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lunes, 6 de junio de 2016

Recuerdos. Ramón Cerdá. Ediciones Sobrepunto. 2009. Reseña





     En el año 2000 Ramón Cerdá escribió su primera novela erótica. La dejó reposar nueve largos años y, en 2009, se decidió a buscar una editorial que la publicase. Ediciones Sobrepunto se encargó de ello finalmente. Recuerdos es un conjunto de relatos que componen en definitiva las memorias de un anciano de 78 años de nombre Camilo que de repente comienza a escribir sus recuerdos, sobre todo de tipo sexual. Encerrado, como él mismo define a su situación, en una residencia de ancianos donde sabe que vivirá hasta el fin de sus días escribir se convierte en su único divertimento y en el mejor de los pasatiempos posibles.

     Camilo es un señor que ha conocido tres esposas a lo largo de su vida. Y a las tres las ha perdido en circunstancias extrañas  y trágicas. Sus escritos no están ordenados cronológicamente sino que son resultado de impulsos atolondrados, por lo que van hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, según sus recuerdos vienen a visitar a su, en apariencia, todavía lúcida mente. A lo largo de las 111 páginas de la novela Camilo explica diversos acontecimientos de su existencia.

     De familia rica, el viejo no ha tenido necesidad de trabajar. Simplemente se ha dedicado a despilfarrar la herencia de sus abuelos. Y, claro, el aburrimiento hace que las personas tomen caminos no siempre sanos. Así, las drogas, el alcohol y su adicción al sexo provocarán que a menudo se vea metido en situaciones que a ojos de los demás pueden parecer perversas: orgías, fiestas eróticas, aventuras en lugares y situaciones insospechadas, etc. Todo por calmar sus más bajas pasiones.

     Su primera mujer, Marta, que también procede de una familia adinerada pero tremendamente religiosa y de tendencias sexuales puritanas, acabará con el tiempo prestándose a todos los depravados instintos de su marido. Tanto que será la mujer a la que más ha querido Camilo, quien guarda muy buenos recuerdos de ella incluso cincuenta años después. Su trágica muerte le acompañará hasta el fin de su vida. Con María, su segunda esposa, vivirá su matrimonio más aburrido e infeliz. Pese a ello, es la única mujer que no ha compartido con otro hombre. Su muerte, mientras dormía, será la más normal de las tres esposas del protagonista.

     Cristina, su tercera y última esposa, cuarenta y cinco años más joven que él, le proporcionará sus mejores momentos sexuales. Pero como mirón, es decir, como mero espectador de sus relaciones con otros hombres. Y es que, con setenta años y a causa de unas extrañas fiebres, Camilo ya no podía mantener ningún tipo de relación sexual. A través de un gran armario - en realidad, un escondite a través del cual podía mirar y deleitarse con las aventuras de su joven mujer -, Camilo no perderá detalle de nada de lo que en su habitación acontece. Incluso será espectador del asesinato de Cristina. Hecho que tampoco podrá olvidar jamás.

     Además de narrar en sus memorias las aventuras y escarceos que va recordando sobre la marcha, Camilo cuenta aspectos del día a día en la residencia. No encaja allí, claro. Acostumbrado a no seguir horarios y a hacer lo que le viniera en gana siempre no se acopla a la vida entre aquellas cuatro paredes. Tampoco al hecho de convivir con enfermos terminales y con viejos y viejas que padecen parkinson, alzheimer y demás dolencias degenerativas e incurables. Por eso, se refugia en sus escritos.

     Lo que más puede extrañar al lector son los contrastes entre las escenas de depravación, masoquismo y degradación personal de muchas de las situaciones -descritas con gran crudeza por parte del protagonista- y los razonamientos tiernos, sensibles y enamoradizos del mismo -Camilo cree estar enamorado de Casilda, una mujer de 66 años que vive también en la residencia-. Tanto es así que, aún a sabiendas de su perversidad, el anciano llega a conmovernos y nos hace sentir impotentes ante su trágico destino: morir solo y abandonado por sus amigos, familiares, etc. 

     Camilo es plenamente consciente de su impotencia sexual. Lo acepta sin remordimientos. Algo muy difícil de comprender. Se limita a recordar sus excesos y a escribir unas memorias a través de las cuales pretende, quizás, expiar sus pecados. Unos pecados que a cualquier otra persona podrían provocarle no poder seguir con su vida pero que a él no parecen importarle demasiado. Máxime cuando su filosofía de vida es que es mejor vivir cincuenta años sin privaciones que jodido durante ochenta.        

     Como buen escritor de thrillers que es Ramón Cerdá, también en Recuerdos llegamos a un desenlace inesperado que nos deja con la boca abierta. Porque con un autor como él las apariencias engañan y a veces las cosas no son como en un principio parecen. Pero para saber la verdad, por supuesto, hay que llegar hasta el final de una novela que, debido a su longitud, se puede leer perfectamente en una mañana o en una tarde.   

         
                

jueves, 29 de octubre de 2015

Rumbo hacia la perdición. Ramón Cerdá. El fantasma de los sueños. 2014. Reseña





     Que el escritor de Ontinyent Ramón Cerdá es muy prolífico es algo que quienes le conocemos tenemos muy claro. Que a menudo sorprende a sus lectores con novelas de temas algo diferentes a lo que viene siendo habitual en su ya dilatada carrera literaria -es decir, thrillers-, también. Y buena prueba de ello es este relato erótico -el segundo que escribe en su vida, tras Recuerdos (2000)- en el que el sexo, sus perversiones y las consecuencias de las mismas juegan un papel principal en la trama. 

     A través de su propia editorial independiente, El fantasma de los sueños, lanzó el año pasado esta novela corta -de 132 páginas- en la que el narrador y principal protagonista, Carlos, un cuarentón que lleva veinte años casado con Cristina, cuenta su particular camino hacia la perdición. Su amigo íntimo desde la adolescencia, Raúl, le conduce por la senda equivocada después de proponerle un intercambio de parejas con sus respectivas esposas. Algo a lo que en un principio se opone el protagonista, a sabiendas de que Cristina jamás aceptaría tal propuesta.

     Para acabar de instalar a Carlos en un círculo vicioso del que le será imposible escapar, Pablo, otro amigo que regenta un restaurante venido a menos en el cual se reúnen los amigos para cenar casi todas las semanas, les mete de lleno en el mundo de las drogas y la prostitución. Las tediosas vidas de casado de Carlos y Raúl -Pablo, apodado Noquiero por sus reticencias a compartir su vida con ninguna mujer, pues prefiere estar con la que guste en cuanto lo estime oportuno, es un hombre libre-, mezcladas con el alcohol y las drogas y el acceso fácil a Carmela, una prostituta que acostumbra a quedar con sus clientes en el local, harán el resto.

     Los tres amigos participan en orgías con Carmela en el propio restaurante. Además, desestimada Cristina para los intercambios de pareja, Clara, la esposa de Raúl, convencerá a su marido y al propio Carlos para hacer tríos en su propia casa. Así, Carlos, atraído tanto por Carmela como por Clara, se verá metido en una vorágine de sexo y perversión que ni siquiera su alto sentimiento de culpa podrá detener pese a sus intentos. Unos intentos, por otra parte, escasos y carentes realmente de voluntad. 

     La actitud de Cristina, que castiga a su marido con largos períodos sin sexo cuando tienen alguna discusión o disputa, no contribuye precisamente a otorgar a Carlos el valor necesario como para tratar de salir de esa senda que le llevará directo a la perdición. Un último y desesperado intento, que aparentemente tiene un cierto éxito y que puede permitir al protagonista recuperar las distancias perdidas con su esposa, acabará convirtiéndose en la antesala del mayor de los desastres. Porque Cerdá no lo puede negar: le encantan los finales imprevisibles. Y, para muestra, este botón.

     El estudio psicológico de Carlos está muy bien trabajado a lo largo de toda la historia. Ama a su esposa, aunque el paso de los años, el aburrimiento y la falta de comunicación entre ellos -como ocurre en tantas y tantas parejas- serán el resquicio por el que se colarán una serie de acontecimientos -a perro flaco, todo son pulgas- que le llevarán a perder el control sobre su vida y sus actos. A partir de ahí comienza a ser difícil que todo tenga un final feliz. Y más en una historia en la que no todo es lo que parece y en la que los comportamientos de los distintos personajes en ocasiones responden a hechos que el lector desconoce por completo.

     La novela está estructurada en dos partes divididas en cinco y seis capítulos respectivamente. Está narrada en un lenguaje sencillo y coloquial, de la calle, por el propio Carlos, quien nos oculta deliberadamente parte de la información mientras, como contrapartida, nos adelanta hechos que están por venir, lo cual nos mantiene en vilo durante la lectura de la obra, que se puede hacer del tirón en unas tres horas. Tres horas entretenidas, amenas y reflexivas.

     En definitiva, en Rumbo hacia la perdición encontramos un poco de todo: altas dosis de sexo y erotismo; imprescindibles toques de intriga y misterio; algo de psicología; drogas y alcohol; y hasta acciones que dibujarán una sonrisa en los labios de los lectores -sobre todo en la primera parte, durante la introducción de la historia, justo antes de que todo se complique y nos pongamos serios-. Una novela de desconexión que se lee de una sola sentada.