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lunes, 3 de septiembre de 2018

Siddhartha. Hermann Hesse. Plaza & Janés. 1994. Reseña





     Escrita y publicada por primera vez en lengua alemana en 1922, en pleno período de entreguerras, Siddhartha fue nuevamente lanzada al mercado editorial, esta vez en lenguas inglesa y castellana, en 1950. Fue en la década de los sesenta, sobre todo tras la muerte de su autor, cuando alcanzó la notoriedad que todavía a día de hoy la hace una de las obras cumbres del que fuera Premio Nobel de Literatura en 1946. La novela fue escrita en la Casa Camuzzi (en el cantón suizo del Tesino), donde Hermann Hesse pasó los últimos cuarenta años de su vida. Los más productivos de su polifacética carrera literaria.

     De sobra conocidas son las tendencias suicidas de Hesse, las cuales también se ponen de manifiesto en un pasaje muy concreto de esta novela, así como su constante búsqueda por conocer quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos. También su larga relación con el mundo del psicoanálisis --llegó a ser amigo personal de Carl Gustav Jung (y la correspondencia entre ambos es digna de ser revisada y estudiada por los entendidos de las materias literaria y psicoanalítica)--, aspecto presente a lo largo de la mayoría de las páginas de Siddhartha. La paz, la soledad, el sufrimiento y la búsqueda del YO perfecto son los grandes temas de la novela.

     La primera parte de la obra --cuatro capítulos-- están dedicados al autor francés Romain Rolland. Así, le escribe Hesse: Desde el otoño de 1914, en que yo también sentí de pronto la profunda crisis de la vida espiritual que había estallado poco antes y ambos nos dimos la mano desde orillas remotas, con la fe puesta en la misma necesidad de crear contactos supranacionales, he tenido el deseo de ofrecerle algún signo exterior de mi estima que fuera a la vez una muestra de mi quehacer creativo y le permitiera echar una mirada sobre mi propio ideario. Y esta es, ni más ni menos, la base de Siddhartha. Las ansias de paz, comunicación y entendimiento en tiempos de sinrazón (los de la I Guerra Mundial).

     De Rolland proviene la filosofía hinduista del Vedanta que Hermann Hesse hizo un poco suya en esta genial obra. A él debemos, pues, este apasionante viaje en busca de la verdad. Un largo y exótico periplo en pos de la armonía universal y de superar la soledad y el sufrimiento. Una emocionante lección vital de espiritualidad que aborda las cuestiones básicas de la vida. Y una historia que deja atrás el vacío de nuestra cultura occidental actual. Una novela en la que la belleza poética y la fuerza lírica del relato nos inspiran a buscar, también nosotros, esa verdad única que gobierna el universo. Una verdad que nos enseñe un modo más humano de entender la vida y nuestros propios sentimientos.

     En las páginas de Siddhartha se alternan pasajes narrativos y de meditación; escenas de espiritualidad y sensualidad; momentos de cordura y de casi locura. Narrada en tercera persona, nos muestra, de forma introspectiva --casi psicoanalítica en múltiples ocasiones--, los sentimientos y tribulaciones interiores de su protagonista. Un protagonista --su nombre significa en hindú aquel que alcanzó sus objetivos o todo deseo ha sido satisfecho-- en constante búsqueda de la perfección. Todo un homenaje a Buda, conocido originalmente, antes de su renunciación, como Príncipe Siddhartha Gautama, y luego ya simplemente como Buda Gautama.

     Nuestro protagonista se encuentra en su peculiar camino por el mundo con una serie de personajes de los que irá aprendiendo diversos aspectos de la vida humana. Abandona a su padre y decide iniciar su propio trayecto a través de la vida. Le acompaña Govinda, su amigo desde la infancia, su seguidor fiel, con el cual se propone seguir a unos samanas (ascetas) y peregrinar junto a ellos. Su encuentro con Gotama (Buda) hace que sus caminos se bifurquen, pues Govinda prefiere quedarse con El Sublime para hacerse su seguidor, mientras que Siddhartha sigue su camino. Y, así, llega a una ciudad y conoce a Kamala, quien lo hace despertar a una nueva vida.

     Una nueva vida en la que conocerá los placeres del amor y la sensualidad de la mano de una mujer de la cual no se enamora --ni siquiera de su belleza, inteligencia y riqueza--, como tampoco ella de él. A través de Kamala entrará en relación con Kamaswami, un poderoso comerciante de la ciudad dedicado de forma mundana a atesorar riqueza tras riqueza. De la mano de Kamala y de Kamaswami conocerá la banalidad de la vida, además de sus riquezas y sus placeres. También a lo que denomina hombres niños, hombres que en relidad considera poco maduros o simplemente infantiles por su forma de vida. Una forma de vida que, sin embargo, llegará a hacer propia durante unos años. Hasta que despierta de forma definitiva.

     Y, de la noche a la mañana, lo abandona absolutamente todo --sus placeres carnales, sus riquezas, sus ropajes-- y huye de la ciudad. De nuevo, tras esos años de mundanidad, regresa a su búsqueda original. Y conocerá al verdadero maestro que jamás pensó encontrar: Vasudeva es un simple barquero que se ocupa de cruzar a las personas de una parte a otra de un río. Sencillo, bondadoso y paciente, logrará finalmente que Siddhartha alcance esa paz y tranquilidad que había anhelado durante toda su vida. Un claro ejemplo de que jamás debemos prejuzgar a las personas. Y también de que nunca sabemos de quién vamos a aprender más en la vida. 

     Hesse no se detiene en ningún momento en descripciones de lugares y personajes. Más bien, concede todo el interés de la acción a las personajes y a sus palabras, gestos y actos. Los estados anímicos de cada protagonista llenan las páginas de sus novelas. Y, de todas ellas, Siddhartha puede que sea la mejor. O no...         

            

lunes, 4 de diciembre de 2017

La vida negociable. Luis Landero. Tusquets. 2017. Reseña





     Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles. Así, como si estuviéramos esperando turno en su peluquería, comienza a narrarnos su vida Hugo Bayo, el protagonista de la última y magnífica obra del escritor extremeño Luis Landero. Un comienzo de novela de esos que de inmediato presuponemos que van a pasar a la historia de la literatura española contemporánea. Que llama la atención, nos atrapa desde la primera frase y nos transmite unas irrefrenables ganas de saber por dónde va a discurrir la historia que se nos dice que se nos va a contar.

     El autor de, entre otras, Juegos de la edad tardía (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 1990), Caballero de fortuna, El mágico aprendiz o El balcón en invierno, hace reflexionar en voz alta a Hugo Bayo, quien nos cuenta en primera persona las vicisitudes por las que atraviesa su existencia desde la adolescencia hasta el cumplimiento de sus primeros cuarenta años de vida. Una vida marcada por los fracasos, los proyectos que lo llevan a empezar de cero de nuevo, una gran capacidad de reinvención y unos pensamientos y unas actitudes que en numerosas ocasiones llegan a escandalizar al lector, quien asiste, conmocionado, a una sucesión de acontecimientos que amenazarían la estabilidad de cualquiera. 

     Hugo es, en lenguaje coloquial, un mal bicho. Un personaje capaz de chantajear a sus propios padres con sus respectivos secretos --el de ella, que tiene un amante que dice ser doctor pero que en realidad es pianista; el de él, que la imagen de recto y digno administrador de fincas es algo ficticio, pues mantiene una serie de chanchullos que permite a su familia vivir muy bien-- con tal de sacarles dinero y vivir de rentas a costa de mantener su boca cerrada y no contar nada a nadie. Y, pese a ello, resulta imposible no empatizar con él en muchísimas de las situaciones que la historia describe. Algo solo al alcance de un autor notable. Como Landero. Un destripador psicológico de primera magnitud. 

     Hugo es egoísta, insolidario, necio, provocador, maltratador --de padres, amigos y novias-- e infiel. Por naturaleza. Pero también soñador empedernido, capaz de lo mejor y de lo peor, aventurero, arriesgado y negociador. Así, afirma que con los años, uno se acomoda a lo que hay, negocia con uno mismo y con el mundo, porque, como bien decía mi padre, todo en la vida es negociable. Ahora comienzo a comprenderlo, ahora que empiezo a vivir en el presente sin otra patria que el presente. Quién sabe, quizá aceptando mi fracaso, es decir, aceptándome, consiga, si no ser feliz, al menos un poco de sosiego y de paz.

     Porque, en efecto, tal y como se desprende de la frase anterior, el protagonista de La vida negociable actúa como actúa porque, pese a creer que tiene innumerables cualidades y que la vida acabará poniéndolo en su sitio antes o después, en el fondo ni se comprende ni se acepta. Por ello, parece deambular por el mundo tratando de cruzarse consigo mismo por algún callejón para preguntarse quién es y qué quiere ser cuando sea mayor. La eterna pregunta del millón que muchos nos hacemos a menudo, tengamos la edad que tengamos. Sí, Hugo es en realidad un sufridor que no entiende sus propias decisiones, sus actuaciones y, lo que es peor, sus formas de pensar.

     Un personaje que sufre continuas crisis de identidad. De las cuales se suele recuperar de manera tan rápida como inconsciente. Porque parece ser de la opinión de que un sueño roto solo puede superarse mediante la auto imposición de un nuevo sueño. Por inalcanzable que este sea. La clave, quizá, sea no perder nunca la esperanza. Por eso, Hugo se reafirma en que dentro de mí hay magníficas cualidades innatas esperando a salir a la luz y también en que con un poco de suerte mi gran momento está aún por llegar. Sin duda, cuando uno se está hundiendo es capaz de aferrarse a cualquier cosa. Incluso a un clavo ardiendo.

     No obstante, las acciones del presente siempre condicionan el futuro. De una u otra manera. Y nuestro protagonista no encuentra la paz consigo mismo porque sabe que en el pasado se ha portado muy mal con sus padres, con sus pocos amigos y con sus chicas: Olivia --un joven amor fugaz pero intenso-- y Leo, la protagonista femenina de la historia, con quien Hugo mantiene desde un primer instante una relación enfermiza, dependiente y violenta carente de sexo, cariño y respeto. En ella vuelca Hugo todas sus iras en sus peores momentos, tratándola cual saco de boxeo. Y ella se deja maltratar porque comparte con su agresor los mismos problemas de falta de autoestima.

     La vida negociable es una novela en la que la soledad, la psicología humana y las bajas pasiones --los celos, las infidelidades, el sexo por el sexo-- son su leitmotiv. Y, sin embargo, el amor --sea o no correspondido--, la esperanza y la necesidad de tener, mantener o crear nuevos sueños son los factores que mantienen con vida a sus protagonistas. Ya se sabe: reinventarse o morir. Porque, a veces, la vida se convierte en un valle de lágrimas y la redención es la única salida para poder seguir adelante y comprobar lo que nos espera al final de nuestro camino. Y es que puede que lo mejor esté a la vuelta de la esquina...