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martes, 22 de abril de 2025

Una historia particular. Manuel Vicent. Alfaguara. 2024. Reseña

 




    El escritor y periodista castellonense Manuel Vicent, Premio Nadal 1986 por Balada de Caín y doble Premio Alfaguara por Pascua y naranjas (1966) y Son de mar (1999), retornó al género de memorias el año pasado con Una historia particular. Tras sus predecesoras en dicho formato -Contra Paraíso, Tranvía a la Malvarrosa, Jardín de Villa Valeria, Verás el cielo abierto y León de ojos verdes-, publicadas entre 1993 y 2008, entrelaza la biografía y la ficción para construir una crónica de la España reciente, mostrándonos una visión propia y particular -de ahí el título- de lo que supone existir y del hecho inexorable del paso del tiempo. Una crónica evocadora y literaria en la que encontramos recuerdos alegres y tristes, memoria del pasado, felicidad y rebeldía. Además, también se nos hacen presentes sueños cumplidos y derrotas implacables. Todo ello, amenizado por las canciones, las lecturas, los perros, los coches y el mar. Por supuesto, el mar.

    Nacido unos pocos meses antes del estallido de la Guerra Civil Española, a sus 88 años de edad, en el tiempo de prórroga de su vida, el habitual columnista (desde hace casi cincuenta años) del diario El País, comienza el libro con dos verdades innegables. La primera: la vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una maraña de sueños y pasiones que el tiempo macera a medias con el azar. La segunda, ahondando en lo anterior: olvidas el paraguas, vuelves al bar a recuperarlo y allí te encuentras con una mujer que va a torcer tu destino. O a encauzarlo, añado yo. Que todo puede ser. La cuestión es que, como muchos otros escritores -Paul Auster o Julio Cortázar, por ejemplo-, Vicent asume la importancia que en la vida de las personas tiene el azar. Porque hay tantísimas cosas que no podemos controlar durante nuestra existencia que casi es preferible no pensar en ellas.   

    Una de las curiosidades del libro es las distintas formas que utiliza el escritor para referirse al tiempo narrado. Porque Vicent mide el tiempo según sus propias unidades de medida. Así, muchos de los capítulos suceden cuando el autor tenía tal o cual perro o este o aquel coche. O cuando triunfaba una canción determinada, se ponía de moda un libro nacional o extranjero o se estrenaba cualquier película de éxito. Porque en la vida de las personas poco tiene tanta importancia como su automóvil, su animal de compañía o sus canciones, películas o libros preferidos. Por no hablar de su equipo de fútbol. Y es que, aunque no en demasía, también el fútbol aparece en las páginas de Una historia particular. Por cierto, hablando del azar (ya que el fútbol tiene mucho de ello): nacer en uno u otro país o región, ¿no es, acaso, el primer golpe de azar al que debemos hacer frente, a veces durante toda nuestra vida? En efecto, España es un protagonista más del libro. Un libro que seguramente no sería el mismo si su autor hubiera nacido en Canadá, Japón o Sudáfrica. 

    La historia particular de Manuel Vicent está repleta de canciones. Desde las marciales -Cara al sol, Prietas las filas o Los voluntarios- y las religiosas -Perdona a tu pueblo- hasta las festivas -Los pajaritos o Mi casita de papel-. Desde Juanito Valderrama o Conchita Piquer hasta Elvis, Little Richard, The Beatles o Chet Baker, pasando por Domenico Modugno o Antonio Machín. También, como no podía ser de otra forma, de cine. A lo largo de las páginas vemos desfilar a los mejores actores, las mejores actrices y los mejores directores. Nacionales e internacionales. Se nos citan muchas de las películas que marcaron una época durante los últimos tres cuartos de siglo. Y, cómo no, tratándose de un periodista y redactor, de viajes. Porque para eso el autor ha dado varias veces la vuelta al mundo durante sus casi noventa años de vida. Y nos narra algunas de sus vivencias en los más recónditos rincones del planeta. Algunas, extravagantes y divertidas. Otras, delicadas y peligrosas. Muy peligrosas.

    Pero, sobre todo, en Una historia particular encontramos Historia (y política) y literatura. Mucha literatura. Desde sus cómics y tebeos favoritos -El hombre enmascarado, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín- hasta lecturas más adultas -Azorín, Machado, Unamuno, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Baroja, Chéjov o Heine-, pasando por lecturas intermedias -Hazañas bélicas, El capitán Trueno, las novelas de aventuras La isla del tesoro, El libro de la selva o La isla misteriosa o cualquiera de las muchísimas de Julio Verne-. Lecturas que forjaron la pasión, la imaginación y las ganas de escribir de un chico que ya a los quince años de edad soñaba con ser algún día un buen escritor. Tenía quince años y acababa de leer la novela de Stevenson, pero en ese momento para mí significaba lo mismo leerla que escribirla. Bastaba con un cuaderno y un lápiz para ser escritor, porque la historia ya estaba escrita al despertar por la mañana al final del sueño. 

    En cuanto a la Historia (y la política), durante las doscientas páginas del libro el autor realiza un recorrido por el largo franquismo y la mal llamada transición a la democracia. Así, nos describe diversos capítulos de nuestro pasado más reciente, como la rebeldía juvenil antifranquista, la alegría y también la inquietud suscitada tras la muerte del dictador, algunos de los comportamientos de nuestros políticos, los atentados terroristas de ETA, los de las Torres Gemelas o los de Atocha, la crisis económica de 2008 y sus consecuencias, el asesinato de Bin Laden, la nueva oleada rebelde del 15M o el desencanto actual ante un panorama que hace bueno aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sobre todo para él, un viejo que no sabría explicar por qué una cólera larvada lo ha convertido en un sujeto lleno de dudas. Solo que en medio de su confusión política e ideológica a veces recuerda a aquel niño que iba a la escuela con la cara bien lavada, tan limpio, tan puro, tan lejano. Y se le saltan las lágrimas. 

    El final del libro deja un cierto sabor amargo. Se detecta algo de resquemor en los escritos. A unas cosas el tiempo las embellece y a otras las corroe. Sucede lo mismo con las ideas y con las personas. Leo en los periódicos a algunos intelectuales, escritores y políticos a los que admiré tanto un día, pero cuyos ideales hoy el tiempo ha destruido. Ignoro si seré también yo uno de ellos. La vida es el tiempo que se ha posado sobre todos los objetos que nos rodean y también sobre nuestros sueños. Envejecen los amigos; el sillón en el que me siento a escribir tiene un brazo roto, me pregunto si también habrá envejecido lo que escribo. Envejecida o no su escritura, Vicent parece echar en falta esa llamada de teléfono tan deseada a través de la cual una voz segura me haría saber que el sueño que he acariciado durante tanto tiempo por fin se había cumplido. ¿Un premio literario? ¿Un reconocimiento final al conjunto de su obra? En cualquier caso, pese a que Vicent pueda anhelar más altas cotas literarias, sin duda posee una trayectoria envidiable. Sobre todo como novelista y gran cronista de esta España nuestra.         


lunes, 14 de abril de 2025

A través de los ojos. Andrés Suárez. Aguilar. 2021. Reseña

 




    El cantautor de Pantín Andrés Suárez (1983) escribió A través de tus ojos durante los peores meses de la pandemia. Pero no, no se trata de un diario de pandemia. La casualidad quiso que el covid-19 irrumpiera en nuestras vidas justo cuando el bueno de Andrés había comenzado a escribir este libro de recuerdos, estampas y pequeñas historias. Reconoce en sus primeras páginas que no entraba en mis planes, pero nos asoló un tsunami y alguna referencia habela haila. La cuestión es que pasó lo que pasó y admite que no se me ocurre mejor motivo que publicarlos (los textos) a modo de lacónico homenaje de vida. Y es cierto. Porque, aunque el desamor ocupa buena parte de las letras de sus canciones y también de estos escritos, la pasión que le pone a todo lo que hace -componer, cantar, interpretar y escribir- convierte a su obra en un canto a la vida. En toda su expresión: amistad, solidaridad, infancia, inocencia, naturaleza, animales domésticos, plantas y flores. Andrés ama. Y amar es vida. Pura y dura.

    Tras el enorme éxito de sus más recientes discos, sus conciertos multitudinarios -llenando varias veces recintos como el Wizink Center madrileño- y la publicación de su anterior libro, Más allá de mis canciones (2017), también reseñado en este mismo blog, A través de los ojos (2021) supuso un paso más en ese abrirse en canal ante sus fans y ante él mismo. A lo largo de sus páginas reconoce algunos de sus errores del pasado. Por ejemplo, no haberse cuidado mucho durante su etapa universitaria en Santiago, haberse comportado como un cabrón con una de sus ex de aquella época o haberse enamorado de quien no debía. Andrés se sincera. Y la sinceridad se aprecia cada vez más en un mundo cada vez más falso e hipócrita. Algo de lo que él mismo se queja constantemente a través de estos escritos. Unos escritos en los que critica, con mayor o menor dureza pero siempre desde la empatía y a veces desde la mirada de otros, determinados aspectos de una sociedad que parece no entender. 

    Sus orígenes rurales, campestres y costeros -y a mucha honra- salpican las letras de sus canciones y también estos textos. Pese a que confiesa amar Madrid y estar cada vez más a gusto en Torrelodones, son constantes las referencias a Pantín y su playa -de allí son las fotos de las portadas de Más allá de mis canciones y de Todavía más allá de mis canciones, su nuevo libro, recién salido del horno editorial-, Cedeira, Baleo, Santiago y Ferrol. Ya sabemos que los gallegos que no viven en Galicia padecen una enfermedad crónica llamada morriña. Andrés es uno de ellos, por supuesto. Y lo demuestra en todo lo que hace. Nunca dejes de cantarle a los rosales ni a las mujeres que te lo pidan, recuerda que le dijo su abuelo. Así lo hice, abuelo. Vaya si lo hice, pues no me fío de un alma que no atiende a sus rosales antes que a cualquier otra cosa. Algo que ya cantó, entre emocionados susurros, en su magnífico tema Rosa y Manuel

    Como lector, me gustan los libros de escritores valientes -Vilas, Landero, Aramburu- que se desnudan en las páginas de sus libros. Puedes conocer aspectos de sus vidas. Y, algo más interesante todavía, los orígenes de sus obras. En el caso de Suárez, de sus canciones. Ocurre con sus tres libros. También en este. Y es que al lector no le cuesta mucho reconocer en algunos escritos referencias -a veces más veladas, otras menos- a sus canciones. Sin embargo, en A través de los ojos, va un paso más allá. Nos cuenta lo que supone hacerse mayor. Cada vez se muere más gente y ya no sé si es que me hago mayor o si es que hice algo mal. Como cuando habla de la que fue la persona más importante de mi infancia y a la que tanto, tanto quise, un neno que conocí donde y cuando se conoce a los amigos: en verano, en la playa. Un niño que ya debe ser adulto, como él, y del que no ha vuelto a saber nada en treinta años. Eso es hacerse mayor: perder, de unas maneras u otras, a las personas queridas.    

    En las páginas de A través de los ojos encontramos la nostalgia de una infancia y una juventud ya dejadas atrás ante la adultez; la melancolía hacia esa Galicia tan querida a la que no puede retornar a causa del covid -mi patria es un folio en blanco con el nombre de mis padres, mis abuelos, mis hermanos, mis amigos-; la constante pérdida de seres queridos -su abuelo y algunos amigos de juventud y un Aute del que ya no habrá una nueva canción-; la incertidumbre vivida en un monótono mes de abril ante una pandemia que no se sabía cómo iba a acabar -pido perdón a quien corresponda si en algún momento de lo que conocimos como antigua realidad le herí. Puede que este sea el final, quién sabe. Debo irme en paz-; la extrema soledad -la del artista tras bajarse del escenario después de cada concierto y la de la persona que debe pasar una pandemia en solitario-, y el agradecimiento -me ha tocado pasarlo solo y resulta que las tres Marías (a saber, la educación física, la música y la religión) de la educación me están salvando el cuerpo y la mente-. Pero no solo eso.

    Además, aparecen también la nobleza animal de sus perros, Bala y Boss; constantes referencias a sus antiguos amores -como Nina y Rúa Xelmírez (¡hay que tener valor para citarlas por su nombre y hasta su apellido!)-; y críticas a quienes causan las guerras, a la hipocresía de quienes están en contra de la llegada de pateras y al acogimiento de los MENAS, a la frágil memoria y a la desmemoria, a la maldad y la cobardía en las redes sociales, a la envidia de quien deja de hablarle a uno porque ha alcanzado el éxito -haciéndole pagar el IRE: impuesto revolucionario de la envidia-, a la pérdida o ruptura de las viejas amistades a causa de discusiones políticas -esa maldita puerta que no debería abrirse jamás-, a ese asqueroso patriotismo basado únicamente en banderas de España por doquier, y a una sociedad que aplaude a los sanitarios pero que se muestra egoísta y antisocial pensando solo en una libertad basada en SUS vacaciones, SU puente, SU dinero, SUS planes frustrados y SU vida. 

    Con una mirada siempre lúcida, Andrés nos escribe, en relación a lo anterior, que tengo una horrible sensación: la de que no hayamos aprendido nada con esto. No es que me rinda, nunca lo he hecho, pero no estoy seguro de si realmente vamos a ser mejores personas después de esto. Escucho a pocos hablar de cómo podemos ayudar entre todos, del agotamiento de los sanitarios, de en qué hemos fallado. Ni en esto estamos juntos, así que tal vez salgamos distanciados, divididos. Es horrible. No obstante, cuando acaba uno de leer A través de los ojos no puede evitar sentirse mínimamente optimista. Quizá sean precisamente esa tres Marías de la educación las que, con ayuda de ciertos personajes públicos valientes, más si cabe si son gentes de cultura, como el propio Andrés -desde luego, no creo que sean nuestros nada desinteresados políticos-, puedan volver a unirnos como sociedad. Por eso son necesarios los libros como este. Libros en los que el autor no solo se desnuda a sí mismo, sino que también desnuda al lector. Un lector que no tiene más remedio que reaccionar ante lo que le muestra el espejo que aparece reflejado a través de sus ojos. Por eso: mil gracias, Andrés.                       

  

miércoles, 20 de febrero de 2019

Green Book. Peter Farrelly. 2018. Crítica





     Películas sobre la historia del racismo en los EE. UU. hay muchas. Desde en blanco y negro hasta en color. Desde las que muestran épocas remotas hasta las que se centran en otras más actuales. Desde las que ofrecen crítica y denuncia de los hechos tratados hasta los que apenas pasan de puntillas sobre ellos. Desde obras de ficción hasta otras basadas en hechos reales. El film de Peter Farrelly --director, productor y guionista-- cuenta la historia supuestamente real --más adelante volveremos sobre ello-- del pianista de color Don Shirley, quien decidió embarcarse en los años sesenta en una gira musical por los peligrosos estados sureños de EE. UU. con un chófer muy peculiar, un rudo italo-norteamericano llamado Tony Lip.

     Nick Vallelonga, hijo de Tony Lip, participa en el guión de la película de forma activa, contando los recuerdos transmitidos por su padre. Lip, interpretado por Viggo Mortensen --Captain Fantastic, La carretera, Un método peligroso, Good, Una historia de violencia--, es un gran bebedor de cerveza y un empedernido comedor de pollo frito. Un hombre poco o nada delicado que, tras el cierre del local nocturno en el que trabaja como relaciones públicas, acepta acompañar al por él absolutamente desconocido pianista, al que da vida Mahershala Ali --Moonlight, Figuras ocultas, tercera temporada de True detective--, alguien que aparece en el film como un hombre solitario, escrupuloso con el orden y amante de las buenas formas.

     Entre ambos, por increíble que parezca en un principio, va creciendo una especie de amistad y respeto mutuo que irá estrechándose según vayan avanzando por los pueblos y carreteras de la norteamérica profunda. Por estos lugares irán surgiendo una serie de problemas de mayor o menor consideración, los cuales requieren de la fuerza bruta de Lip en unas ocasiones y de la pericia y el saber estar de Shirley en otras. Las interpretaciones de Mortensen y Ali son totalmente creíbles y el humor que en determinadas situaciones introduce el guión aleja la idea de drama de la mente de los espectadores. Parece obvio que la historia se podría haber presentado de forma diferente, sin estos edulcorantes, haciendo del film un drama sin contemplaciones.

     Acompañados en todo momento por el Green Book, una guía que indicaba los muy escasos establecimientos en donde se aceptaba a los afroamericanos en la década de los sesenta, habrán de hacer frente al racismo y a los prejuicios de los estados sureños. Así, se verán obligados a dejar de lado sus propios prejuicios --Lip se nos ha mostrado al principio de la cinta como racista y Shirley se sabe muy superior al chófer en cuanto a cultura, valores y economía-- para sobrevivir y seguir adelante con un viaje que marcaría sus respectivas vidas. Todo esto, como ha quedado dicho más arriba, supuestamente, puesto que, llegados a este punto, es momento de hablar de las polémicas en torno a esta película.

     Maurice Shirley, hermano de Don, ha calificado el film de una sinfonía de mentiras, negando tres aspectos principalmente: la estrecha amistad futura entre su hermano y Tony Lip, la soledad del pianista y el hecho de que no se mezclara con gente de su propia raza, incluida su familia. Además, según parece, el propio Don, antes de fallecer, se negó taxativamente a que su historia fuera llevada al cine. Aspecto que, de ser así, sería ampliamente criticable, dejando en mal lugar al guionista e hijo de Tony Lip, Nick Vallelonga. Algo que no debería ser usado por los detractores de la película como arma arrojadiza para desprestigiarla justo antes de la entrega de los Oscars, para los cuales Green Book tiene cinco candidaturas: mejor película, mejor guión, mejor montaje, mejor actor y mejor actor secundario.

     Polémicas al margen, Green Book es una más que interesante e ilustrativa película que se desarrolla en gasolineras, moteles, lujosas mansiones, cenas y demás fiestas solo para blancos, baños separados para blancos y negros e incluso locales de color en los que la sola presencia del pianista y su chófer-guardaespaldas ya es sospechosa de entrada. Y, sin artificios, la historia se desarrolla en torno a dos personajes interpretados a las mil maravillas por dos magníficos actores que dan credibilidad no solo a esos personajes sino al conjunto de la historia narrada. No en vano, ambos, como ha quedado dicho ya, lucharán por hacerse con la estatuilla de mejor actor y mejor actor de reparto en la gala de este próximo domingo.                  

     Culturalmente hablando, la larga soledad de estos dos personajes durante su periplo sureño provocará que Tony Pit aprenda de la virtuosidad de Don al piano y a la hora de escribir sus sentimientos, así como de sus modales y sus valores, desterrando su anterior racismo, pues se da cuenta de que Don es un negro que no parece negro. Por contra, el pianista aprende de su acompañante la baja cultura de los afroamericanos, la gran importancia que tiene en su país la música de color, que él desconocía por completo, y que comer pollo frito y ensuciarse las manos no son algo de lo que avergonzarse. Es decir, ambos personajes se culturizan el uno al otro, se completan y se hacen mejores personas. Y eso, sea verídico o no, es digno de ser alabado.

     Porque, aunque en la película el viaje de nuestros protagonistas duró un par de meses, en realidad ocupó sus vidas durante un año y medio. Tiempo para que, efectivamente, surgiera una amistad. Mayor o menor, pero amistad al fin y al cabo. Porque nada acerca más a dos personas que la soledad, la lejanía respecto a sus familias y la dependencia la una de la otra a la hora de resolver situaciones delicadas. Y viajar de la mano de un libro en el que uno debe fijarse cada día para saber dónde podrá comer, cenar y dormir une más todavía. Por fortuna, ese libro ya no existe. Sin embargo, el racismo, los prejuicios y la intolerancia sí. Por ello, resulta conveniente refrescar de vez en cuando de dónde venimos y hacia adónde queremos ir. Y el visionado de Green Book puede servir perfectamente a dicha tarea.   

            

miércoles, 18 de abril de 2018

El arte de la guerra. Sun Tzu. Plutón Ediciones. 2010. Reseña





     Sun Tzu fue un general, estratega militar y filósofo de la antigua China. Su nombre de nacimiento fue Sun Wu, aunque se le conoce mundialmente por su título honorífico, que significa Maestro Sun. Vivió en el siglo VI a. C.. Figura histórica legendaria, ha tenido un gran impacto en la historia y en las culturas china y asiática por ser el autor de El arte de la guerra, un tratado sobre estrategia militar que influyó, más de dos mil años después, a Maquiavelo. De hecho, El príncipe está considerada como la obra filosófica, política y militar más importante desde el tratado de Sun Tzu. Más cercano en el tiempo, encontramos su influencia en los shogunatos y la Revolución Meiji de 1868 en Japón y en la creación de la China Popular por Mao Zedong, quien finalmente consiguió vencer a Chang Kai Chek tras la Gran Marcha, en parte gracias a estos consejos. 

     El tratado de Sun Tzu contiene trece capítulos breves que parten de ideas más generales y se van concretando a base de desarrollar aspectos más puntuales que completan la información de partida. En el primer capítulo, que versa sobre los planes preliminares, habla de los cinco factores fundamentales que determinan las condiciones existentes en el campo de batalla: la ley moral, el clima, el terreno, el mando y la doctrina. Todo el arte de la guerra se basa en el engaño. El capítulo segundo trata sobre la conducción de las operaciones, desaconseja las operaciones largas y el maltrato de los prisioneros y aconseja el saqueo y el aprovisionamiento de riquezas del enemigo. El capítulo tercero, dedicado a la estrategia ofensiva, nos habla de la conveniencia de tomar el país enemigo lo más intacto posible y de que hacer prisionero al ejército enemigo es mejor que destruirlo.

     El capítulo cuarto desarrolla las disposiciones tácticas, asegurando que nuestra invencibilidad depende de nosotros; la vulnerabilidad del enemigo, de él y que no cometer errores asegura el triunfo. El capítulo quinto, La energía, trata de la cuestión de la organización, de las combinaciones infinitas en el campo de batalla y de la necesidad de mantener las apariencias para engañar al enemigo (la confusión aparente indica una disciplina perfecta; el miedo simulado indica valor; la debilidad simulada indica fortaleza). El capítulo sexto versa sobre los puntos débiles y fuertes, y transmite la necesidad de llegar antes que el enemigo al campo de batalla y de que cuando el enemigo esté descansado, has de saber fatigarlo; cuando esté bien alimentado, hacerle pasar hambre; cuando esté descansando, forzarlo a moverse.

     En el capítulo séptimo se habla de las maniobras, que deben transformar un camino tortuoso en la vía más directa y convertir la desventaja en ventaja. Vuelve a hacer hincapié en la importancia del engaño y apuesta por analizar la situación y tomar la decisión conveniente. Además, haciendo referencia a El Libro de la Administración Militar, dice que: como las palabras emitidas no se pueden oír en el fragor del combate, se emplean los tambores y los gongs. Como las tropas no se pueden ver con nitidez durante el combate, se utilizan las banderas y los estandartes. Gongs, tambores, banderas y estandartes pueden unir a las tropas en un punto, de forma que el valiente no avanzará solo y el cobarde no retrocederá.

     El capítulo octavo trata de las variaciones en la táctica. Aconseja no utilizar la misma en dos combates seguidos y subraya los cinco peligrosos errores que pueden afectar al general: si es imprudente, puede perder la vida; si es cobarde, será capturado; si es colérico, puede ser ridiculizado; si su sentido del honor es demasiado susceptible, se le puede avergonzar; si tiene demasiadas contemplaciones con sus hombres, se le puede hacer sufrir.  En el noveno capítulo, titulado En marcha, se nos avisa de que la simple superioridad numérica no debe confiarnos y de que debe tratarse con humanidad a los soldados. Además, afirma que si las órdenes son eficaces, el ejército será disciplinado; si no lo son, el ejército no será disciplinado. 

     Los capítulos décimo y undécimo tratan sobre el terreno y las nueve clases de terreno. El primero clasifica los terrenos en accesibles, difíciles, neutros, cerrados, accidentados y distantes. Asegura que la formación natural del terreno puede ser un factor esencial en el combate, por lo que ha de ser estudiado a conciencia antes de la batalla. Y añade: conoce al enemigo y conócete a ti mismo y tu triunfo nunca se verá amenazado. Conoce el terreno y las condiciones climáticas y tu victoria será completa. En el segundo capítulo de este bloque establece a la rapidez como la esencia misma de la guerra. Cuando el adversario cometa una equivocación has de ser veloz como una liebre. De esta manera, no podrá resistirse.

     El capítulo duodécimo, El ataque con fuego, establece las cinco maneras existentes de atacar con fuego:  quemar a las personas, quemar los almacenes, quemar el equipo, quemar los arsenales y emplear proyectiles incendiarios. Afirma que aquellos que utilizan el incendio para reforzar sus ataques poseen la inteligencia de su lado; los que usan el agua, la fuerza. Y añade que el gobernante sabio delibera acerca de los planes; los buenos generales los ponen en práctica. El capítulo décimo tercero, y último, lleva por título El uso de agentes secretos. La información previa a emprender una guerra es básica para conseguir la victoria final. Y esta no puede conseguirse de los espíritus, ni de las divinidades, ni por semejanza con acontecimientos pasados ni de los cálculos. Es preciso conseguirla a través de hombres. Los agentes secretos se clasifican en : locales, interiores, dobles, falsos y destacados.

     La obra, más allá de los aspectos filosóficos, políticos y estratégicos, es utilizada a día de hoy en múltiples ámbitos que poco o nada tienen que ver con el militar. Es el caso de su uso como guía en programas de administración de empresas y liderazgo destinadas a la gestión de los conflictos y la cultura corporativa. Lo cual otorga una vigencia a la obra de Sun Tzu que no está al alcance de ninguna otra en el mundo. Al menos, de una que data de hace nada más y nada menos que 2.700 años o, dicho de otro modo, 27 siglos.                       

    

miércoles, 11 de abril de 2018

Viento del este, viento del oeste. Pearl S. Buck. Ediciones G. P. 1980. Reseña





     Pearl S. Buck, escritora estadounidense premiada con el premio Nobel de Literatura en 1938, guionista, periodista y activista por los derechos humanos, pasó media vida en China, donde fue llevada por sus padres, misioneros presbiterianos, a los pocos meses de vida. Durante sus ochenta años de vida escribió ochenta y cinco libros de géneros variados (poesía, relato, teatro, guiones de cine, literatura infantil y juvenil, biografía y recetas de cocina). Sin embargo, destacó especialmente en el terreno de la novela. En todas ellas encontramos amables retratos de China y sus gentes. De su estudio de la novela china se nutrió una narrativa de estilo directo y sencillo y siempre preocupada por los valores fundamentales de la vida humana.

     Viento del este, viento del oeste es una de sus obras más reconocidas. Publicada en EE. UU. en 1930, está narrada en primera persona por la protagonista de la historia, Kwei-lan, una joven china de 17 años que asiste, aterrorizada, al choque de civilizaciones contrapuestas --la atrasada China oriental y los EE. UU. como paradigma de los nuevos vientos occidentales--, que amenaza con poner fin a su hasta entonces tranquila y parsimoniosa vida. Recién casada --prometida desde su nacimiento con un médico que, merced a su estancia en Occidente por razones de estudio, ha acogido numerosas formas de vida occidentales--, debe asimilar que la vida adulta quizás no se va a parecer en nada a aquello para lo que su madre la ha preparado.

     Su marido la trata de igual a igual, de tú a tú, algo totalmente contrapuesto a la educación tradicional china recibida por Kwei-lan. Y la joven cuenta las vicisitudes de su nueva vida a una persona a la que se dirige como mi hermana, aunque su identidad se desconoce por completo. La lucha interna de Kwei-lan entre sus valores primigenios y las novedades que en su vida (y, sobre todo, en su mente) va introduciendo su marido la llevarán a ir asimilando de forma progresiva las enseñanzas de su cónyuge, comenzando con la necesidad de quitarse las vendas de los pies y ponerse a caminar en la vida como una mujer que no es sirvienta de su marido sino su igual.

     Por si sus dudas en lo personal eran pocas, su preocupación crecerá cuando su hermano, como anteriormente su cuñado, afincado en EE. UU. para culminar sus estudios, anunciará su deseo primero y su decisión después de romper su compromiso con su prometida, una hija de la familia Li, para casarse con una joven estadounidense de nombre Mary a la que ha conocido en la universidad. Los venerados padres de Kwei-lan se opondrán a semejante aberración, lo que pondrá en jaque a toda la familia. Porque el hermano de la protagonista es el único hijo varón de sus padres, por lo que le corresponde ser el heredero de estos. Aspecto este que lo complica todo sobremanera.  

     A este respecto, reflexiona la narradora así: Hemos aprendido, puesto que las Escrituras Santas nos lo enseñaron, que un hombre no debe nunca anteponer el cariño de su mujer al de sus padres. El que comete ese pecado ofende las tablillas de sus antepasados, ofende a los dioses. Pero, ¿se pueden oponer barreras al ímpetu del amor? El amor se impone, tanto si el corazón quiere, como si no... Finalmente, se dice a sí misma que el amor es una cosa terrible si su vena no se derrama, pura y libre, de corazón a corazón. Así, impotente ante la tensión en la que vive sumida su familia, decide que el amor debe vencer siempre.

     De todo lo anterior se deduce que no solo cobra importancia en la novela ese choque de civilizaciones entre Oriente (o viento del este) y Occidente (o viento del oeste), sino que también lo hace un enfrentamiento entre el viejo orden (la China tradicional y atrasada) y el nuevo (que amenaza con acabar con el anterior merced a la modernidad). Así, Liú, una amiga del marido de Kwei-lan, afirma lo siguiente: Días difíciles para los viejos. Entre los ancianos y los jóvenes ya no existe posibilidad alguna de comprensión; están separados, como un afilado cuchillo separa la rama del tronco. Y es que a veces hay cosas que ya no tienen arreglo.

     Los mundos de Kwei-lan y su familia cambian con la aparición en escena del marido de la joven y de Mary, esposa de su hermano, a la que todos conocen como la extranjera. El aislamiento anterior a estos hechos, con el consiguiente desconocimiento de cuanto ocurre fuera de su casa y de su país, se da de bruces con la realidad: hay otros mundos ahí afuera, y antes o después habrán de juntarse la sangre de los chinos y la de los bárbaros, que así es como se califica a los habitantes de tierras occidentales. Y la narradora cumple a la perfección con su misión: transmitir al lector la zozobra, la agonía de quien ve venir los cambios y no sabe cómo reaccionar ante ellos y ante sus iguales más poco propensos a que tal cosa suceda.

     Viento del este, viento del oeste es una novela que golpea al lector; una historia en la que el amor trata de imponerse a las tradiciones y a los prejuicios; una obra que nos obliga a entender la angustia y el agobio de una joven de tan solo 17 años que debe asimilar que el mundo real es bien distinto del que sus padres le han enseñado; una lectura que nos enseña, además, viejas tradiciones ancestrales de una civilización, la china, en buena parte todavía por descubrir; una novela escrita con el corazón y desde el amplio conocimiento --la de Pearl S. Buck-- de una cultura diferente pero para nada inferior a la nuestra.   

         

jueves, 28 de mayo de 2015

Sultana (Trilogía de). Jean Sasson. Plaza & Janés. 2002. Reseña





     La escritora estadounidense Jean Sasson ha centrado su obra literaria en denunciar la situación de injusticia que viven las mujeres en Oriente Medio. La sociedad patriarcal, represiva y agobiante de los estados islámicos sigue estando de triste actualidad. No obstante, ya hace 25 años, Sasson puso en conocimiento de la sociedad occidental la delicada situación de las mujeres en aquellas sociedades machistas y destructivas de la identidad femenina.

     ¿Qué lleva a una estadounidense de clase media, sin aparentes complicaciones económicas e ideológicas, a interesarse por la situación de las mujeres de un lugar tan apartado? La respuesta la encontramos en el año 1978. Con 31 años de edad, Sasson viajó a Arabia Saudí para trabajar en el hospital King Faysal de Riyadh como coordinadora administrativa de Asuntos Médicos. Allí conoció a Peter Sasson, quien con el tiempo se convirtió en su marido. Se quedó con él en Riyadh hasta 1990. 

     Durante los doce años que duró su estancia en Arabia Saudí hizo muchas amistades, entre ellas, una princesa de la familia real Al-Saud, que la visitó en el hospital a menudo y que fue contándole su vida a medida que su relación se fue fortaleciendo. De estas conversaciones, y de otras posteriores, nació Sultana (1992), la obra que nos ocupa. Su éxito conllevó otras dos novelas más, Las hijas de Sultana (1994) y Las cadenas de Sultana (2000).

     La historia de Sultana es verídica. Aunque las palabras son de Sasson, la historia es la de la princesa saudí. Las sorprendentes tragedias humanas narradas son ciertas. Sasson, que narra en primera persona, como si fuera la propia Sultana quien estuviera contando su historia, cambia algunos nombres y distorsiona algunos hechos ligeramente para proteger la seguridad de algunas personas que, lógicamente, desean permanecer en el anonimato. 

     Contrariamente a lo que se pueda pensar, el objeto del libro, según las palabras de su autora, es humanizar a los árabes, un pueblo incomprendido por Occidente; despejar algunos de los clichés negativos que en todo el mundo se achacan al pueblo musulmán; hacer entender que, como en todo, mezcladas con las malas hay también cosas buenas; y mostrar que hay muchos árabes que merecen nuestro respeto y admiración por su lucha contra siglos de opresión

     Y es que, antes de adentrarse en la lectura de este libro, conviene recordar que hay muchas culturas en el mundo y que ninguna de ellas es superior a las demás, simplemente diferente. El respeto a las creencias de los demás es la clave de la convivencia. Ese es el punto de partida de la novela que relata la vida de Sultana. Y, una vez situado el punto de inicio de la historia, Sasson narra con crudeza, fidelidad y cierta angustia una serie de relatos que acaban formando la trilogía de Sultana.

     Las tres novelas componen el cuadro de una existencia que incluye abusos y atropellos inimaginables en nuestra sociedad actual: matrimonios a la fuerza, esclavitud sexual, ejecuciones crueles y sumarias y prisiones doradas en que los carceleros son padres, hermanos e hijos. Porque Sultana posee cuatro mansiones en tres continentes, viaja por todo el mundo con su jet privado y tiene una fortuna incalculable. Y, sin embargo, no tiene libertad ni control sobre sus propios actos. Con ello, no podemos ni imaginar la situación de las mujeres pertenecientes a familias de extracción social más modesta.

     Las hijas de Sultana (1994) es la segunda parte de la historia y se centra en las vidas de Maha - que mantiene una escandalosa relación lésbica - y Amani - que abraza el fundamentalismo islámico -. Ambas, como el resto de adolescentes saudíes, siguen padeciendo los mismos males que su madre, para angustia de la misma. Las cadenas de Sultana (2000) cierra la trilogía. En ella, Sultana se enfrenta al vacío dejado por unos hijos que, ya crecidos, hacen su vida. La protagonista se refugia en el alcohol, algo prohibido en los países islámicos. El relato estremece y no deja a ningún lector impasible ante tanta barbarie e inhumanidad.

     En definitiva, estamos ante una trilogía que todo el mundo debería leer. En estos tres libros se llega a odiar y a amar a la vez a una sociedad muy diferente a la nuestra, aunque ni mejor ni peor - mal que nos pese a veces -. Son libros de sufrimiento extremo, con capítulos que llevan de la sonrisa al llanto en cuestión de unas pocas líneas. Una historia real escrita con una locuacidad y una maestría dignas de una escritora muy a tener en cuenta por las masas lectoras. 
     

      

viernes, 7 de junio de 2013

La familia Moskat. Isaac Bashevis Singer. 1950. Reseña





     Isaac Bashevis Singer fue un escritor polaco de origen judío que emigró a Estados Unidos en 1935, cuando comenzó a insinuarse el interés de Hitler en el corredor polaco. Hijo y nieto de rabinos vivió en el barrio judío de Varsovia, donde se hablaba yiddish (idioma con el que él mismo escribió todas sus obras) y pudo observar el creciente antisemitismo en forma de pogroms (destrucción y expolio de sus propiedades por parte de la población polaca). En 1978 se le concedió el Premio Nobel de Literatura.
 
     La aquí reseñada "La familia Moskat" está considerada su mejor novela. Constituye, sin duda, una enorme crónica de la vida de los judíos de la capital polaca durante el primer tercio del siglo XX. Un homenaje a una sociedad y una cultura que serían arrasadas por la barbarie (no sólo) nazi. Singer describe en ella la complejidad de una cultura donde se podían encontrar filósofos, negociantes, sionistas acérrimos, rabinos tradicionalistas, modernos librepensadores, etc. El contraste entre la tradición y la modernidad será una de las características más llamativas de la trama a lo largo del libro.
 
     Multitud de historias, escenas y personajes se entrelazan a base de capítulos y apartados cortos en los que la narrativa constante y rítmica y los diálogos fluidos y vivos mantienen el interés en todo momento, describiendo con soltura el bullicio de las calles, todo tipo de celebraciones judías e incluso los distintos tipos de vestuarios y platos típicos de la sociedad judía de la época tratada. Una sociedad en la que tuvieron que convivir personajes bien variopintos.
 
     Alrededor de la familia Moskat, capitaneada por Meshulam Moskat, un hombre muy hábil en las finanzas que edificó, invirtió y especuló en bolsa hasta llegar a poseer una gran multitud de edificios de los alquileres de los cuales vivían sus hijos y nietos, iremos conociendo todo tipo de personajes. Desde el depresivo existencialista Asa Heshel hasta el disoluto y vividor tío Abram Shapiro, pasando por el oportunista administrador y consejero de los Moskat, Koppel Berman, la dulce enferma Hadassah, la carente de autoestima Adele o el resto de familiares sanguíneos o políticos.
 
     El único aspecto que lastra un poco la acción de la novela es la gran cantidad de personajes que en ella aparecen. En ocasiones uno ha de detenerse y pensar sobre ellos para poder seguir la trama de forma adecuada. Sin embargo, finalmente, el lector no se pierde entre sus páginas debido a que Singer se centra en sólo algunos de ellos, dejando al resto como secundarios que aparecen en momentos más puntuales.
 
     Desarrolada durante treinta años la novela plasma a la perfección los profundos cambios acontecidos en la sociedad judía del primer tercio del siglo pasado: la huida de muchos de ellos a Estados Unidos (el propio escritor entre ellos), los fanáticos tradicionalistas que siguen opinando que el Mesías llegará para ayudarles a salvar todas sus dificultades, y los más modernos, los sionistas, quienes, esperando al Mesías, deciden forzar una solución para su pueblo en forma de emigración a Palestina, su tierra prometida.
 
     Todos estos constrastes dan un gran colorido al barrio judío de Varsovia de hace un siglo. Entre las mujeres encontramos a las que se peinan con trenzas enroscadas hasta que se casan y se rapan el pelo para ponerse las famosas pelucas de matrona, pero también a las que lucen por siempre sus cabellos originales y las costumbres tradicionales se las traen al pairo. Y entre los hombres, tres cuartos de lo mismo: podemos ver a los clásicos judíos de ropajes negros y largas barbas y también a otros afeitados y, por tanto, desafiantes.
 
     "La familia Moskat" no es una novela alegre. Básicamente por tres motivos: el personaje principal, Asa Heshel, verá cómo se quedan por el camino todas sus ansias vitales para dejar paso a una especie de nihilismo en el que sólo el placer y el presente cuentan en un mundo egoísta; la tradicionalista sociedad judía y la propia familia Moskat se irán desintegrando y enfrentando, sobre todo al morir su alma mater, Rob Meshulam; y la idea de pareja parece también ir desapareciendo ya que no hay ni un solo matrimonio feliz en toda novela: al contrario, los divorcios están a la orden del día, al igual que las infidelidades.
 
     La más conocida obra del más popular escritor judío ha de servirnos para reflexionar sobre la historia, sobre la humanidad y sobre el Holocausto. Sólo así será posible evitar sucesos como los que acaecieron justo en el momento en que se pone el punto y final a esta formidable novela. Muy recomendable, sin duda.