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miércoles, 18 de abril de 2018

El arte de la guerra. Sun Tzu. Plutón Ediciones. 2010. Reseña





     Sun Tzu fue un general, estratega militar y filósofo de la antigua China. Su nombre de nacimiento fue Sun Wu, aunque se le conoce mundialmente por su título honorífico, que significa Maestro Sun. Vivió en el siglo VI a. C.. Figura histórica legendaria, ha tenido un gran impacto en la historia y en las culturas china y asiática por ser el autor de El arte de la guerra, un tratado sobre estrategia militar que influyó, más de dos mil años después, a Maquiavelo. De hecho, El príncipe está considerada como la obra filosófica, política y militar más importante desde el tratado de Sun Tzu. Más cercano en el tiempo, encontramos su influencia en los shogunatos y la Revolución Meiji de 1868 en Japón y en la creación de la China Popular por Mao Zedong, quien finalmente consiguió vencer a Chang Kai Chek tras la Gran Marcha, en parte gracias a estos consejos. 

     El tratado de Sun Tzu contiene trece capítulos breves que parten de ideas más generales y se van concretando a base de desarrollar aspectos más puntuales que completan la información de partida. En el primer capítulo, que versa sobre los planes preliminares, habla de los cinco factores fundamentales que determinan las condiciones existentes en el campo de batalla: la ley moral, el clima, el terreno, el mando y la doctrina. Todo el arte de la guerra se basa en el engaño. El capítulo segundo trata sobre la conducción de las operaciones, desaconseja las operaciones largas y el maltrato de los prisioneros y aconseja el saqueo y el aprovisionamiento de riquezas del enemigo. El capítulo tercero, dedicado a la estrategia ofensiva, nos habla de la conveniencia de tomar el país enemigo lo más intacto posible y de que hacer prisionero al ejército enemigo es mejor que destruirlo.

     El capítulo cuarto desarrolla las disposiciones tácticas, asegurando que nuestra invencibilidad depende de nosotros; la vulnerabilidad del enemigo, de él y que no cometer errores asegura el triunfo. El capítulo quinto, La energía, trata de la cuestión de la organización, de las combinaciones infinitas en el campo de batalla y de la necesidad de mantener las apariencias para engañar al enemigo (la confusión aparente indica una disciplina perfecta; el miedo simulado indica valor; la debilidad simulada indica fortaleza). El capítulo sexto versa sobre los puntos débiles y fuertes, y transmite la necesidad de llegar antes que el enemigo al campo de batalla y de que cuando el enemigo esté descansado, has de saber fatigarlo; cuando esté bien alimentado, hacerle pasar hambre; cuando esté descansando, forzarlo a moverse.

     En el capítulo séptimo se habla de las maniobras, que deben transformar un camino tortuoso en la vía más directa y convertir la desventaja en ventaja. Vuelve a hacer hincapié en la importancia del engaño y apuesta por analizar la situación y tomar la decisión conveniente. Además, haciendo referencia a El Libro de la Administración Militar, dice que: como las palabras emitidas no se pueden oír en el fragor del combate, se emplean los tambores y los gongs. Como las tropas no se pueden ver con nitidez durante el combate, se utilizan las banderas y los estandartes. Gongs, tambores, banderas y estandartes pueden unir a las tropas en un punto, de forma que el valiente no avanzará solo y el cobarde no retrocederá.

     El capítulo octavo trata de las variaciones en la táctica. Aconseja no utilizar la misma en dos combates seguidos y subraya los cinco peligrosos errores que pueden afectar al general: si es imprudente, puede perder la vida; si es cobarde, será capturado; si es colérico, puede ser ridiculizado; si su sentido del honor es demasiado susceptible, se le puede avergonzar; si tiene demasiadas contemplaciones con sus hombres, se le puede hacer sufrir.  En el noveno capítulo, titulado En marcha, se nos avisa de que la simple superioridad numérica no debe confiarnos y de que debe tratarse con humanidad a los soldados. Además, afirma que si las órdenes son eficaces, el ejército será disciplinado; si no lo son, el ejército no será disciplinado. 

     Los capítulos décimo y undécimo tratan sobre el terreno y las nueve clases de terreno. El primero clasifica los terrenos en accesibles, difíciles, neutros, cerrados, accidentados y distantes. Asegura que la formación natural del terreno puede ser un factor esencial en el combate, por lo que ha de ser estudiado a conciencia antes de la batalla. Y añade: conoce al enemigo y conócete a ti mismo y tu triunfo nunca se verá amenazado. Conoce el terreno y las condiciones climáticas y tu victoria será completa. En el segundo capítulo de este bloque establece a la rapidez como la esencia misma de la guerra. Cuando el adversario cometa una equivocación has de ser veloz como una liebre. De esta manera, no podrá resistirse.

     El capítulo duodécimo, El ataque con fuego, establece las cinco maneras existentes de atacar con fuego:  quemar a las personas, quemar los almacenes, quemar el equipo, quemar los arsenales y emplear proyectiles incendiarios. Afirma que aquellos que utilizan el incendio para reforzar sus ataques poseen la inteligencia de su lado; los que usan el agua, la fuerza. Y añade que el gobernante sabio delibera acerca de los planes; los buenos generales los ponen en práctica. El capítulo décimo tercero, y último, lleva por título El uso de agentes secretos. La información previa a emprender una guerra es básica para conseguir la victoria final. Y esta no puede conseguirse de los espíritus, ni de las divinidades, ni por semejanza con acontecimientos pasados ni de los cálculos. Es preciso conseguirla a través de hombres. Los agentes secretos se clasifican en : locales, interiores, dobles, falsos y destacados.

     La obra, más allá de los aspectos filosóficos, políticos y estratégicos, es utilizada a día de hoy en múltiples ámbitos que poco o nada tienen que ver con el militar. Es el caso de su uso como guía en programas de administración de empresas y liderazgo destinadas a la gestión de los conflictos y la cultura corporativa. Lo cual otorga una vigencia a la obra de Sun Tzu que no está al alcance de ninguna otra en el mundo. Al menos, de una que data de hace nada más y nada menos que 2.700 años o, dicho de otro modo, 27 siglos.