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viernes, 15 de diciembre de 2017

Memoria de mis putas tristes. Gabriel García Márquez. Mondadori. 2004. Reseña





     El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a esa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es un asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás. Era algo menor que yo, y no sabía de ella desde hacía tantos años que bien podía haber muerto. Pero al primer timbrazo reconocí la voz en el teléfono, y le disparé sin preámbulos: "hoy sí".

     Así de directo y crudo comienza el relato de Memoria de mis putas tristes, la última novela que escribió Gabriel García Márquez allá por 2004. Una novela corta que recuerda a una obra suya anterior, Doce cuentos peregrinos (1992), cuya historia se basa también en un amor a edad muy tardía, cuando parecía que la vida ya no podía deparar nada más que la muerte a su protagonista, y a La casa de las bellas durmientes, del japonés Yasunari Kawabata, escrito que siempre influyó en el Premio Nobel colombiano, tal y como siempre confesó él mismo en vida, y en el que el protagonista también mantiene extrañas relaciones con prostitutas dormidas. Y, sin embargo, Memoria de mis putas tristes es diferente a la obra del gran escritor nipón.

     Porque la novela que nos ocupa en estas líneas, a diferencia de la de Kawabata, sí se puede inscribir en el género de novela romántica en el sentido de que el nonagenario se obsesiona hasta tal punto con Delgadina --nombre que le pone a su amante pasiva dormida-- que llega a sentir hasta celos. Así, en su relato en primera persona llega a afirmar que esto es algo nuevo para mí. Él, que reconoce además sin tapujos que nunca me he acostado con ninguna mujer sin pagarle, y a las pocas que no eran del oficio las convencí por la razón o por la fuerza de que recibieran la plata aunque fuera para botarla en la basura. No obstante, todo cambia al conocer a Delgadina.
                 
     Porque, de repente, como por arte de magia, esa noche descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin las urgencias del deseo o los obstáculos del pudor. Y es que Rosa Cabarcas, constatando el miedo de la niña, de tan solo quince años, ante el hecho estar a punto de perder su virginidad decide atiborrarla de valerianas para relajarla. Tanto que esta se queda dormida y no se entera de nada de lo que ocurre en la habitación de la casa de Rosa. De nada salvo de que no ha perdido la virginidad, claro. El caso es que a nuestro protagonista le encanta la experiencia y no duda en repetirla cada vez que tiene la más mínima ocasión. Hasta que ha de rendirse, por primera vez en su nonagenaria vida, al amor verdadero.

     El Sabio o el Filósofo, como lo llaman los demás personajes de la obra, es un periodista mediocre, un soltero sin futuro, un feo ejemplar que jamás ha tenido una relación medianamente normal con ninguna mujer durante su larga vida. Vive en la ciudad colombiana de Barranquilla de los años sesenta y asiste, perplejo, a un drástico y caprichoso cambio del destino. Y lo que se presentaba como una historia de amor desenfrenado sin compromiso se convierte en una oportunidad única para conocer el amor verdadero. Y, claro, una vez superado el shock inicial, el protagonista no está dispuesto a dejar pasar la ocasión. Y se mostrará dispuesto a cualquier cosa con tal de vivir algo nuevo antes de morir.  

     La novela trata temas muy controvertidos, como la trata de menores, el comercio sexual y la pederastia. Y, sin embargo, no se puede acusar a su autor de fomentar ninguna práctica ilícita, pues, pese a que la intención inicial del protagonista sí es mantener relaciones sexuales con una joven de quince años, lo que se narra realmente es una historia de amor casto y puro. En cualquier caso, es indudable que la temática puede resultar polémica según el tipo de lector que se sumerja en las páginas de una novela que también fue llevada a la gran pantalla --bajo título homónimo-- de la mano del director danés Henning Carlsen y del guionista Jean-Claude Carriére. Emilio Echevarría interpretó el papel de el Sabio, Paola Medina Espinoza hizo de Delgadina y Geraldine Chaplin encarnó a Rosa Cabarcas.

     En sus encuentros, mientras la niña duerme, el Sabio le susurra canciones, historias y piropos al oído. Se establece entre ellos una especie de comunicación a base de gestos, sonrisas y movimientos. El anciano le regala a la joven pendientes, collares, cuadros, etc. Incluso convierte la habitación de la casa de Rosa Cabarcas en la que se encuentran en un nidito de amor en el que estar más cómodos, solos, desnudos y abrazados. Y, como se ha referido más arriba, el viejo comienza a sentir celos y a preguntarse cómo es la vida de la niña durante el día. Solo sabe por Rosa que es obrera y que cose botones en un almacén de moda. Y ese sentimiento de pertenencia comienza a provocar en el Sabio un maremágnum de pensamientos y sentimientos contradictorios difíciles de llevar por alguien que jamás antes se ha enamorado.

     Gabo publicó esta novela diez años antes de su fallecimiento. Y a la polémica de la supuesta incitación a la pedofilia se sumaron el expreso deseo de su autor de que nunca más fuera llevada al cine ninguna de sus novelas y la teoría de si la narración estaba basada o no en algún extraño capítulo de su propia vida. No en vano, el protagonista de la historia es un periodista de edad avanzada (García Márquez contaba en aquel momento 77 años). El autor siempre indicó que sus fuentes bebían de la obra de Kawabata comentada al principio de la presente reseña. Sea como sea, y conjeturas al margen, estamos ante una gran novela de amor y desamor, de ansias de vivir cada momento con la máxima intensidad posible --sabiendo su protagonista que su muerte está cada vez más cercana-- en la que está también presente el característico realismo mágico, especialmente en las escenas en que el Sabio se relaciona con su madre ya muerta.