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viernes, 22 de diciembre de 2017

...Y el republicanismo catalán barrió al 155 monárquico español





     El pueblo es siempre soberano. Pero algunas veces más que otras. Porque si unos comicios alcanzan la estratosférica cifra de 82% de participación ciudadana legitiman de forma extraordinariamente amplia al gobierno formante. Y en el caso que nos ocupa estará presidido --Dios y el gobierno español mediante-- por Carles Puigdemont, a todas luces legítimo president de Cataluña. Ni puede ni debe ser de otra manera. Porque el republicanismo catalán ha barrido del mapa al 155 monárquico español. Y, de paso, la ciudadanía catalana ha dado a la española una tremenda lección de democracia, valentía, perseverancia y coherencia. Ojalá, bien sea por pura envidia bien por vergüenza torera, los republicanos españoles despierten de su largo letargo.

     Conviene, en primer lugar, felicitar a Inés Arrimadas y a Ciudadanos, que han conseguido la nada despreciable suma de 1.103.000 votos (25,4% del total) y 37 escaños. Triunfo amargo, pues este espectacular resultado solo les servirá para seguir siendo el primer partido de la oposición. Allí les acompañarán el PSC --cuyo líder, Miquel Iceta, es un político de indudable valía, pero tiene al enemigo (PSOE) en casa, y así es imposible conseguir logros mejores de los obtenidos (80.000 votos y un escaño más que en 2015)--, Catalunya-En Comú-Podem --que ha pagado muy caro el hecho de mantener su inmaculada coherencia política en torno a la negación de la unilateralidad y del 155 y su tenaz defensa del derecho a decidir del pueblo catalán en un momento político tan polarizado que ha terminado por hacerles perder tres escaños y 44.000 votos-- y un PP que a este paso acabará saliendo del parlament más pronto que tarde.

     En el grupo mixto el PP tendrá un acompañante muy poco agradable para él: la CUP. El partido anticapitalista también ha pagado la enorme polarización de la actual sociedad catalana, perdiendo 144.000 votos y 6 escaños. Eso sí, a diferencia de los populares, su participación en el nuevo parlament parece que será activa y decisiva, pues esos cuatro escaños obtenidos se antojan necesarios para constituir el gobierno. A no ser que se decidan por la abstención en el caso de que JxC y ERC abandonen la unilateralidad. El caso es que las reuniones del grupo mixto del parlament se presuponen muy divertidas en los próximos tiempos.

     Casi todos los votos y los escaños perdidos por la CUP se han repartido, a tenor de los resultados finales, entre los dos grandes partidos independentistas: JxC y ERC. El partido de Puigdemont ha obtenido 940.000 votos y 34 escaños. El de Junqueras, 930.000 papeletas y 32 escaños. Entre ambos, pues, 1.870.000 votos (casi 250.000 más que en 2015) y 66 escaños (4 más que cuando se presentaron como JxSí). Apoyos más que suficientes para reeditar el gobierno interrumpido por la aplicación del artículo 155 de la Constitución por parte del gobierno español.

     Uno de los datos más relevantes de los resultados del 21D es la suma de los apoyos independentistas. Y es que JxC, ERC y la CUP suman en total 2.063.000 sufragios --casi 100.000 más que en 2015 y ¡¡¡los mismos que obtuvieron en el pseudo referéndum del 1-O!!!--, 70 escaños (2 menos que en 2015, debido a la extraordinaria movilización de estos comicios (un 7% mayor)), y el 47,5% de los votos totales. Lo cual nos devuelve a la paradoja de hace dos años: mayoría absoluta en escaños pero no en votos. Resultados, pues, que según se miren, justifican o no una hipotética (aunque muy poco probable) nueva declaración de independencia. Pero que, en cambio, sí dejan claro que la celebración de un referéndum de autodeterminación pactado es urgente, necesario y legítimo.

     Porque, si sumamos los votos y escaños conseguidos por Catalunya-En Comú-Podem, que siempre ha abogado por la celebración de dicho referéndum, las cifras no dejan lugar a dudas: 2.386.000 votos, 78 escaños y el 54,9% del total de los votos. Algo que debería obligar al gobierno español a mover ficha. Una ficha que debería pasar por el diálogo y la negociación y no por la intransigencia y la fuerza. Sin embargo, nada bueno parece que debamos esperar de M. Rajoy y sus secuaces. Puigdemont ha pedido una reunión "sin condiciones" en un país neutral y Rajoy ha respondido que él con quien debe dialogar es con quien ha ganado las elecciones, Inés Arrimadas. Quizá le iría bien al presidente del gobierno español que Papá Noel le regalara una calculadora, pues parece no saber sumar.

     En definitiva, que pese a los notables errores de cálculo y de actuación del govern cesado --que se saltó las leyes españolas, las catalanas y las que él mismo aprobó cuatro semanas antes del 1-O--, la ciudadanía catalana ha demostrado que su apuesta por la república no entiende de 155, de amenazas, de discursos del miedo ni de medias tintas. Máxime cuando el gobierno español tampoco ha estado al nivel deseado en este procés: bloqueo de cuentas, porrazos, encarcelamientos injustos, disolución del parlament, convocatoria de elecciones, apoyo (y presiones) a las empresas para que abandonen Cataluña, manipulación de medios públicos --los propios trabajadores de RTVE lo han denunciado en varias ocasiones-- e invención de bulos. Por no hablar de las declaraciones de la vice presidenta Sáenz de Santamaría, quien aseguró la pasada semana que M. Rajoy había descabezado a los partidos independentistas. Afirmaciones que, como mínimo, ponen en tela de juicio la supuesta separación de poderes, la supuesta independencia judicial y el supuesto estado de derecho.

     No obstante, la pregunta es: y, ahora, ¿qué? Puigdemont debería ser investido president, pero seguramente será detenido de inmediato. De momento, hoy mismo, apenas unas pocas horas después de los comicios, la justicia española ya habla de imputar a la número dos de ERC, Marta Rovira, al presidente del PdCat, Artur Mas, a la coordinadora general del PDCat, Marta Pascual, al ex número dos de la Conselleria de Economía, Josep María Jové, a las dirigentes de la CUP Anna Gabriel y Mireia Boya, al ex mayor de los mossos, Josep Lluís Trapero, y hasta a Pep Guardiola. Casi nada para una jornada post electoral y víspera de fiestas navideñas.

     Pero, más allá de estas cuestiones políticas, jurídicas y judiciales, el presente escrito no debe finalizar sin mencionar a los que, en mi opinión, son los grandes protagonistas de un procés que, contrariamente a lo que muchos opinaban hasta hace solo unas horas, no está precisamente muerto: los ciudadanos y ciudadanas de Cataluña, que han demostrado ser valientes, persistentes y tenaces. Y también que jamás cejarán en su empeño de construir lo que para muchos de ellos es un sueño cada vez más cercano: la consecución de una república catalana social y de derecho. Y no estaría de más que sus hermanos españoles les echaran un cable. ¡Viva la República!              


viernes, 15 de diciembre de 2017

Memoria de mis putas tristes. Gabriel García Márquez. Mondadori. 2004. Reseña





     El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a esa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás. Era algo menor que yo, y no sabía de ella desde hacía tantos años que bien podía haber muerto. Pero al primer timbrazo reconocí la voz en el teléfono, y le disparé sin preámbulos: "hoy sí".

     Así de directo y crudo comienza el relato de Memoria de mis putas tristes, la última novela que escribió Gabriel García Márquez allá por 2004. Una novela corta que recuerda a una obra suya anterior, Doce cuentos peregrinos (1992), cuya historia se basa también en un amor a edad muy tardía, cuando parecía que la vida ya no podía deparar nada más que la muerte a su protagonista, y a La casa de las bellas durmientes, del japonés Yasunari Kawabata, escrito que siempre influyó en el Premio Nobel colombiano, tal y como siempre confesó él mismo en vida, y en el que el protagonista también mantiene extrañas relaciones con prostitutas dormidas. Y, sin embargo, Memoria de mis putas tristes es diferente a la obra del gran escritor nipón.

     Porque la novela que nos ocupa en estas líneas, a diferencia de la de Kawabata, sí se puede inscribir en el género de novela romántica en el sentido de que el nonagenario se obsesiona hasta tal punto con Delgadina --nombre que le pone a su amante pasiva dormida-- que llega a sentir hasta celos. Así, en su relato en primera persona llega a afirmar que esto es algo nuevo para mí. Él, que reconoce además sin tapujos que nunca me he acostado con ninguna mujer sin pagarle, y a las pocas que no eran del oficio las convencí por la razón o por la fuerza de que recibieran la plata aunque fuera para botarla en la basura. No obstante, todo cambia al conocer a Delgadina.
                 
     Porque, de repente, como por arte de magia, esa noche descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin las urgencias del deseo o los obstáculos del pudor. Y es que Rosa Cabarcas, constatando el miedo de la niña, de tan solo quince años, ante el hecho estar a punto de perder su virginidad decide atiborrarla de valerianas para relajarla. Tanto que esta se queda dormida y no se entera de nada de lo que ocurre en la habitación de la casa de Rosa. De nada salvo de que no ha perdido la virginidad, claro. El caso es que a nuestro protagonista le encanta la experiencia y no duda en repetirla cada vez que tiene la más mínima ocasión. Hasta que ha de rendirse, por primera vez en su nonagenaria vida, al amor verdadero.

     El Sabio o el Filósofo, como lo llaman los demás personajes de la obra, es un periodista mediocre, un soltero sin futuro, un feo ejemplar que jamás ha tenido una relación medianamente normal con ninguna mujer durante su larga vida. Vive en la ciudad colombiana de Barranquilla de los años sesenta y asiste, perplejo, a un drástico y caprichoso cambio del destino. Y lo que se presentaba como una historia de amor desenfrenado sin compromiso se convierte en una oportunidad única para conocer el amor verdadero. Y, claro, una vez superado el shock inicial, el protagonista no está dispuesto a dejar pasar la ocasión. Y se mostrará dispuesto a cualquier cosa con tal de vivir algo nuevo antes de morir.  

     La novela trata temas muy controvertidos, como la trata de menores, el comercio sexual y la pederastia. Y, sin embargo, no se puede acusar a su autor de fomentar ninguna práctica ilícita, pues, pese a que la intención inicial del protagonista sí es mantener relaciones sexuales con una joven de quince años, lo que se narra realmente es una historia de amor casto y puro. En cualquier caso, es indudable que la temática puede resultar polémica según el tipo de lector que se sumerja en las páginas de una novela que también fue llevada a la gran pantalla --bajo título homónimo-- de la mano del director danés Henning Carlsen y del guionista Jean-Claude Carriére. Emilio Echevarría interpretó el papel de el Sabio, Paola Medina Espinoza hizo de Delgadina y Geraldine Chaplin encarnó a Rosa Cabarcas.

     En sus encuentros, mientras la niña duerme, el Sabio le susurra canciones, historias y piropos al oído. Se establece entre ellos una especie de comunicación a base de gestos, sonrisas y movimientos. El anciano le regala a la joven pendientes, collares, cuadros, etc. Incluso convierte la habitación de la casa de Rosa Cabarcas en la que se encuentran en un nidito de amor en el que estar más cómodos, solos, desnudos y abrazados. Y, como se ha referido más arriba, el viejo comienza a sentir celos y a preguntarse cómo es la vida de la niña durante el día. Solo sabe por Rosa que es obrera y que cose botones en un almacén de moda. Y ese sentimiento de pertenencia comienza a provocar en el Sabio un maremágnum de pensamientos y sentimientos contradictorios difíciles de llevar por alguien que jamás antes se ha enamorado.

     Gabo publicó esta novela diez años antes de su fallecimiento. Y a la polémica de la supuesta incitación a la pedofilia se sumaron el expreso deseo de su autor de que nunca más fuera llevada al cine ninguna de sus novelas y la teoría de si la narración estaba basada o no en algún extraño capítulo de su propia vida. No en vano, el protagonista de la historia es un periodista de edad avanzada (García Márquez contaba en aquel momento 77 años). El autor siempre indicó que sus fuentes bebían de la obra de Kawabata comentada al principio de la presente reseña. Sea como sea, y conjeturas al margen, estamos ante una gran novela de amor y desamor, de ansias de vivir cada momento con la máxima intensidad posible --sabiendo su protagonista que su muerte está cada vez más cercana-- en la que está también presente el característico realismo mágico, especialmente en las escenas en que el Sabio se relaciona con su madre ya muerta.      


lunes, 4 de diciembre de 2017

La vida negociable. Luis Landero. Tusquets. 2017. Reseña





     Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles. Así, como si estuviéramos esperando turno en su peluquería, comienza a narrarnos su vida Hugo Bayo, el protagonista de la última y magnífica obra del escritor extremeño Luis Landero. Un comienzo de novela de esos que de inmediato presuponemos que van a pasar a la historia de la literatura española contemporánea. Que llama la atención, nos atrapa desde la primera frase y nos transmite unas irrefrenables ganas de saber por dónde va a discurrir la historia que se nos dice que se nos va a contar.

     El autor de, entre otras, Juegos de la edad tardía (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 1990), Caballero de fortuna, El mágico aprendiz o El balcón en invierno, hace reflexionar en voz alta a Hugo Bayo, quien nos cuenta en primera persona las vicisitudes por las que atraviesa su existencia desde la adolescencia hasta el cumplimiento de sus primeros cuarenta años de vida. Una vida marcada por los fracasos, los proyectos que lo llevan a empezar de cero de nuevo, una gran capacidad de reinvención y unos pensamientos y unas actitudes que en numerosas ocasiones llegan a escandalizar al lector, quien asiste, conmocionado, a una sucesión de acontecimientos que amenazarían la estabilidad de cualquiera. 

     Hugo es, en lenguaje coloquial, un mal bicho. Un personaje capaz de chantajear a sus propios padres con sus respectivos secretos --el de ella, que tiene un amante que dice ser doctor pero que en realidad es pianista; el de él, que la imagen de recto y digno administrador de fincas es algo ficticio, pues mantiene una serie de chanchullos que permite a su familia vivir muy bien-- con tal de sacarles dinero y vivir de rentas a costa de mantener su boca cerrada y no contar nada a nadie. Y, pese a ello, resulta imposible no empatizar con él en muchísimas de las situaciones que la historia describe. Algo solo al alcance de un autor notable. Como Landero. Un destripador psicológico de primera magnitud. 

     Hugo es egoísta, insolidario, necio, provocador, maltratador --de padres, amigos y novias-- e infiel. Por naturaleza. Pero también soñador empedernido, capaz de lo mejor y de lo peor, aventurero, arriesgado y negociador. Así, afirma que con los años, uno se acomoda a lo que hay, negocia con uno mismo y con el mundo, porque, como bien decía mi padre, todo en la vida es negociable. Ahora comienzo a comprenderlo, ahora que empiezo a vivir en el presente sin otra patria que el presente. Quién sabe, quizá aceptando mi fracaso, es decir, aceptándome, consiga, si no ser feliz, al menos un poco de sosiego y de paz.

     Porque, en efecto, tal y como se desprende de la frase anterior, el protagonista de La vida negociable actúa como actúa porque, pese a creer que tiene innumerables cualidades y que la vida acabará poniéndolo en su sitio antes o después, en el fondo ni se comprende ni se acepta. Por ello, parece deambular por el mundo tratando de cruzarse consigo mismo por algún callejón para preguntarse quién es y qué quiere ser cuando sea mayor. La eterna pregunta del millón que muchos nos hacemos a menudo, tengamos la edad que tengamos. Sí, Hugo es en realidad un sufridor que no entiende sus propias decisiones, sus actuaciones y, lo que es peor, sus formas de pensar.

     Un personaje que sufre continuas crisis de identidad. De las cuales se suele recuperar de manera tan rápida como inconsciente. Porque parece ser de la opinión de que un sueño roto solo puede superarse mediante la auto imposición de un nuevo sueño. Por inalcanzable que este sea. La clave, quizá, sea no perder nunca la esperanza. Por eso, Hugo se reafirma en que dentro de mí hay magníficas cualidades innatas esperando a salir a la luz y también en que con un poco de suerte mi gran momento está aún por llegar. Sin duda, cuando uno se está hundiendo es capaz de aferrarse a cualquier cosa. Incluso a un clavo ardiendo.

     No obstante, las acciones del presente siempre condicionan el futuro. De una u otra manera. Y nuestro protagonista no encuentra la paz consigo mismo porque sabe que en el pasado se ha portado muy mal con sus padres, con sus pocos amigos y con sus chicas: Olivia --un joven amor fugaz pero intenso-- y Leo, la protagonista femenina de la historia, con quien Hugo mantiene desde un primer instante una relación enfermiza, dependiente y violenta carente de sexo, cariño y respeto. En ella vuelca Hugo todas sus iras en sus peores momentos, tratándola cual saco de boxeo. Y ella se deja maltratar porque comparte con su agresor los mismos problemas de falta de autoestima.

     La vida negociable es una novela en la que la soledad, la psicología humana y las bajas pasiones --los celos, las infidelidades, el sexo por el sexo-- son su leitmotiv. Y, sin embargo, el amor --sea o no correspondido--, la esperanza y la necesidad de tener, mantener o crear nuevos sueños son los factores que mantienen con vida a sus protagonistas. Ya se sabe: reinventarse o morir. Porque, a veces, la vida se convierte en un valle de lágrimas y la redención es la única salida para poder seguir adelante y comprobar lo que nos espera al final de nuestro camino. Y es que puede que lo mejor esté a la vuelta de la esquina...