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lunes, 23 de octubre de 2023

Novela de ajedrez. Stefan Zweig. Acantilado. 2002. Reseña

 




    Novela de ajedrez fue la última obra escrita por Stefan Zweig. Lo hizo en su exilio brasileño a finales de 1941, escasos meses antes de su suicidio, el 22 de febrero de 1942. Considerada por todo el mundo una de sus obras cumbre --si es que un autor tan sobresaliente puede tener alguna que no lo sea--, se publicó de forma póstuma en Argentina, no llegando a la Europa libre (la no ocupada por los nazis) hasta 1943. El escritor austríaco critica en ella el nazismo y los métodos demoníacos de la Gestapo. De gran crudeza en muchos de sus pasajes, describe, sin una palabra de más pero con toda su significación, aspectos tan relevantes como la deshumanización, el aislamiento, la incomunicación y el exilio forzoso a que fueron sometidas millones de personas durante los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial y, especialmente, durante la contienda. Hechos que provocaron que el bueno de Zweig decidiera poner fin a su vida.

    Todas las novelas cortas de Zweig --en este mismo blog ya han sido reseñadas un gran número de ellas-- comparten una serie de características, las cuales también se hacen presentes en la que nos ocupa. En primer lugar, se funden con gran maestría la realidad del momento de escritura de la obra en cuestión --en este caso, obviamente, la feroz expansión del nazismo, que amenazaba con hacerse dueño de toda Europa--, una buena idea del autor --llevar a un tablero de ajedrez toda la angustia que la realidad le causaba-- y su inagotable capacidad para crear una gran obra de ficción a partir de todo ello. En segundo lugar, la utilización de la obra en sí para denunciar una situación tremenda e injusta --la ya descrita--. Y, en tercer lugar, en las novelas de Zweig aparecen muy pocos personajes pero, eso sí, magistralmente presentados, descritos y psicoanalizados --descuartizados en espíritu--. Mención especial, en este sentido, para Czentovicz y el señor B.. Sobre todo en el caso del segundo.

    En Novela de ajedrez, la tranquilidad de un viaje en barco desde Buenos Aires hasta Nueva York puede saltar por los aires por un simple juego. Un juego que acabará enfrentando a todo un campeón del mundo con un enigmático vienés que huye del nazismo. Un contrincante que lleva más de veinte años sin jugar a ese juego, pero que es capaz de poner contra la cuerdas al vigente campeón mundial. Dos seres absolutamente antagónicos, en todos los sentidos, que dirimen sus diferencias sobre un tablero de ajedrez. Que han de hacer frente a una extraordinaria presión. Una presión para la que, tal vez, no están preparados. Todo ello descrito de una manera magistral por una pluma mágica, la de Zweig, que provoca que también el lector lea la historia con una tensión y unos nervios que le impiden cerrar el libro hasta que llega el final. Habiendo de resistirse a la tentación de echarse una partidita. Algo que yo mismo hice nada más terminar la lectura.

    Por supuesto, otro componente de las obras de Zweig es la intriga, el misterio. No son sus obras thrillers ni novelas policíacas, ni falta que les hace, claro, pero sí saben mantener en vilo al lector ante situaciones que, lejos de la artificialidad y la desconexión con la realidad cotidiana, podrían sucederle a cualquiera. Un tanto más que anotar en el casillero de uno de los mejores autores del siglo XX. En Novela de ajedrez, el misterio viene de la mano del señor B., de quien nada sabemos más allá de que lleva veinte años sin sentarse ante un tablero y es capaz de enfrentarse al actual campeón de campeones. ¿Cómo puede ser eso posible? ¿Cómo aprendió a jugar así? ¿Por qué lleva tantos años apartado de algo para lo que, sin duda, es tan válido? ¿Cómo puede ser que un hombre así sea un completo desconocido en el mundillo del juego? Y, sobre todo, ¿por qué se comporta de esa manera tan particularmente desconectada del mundo y de la realidad?

    La información que el lector necesita para comprender la historia se nos va dando a su debido tiempo. A Czentovicz, en cambio, nos lo presenta el narrador desde las primeras páginas de la novela como un hombre incapaz en su vida privada de escribir una frase en el idioma que fuese sin faltas de ortografía. Como un ser perezoso, silencioso y apático que no hacía nada que no se le ordenara de manera explícita, es decir, con una absoluta falta de iniciativa. Como un chico cuya incultura era igualmente universal en todas las materias. Cuyo cerebro tardo no tenía la capacidad de retener hasta los conceptos más elementales. Y, sin embargo, todo ello no le impide labrarse una asombrosa carrera. A los diecisiete años había ganado ya una docena de premios, a los dieciocho el campeonato húngaro, y a los veinte, finalmente, el del mundo. De todas formas, en cuanto se levantaba de una mesa de ajedrez se convertía sin remedio en una figura cómica, casi grotesca. 

    Así, lo único que comparten ambos contendientes es su pasión por el ajedrez --al que el narrador califica como juego de reyes; juego entre los juegos; el único ideado por el hombre que escapa soberanamente a cualquier tiranía del azar, y otorga los laureles de la victoria exclusivamente al espíritu, o mejor aún, a una forma característica de agudeza mental; el único juego que pertenece a todos los pueblos y a todas las épocas y del que nadie sabe qué dios lo legó a la tierra para matar el hastío, aguzar los sentidos y estimular el espíritu-- y su aislamiento respecto a los demás ciudadanos del mundo. Pero por causas bien diferenciadas. Czentovicz, para ocultar su monomanía y su monocordia intelectual, denotando una gran habilidad de no mostrar nunca sus puntos flacos. Alguien que conoce su desidia intelectual absoluta --que posee una sola veta de oro entre quintales de roca estéril-- y que apenas detecta la presencia de una persona instruida, se encierra en su cocha como un caracol. 

    El señor B., en cambio, se esconde de los nazis. Arrastra, desde hace más de dos décadas, una carga demasiado pesada: un año de encierro e interrogatorios a cargo de la Gestapo que acabaron por volverlo prácticamente loco. Algo que evitó, solo en parte, gracias a que la fortuna quiso poner en sus manos un libro con las jugadas maestras de los grandes genios del ajedrez mundial. Un libro que fue toda su compañía durante su largo encierro. Un libro que se sabía ya de memoria y que lo mantuvo con vida y lo alejó de la locura completa pero no de una cierta locura. Una locura que había mantenido a raya durante casi veinticinco años. Hasta que, paseando tranquilamente por el barco que lo lleva hasta Nueva York, asiste a una partida cuyos contrincantes --un rico, caprichoso y despreocupado noble británico y un hombre introvertido que resulta ser todo un campeón del ajedrez-- van a poner a prueba, con gran tensión, su capacidad de resistencia y de resiliencia.

   Por sus escenas de mayor crudeza, básicamente las que describe el señor B. al narrar su encierro y los interrogatorios que sufrió a manos de la Gestapo, Novela de ajedrez recuerda al célebre ensayo El hombre en busca de sentido, del también afamado autor austríaco Viktor Frankl, que fue escrito por el psicólogo y filósofo en 1946. Aspecto este que habla, para muy bien, de la obra reseñada. Si Zweig siempre describe psicológicamente a sus personajes de forma magnífica, en esta obra concreta lo hace más admirablemente todavía. Tras leerla resulta imposible no empatizar con sus personajes, sobre todo con el señor B., cuya angustia y casi locura son irremediablemente compartidas por el lector. Un lector que tampoco puede resistirse a echar una partidita, aunque sea contra el ordenador. A ello voy de nuevo. ¡Gracias, maestro!        

     

    

lunes, 14 de marzo de 2011

La madre de los niños del holocausto. Anna Mieszkowska. Reseña

     "La madre de los niños del holocausto" es la biografía de Irena Sendler, toda una heroína clandestina polaca y católica que arriesgó su vida por salvar a más de dos mil quinientos niños y niñas del gueto de Varsovia durante la ocupación nazi de la capital polaca. La autora, Anna Mieszkowska, escritora, periodista y especialista en teatro, conoció la historia de esta mujer y se puso en contacto con ella para contar su historia al mundo. Una historia increíble, pero real como la vida misma, de una mujer que siempre estuvo acostumbrada a sufrir...



     Desde su infancia Irena sufrió mucho de salud, llegando a estar en varias ocasiones al borde de la muerte, lo que le hizo arrastrar durante toda su vida enormes jaquecas y dolores de cabeza a causa de una trepanación que se le hubo de hacer para salvarle la vida casi milagrosamente. A la edad de siete años perdió a su padre, médico de profesión y solidario de vocación. Murió infectado de tifus por un grupo de judíos a los que ningún otro médico quiso ayudar. Pese a estar con él solo siete años Irena vivió con su padre muchos momentos imborrables y siempre le tuvo como modelo de vida honrada, solidaria y honesta. Años más tarde, ella misma arriesgó su vida por volver a ayudar a la comunidad judía de Varsovia cuando casi nadie más quiso saber nada de lo que ocurría intramuros del gueto.

     Irena estudió Trabajo Social y realizó un curso de Enfermería. Pronto se puso a trabajar con los sectores más desfavorecidos de la capital polaca, entre ellos los judíos. Y en 1939 llegaron la invasión y posterior ocupación nazi y el intento de exterminio de la totalidad de judíos polacos y europeos. Irena y buena parte de sus compañeros se dieron cuenta de inmediato de que el gueto judío estaba condenado a ser aniquilado y arrimaron el hombro para ayudarles. Un día una madre desesperada le dijo a Irena que si quería ayudar a su hijo lo sacara del gueto. Desde ese momento se puso a idear el plan para sacar a la mayor cantidad de niños y niñas de allí.

     Irena se puso al mando de las operaciones por iniciativa propia. Se acordaba de las frases de su padre: "hay que estar siempre del lado del que se está ahogando, sin tomar en cuenta su religión o su nacionalidad" o "ayudar a alguien cada día ha de ser una necesidad que salga del corazón". Él fue su gran inspiración sin duda alguna. 

     Irena estableció una extensa e intrincada red de colaboradores entre la gente de su confianza. Sacaban a los niños a la zona aria de mil y una maneras (por los alacantarillados, ocultos en ambulancias; a través del edificio de los Juzgados, que tenía entrada por los lados ario y judío; en coches de bomberos; en tranvías; etc) y los llevaban a puestos de emergencia, donde se les enseñaban costumbres polacas y católicas para que no levantaran las sospechas del resto de población. Se les proporcionaba identidades falsas mediante el uso de documentos de identificación falsificados y actas de nacimiento reales de niños polacos ya fallecidos, y se les llevaba a instituciones religiosas de todo el país o se les facilitaba la adopción por parte de familias católicas polacas. Los más mayores se unían a los partisanos ocultos en las montañas de los alrededores de Varsovia. 

     Las identidades antiguas y nuevas, las familias de procedencia y los lugares de destino de los niños eran anotados personalmente por Irena en una lista cuya existencia y lugar de escondite solo sabía ella por razones de seguridad. De esta lista dependía que en el futuro las familias pudieran reencontrarse. La responsabilidad era muy grande, por supuesto.

     En numerosas ocasiones, tanto nuestra protagonista como el resto de sus colaboradores, estuvieron a punto de ser descubiertos. En septiembre de 1943 alguien la delató y la Gestapo fue a su casa a por ella. La encerraron en la prisión de Pawiak, en el gueto, y la torturaron cruelmente, rompiéndole piernas y pies. Estuvo cerca de morir, pero no consiguieron que delatara a ninguno de sus compañeros. Años más tarde declaró que entendía perfectamente por qué una persona podía delatar a otra tras sufrir semejantes torturas. La Gestapo, al no conseguir sus propósitos, la condenó a muerte por fusilamiento. Estuvo en Pawiak más de tres meses.

     El día de su fusilamiento, cuando era conducida al lugar de ejecución, un soldado nazi sobornado por Zegota, una organización promovida por el gobierno en el exilio en Londres que sabía de la suma importancia de preservar a toda costa la vida de Sendler, la dejó escapar. Cansada y coja, se arrastró como pudo y se puso a salvo. Las listas de ejecuciones del día siguiente la daban por muerta. Sin embargo, la Gestapo supo lo ocurrido, acabó con el soldado y siguió buscando a Irena. Aún así, pudo estar con su madre en sus últimos momentos de vida. Sin embargo, no pudo asistir a su entierro, pues habría sido apresada de inmediato.

     Irena tomó una nueva identidad y siguió colaborando con los rebeldes hasta el fin de la guerra. Ella y su grupo salvaron la vida de más de dos mil quinientos niños judíos. La lista de Sendler sobrevivió y algunos de los niños pudieron reunirse con sus familias, las que todavía existían, al acabar la guerra. Hasta su muerte, en 2008, a la edad de 98 años, recibió visitas y cartas de muchos de los niños a los que salvó durante la guerra. Pese a su increíble gesta, Irena recordó siempre que "podría haber hecho más, y este lamento me seguirá hasta el último día de mi vida". Sin duda, todo un ejemplo de valentía, bondad, generosidad, entrega y enorme sencillez.

     Durante más de cuarenta años Irena siguió con su vida como si nada de lo anteriormente narrado hubiera ocurrido en realidad. Hasta que su caso fue dado a conocer y todo el mundo pudo saber la increíble hazaña de esta gran mujer polaca. Sin duda, su padre debe estar muy orgulloso de ella.

     "No se plantan semillas de comida. Se plantan semillas de bondades. Traten de hacer un círculo de bondades; éstas les rodearán y les harán crecer más y más". Irena Sendler.