que me ha marcado durante la lectura de La acabadora ha sido la propia existencia de la referida figura: una mujer que consuela, acompaña y ayuda a morir a quienes están sufriendo y no tienen posibilidad ninguna de sobrevivir a su enfermedad.

     Michela Murgia, nacida en Cabras, Cerdeña, en 1972, donde todavía reside en la actualidad, estudió teología y escribió algunos ensayos de cierto éxito en su país. Pero fue en 2011 cuando saltó a la primera plana de la literatura italiana al alzarse con el Premio Campiello, el más importante de Italia, por la obra que nos ocupa. En ella trata, con un lenguaje nítido y directo, sin perderse en mayores artes, el tema de la eutanasia y el fin de nuestra existencia. Y lo hace a través de una comunidad, la propia, que afronta este último paso hacia la muerte de forma colectiva, sin pudores ni falsos tabúes. Una forma nueva y diferente de ver el tema de la muerte que contrasta con lo arcaico de su forma de vida. Además, la autora no toma partido en favor ni en contra del asunto. Simplemente narra la historia. Sin más.

     La propia isla de Cerdeña es tratada por Murgia como una hija de alma, separada de Italia, su madre de alma, pero conservando con ella sus vínculos de italianidad. Y el contraste entre lo arcaico y lo moderno se hace si cabe más evidente en los breves capítulos en que María Listru se desplaza a vivir y trabajar a Turín. Se trata de una huida, un distanciamiento respecto de Bonaria Urrai, su madre adoptiva, tras conocer el motivo real de sus extrañas salidas nocturnas, del enorme respeto que todo el mundo le profesa, de los ojos temerosos de quienes con ella se cruzan por las calles del pueblo. María, no conforme con la otra dedicación de su madre - que trabaja, además, como modista -, huye de ella y busca comenzar una nueva vida. Una huida que, paradójicamente, acabará trayéndola de vuelta al pueblo y al lado de Bonaria.

     La vejez y la infancia (el paulatino conocimiento de los entresijos de la vida) también se contraponen en la novela. Bonaria Urrai, modista, solitaria, seca y estricta, pero bieintencionada y de marcado régimen ético - el cual le lleva a no aceptar todos los casos que se le presentan - es viuda. Su marido desapareció en la guerra, aunque según algunos vecinos realmente la abandonó y se hizo desaparecer. María Listru es la cuarta hija de una familia humilde que no se podía permitir una cuarta hija. Al lado de su tía - madre de alma - vive de manera humilde aunque no le falta de nada. Su amistad con algunos jóvenes del pueblo le hará conocer una especie de amor primario (Nicola) que no desarrollará plenamente hasta su estancia en Turín (Piergiorgio).                        

     Y entre Nicola y Piergiorgio y sus respectivos mundos se establece una nueva contraposición en la que María hará también de bisagra. Nicola es el clásico arquetipo masculino: viril, fuerte, trabajador, defensor (hasta la muerte si hace falta) de cada metro de su propiedad y decisor último de su destino tras sufrir un desgraciado accidente. Piergiorgio, por contra, es un adolescente de ciudad que vive encerrado en sí mismo, atemorizado, tras sufrir una violación. La relación de María con Nicola será el motivo de su huida a Turín. Y su relación con Piergiorgio ocasionará su retorno a Soreni.

     La acabadora es una novela impactante, turbadora, conmovedora y reflexiva sobre la vida, la muerte y la forma de llevar una y otra. Un testamento vital de una comunidad que vive el tema de la muerte con la mayor naturalidad posible. Una historia de amor, piedad y misericordia. Un libro que nos enseña costumbres provenientes de tiempos inmemoriales que nos harán pensar sobre nuestro presente y nuestro futuro. Sobre nuestra vida y nuestra muerte.

     Y, como reflexión final, nos anima a no juzgar con tanta facilidad a los demás y a escuchar de manera diferente aquella máxima que afirma que de esta agua no beberé. Por todo ello, como en su día hizo Olga conmigo, no dudo en recomendar a quien lea esta reseña una novela que creo que no dejará a nadie indiferente. Una joyita de 190 páginas, de las que se saborea de principio a fin...  


lunes, 13 de octubre de 2014

La mujer loca. Juan José Millás. Seix Barral. 2014. Reseña





     De vez en cuando sucede que no resulta nada fácil escribir una reseña sobre la novela recientemente leída. Este es uno de esos casos. Y es que La mujer loca no es una novela normal. No, no digo que sea anormal, claro. Pero es una falsa novela, lo cual dificulta, y mucho, la tarea que me propongo a realizar. Millás me ha puesto en un aprieto y voy a ver cómo puedo salir de él (si es que soy capaz de ello). Allá voy.

     La novela comienza como si se tratase de un manual alternativo de gramática no exenta de altas dosis de surrealismo. Julia, la protagonista, recibe la visita de palabras y frases cojas que demandan su ayuda para tener sentido y poder seguir viviendo en diccionarios y manuales. Sin duda, a Julia le falta un tornillo, está loca, pero también se muestra enormemente sensata en muchos aspectos. Es una loca muy cuerda, vamos.

     La pasión por el lenguaje le viene a Millás de lejos. Él mismo ha reconocido siempre en otros libros y entrevistas que esa pasión le llevó a escribir. Entiende las palabras como intermediarias entre la realidad y nosotros. Algo que en ocasiones le ha llegado a agobiar ya que considera que no somos nosotros quienes nos servimos de ellas sino al revés. De esa inquietud, quizás, haya nacido su nueva novela.

     De esa inquietud y de una crisis creativa que él mismo reconoce en La mujer loca. Y es que estamos ante una novela que presenta varias originalidades que la hacen especialmente atractiva. La primera, que el propio Millás es uno de los protagonistas principales de la trama. La segunda, que recupera para la literatura una figura importante muy utilizada en tiempos pretéritos: la del narrador en tercera persona. Un narrador que también es el propio Millás, claro. Y la tercera, la conjunción de géneros literarios a priori diferentes, como la novela, el reportaje y la autobiografía.

     Con todo ello crea su autor una novela falsa en la que corresponde al lector dilucidar lo que es real y lo que es ficción. Algo más complicado todavía dado un factor que acaba de enmarañar por completo la trama: la aparición de dos Millás, el de acá y el de allá, que coinciden en algunos aspectos pero que se contraponen en muchos otros. Los límites entre realidad y ficción terminan por ser muy abruptos en ocasiones y casi imperceptibles en otros momentos. 

     Habla el Millás narrador que el Millás protagonista sufre una crisis creativa que le lleva a una situación tal que siente que ha agotado sus recursos para crear ficción y que debe centrarse en las realidades cercanas a él para seguir escribiendo. Y nos presenta unas realidades que perfectamente pueden ser también ficción. De ahí que sea cuestión del lector decidir qué es realidad y qué no. Y, sin embargo, el Millás autor (el que no es narrador ni protagonista) afirma que esa crisis creativa es la que le sirvió para gestar esta novela. Una novela que nació de la imposibilidad de escribir una novela. Yo también estoy hecho un lío, tranquilo/a. Sigamos.

      Hay un tema que, sin ser el principal de la novela, está latente en todo momento. Hablo del amor. En todos sus sentidos. No solo del conyugal. Sino de todas las acepciones del término amor. Pero como no quiero desvelar mucho más del libro - creo que ya he sobrepasado ciertos límites - diré simplemente que todos los personajes que componen la trama están o han estado enamorados de alguien o de algo. Alguien o algo que les hace actuar de la manera en que lo hacen. Y ahí lo dejo.

     Para concluir, no puedo pasar por alto un tema tan serio como el de la eutanasia. Es uno de los hilos conductores de la novela. Emérita, la vieja con la que convive Julia junto a Serafín, el marido de la primera, desea morir debido a su cada vez menor calidad de vida debido a una enfermedad terminal que la tiene postrada a la cama hace ya demasiado (indigno) tiempo. Es Emérita, a través de su enfermedad, la que une a una serie de personajes que poco o nada tienen en común: Julia, Millás, Serafín, el cura Camilo y Carlos, el representante de DMD (Derecho a morir dignamente). Todos ellos se proponen, en la medida de sus posibilidades, ayudar a la enferma a conseguir sus propósitos. Por amor.

     La crisis creativa, la situación de Emérita, la pasión por el lenguaje y la relación que establece Millás con Julia, la mujer loca, hacen que nuestro autor-narrador-protagonista desdoblado retome una terapia psicoanalítica interrumpida tiempo atrás. ¿Os imagináis a Millás tumbado en el diván de la anciana Micaela, su nueva terapeuta octogenaria? ¿No? Pues ya tenéis otro motivo añadido para leer La mujer loca.