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lunes, 30 de septiembre de 2024

Los incomprendidos. Pedro Simón. Espasa. 2022. Reseña


 



    Tras el enorme éxito alcanzado un año atrás con Los ingratos, Premio Primavera de Novela 2021, el escritor y periodista madrileño Pedro Simón publicó su tercera novela, Los incomprendidos, a finales de 2022. Como en su predecesora, el autor nos narra una historia que llega y emociona al lector. Porque, como reconoce Javier, uno de los personajes y narradores de esta novela -junto a su hija Inés y su hermana Clara, que aparece como narradora epilogar-, las mejores historias no son las que hablan de los otros en sitios lejanos, sino las que hablan de ti. Aquí mismo. Ahora. Y hacen que se te iluminen los ojos y quieras conocer el final. Y no le falta razón. Porque las historias cercanas y corrientes, las que les pueden ocurrir a cualquiera de nosotros, suelen resultar a menudo las más atractivas. Aunque solo sea por ofrecer una mayor verosimilitud y, por tanto, también una mayor posibilidad de repetirse en nuestras propias carnes.   

    De los catorce capítulos que componen la novela, Javier, el padre, nos narra siete. Por su parte, Inés, la hija, narra seis de los restantes, quedando el epílogo para Clara, hermana de Javier y tía de Inés. Las mochilas que todos llevamos a cuestas, la culpa con la que cargamos, la incomprensión que sentimos más a menudo de lo deseado, la incomunicación, la soledad y la falta de diálogo dentro del núcleo familiar y los silencios más incómodos que existen en todos los hogares son los pilares de la historia de esta familia. Una familia que debe sobrevivir a un drama conocido desde el inicio, la muerte del hijo menor, Roberto, y a otros desconocidos en un principio pero que se irán presentando ante nuestros ojos de manera que al final los huecos de esta historia se van rellenando y permiten al lector recomponer el puzzle familiar de forma progresiva, hasta que la última de sus piezas encaja y todo cobra sentido. 

    A veces, cuando voy por la calle y veo a un adolescente hacerle un gesto airado a su madre, o cuando observo en el autobús cómo un padre trata de conversar con su hija y esa hija calla, me pregunto quiénes son en realidad los incomprendidos, narra Javier en la parte final de la novela. Somos esa generación errática que entonces dejaba el mejor sitio de la mesa para el padre y que ahora se lo deja al hijo. Eso somos, afirma unas páginas antes haciendo alusión a la crisis de solidaridad, valores y respeto en la que vivimos actualmente. Desnortados, en suma. Inés, por su parte, nos cuenta que la adolescencia puede ser un infierno. Basta con el cielo de los otros. Es suficiente con que te los imagines más felices y más guapos que tú y sin el nudo que sientes dentro. Algo que se completa con otra frase muy significativa que viene a decir algo así como que la adolescencia es parirse a uno mismo a los dieciséis o a los dieciocho.  

    Javier trabaja en una pequeña editorial que busca con ansia publicar la novela negra revelación del año. Nos habla de la que cree que va a serlo. Nos cuenta su trama, su desarrollo y su final. Y, además, narra la historia de su hija Inés desde su nacimiento hasta la actualidad -algo que le aconseja Diana, la psicóloga familiar a la que acuden todos sus miembros tras la muerte de Roberto- en un simulacro de novela escrita por él mismo. En ese sentido, Los incomprendidos podría ser calificada, además de como novela familiar, como metaliteratura. Y es que esas otras novelas paralelas o periféricas a las que se ha aludido tienen también conexiones con la realidad narrada por la novela central. Son, por tanto, una especie de explicaciones o anexos a la trama central. Una forma de aportar mayor información de una manera original y diferente a lo acostumbrado. Aunque, obviamente, tampoco sea ninguna gran novedad literaria.  

    La historia del matrimonio formado por Celia y Javier es la de tantos otros. Pareja que desea tener un hijo, lo intenta y lo vuelve a intentar, ve que no puede, se hace pruebas, observa que no hay ningún problema que impida poder tenerlo, decide adoptar y, de repente, ocurre el embarazo. Así es como, en cuestión de meses, el matrimonio da la bienvenida a su hogar a un hijo recién nacido, Roberto, y a una hija algo mayor, Inés. Una hija que ya arrastra una pesada carga. Una pesada carga proveniente de su familia natural que se acrecienta tras la trágica muerte en accidente de tráfico de su hermano. Una tragedia que separa a los miembros supervivientes de la familia. Hasta que la situación roza lo insostenible. Cada uno de ellos se considera culpable de la muerte de Roberto. La terapeuta, Diana, no logra recomponer las grietas aparecidas en el seno familiar. Trata por separado a cada uno de ellos, sin lograr retornar a esa feliz unión anterior al drama. 

    Javier e Inés, Inés y Javier nos narran, capítulo a capítulo, la historia del drama. Familiar y personal. Ambos tratan de comprenderse y de hacerse comprender. Pero les cuesta. Inés se refugia en su tía Clara. Una mujer trabajadora, luchadora, soltera, libre, con parejas esporádicas y sin hijos, que se encarga de levantar a Inés cada vez que esta parece desmoronarse. Y está a punto de hacerlo en varias ocasiones. No es agradable sentirse como un explosivo, afirma la propia Inés, que completa con la sensación que tiene de que, tras la muerte de su hermano, ella es lo único que les queda a sus padres. Una gran responsabilidad para ella, otra carga y otra culpa más, puesto que no tiene claro si sabrá estar a la altura. Algo que constata definitivamente con una frase desgarradora: confirmé lo muchísimo que mis padres lo querían a él. Hasta muerto, tenía algo de celos. Y me daba asco a mí misma por sentirlos. Tía Clara me miraba y creo que me adivinaba los pensamientos. Yo solo pedía en silencio que me siguieran queriendo, a pesar de todo. Si no tanto como a él, parecido

    Esa idea, la de poder leer el pensamiento, se repite a lo largo de la novela. Por ambas partes, además. Pero, sobre todo, por parte de Javier. Quisiera saber qué piensa su hija. Para hacer las cosas mejor. Para hacerle la vida más fácil. Aunque conocer sus pensamientos podría acabar de hundirlo a él. Tía Clara, en cambio, sí parece ser capaz de leer el pensamiento de su sobrina. Y se convierte en su tabla de salvación: con ella deja de hacerse pipí en la cama, con ella aprende a nadar, con ella aprende a confiar en alguien. Clara, además, también es la voz de la conciencia de su hermano y de su cuñada. La tormenta que resuena en las cabezas de los adultos. El nexo de unión de una familia que amenaza con separarse de por vida. Una familia cuyo uno de sus miembros (Inés) se ve como un círculo rodeado de cuadrados y piensa en la muerte. Y Javier se siente impotente: no hay peor sensación de fracaso que ver cómo se te ahoga una hija. Porque un hijo también es eso que a veces te mata o querrías matar, pero que te da la vida. 

    Inés, por contra, nos dice que si de niña creces cuando ves llorar a una madre, supongo que siendo un adulto te haces un poco más viejo cada vez que ves llorar a tu hija. Y es que, dentro de la soledad, la incomunicación y el horror de vivir juntos pero parecer unos extraños, en las historias que nos narran los protagonistas de Los incomprendidos, como ya sucediera en Los ingratos, también tienen cabida la esperanza y la ilusión. La ilusión de que los problemas siempre se pueden superar. Porque solo la muerte no tiene solución. Y hasta la muerte misma también puede acercar a quienes sobreviven a la tragedia. Aunque para ello hayan de viajar a lo más recóndito de sus almas. Aunque para ello hayan de mirarse en el espejo y decirse a la cara -en este caso, escribir sobre un papel- quiénes son y quiénes quieren ser a partir de ahora.            

    

lunes, 20 de noviembre de 2023

Un amor. Sara Mesa. Anagrama. 2020. Reseña

 




    En septiembre de 2020, durante los últimos coletazos de aquel extraño verano pandémico de aislamiento, soledad y nueva realidad, vio la la luz Un amor, la novela de la escritora madrileña Sara Mesa. Una historia que, desde la misma portada --la ilustración Chica buscando, de Gertrude Abercrombie, 1945--, nos muestra la imagen de una mujer errante y meditabunda en un mundo solitario, raquítico y casi desértico. En la novela, esa chica se llama Natalia, aunque se hace llamar Nat. Y ese mundo solitario es La Escapa, un pequeño núcleo rural dependiente de Petacas al que la mujer, joven e inexperta traductora, acaba de mudarse huyendo de una ciudad no menos agobiante para ella. Una mujer que robó algo en su anterior trabajo y que, tras ser pillada y perdonada, no pudo aguantar la vergüenza y acabó prefiriendo irse de allí y buscar un lugar tranquilo y barato en el que seguir con su vida. Una vida llena de dudas, inseguridades, obsesiones y una especie de auto boicot.

    Así, llega a La Escapa, donde el imponente monte El Glauco se acabará convirtiendo en el único sitio en el que oxigenarse en un lugar que acabará oprimiendo y confundiendo más todavía a una joven que terminará por enfrentarse no solo al entorno y a sus vecinos --su abominable casero, Píter el hippie, Andreas el alemán, la chica de la tienda, la joven familia que llega cada fin de semana y Joaquín y la vieja demente Roberta, antigua maestra de la escuela de Petacas--, sino también a sus propios fantasmas y fracasos. Y es que la aparente normalidad con la que todos la acogen en un principio va dejando paso a la incomprensión y la extrañeza --en este caso, mutua--, lo cual situará a Nat en una situación muy complicada, repleta de silencios, equívocos, tabús, prejuicios y transgresiones. En definitiva, a una exclusión e indefensión que llegará a amenazar la propia estabilidad emocional y psíquica de una protagonista que ya había llegado allí tocada. Y, como sus nuevos vecinos, con bastantes prejuicios.

    Estáis hablando en lenguajes diferentes, le dice Píter a Nat en un momento de la historia. Y esa frase, que podría pasar más o menos desapercibida para la mayoría de los lectores es, para mí, la clave de la historia. Porque Un amor aborda un tema complicado de explicar, pero que hace referencia al uso del lenguaje no como forma de comunicación, sino de aislamiento, de soledad y de diferencia. Es cierto: los protagonistas de la historia hablan la misma lengua, pero con un lenguaje que los separa mucho más que los une. Como si fuera posible entenderse pero imposible comprenderse. Un lenguaje que no une sino que separa. Que hace del diferente un enemigo, un transgresor. Y es que los protagonistas acaban por no aceptar la forma de vida de Nat. Pero ella tampoco se integra en un lugar que desde el principio, antes de que haya ocurrido nada significativo, ve como algo peligroso, hostil, diferente. Y, claro, el ambiente se constituye en algo agobiante, lento, opresivo, obsesivo. 

    Nat es una chica muy contradictoria en sí misma. Y se equivoca al elegir La Escapa como su lugar de reconstrucción. Porque allí no encuentra un sitio idílico sino el escenario de una especie de tragedia griega que desde muy pronto se sabe que no va a acabar bien. Algo que queda claro desde la escena en la que el casero, un hombre desaliñado, malhablado, peor mirado --siempre luciendo una especie de sonrisa irónica malencarada--, antipático y machista hasta la médula, la recibe en su nuevo hogar de alquiler y le regala como bienvenida un perro maltratado, al que pone de nombre Sieso, que, víctima de su pasado, huye de ella, se esconde y no hace caso ni de la comida que le pone. Un perro que, como Píter le anticipa a Nat, le va a traer más problemas que satisfacciones. Píter, vidriero de profesión, se erige desde pronto como su defensor y su protector en la comunidad, Al resto, Nat los ve así: ruidosos y desordenados, se parecen extrañamente entre sí.       

    De forma sorpresiva y original, la relación amorosa de Nat que se anticipa ya desde el mismo título de la novela no se da con Píter el hippie --pese a que su cuerpo es atractivo y firme, su robustez resulta indudablemente erótica, es encantador, buen vecino, sabe de libros, música y películas, todo lo que se presupone interesante..., está sorprendida, incluso decepcionada. ¿No iba él a besarla, o a intentar besarla? ¿No trataría de llevársela a la cama? ¿No es lo previsible, lo que se espera de un hombre?--, sino con Andreas el alemán. Y solo es posible debido al estado emocional que atraviesa la protagonista. Porque el 99,9 por ciento de las mujeres se indignarían y no querrían volver a saber nada, nunca más, de un hombre que se ofrece a arreglar las goteras de su casa a cambio de que le deje entrar en ella un rato. Se lo dice así: No eres prostituta, no quiero que pienses que te tomo por tal. Te tumbas y acabo pronto. Solo eso. Hace mucho que no he estado con una mujer. Mi cuerpo lo necesita. Pensé que podría pedírtelo.            

    Sin embargo, y contra todo pronóstico, Nat acepta el intercambio y se deja hacer por Andreas el alemán. Había demostrado sensibilidad. Una delicadeza que no hubiese imaginado en él, con su aspecto rudo y no precisamente sofisticado. Trató de no hacerle daño, yendo despacio. Al recordarlo, todavía siente el calor entre sus piernas, un calor mucho más mental que físico... Y, a partir de entonces, repite cada noche. Nat, la distante, impasible, la brusca Nat, se ha transformado en un ser hambriento. Tanto que tiene que refrenarse para no ir a verlo a todas horas y para no quedarse a dormir por las noches. Y entre ellos comienza una nueva historia. Una historia de sexo, placer, pasión y amor, pero también de dependencia, inseguridad, dudas y desconfianza por parte de ella. Todo ello mientras el resto de vecinos --excepto Píter-- se escandalizan por el tipo de vida de la joven, le hacen el vacío y el ambiente se va enrareciendo cada vez más.

    Y, de nuevo, el carácter de Nat, los fantasmas de su pasado, sus inseguridades, la llevan hacia el precipicio. Entre todas las interpretaciones posibles, siempre escoge la peor. Ni siquiera cuando se convence de que sus ideas carecen de sentido está a salvo. Cualquier variación, cualquier matiz que no hubiese previsto, consigue que se tambalee. Los celos, ese monstruo de ojos verdes, se cuelan hasta en la cama, con su lengua picuda y sus muecas obscenas, inspeccionándolos a ambos para devorarlos, corrompiendo el sentido de sus movimientos, tiñéndolos de suciedad y recelo. ¿Por qué Andreas cierra los ojos cuando está con ella? ¿Es porque piensa en otra? ¿Porque recuerda a su joven exmujer? Su desazón no es ya con Andreas, sino con todo el mundo. Así, en el mercado, observa mujeres charlatanas, tenderos deslenguados, niños astutos y tramposos, adolescentes con un brillo arrogante en los ojos, retador. No puede ser tan horrible, se dice. Es ella, su mirada, que está enferma. Ojalá pudiera cerrar los ojos para no ver más.

    Más arriba he hecho alusión a una frase capital, la que le dice Píter a Nat en referencia al lenguaje. También he comentado el hecho de que Nat no sea capaz de integrarse en su nueva comunidad. Pues bien, la otra frase clave de la novela, para mí, es la que le dice Andreas a Nat en otro momento de la historia: aquí nos manejamos con otras reglas. Y tú no las entiendes. No es que no las asumas. Es que eres incapaz de entenderlas. Ambas frases, sin duda los motores de la historia, hablan de las diferencias de moral de los protagonistas de la novela. Y también de las de los lectores. Porque ellos, simples espectadores en un principio, se convierten también en jueces de cada uno de los personajes según avanza la historia. Una historia que se lee rápida pero se abandona poco a poco. Porque al final, son los lectores quienes buscan los porqué de la vida. Sara Mesa nos hace visitar lo más oscuro y profundo del alma humana en esta gran novela. Conociendo a Isabel Coixet, seguro que en su nueva película, basada en esta obra, le da otra vuelta de tuerca a la historia. Habrá que verla...                    


  

miércoles, 11 de enero de 2017

Cicatriz. Sara Mesa. Anagrama. 2015. Reseña





     Cuando una novela se le hace a uno corta es que tiene algo bueno, como mínimo. Y Cicatriz, de Sara Mesa (escritora madrileña afincada desde pequeña en Sevilla, autora, entre otras obras, de Cuatro por cuatro (2012) y Mala letra (2016)), tiene mucho de bueno. La novela obtuvo el Premio Ojo Crítico de Narrativa 2015 por ser un libro sensible, oportuno y narrativamente inteligente. Capaz de dar la vuelta al concepto estereotipado de la seducción presentándolo en sus facetas más agrias: la posesión, la vanidad, la necesidad de sentirse fetichizado por el otro o la putrefacción de los amores platónicos. En menos de doscientas páginas introduce tantas temáticas, tantas historias secundarias, tantos matices diferentes que complementan la trama central de la novela que se hace complicado hablar de todo ello en una simple reseña. Lo intentaré, de todas formas. 

     Cicatriz es, ante todo, una radiografía cruda, muy cruda de la sociedad de consumo y espectáculo actual. De la incomunicación, del aislamiento, de la soledad, del aburrimiento, de la vanidad e incluso de la perversidad. Una sociedad obsesiva, fetichista, perturbadora. Un lugar del que no se puede escapar, que oprime, agobia, asquea. En el que las relaciones cada vez más se van abocadas a la superficialidad de internet, los chats y las redes sociales. En el que la dejadez y la indolencia se convierten en aspectos comunes que contrastan cada vez más con la exhaustividad y el orden. Y, con una narrativa frenética, constante, pero que se permite en ocasiones descripciones meticulosas de objetos, ambientes y personajes, Sara Mesa utiliza dos únicos personajes --¡vaya reto!-- como contraposición, como opuestos pero a la vez compatibles por dependientes el uno del otro.

     En efecto, la narración es fluida, intensa, rápida, repetitiva. Pero no redundante. Porque en ocasiones es necesario incidir en ciertos aspectos para retratar la sociedad, los personajes, las situaciones que se nos presentan en las novelas. Sobre todo, en una historia tan psicológica como la presente. Y es que tanto los personajes como la sociedad en la que malviven se nos muestran con una minuciosidad extrema. Tanto que nos parece estar presentes no solo en las escenas de la misma, sino también en los cerebros de Sonia y Knut. Y ello nos provoca asco, excitación, pena, confusión, morbo... y unas enormes ganas de escapar de un ambiente tan opresivo. Y, sin embargo, queremos seguir leyendo para saber más acerca de la trama de la novela. Casi como si se tratase de un thriller. Pero de gran calidad literaria.

     La protagonista femenina es Sonia. Trabaja como becaria en un archivo en el que, al contrario de lo que suele suceder en lugares tan atractivos, apenas hay trabajo. Vive con su madre, su abuela enferma y su hermano pequeño. Se muestra indolente, dejada, alejada de una realidad cada vez más difícil de aceptar. Todo ello le hace refugiarse en internet. Le gusta leer y visita varios foros literarios. En uno de ellos conoce, virtualmente hablando, a Knut. Inteligente, provocador, riguroso, exhaustivo, ordenado, controlador, filósofo, neurótico obsesivo y cleptómano, Knut atrapará de inmediato a Sonia en una red de la que no podrá escapar.

     El joven roba --adquiere, como él suele decir-- libros en las grandes superficies comerciales. Y comienza a mandárselos por decenas. Te mando libros simplemente como pago por tu existencia, la adula. Y, ella, quizás por vanidad, se deja engatusar, tratando de llenar así una vida vacía de emociones. A lo largo de las páginas de la novela se citan frases y novelas de Proust, de Kafka, de Faulkner, de Auster, de Joyce, de Dostoievski. Y se agradece. Porque es uno de esos libros en los que se le despiertan a uno los deseos de conocer tal obra o tal autor. Sin embargo, con el tiempo, Knut y Sonia comienzan a hablar de otros temas. Y, aparte de libros, comenzarán a llegar a las manos de Sonia perfumes, ropa y lencería. 

     Y el fetichismo literario dejará paso al fetichismo sexual. Una fantasía que atrapará a Sonia. Hasta el punto de no ser capaz de discernir qué siente por Knut --pseudónimo del escritor noruego Knut Hamsun, Premio Nobel de Literatura en 1920, autor también inteligente, provocador y exhaustivo, caído en desgracia tras la Segunda Guerra Mundial por su apoyo al régimen nazi de Hitler--: ¿amor?, ¿obsesión?, ¿dependencia? En cualquier caso, Knut la idealiza y trata de moldearla a su gusto y de llevarla a su terreno. Especialmente, cuando ella intenta dejar de escribirle (cuando se casa y tiene un hijo). Sin embargo, su extraño amigo siempre se muestra capaz de dar una vuelta de tuerca a la situación para volver a atraparla. La propia Sonia llega a reconocer que cuando todo parece desgastarse por la costumbre, llega una novedad

     Knut es una especie de antisistema que solo roba a los grandes almacenes; atrae y fascina; inquieta y repugna. También una clase de maltratador psicológico que no duda en atacar a Sonia para hacerla sentir culpable cuando intenta abandonarlo. Y, paradójicamente, cuando esta parece haberlo conseguido y su vida se centra durante un par de años en torno a su marido y su hijo, es ella la que, víctima de sí misma, de su rutinaria vida y de una sociedad de nuevo agobiante, vuelve a escribirle, comenzando de nuevo esa espiral que amenaza con no tener fin. Y es que echar de menos un instante es echar de menos a aquel que éramos entonces.  

     La novela, totalmente recomendable, nos deja frases realmente magníficas. Como esta: No me considero inocente. ¿Cómo iba a poder serlo? La senda del conocimiento es la senda de la corrupción espiritual desde el día en que se mordió la manzana. La simple práctica de pensar ya conlleva una caída en esa corrupción. ¿Se es más puro solo por no hacer lo que sí se ha pensado? Cualquiera que piense con cierta profundidad está expuesto a desazonarse. Así es Cicatriz, una novela desazonadora, repleta de psicología, en la que la voz de la narradora se disuelve y pasa totalmente desapercibida.  

     

jueves, 29 de octubre de 2015

Rumbo hacia la perdición. Ramón Cerdá. El fantasma de los sueños. 2014. Reseña





     Que el escritor de Ontinyent Ramón Cerdá es muy prolífico es algo que quienes le conocemos tenemos muy claro. Que a menudo sorprende a sus lectores con novelas de temas algo diferentes a lo que viene siendo habitual en su ya dilatada carrera literaria -es decir, thrillers-, también. Y buena prueba de ello es este relato erótico -el segundo que escribe en su vida, tras Recuerdos (2000)- en el que el sexo, sus perversiones y las consecuencias de las mismas juegan un papel principal en la trama. 

     A través de su propia editorial independiente, El fantasma de los sueños, lanzó el año pasado esta novela corta -de 132 páginas- en la que el narrador y principal protagonista, Carlos, un cuarentón que lleva veinte años casado con Cristina, cuenta su particular camino hacia la perdición. Su amigo íntimo desde la adolescencia, Raúl, le conduce por la senda equivocada después de proponerle un intercambio de parejas con sus respectivas esposas. Algo a lo que en un principio se opone el protagonista, a sabiendas de que Cristina jamás aceptaría tal propuesta.

     Para acabar de instalar a Carlos en un círculo vicioso del que le será imposible escapar, Pablo, otro amigo que regenta un restaurante venido a menos en el cual se reúnen los amigos para cenar casi todas las semanas, les mete de lleno en el mundo de las drogas y la prostitución. Las tediosas vidas de casado de Carlos y Raúl -Pablo, apodado Noquiero por sus reticencias a compartir su vida con ninguna mujer, pues prefiere estar con la que guste en cuanto lo estime oportuno, es un hombre libre-, mezcladas con el alcohol y las drogas y el acceso fácil a Carmela, una prostituta que acostumbra a quedar con sus clientes en el local, harán el resto.

     Los tres amigos participan en orgías con Carmela en el propio restaurante. Además, desestimada Cristina para los intercambios de pareja, Clara, la esposa de Raúl, convencerá a su marido y al propio Carlos para hacer tríos en su propia casa. Así, Carlos, atraído tanto por Carmela como por Clara, se verá metido en una vorágine de sexo y perversión que ni siquiera su alto sentimiento de culpa podrá detener pese a sus intentos. Unos intentos, por otra parte, escasos y carentes realmente de voluntad. 

     La actitud de Cristina, que castiga a su marido con largos períodos sin sexo cuando tienen alguna discusión o disputa, no contribuye precisamente a otorgar a Carlos el valor necesario como para tratar de salir de esa senda que le llevará directo a la perdición. Un último y desesperado intento, que aparentemente tiene un cierto éxito y que puede permitir al protagonista recuperar las distancias perdidas con su esposa, acabará convirtiéndose en la antesala del mayor de los desastres. Porque Cerdá no lo puede negar: le encantan los finales imprevisibles. Y, para muestra, este botón.

     El estudio psicológico de Carlos está muy bien trabajado a lo largo de toda la historia. Ama a su esposa, aunque el paso de los años, el aburrimiento y la falta de comunicación entre ellos -como ocurre en tantas y tantas parejas- serán el resquicio por el que se colarán una serie de acontecimientos -a perro flaco, todo son pulgas- que le llevarán a perder el control sobre su vida y sus actos. A partir de ahí comienza a ser difícil que todo tenga un final feliz. Y más en una historia en la que no todo es lo que parece y en la que los comportamientos de los distintos personajes en ocasiones responden a hechos que el lector desconoce por completo.

     La novela está estructurada en dos partes divididas en cinco y seis capítulos respectivamente. Está narrada en un lenguaje sencillo y coloquial, de la calle, por el propio Carlos, quien nos oculta deliberadamente parte de la información mientras, como contrapartida, nos adelanta hechos que están por venir, lo cual nos mantiene en vilo durante la lectura de la obra, que se puede hacer del tirón en unas tres horas. Tres horas entretenidas, amenas y reflexivas.

     En definitiva, en Rumbo hacia la perdición encontramos un poco de todo: altas dosis de sexo y erotismo; imprescindibles toques de intriga y misterio; algo de psicología; drogas y alcohol; y hasta acciones que dibujarán una sonrisa en los labios de los lectores -sobre todo en la primera parte, durante la introducción de la historia, justo antes de que todo se complique y nos pongamos serios-. Una novela de desconexión que se lee de una sola sentada.                

      

jueves, 22 de octubre de 2015

Chesil Beach. Ian McEwan. Anagrama. 2008. Reseña





     Chesil Beach nos presenta una Inglaterra culta pero timorata y provinciana. Contextualizada en 1962, narra, desde el presente, la peripecia vital de Edward y Florence en su noche de bodas. Una noche que ya desde las primeras páginas se presenta poco pasional y dramática, muy dramática. Su autor, Ian McEwan - más conocido por obras como Amsterdam (1998) o Expiación (2001), además de por la actualmente exitosa La ley del menor (2015)  -, construye una historia de gran emotividad y equilibrio.

     Florence y Edward tienen veintidós años y se casan después de un año de relación. Ella, porque le toca. Él, porque la desea y sabe que únicamente podrá poseerla previo paso por la vicaría. Mal inicio, vamos. Ambos temen por igual lo que pueda ocurrir esa noche. Faltos de experiencia, constatan que la incomunicación solo puede traer aspectos negativos. En el caso de Edward el anhelo sexual le puede al nerviosismo. En el de Florence la cuestión se complica más si cabe, pues siente verdadera repulsión, casi psicótica, hacia el sexo. Tanto que es incapaz hasta de besar con lengua. 

     Estamos ante un drama verídico - ¡todavía en pleno siglo XXI se dan casos como el descrito! - que nos hace reflexionar y analizar cada situación, cada pasaje de la acción. McEwan aprovecha para realizar una fuerte crítica social de una sociedad, la inglesa de postguerra, que impedía la intimidad de los enamorados. Porque, problemas al margen, Edward y Florence se quieren. Lástima que el amor por sí mismo no sea capaz de mantener una relación.

     Los problemas de Florence son dignos de terapia psicoanalítica, algo que ella misma llega a insinuar en la parte final de la novela. ¿Quizás esa repulsión sexual y esa frigidez tengan su causa en esas excursiones en barca y en esos viajes por Europa con su padre, un rico negociante? McEwan pasa de puntillas sobre el tema, dejando simplemente la puerta abierta para que el lector opine lo que considere oportuno. La madre de Edward es una perturbada mental a la que la familia entera sigue la corriente siempre. ¿Puede que sea ese el motivo de su falta de comunicación con las mujeres? El autor tampoco aclara esta cuestión, aunque probablemente así sea.

     El contexto en el que se desarrolla la acción contribuye a que los dos protagonistas sean como son y actúen como actúan. Finalizada la II G.M. y en plena Guerra Fría, el Imperio británico ha ido perdiendo colonias y posesiones, algo que no todos los ciudadanos - y, lo que es más grave, los políticos - asimilan. Ese ambiente de pérdida de grandeza ahonda en la psicología de una sociedad a la que le cuesta reconocerse a sí misma. Lo cual influye sobremanera en los ciudadanos. Buena prueba de ello son las familias de Edward y Florence. Y huelga decir lo que una familia influye, a su vez, en sus miembros, sobre todo en los menores.

     La novela se divide en cinco partes, a saber: una primera en la que se presenta el ambiente y a la pareja de protagonistas, con sus temores, anhelos y preocupaciones; una segunda en la que el narrador se centra en los pasados individuales y familiares de cada uno de ellos; en la tercera los grandes problemas de la insinceridad y la frustración personal y sexual estalla; en la cuarta, volvemos al pasado para saber cómo, cuándo y dónde se conocieron Edward y Florence; y en la quinta llegan el desenlace y esos fogonazos finales que describen los años y las décadas siguientes a esa fatídica noche de bodas.

     A lo largo de sus 180 páginas Chesil Beach nos presenta varias contraposiciones: la ascendencia de la familia rica de Florence choca con la pobreza de la de Edward; la música clásica, la verdadera vida y pasión de ella, con el emergente rock británico que tanto ama él; la vida moderna en la ciudad de Londres con el atraso y anquilosamiento de Oxford; el auge de la democracia europea occidental de la posguerra con las ideas del comunismo en la parte oriental del continente.

     McEwan describe con perfección casi milimétrica la psicología de ambos personajes. Sus ambiciones, sobre todo en el caso de Florence; sus diferentes anhelos; sus temores - no dar la talla en el caso de él; la fobia al sexo en el de ella -; la falta de sinceridad y de comunicación de ambos. Y, como conclusión, podríamos decir que la historia nos demuestra que una relación no puede sostenerse únicamente con amor. Sin duda, es la parte más importante, pero acabará siempre sucumbiendo ante la falta de comunicación, de sinceridad, de empatía y de sexo. En 1962 y en la actualidad.