Veinte años después de que su padre, Héctor Abad Gómez, médico y activista en pro de los derechos humanos colombiano, fuera asesinado por unos sicarios en Medellín, Héctor Abad Faciolince pudo escribir, tras varios intentos fallidos, El olvido que seremos, una especie de biografía novelada con el propósito de reflejar el poder de la familia, por un lado, y el infierno de la violencia que durante cinco décadas golpeó a Colombia. Como él mismo nos explica: como niño yo quería que mi padre no se muriera nunca. Como escritor quise hacer algo igual de imposible: que mi padre resucitara. Si hay personajes ficticios -hechos de palabras- que siempre estarán vivos, ¿no es posible que una persona real siga viva si la convertimos en palabras? Eso quise hacer con mi padre muerto: convertirlo en alguien tan vivo y tan real como un personaje ficticio. Además, de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: a poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira.
A fe que lo consiguió. Haciendo bueno lo que escribió un poeta colombiano -lo que se escribe con sangre no se puede borrar- y contradiciendo lo que dijo Millán Astray -¡Viva la muerte! ¡Abajo la inteligencia!-, Faciolince venció con rotundidad el intento de los asesinos de anularles el cerebro a quienes no pensaban como ellos y aseguró el triunfo del amor a la vida, a la alegría y a la belleza. La belleza. Algo a lo que, pocos años después, cantó el gran Luis Eduardo Aute en una canción que también perdurará a lo largo de los años. Porque si algo amó el médico y activista asesinado fue eso: la belleza. La belleza de un mundo feliz, alegre, justo, sin desigualdades y con valores. Unos valores que defendió, plantando cara al poder establecido, a sus secuaces, a sus sicarios, a sus asesinos, hasta el último segundo de su vida. Una vida, unos hechos y unas enseñanzas cuya memoria consigue perpetuar su hijo en un libro no solo rebelde y conmovedor sino valiente y absolutamente necesario.
El doctor Abad fue ante todo un humanista. Ponía a los hombres en el centro de todo cuanto hacía. En cuestiones médicas, no se centraba en la cura sino en la prevención. Practicó la medicina social, que consiste en poner el énfasis en la higiene, la salud pública, el agua potable, las vacunas, etc. Llevó a sus últimos extremos aquello de que más vale prevenir que curar, lo que le granjeó enemigos entre muchos médicos que veían en él un peligro que podía vaciar sus consultas. Ecuánime y respetuoso, fundó el periódico U-235, la organización Future for the children -junto al doctor estadounidense Saunders- y jamás negó dinero a quien se lo pidiera por verdadera necesidad. Su entrega al activismo social y a la defensa de los derechos humanos fue en realidad una mezcla de rebeldía y pasión, por un lado, y de desesperación e ingenuidad, por otro. Y en las aulas, como profesor de medicina de la universidad de Medellín, siempre lanzó más preguntas que respuestas, buscando la implicación activa de sus alumnos, quienes lo adoraban.
Abad fue un humanista, he escrito en el párrafo anterior. ¿Por qué lo afirmo? Pues no solo por lo descrito más arriba. También porque, en esa ya referida búsqueda constante de la belleza, era un auténtico melómano, especialmente de la música clásica; un gran admirador y seguidor de cualquier muestra de arte -leía con fervor, junto a su hijo, La Historia del arte de Ernst H. Gombrich-; y un extraordinario lector, rico y variado. Así, a lo largo de las páginas de El olvido que seremos, desfilan El llanero Solitario, El Gaucho Martín Fierro, En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, El manantial, de Ayn Rand, Guerra y paz, de León Tolstoi, James Joyce, Ágatha Christie, Pearl S. Buck, Bertolt Brecht y, por supuesto, los Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Octavio Paz y Jorge Luis Borges. Precisamente de Borges es el soneto Epitafio, cuya copia escrita a mano llevaba en el bolsillo, junto a una lista de amenazados, cuando lo mataron, el 25 de agosto de 1987.
No conviene, sin embargo, caer en el sentimentalismo. El doctor Héctor Abad Gómez que nos presenta su propio hijo en las páginas de El olvido que seremos queda lejos de ser un hombre perfecto. Más allá de su valentía y de su buen hacer en multitud de temas, Faciolince reconoce que su padre quizá mimó en demasía a sus hijos, especialmente a él, su único hijo varón; que a menudo no hacía valer en su propio hogar sus ansias de igualdad y justicia, pues era un hombre bastante machista, al menos en el ámbito familiar; que, tras la trágica muerte por melanoma de su hija Marta, pareció preocuparle mucho menos su propio bienestar y el familiar y se entregó, quizá demasiado ignorantemente e incluso en plan kamikaze, a la lucha social; y que se mostró, en sus últimos tiempos, muy reacio a prestar atención a los consejos de quienes le rodeaban y demandaban rebajar el tono de sus mensajes públicos, algo que le podía costar -y, de hecho, le costó- la vida.
El olvido que seremos es también, como ha quedado dicho, una biografía familiar. La de una familia cuyos padres están perdidamente enamorados, son uña y carne y, aunque piensan diferente en varios temas, algunos de ellos más esenciales que otros, siempre se respetan y apoyan. Una familia que vive entre dos extremos: el fervientemente religioso de la madre y el ateísta humanista del padre y el de una familia rica, la de la madre, y otra más modesta, la del padre. Una familia que no es ni rica ni pobre, sino acomodada. Una familia de hasta diez mujeres y solo dos hombres -padre e hijo- muy feliz hasta la enfermedad y muerte de Marta. Una tragedia de la que nadie se recuperó nunca. A partir de la cual ya ningún componente de la misma fue el mismo. Una familia cuya felicidad ya menguada acabó por saltar por los aires, aunque siempre permaneció y permanece unida, al ser asesinado su cabeza, el doctor Abad. Una familia que jamás buscó venganza ante la barbarie. Que se vengó escribiendo un libro, a través de la palabra de Héctor Abad Faciolince.
Una familia que vivió una época feliz, en color, y otra más triste y dramática, en blanco y negro. De hecho, así lo reflejó en 2020 el director Fernando Trueba en la película de mismo título -ganadora del Premio Goya a la mejor película iberoamericana en 2021-. Una película que cuenta a todo color la vida familiar hasta la muerte de Marta y en blanco y negro la etapa posterior, incluido el asesinato del doctor. Una película que, bajo un guion fantástico de David Trueba, muy fiel a la novela de Faciolince, nos narra la historia de ese amor, quizá algo idealizado, entre un padre luchador hasta la muerte y un hijo que reconoce carecer de su misma valentía. Que tarda veinte años en reunir el valor de superar la rabia y el dolor y de narrar en un libro la historia de una inolvidable y desgarradora tragedia familiar acaecida en la Colombia de los años ochenta. Una historia de violencia y asesinatos que conviene conocer para impedir que se vuelva a repetir. Por eso mismo, El olvido que seremos merece perpetuarse en nuestra memoria.