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lunes, 12 de mayo de 2025

El olvido que seremos. Héctor Abad Faciolince. Alfaguara. 2017. Reseña

 




    Veinte años después de que su padre, Héctor Abad Gómez, médico y activista en pro de los derechos humanos colombiano, fuera asesinado por unos sicarios en Medellín, Héctor Abad Faciolince pudo escribir, tras varios intentos fallidos, El olvido que seremos, una especie de biografía novelada con el propósito de reflejar el poder de la familia, por un lado, y el infierno de la violencia que durante cinco décadas golpeó a Colombia. Como él mismo nos explica: como niño yo quería que mi padre no se muriera nunca. Como escritor quise hacer algo igual de imposible: que mi padre resucitara. Si hay personajes ficticios -hechos de palabras- que siempre estarán vivos, ¿no es posible que una persona real siga viva si la convertimos en palabras? Eso quise hacer con mi padre muerto: convertirlo en alguien tan vivo y tan real como un personaje ficticio. Además, de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira

    A fe que lo consiguió. Haciendo bueno lo que escribió un poeta colombiano -lo que se escribe con sangre no se puede borrar- y contradiciendo lo que dijo Millán Astray -¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia!-, Faciolince venció con rotundidad el intento de los asesinos de anularles el cerebro a quienes no pensaban como ellos y aseguró el triunfo del amor a la vida, a la alegría y a la belleza. La belleza. Algo a lo que, pocos años después, cantó el gran Luis Eduardo Aute en una canción que también perdurará a lo largo de los años. Porque si algo amó el médico y activista asesinado fue eso: la belleza. La belleza de un mundo feliz, alegre, justo, sin desigualdades y con valores. Unos valores que defendió, plantando cara al poder establecido, a sus secuaces, a sus sicarios, a sus asesinos, hasta el último segundo de su vida. Una vida, unos hechos y unas enseñanzas cuya memoria consigue perpetuar su hijo en un libro no solo rebelde y conmovedor sino valiente y absolutamente necesario.

    El doctor Abad fue ante todo un humanista. Ponía a los hombres en el centro de todo cuanto hacía. En cuestiones médicas, no se centraba en la cura sino en la prevención. Practicó la medicina social, que consiste en poner el énfasis en la higiene, la salud pública, el agua potable, las vacunas, etc. Llevó a sus últimos extremos aquello de que más vale prevenir que curar, lo que le granjeó enemigos entre muchos médicos que veían en él un peligro que podía vaciar sus consultas. Ecuánime y respetuoso, fundó el periódico U-235, la organización Future for the children -junto al doctor estadounidense Saunders- y jamás negó dinero a quien se lo pidiera por verdadera necesidad. Su entrega al activismo social y a la defensa de los derechos humanos fue en realidad una mezcla de rebeldía y pasión, por un lado, y de desesperación e ingenuidad, por otro. Y en las aulas, como profesor de medicina de la universidad de Medellín, siempre lanzó más preguntas que respuestas, buscando la implicación activa de sus alumnos, quienes lo adoraban. 

    Abad fue un humanista, he escrito en el párrafo anterior. ¿Por qué lo afirmo? Pues no solo por lo descrito más arriba. También porque, en esa ya referida búsqueda constante de la belleza, era un auténtico melómano, especialmente de la música clásica; un gran admirador y seguidor de cualquier muestra de arte -leía con fervor, junto a su hijo, La Historia del arte de Ernst H. Gombrich-; y un extraordinario lector, rico y variado. Así, a lo largo de las páginas de El olvido que seremos, desfilan El llanero Solitario, El Gaucho Martín Fierro, En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, El manantial, de Ayn Rand, Guerra y paz, de León Tolstoi, James Joyce, Ágatha Christie, Pearl S. Buck, Bertolt Brecht y, por supuesto, los Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Octavio Paz y Jorge Luis Borges. Precisamente de Borges es el soneto Epitafio, cuya copia escrita a mano llevaba en el bolsillo, junto a una lista de amenazados, cuando lo mataron, el 25 de agosto de 1987.   

    No conviene, sin embargo, caer en el sentimentalismo. El doctor Héctor Abad Gómez que nos presenta su propio hijo en las páginas de El olvido que seremos queda lejos de ser un hombre perfecto. Más allá de su valentía y de su buen hacer en multitud de temas, Faciolince reconoce que su padre quizá mimó en demasía a sus hijos, especialmente a él, su único hijo varón; que a menudo no hacía valer en su propio hogar sus ansias de igualdad y justicia, pues era un hombre bastante machista, al menos en el ámbito familiar; que, tras la trágica muerte por melanoma de su hija Marta, pareció preocuparle mucho menos su propio bienestar y el familiar y se entregó, quizá demasiado ignorantemente e incluso en plan kamikaze, a la lucha social; y que se mostró, en sus últimos tiempos, muy reacio a prestar atención a los consejos de quienes le rodeaban y demandaban rebajar el tono de sus mensajes públicos, algo que le podía costar -y, de hecho, le costó- la vida.

    El olvido que seremos es también, como ha quedado dicho, una biografía familiar. La de una familia cuyos padres están perdidamente enamorados, son uña y carne y, aunque piensan diferente en varios temas, algunos de ellos más esenciales que otros, siempre se respetan y apoyan. Una familia que vive entre dos extremos: el fervientemente religioso de la madre y el ateísta humanista del padre y el de una familia rica, la de la madre, y otra más modesta, la del padre. Una familia que no es ni rica ni pobre, sino acomodada. Una familia de hasta diez mujeres y solo dos hombres -padre e hijo- muy feliz hasta la enfermedad y muerte de Marta. Una tragedia de la que nadie se recuperó nunca. A partir de la cual ya ningún componente de la misma fue el mismo. Una familia cuya felicidad ya menguada acabó por saltar por los aires, aunque siempre permaneció y permanece unida, al ser asesinado su cabeza, el doctor Abad. Una familia que jamás buscó venganza ante la barbarie. Que se vengó escribiendo un libro, a través de la palabra de Héctor Abad Faciolince. 

    Una familia que vivió una época feliz, en color, y otra más triste y dramática, en blanco y negro. De hecho, así lo reflejó en 2020 el director Fernando Trueba en la película de mismo título -ganadora del Premio Goya a la mejor película iberoamericana en 2021-. Una película que cuenta a todo color la vida familiar hasta la muerte de Marta y en blanco y negro la etapa posterior, incluido el asesinato del doctor. Una película que, bajo un guion fantástico de David Trueba, muy fiel a la novela de Faciolince, nos narra la historia de ese amor, quizá algo idealizado, entre un padre luchador hasta la muerte y un hijo que reconoce carecer de su misma valentía. Que tarda veinte años en reunir el valor de superar la rabia y el dolor y de narrar en un libro la historia de una inolvidable y desgarradora tragedia familiar acaecida en la Colombia de los años ochenta. Una historia de violencia y asesinatos que conviene conocer para impedir que se vuelva a repetir. Por eso mismo, El olvido que seremos merece perpetuarse en nuestra memoria. 

                 

martes, 4 de junio de 2024

El tesoro de La Girona. Javier Pellicer. Edhasa. 2023. Reseña

 




    En pleno verano de 1588 la denominada Armada Invencible de Felipe II cayó derrotada en el Canal de la Mancha ante los ataques de los defensores de Isabel I de Inglaterra. La batalla naval, una de las más famosas de la Historia, ha dado pie a multitud de obras de ficción a lo largo de los casi cuatro siglos y medio transcurridos hasta la actualidad. Son muchas las obras de arte, las películas y las novelas que han tratado, con mayor o menor éxito y veracidad -aspectos que no siempre van de la mano, por cierto-, la derrota española frente a las costas de Inglaterra. La novela que nos ocupa, El tesoro de La Girona, de Javier Pellicer, es una de ellas. El escritor valenciano derrocha en ella tanto unos bastos conocimientos -fruto de una documentación muy bien trabajada, tanto a nivel histórico como a través de mitos y leyendas irlandesas- como un gran saber hacer a la hora de mezclar la realidad histórica y unas tramas y unos personajes ficticios que bien podrían haber existido en la realidad. El propio autor explica, en la nota final, cuáles son reales y cuáles ficticios. Algo muy de agradecer.

    El personaje central de la historia es Joan Mateu, un soldado de los Tercios españoles que, después de sufrir la derrota naval y de abandonar el Canal de la Mancha rumbo a España, está a punto de perecer a causa de un naufragio tras un gran temporal frente a Dunluce, cuyo señor, Somhairle, sometido en teoría a unos ingleses a los que odia a muerte -como el resto de irlandeses y escoceses-, decide aquello de que los enemigos de mis enemigos son mis amigos y acoge a todos los españoles naufragados frente a sus costas. Así, Joan y otros de sus compañeros viven unos meses junto a los líderes del clan de los MacDonnell -el más poderoso de la región junto al de los MacQuillan y al de los O´Neill- hasta que sea posible sacarlos de la isla y ponerlos a salvo de los ingleses, que quieren acabar con ellos a toda costa. Es así como los irlandeses y los españoles aprenden los unos de los otros sobre la lengua, las costumbres y las tradiciones y la Historia, los mitos y las leyendas de ambas tierras. Una especie de hermanamiento, lealtad y fidelidad que se irá fortaleciendo a lo largo del tiempo.

    El tesoro de La Girona es obviamente una novela histórica y de aventuras. Pero también algunas cosas mucho más importantes e interesantes. A saber: las luchas intestinas -militares, políticas, palaciegas y familiares- de la Irlanda de la época; la prevalencia del sentimiento del deber por encima de todas las demás cosas; el profundo sentimiento religioso y el hecho de poner en valor la moral y la ética frente a la inevitable presencia del egoísmo y los placeres mundanos; el engendro del odio y el deseo de venganza hasta el punto de impedir el crecimiento personal; el aprecio que puede surgir hacia unas tierras y unas gentes que se presuponen salvajes pero acaban por presentarse mucho más habitables y humanas de lo esperado; el implacable papel que juega el azar en el destino de las personas y de los reinos; la enseñanza de que jamás se debe dar nada por hecho hasta que finalmente ocurre; los secretos inconfesables del pasado y su importancia en las acciones futuras; o el surgimiento de amores inesperados en lugares y momentos más inesperados si cabe. 

    Ealasaid es el otro personaje principal de la novela. Hija menor de Somhairle -señor del clan de los MacDonnell que domina con mano firme el condado de Antrim desde Dunluce- y hermana de Seumas -hijo mayor de Somhairle, que a sus cincuenta y pico años sigue a la sombra de su padre, deseoso de dar por fin un paso adelante para poder ejercer como el señor que cree ser- y de  Ragnall -una especie de segundo padre para Ealasaid, de carácter mucho más afable que el hermano mayor de ambos-, es una joven rebelde, libre y culta que ansía encontrar el amor verdadero y que no acepta a Artair O´Neill, hijo de Turlough O´Neill, jefe del clan que lleva su apellido, como su futuro esposo. Cuestión que conlleva disputas entre la joven y su hermano mayor, quien se cree con el derecho para obligar a su hermana a contraer un matrimonio por conveniencia familiar. Algo a lo que se opone el jefe del clan, quien ya casó en el pasado a una hija, Caitlin, con un MacQuillan, hecho que finalmente propició la pérdida para la familia de la ahora señora de Cúilín Gaelach.

    Ealasaid es quien encuentra a Joan en un estado lamentable, horas después del naufragio de La Girona. El joven solo posee una medallita de la Virgen del Rebollet de su Oliva natal (Valencia). Al verla aparecer cree estar en el paraíso y la confunde con la Virgen María. Desde el principio, surge entre ellos algo muy especial. Sin embargo, ambos guardan secretos que creen no hacerlos dignos el uno del otro. Además, el Tercio español debe cumplir con una venganza, pues ha de dar muerte a la mujer causante de las desgracias de su familia. Y eso, a pesar de lo que empieza a sentir por Ealasaid, hace imposible cualquier tipo de relación con ella. Ha de regresar cuanto antes a Oliva y llevar a cabo su plan. Por si todo ello fuera poco, además, sobre la familia de la joven se ciernen dos grandes amenazas. Una, esperada: los ingleses irán pronto a por los españoles, lo que supondrá un serio problema para todos. La otra, absolutamente inesperada: alguien del pasado está a punto de reaparecer en escena para poner fin a la hegemonía del clan en Dunluce.

    El amor, el sentido del deber y la lucha entre lo que es correcto y lo que no también son temas que están presentes en la trama de la historia que se desarrolla en Carrickfergus. Allí, el condestable del lugar y senescal de Clandeboye, Christopher Carleill, recibe órdenes reales de perseguir, capturar y enviar a Dublín a cualquier español que encuentre en la isla. Enamorado de Meike, una de sus sirvientas, cuestión que incomoda al resto de su familia, debe abandonar temporalmente su castillo para dirigirse a Dunluce. Desde allí, alguien le ha informado de la presencia de un grupo de españoles. Personaje real -como los miembros del clan de los MacDonnell, con la excepción de Ealasaid (por desgracia, de las mujeres de aquella época muy poco se sabe)-, Carleill, al que los historiadores españoles han calificado como el buen inglés, se debate entre el deber y la moral puesto que sabe de sobra qué clase de destino espera a los españoles que sean entregados a los ingleses. Y no piensa tomar parte en ello. Al menos, no de forma activa. 

    Como en todas las novelas de Javier Pellicer (El espíritu del lince, Leones de Aníbal y Lerna. El legado del minotauro), todas ellas reseñadas en este blog, lo más destacable es siempre la evolución psicológica de los distintos personajes. Sus luchas internas, sus debates morales, los cambios en sus formas de pensar y de actuar, la superación de sus debilidades, el aprovechamiento de sus fortalezas y la manera en que enfrentan las diversas situaciones que se les van presentando están descritas de forma minuciosa, reflexiva y amena. Algo realmente admirable. En El tesoro de La Girona, más si cabe. Los casos concretos de Joan Mateu y Ealasaid son resultado de un trabajo impecable. Ambos guardan secretos, ninguno se cree digno del otro y los dos deben hacer frente desde el presente a un pasado estrechamente ligado a sus respectivas familias. Eso sí, debo añadir que no están solos. Y es que reciben una ayuda, casi celestial, de mano del padre Pilip, otro personaje muy bien elaborado. Aunque en este caso se trate de un secundario.

    El tesoro de La Girona es una novela de contrastes -en la cultura de tan fascinante pueblo convivían en armonía santos, druidas, monjes y hadas, mientras que en España muchos habrían sido quemados en la hoguera por adorar al diablo-, de pesadas mochilas a la espalda -mientras observaba al español solo podía pensar en cuáles serían los demonios que lo atormentaban y en cómo podría ayudarlo a librarse de ellos. Quizá de ese modo lograse purgar también los suyos-, de juramentos solemnes -ya sólo queda una mujer en mi vida: aquella a la que debo matar. Juro por la Virgen del Rebollet y por la memoria de quienes más quiero que regresaré para saldar las cuentas que se me deben. Nada me desviará de mi objetivo- y de enseñanzas marcadas a fuego -porque en la guerra, hijo, el miedo hace que los hombres huyan. Pero el respeto hace que se queden a morir a tu lado. Créeme. Lo sé-. En definitiva, una novela muy completa -a nivel de temática y de tramas y sub tramas- y narrada de forma amena y admirable. Una novela para enamorarse, todavía más, de la denominada Isla Esmeralda.                                     

  

miércoles, 5 de junio de 2019

Antes de los años terribles. Víctor del Árbol. Destino. 2019. Reseña





     Para contar la verdad hay que tener coraje. Mucho coraje. Sobre todo cuando la verdad que se cuenta atenta directamente contra la forma de vida de toda una civilización. Y es que en la nuestra cuenta mucho más el valor de un producto que la forma en la que éste ha sido producido. Nos importa bien poco cómo se confeccionan las camisetas o las zapatillas de tal marca o cómo se extraen los minerales que se alojan en las baterías de nuestros teléfonos móviles. Pero, por si esto fuera poco, tampoco nos importan los genocidios, asesinatos y demás atrocidades perpetradas en el mundo. Sobre todo si todas estas acciones se llevan a cabo en otro mundo. Uno tan lejano como, por ejemplo, África. Por eso, ante el silencio cómplice general, debemos poner en valor la valentía de algunas personas a la hora de dar a conocer historias como las que nos cuenta Víctor del Árbol en su última novela, Antes de los años terribles. Porque, como él mismo dice, podemos aprender mucho sobre nosotros mismos.

     El horror, la oscuridad, las tinieblas están muy presentes en esta novela. Una especie de homenaje a (o de revisitación de) la obra cumbre de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, en el que el personaje de Isaías Yoweri, absoluto protagonista de la acción que él mismo narra en todo momento en primera persona, rinde tributo a Marlow mientras que el temible Christian MF hace lo propio con Kurtz. Así, como Marlow respecto a Kurtz, también Isaías siente hacia el Sueco admiración y repulsión como anverso y reverso de la misma moneda, miedo y excitación al estar cerca de una potencia de la naturaleza que lo ciega. Como Lawino se siente atraída por Joseph Kony, lo cual impide que la protagonista femenina de esta historia pueda seguir los pasos de su amigo Isaías a la hora de tratar de huir de ese horror. Un horror que te desafía, conoce lo que eres, lo saca a flote. Para destruirte o encumbrarte, para hacerte gusano o Dios.

     Isaías Yoweri tiene solo doce años y ama a su poblado, a su casa, a sus padres, a su hermana mayor Rebeca, a su hermano pequeño Joel, a su abuela Ng´o y a su jardín, al profesor Nelson, a su inseparable y querida Lawino y a la vida en todo su esplendor. Pero su feliz infancia queda rota cuando es secuestrado por el LRA (Ejército de Resistencia del Señor) de Joseph Kony, un señor de la guerra que se dedica a robar la infancia de unos niños que acaban convertidos en asesinos de sus familiares y demás compatriotas ugandeses. Christian MF, uno de sus lugartenientes, se hace cargo del niño y trata de hacer de él un cazador de albinos. El fundamentalismo, la magia y la brujería, los sacrificios de albinos, los asesinatos de los rebeldes fieles al gobierno de Museveni y el fin del mundo tal y como era conocido por Isaías constituyen el eje de la nueva vida del protagonista. Un rebelde que tardará cinco años en conseguir huir y llegar hasta Barcelona, donde rehace su vida en torno a las bicicletas.

     Yoweri defiende en todo instante lo bueno que queda de esa infancia robada por los golpistas. Los recuerdos de su vida antes de la llegada de esos tiempos terribles a los que hace referencia el título de la novela. Los momentos en los que fue arrancado de su infancia para ser trasplantado en la edad adulta sin tener las herramientas necesarias para defenderse de los peligros de una edad todavía (lógicamente) desconocida por él. Sin embargo, el gran drama de esta historia es que no solo Isaías fue secuestrado, pues se calcula que fueron unos treinta mil los niños y niñas obligados a enrolarse en el LRA y a prostituirse y convertirse en mujeres de Kony y sus lugartenientes y en madres de futuros líderes del movimiento. Y, evidentemente, no todos reaccionaron de igual manera. Así, en las páginas de esta novela, Víctor del Árbol nos hace asistir a la desgracia de Lawino y el hermano pequeño de Isaís, Joel, quienes acaban por sucumbir a los encantos del Ejército de Resistencia del Señor. 

     Probablemente, el mayor éxito del protagonista principal sea el hecho de haber sido capaz de no caer, de no rendirse, de seguir luchando siempre. Así, rehace su vida en un lugar tan apartado del que lo vio nacer y crecer. Joseph Kony no consigue abducirlo para su causa. Pero no solo eso: tampoco deja en él un poso de odio ni de sed de venganza. Por eso regresa a Uganda más de dos décadas después. Por eso, y por su curiosidad sobre cuál habrá sido el destino de Lawino y de Samuel Abu, un niño albino al que salvó la vida justo antes de huir de su país. Unas jornadas sobre la reconciliación histórica en Uganda servirán para satisfacer esa curiosidad. Y, de paso, para demostrar que otras personas sí ansían la venganza. Unas ansias que a veces convierten a las personas en monstruos capaces de hacer cualquier cosa con tal de rendir cuentas con el pasado. Sobre todo, en personas acostumbradas a vivir con el horror.

     Sobre este tema, hay algo que no debemos olvidar nunca: para que esos monstruos pervivan en el tiempo --y Joseph Kony sigue vivo, en pleno 2019, ya ni siquiera es buscado por sus crímenes contra la humanidad, y la mayoría de sus más de ochenta hijos siguen su camino (por ejemplo, vinculados a los terroristas de Boko Haram)-- solo se necesita a gente débil que le siga hasta la muerte y a gente cobarde que se mienta a sí misma y a los demás y haga de la indiferencia su bandera, interiorizando que aquello que ocurre tan lejos de nosotros no nos afecta y nos debe traer completamente sin cuidado. Ocurrió y sigue ocurriendo en Uganda, pero también en lugares tan distantes e inconexos como Guatemala, Siria, la antigua Yugoslavia, Ruanda o Palestina. Defender los derechos humanos de todos nos atañe a todos. Y, si hablamos de crímenes, no los hay peores que aquellos que atentan contra los más tiernos e indefensos: los niños.    

     Asegura el autor que el noventa por ciento de lo que cuenta en Antes de los años terribles es cierto. La soledad, el desarraigo, la necesidad de un abrazo, la inseguridad de todos esos niños queda encarnada en un personaje que, siendo ficticio, da vida a todos ellos para conseguir empatizar con cada lector. Y es que las novelas de del Árbol se caracterizan por este elemento: el desarrollo psicológico de los personajes, que se hacen entendibles --amados u odiados-- por quienes los leen. Sus libros se sufren y se disfrutan por igual. Se sufren por sus temáticas, que atacan a todo tipo de corazones, y se disfrutan porque están escritos de manera impecable. Por explicarlo con una sola frase, podría decirse que Víctor del Árbol es un escritor de historias de satanases narradas por ángeles. Historias duras narradas desde la dignidad de sus personajes y desde la honestidad de un escritor que se supera novela a novela y cuyo límite parece estar todavía lejano de alcanzar. 

     Antes de los años terribles es un dignísimo homenaje a la obra de Conrad y, en mi opinión, la mejor novela del autor barcelonés. Y eso ya es mucho decir, habida cuenta de las magníficas historias con las que nos ha deleitado hasta la fecha --El peso de los muertos (Premio Tiflos, 2006), La tristeza del samurái (2011), Respirar por la herida (2013), Un millón de gotas (2014), La víspera de casi todo (Premio Nadal, 2016) o Por encima de la lluvia (Premio Valencia Negra, 2017)--, amén de la todavía inédita El abismo de los sueños (finalista del Premio Fernando Lara, 2008). Una obra de siete novelas publicadas --todas ellas reseñadas en este blog-- que no deja indiferente a nadie y que cada vez es recomendada por más lectores. Esperando ya la próxima...               

     

lunes, 29 de diciembre de 2014

Respirar por la herida. Víctor del Árbol. Editorial Alrevés. 2013. Reseña





     Reseñar una novela de Víctor del Árbol es algo complicado. Sus historias contienen tantas intra-historias, tantos matices, tantas cosas por comentar que se hace difícil abordar una correcta mención de sus obras. Ya me pasó hace unos meses con Un millón de gotas, su último trabajo, y me ha ocurrido de nuevo con Respirar por la herida. Volvemos a encontrarnos ante una novela-puzzle en que a medida que avanza la acción vamos entendiendo lo que realmente ocurre y, tan importante como lo anterior, por qué.

     Lo que en un principio parece un libro que va a narrar la triste historia de Eduardo, un pintor de éxito que pierde a su mujer y a su única hija en un trágico accidente de tráfico provocado por un conductor imprudente que se da posteriormente a la fuga y cae en una profunda depresión que le lleva a beber, a dejar de pintar y a malvivir en definitiva, se va convirtiendo poco a poco en un thriller en el que aparecen nuevos personajes que irán tejiendo una trama que pondrá a prueba la inteligencia de los lectores más acostumbrados a este tipo de lecturas.

     Estamos ante una de esas novelas en que las certezas pueden de repente desvanecerse, haciendo caer el castillo de naipes que el lector había ido construyendo en su mente según avanzaba en la lectura; en que no se sabe quienes son los buenos y quienes los malos; en que ni siquiera hay buenos y malos, sino personas que han de seguir viviendo a pesar de las desgracias del pasado, las ausencias, el vacío y las pocas ganas de continuar con sus existencias. Personas que, ante la desgracia y el fracaso, pueden volverse anti-sociales y tener como su único objetivo por cumplir en el presente-futuro la venganza y hacer el mal al prójimo, aunque este no sea culpable de ninguna de sus tragedias.  

     La desesperanza, la maldad y la culpa llenan las páginas de Respirar por la herida. El mal va engendrando todavía mayor maldad, sumiendo a muchos de sus protagonistas en un bucle del que no pueden escapar. Del que, muchos de ellos, ni siquiera intentan escapar, entregados como están a conseguir una venganza que tampoco les permitirá seguir viviendo. Más bien al contrario, los sumirá en un mayor estado de culpabilidad y desesperación. Y, todo ello, contado con una gran maestría y una gran prosa.

     Como ya ocurriera con Un millón de gotas, también en Respirar por la herida disfrutará el amante de la psicología con la caracterización de cada uno de los personajes de la novela. La disección que realiza de todos ellos Víctor del Árbol es realmente magistral. La información sobre ellos se va desgranando en su justa medida según avanzan los capítulos. Ese lento discurrir de los hechos pasados y de la formación del carácter de los protagonistas otorga mayor misterio - y también veracidad - a los acontecimientos narrados. Y solo puede ser resultado de un gran trabajo por parte del autor.

     Nada de ello sería posible sin un guión previo trazado al milímetro. Para que el lector pueda ir encajando las piezas del puzzle es necesario que antes el autor haya pensado cada dato necesario y, ante todo, cuándo y cómo hacerlo visible a sus ojos. Es decir, uno de los éxitos de esta novela es la preparación minuciosa de cada detalle, cada suceso, cada paso que se da en pos de alcanzar la verdad de cada uno de sus protagonistas. Y ese es otro de los éxitos: que cada personaje tiene una verdad que defender ante los demás.

     Solo a tenor de lo anteriormente reseñado es posible que quepan en esta novela personajes tan dispares como Eduardo, la afamada violinista Gloria Tagger, el rico empresario Arthur Fernández, el aclamado director de cine Ian McKenzie, el señor Who o los matones Guzmán e Ibrahim. Y, aunque pueda parecer mentira, sus historias están más conectadas de lo que podamos pensar en un principio. Porque a veces no todo es lo que parece y debemos indagar más para descubrir la realidad.

     Respirar por la herida es una novela de intriga, de realidades que no lo son, de venganzas, de traiciones, de amores pasados que quizá pueden volver a nuestras vidas, de matrimonios fracasados aunque no rotos, de héroes y villanos que no son ni héroes ni villanos, de corazones solitarios, de vidas destrozadas, de desesperanza, de viajes sin retorno, de heridas que supuran y agonizan...y , ante todo, de personas corrientes - o no tanto - que deben seguir respirando para sobrevivir a este valle de lágrimas.