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jueves, 28 de mayo de 2020

Madame Bovary. Gustave Flaubert. Alianza Editorial. 2012. Reseña



La cueva de los libros: Madame Bovary de Gustav Flaubert


    En 1857, previa publicación por entregas en la revista literaria La Revue de Paris durante octubre y diciembre del año anterior, vio la luz la obra más conocida del autor Gustave Flaubert (1821-1880), quien más tarde publicaría también Salambó y La educación sentimental. La novela Madame Bovary se convirtió desde muy pronto en un claro exponente de la literatura realista francesa y universal. También de un romanticismo ya algo tardío en el momento de su escritura. Crítica tanto de la burguesía como de la iglesia francesa de mediados del siglo XIX, la iglesia católica la introdujo, en 1864, en su Índice de Libros Prohibidos a causa de la promiscuidad de Emma, la protagonista de la obra. Censurada por ser considerada perniciosa para la fe católica, la novela vio crecer su popularidad muy rápidamente.  

    Madame Bovary, cuya acción se desarrolla a comienzos del siglo XIX, bebe directamente de la Revolución Francesa, de la monarquía autoritaria napoleónica, del emergente poder burgués y de la feroz pugna entre la firme doctrina católica y la cada vez más consolidada filosofía de Voltaire, cuyo adalid en las páginas que nos ocupan es el boticario, monsieur Homais, uno de los personajes principales de la trama, que odia con toda su alma a la iglesia católica, con cuyos representantes dirime grandes enfrentamientos dialécticos. Flaubert, conocedor y conocido de Víctor Hugo, George Sand, Émile Zola o Alphonse Daudet, hace gala de una gran agudeza narrativa para exponernos su punto de vista sobre la sociedad francesa de su época.

    La novela consta de tres partes, que muy bien podrían enmarcarse dentro de las tres grandes partes de la novela clásica: introducción (nueve capítulos que abarcan unas ochenta páginas), nudo (quince capítulos que ocupan unas doscientas páginas) y desenlace (once capítulos representados en ciento cuarenta páginas). En la primera parte se nos presenta a los personajes principales: el triste y de vida monótona doctor Charles Bovary, viudo de su primera esposa, y la joven Emma, hija del señor Rouault, paciente del médico, que se convertirá en un breve espacio de tiempo en la nueva Madame Bovary. La joven tiene una extraña idea del amor basada en su nula experiencia y en las mil y una lecturas románticas de su adolescencia. No obstante, se dará de bruces con la realidad de una vida inimaginada. Antes de casarse, se había creído enamorada; pero como la felicidad que debía resultar de este amor no llegó, debía de haberse equivocado, pensaba. ¿No debía un hombre sobresalir en actividades múltiples, iniciar a la mujer en la fuerza de la pasión? Este no enseñaba nada, no sabía nada, no deseaba nada. ¿Por qué me habré casado, Dios mío?

    En efecto, esa idea de vida idílica, festiva y llena de privilegios que esperaba encontrar junto a Charles está tan alejada de la realidad que, desencantada y hasta furiosa con su esposo, Emma caerá enferma de depresión. El porvenir era un corredor negro, negro, y terminaba en una puerta bien cerrada. ¿Y aquella miseria iba a durar siempre? ¿No iba a salir nunca de ella? Y Charles, sin duda un buen hombre que la quiere y la adora, decide dar un cambio de aires a sus vidas: abandonar Tostes y a sus pacientes e instalarse en Yonville, cerca de Ruan, ciudad en la que realizó sus estudios como médico. En este punto de la trama comienza la segunda parte de la novela, en la cual se nos presenta al resto de personajes que componen este enorme retrato de la sociedad francesa de principios del siglo XIX. Una sociedad en la que, como en el resto de sociedades europeas de la época, es mucho más importante simular poseer que poseer realmente.

    En Yonville, definitivamente incapaz de acomodarse a ese tipo de vida, Emma da a luz a una niña de nombre Berta --de la que no se ocupará prácticamente en ningún momento--, comienza a llenar sus vacíos a base de compras desmedidas de muebles, cortinas, collares y vestidos caros a un despreciable comerciante llamado Lheureux, y a fijarse en los hombres más atractivos y poderosos de la zona. Básicamente, dos: el joven pasante de abogacía León Dupuis, con el cual tiene muchos gustos en común --por ejemplo, la literatura-- y Rodolfo Boulanger, un donjuan que deslumbra a Emma por el lujo de su vida y su poder económico y social. Las ansias sentimentales de la esposa del nuevo médico de Yonville, que solo está en casa a las horas de comer, cenar y dormir, pues sus obligaciones le impiden una mayor presencia en el hogar conyugal, comienzan a hacerla vivir siempre en el alambre. La enfermedad doméstica la impulsaba a fantasías lujosas, el cariño matrimonial a deseos adúlteros. Hubiera querido que Charles la pegara, para poder odiarlo con más justicia, vengarse de él.

    Esta segunda parte de la novela describe las relaciones de Emma con los dos hombres reseñados. Por un lado, con León, la joven peca de una excesiva adulación personal, despreciando al joven, incapaz en esos momentos de asegurarle el lujo y la pasión que cree merecer. León, despechado y desencantado, acaba dejando Yonville para continuar sus estudios en Ruan. ¡Ah, se había marchado, el solo encanto de su vida, la única esperanza de una felicidad! ¡Por qué no le retuvo con las dos manos, con las dos rodillas, cuando quería huir! Y la presencia de la madre de Charles no la ayuda precisamente: Si tuviera que ganarse el pan, como muchas, no tendría esos vapores y esa vagancia en que vive, le dice a su hijo. Por contra, con Rodolfo ocurre todo lo contrario: extasiada por una vida más parecida a la que ella conoce por sus lecturas románticas --y recordó a las heroínas de los libros que había leído, la lección lírica de aquellas mujeres adúlteras que la seducían--, atosiga tanto a su amante que este acaba por huir de ella para dejarse caer en brazos de otras mujeres menos agobiantes. Emma, sola de nuevo tras arruinar estas dos posibles relaciones, vuelve a caer enferma. Llegó a preguntarse por qué detestaba a Charles y si no sería mejor poder amarle, pero estaba muy indecisa en su sacrificio. Y Charles deja de lado su trabajo para dedicarse en exclusiva a la salud de su esposa. Sus deudas no hacen más que crecer y la historia se encamina poco a poco hacia un final trágico.

    En la tercera parte Emma finge acudir a Ruan para tomar clases de piano --pese a las deudas, Charles accede a ello porque para él la salud de su esposa es lo más importante y a esas alturas de la historia ya no sabe qué hacer de ella-- para encontrarse de nuevo con León, quien se convierte, esta vez sí, en su segundo amante. Sin embargo, nuevamente la ansias desmedidas de la joven llevarán a la relación a un punto sin retorno. Además, sus encuentros amorosos en un hotel de lujo que, por supuesto, suele pagar ella, provocan un crecimiento ya insoportable de las deudas contraídas con el malvado Lheureux. ¿Quién tiene la culpa? Mientras yo brego como un negro, usted se lo pasa bien, ironiza el comerciante finalmente. La ruina psicológica, emocional y económica de Emma atrapa finalmente también a su marido. Y la tragedia, en forma de embargo de muebles y bienes, se instala definitivamente en sus vidas.

    Madame Bovary se convirtió en un clásico literario prácticamente desde el mismo momento de su publicación. Grandes escritores contemporáneos y actuales lo auparon desde el principio. Henry James dijo de él que es perfecta porque posee una seguridad inaccesible y excita y desafía todo juicio. Milan Kundera afirmó que no fue hasta la obra de Flaubert que el arte la novela ha sido considerado igual que el arte de la poesía. En la misma línea, Vladimir Nabokov aseguró que estilísticamente es prosa haciendo lo que se supone que hace la poesía. Y Vargas Llosa escribió que Madame Bovary fue la primera novela moderna. Además, la obra está considerada por algunos estudiosos como pionera en el ideario del feminismo: Un hombre, por lo menos, es libre. Pero una mujer, inerte y flexible al mismo tiempo, tiene en contra suya tanto las molicies de la carne como las ataduras de la ley. Su voluntad, igual que el vuelo de su sombrero sujeto por una cinta, flota a todos los vientos; siempre hay algún anhelo que arrebata y alguna convención que refrena.  
                       

        

lunes, 4 de diciembre de 2017

La vida negociable. Luis Landero. Tusquets. 2017. Reseña





     Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles. Así, como si estuviéramos esperando turno en su peluquería, comienza a narrarnos su vida Hugo Bayo, el protagonista de la última y magnífica obra del escritor extremeño Luis Landero. Un comienzo de novela de esos que de inmediato presuponemos que van a pasar a la historia de la literatura española contemporánea. Que llama la atención, nos atrapa desde la primera frase y nos transmite unas irrefrenables ganas de saber por dónde va a discurrir la historia que se nos dice que se nos va a contar.

     El autor de, entre otras, Juegos de la edad tardía (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 1990), Caballero de fortuna, El mágico aprendiz o El balcón en invierno, hace reflexionar en voz alta a Hugo Bayo, quien nos cuenta en primera persona las vicisitudes por las que atraviesa su existencia desde la adolescencia hasta el cumplimiento de sus primeros cuarenta años de vida. Una vida marcada por los fracasos, los proyectos que lo llevan a empezar de cero de nuevo, una gran capacidad de reinvención y unos pensamientos y unas actitudes que en numerosas ocasiones llegan a escandalizar al lector, quien asiste, conmocionado, a una sucesión de acontecimientos que amenazarían la estabilidad de cualquiera. 

     Hugo es, en lenguaje coloquial, un mal bicho. Un personaje capaz de chantajear a sus propios padres con sus respectivos secretos --el de ella, que tiene un amante que dice ser doctor pero que en realidad es pianista; el de él, que la imagen de recto y digno administrador de fincas es algo ficticio, pues mantiene una serie de chanchullos que permite a su familia vivir muy bien-- con tal de sacarles dinero y vivir de rentas a costa de mantener su boca cerrada y no contar nada a nadie. Y, pese a ello, resulta imposible no empatizar con él en muchísimas de las situaciones que la historia describe. Algo solo al alcance de un autor notable. Como Landero. Un destripador psicológico de primera magnitud. 

     Hugo es egoísta, insolidario, necio, provocador, maltratador --de padres, amigos y novias-- e infiel. Por naturaleza. Pero también soñador empedernido, capaz de lo mejor y de lo peor, aventurero, arriesgado y negociador. Así, afirma que con los años, uno se acomoda a lo que hay, negocia con uno mismo y con el mundo, porque, como bien decía mi padre, todo en la vida es negociable. Ahora comienzo a comprenderlo, ahora que empiezo a vivir en el presente sin otra patria que el presente. Quién sabe, quizá aceptando mi fracaso, es decir, aceptándome, consiga, si no ser feliz, al menos un poco de sosiego y de paz.

     Porque, en efecto, tal y como se desprende de la frase anterior, el protagonista de La vida negociable actúa como actúa porque, pese a creer que tiene innumerables cualidades y que la vida acabará poniéndolo en su sitio antes o después, en el fondo ni se comprende ni se acepta. Por ello, parece deambular por el mundo tratando de cruzarse consigo mismo por algún callejón para preguntarse quién es y qué quiere ser cuando sea mayor. La eterna pregunta del millón que muchos nos hacemos a menudo, tengamos la edad que tengamos. Sí, Hugo es en realidad un sufridor que no entiende sus propias decisiones, sus actuaciones y, lo que es peor, sus formas de pensar.

     Un personaje que sufre continuas crisis de identidad. De las cuales se suele recuperar de manera tan rápida como inconsciente. Porque parece ser de la opinión de que un sueño roto solo puede superarse mediante la auto imposición de un nuevo sueño. Por inalcanzable que este sea. La clave, quizá, sea no perder nunca la esperanza. Por eso, Hugo se reafirma en que dentro de mí hay magníficas cualidades innatas esperando a salir a la luz y también en que con un poco de suerte mi gran momento está aún por llegar. Sin duda, cuando uno se está hundiendo es capaz de aferrarse a cualquier cosa. Incluso a un clavo ardiendo.

     No obstante, las acciones del presente siempre condicionan el futuro. De una u otra manera. Y nuestro protagonista no encuentra la paz consigo mismo porque sabe que en el pasado se ha portado muy mal con sus padres, con sus pocos amigos y con sus chicas: Olivia --un joven amor fugaz pero intenso-- y Leo, la protagonista femenina de la historia, con quien Hugo mantiene desde un primer instante una relación enfermiza, dependiente y violenta carente de sexo, cariño y respeto. En ella vuelca Hugo todas sus iras en sus peores momentos, tratándola cual saco de boxeo. Y ella se deja maltratar porque comparte con su agresor los mismos problemas de falta de autoestima.

     La vida negociable es una novela en la que la soledad, la psicología humana y las bajas pasiones --los celos, las infidelidades, el sexo por el sexo-- son su leitmotiv. Y, sin embargo, el amor --sea o no correspondido--, la esperanza y la necesidad de tener, mantener o crear nuevos sueños son los factores que mantienen con vida a sus protagonistas. Ya se sabe: reinventarse o morir. Porque, a veces, la vida se convierte en un valle de lágrimas y la redención es la única salida para poder seguir adelante y comprobar lo que nos espera al final de nuestro camino. Y es que puede que lo mejor esté a la vuelta de la esquina...                


lunes, 27 de noviembre de 2017

El baile. Irene Némirovsky. Salamandra. 2006. Reseña





     Solo vivió 39 años --fue deportada y asesinada en Auschwitz en 1942--, pero le bastaron para dejarnos algunas joyas literarias. Por ejemplo, la premiada y archi conocida Suite francesa (publicada en 2004), David Golder, la primera que vio la luz (1929), y la novela corta que nos ocupa en estas líneas: El baile (1928, pero publicada en 1930). Irene Némirovsky, escritora judía de origen ucraniano, huyó de Rusia tras la revolución de 1917. Su familia, de inmenso poder económico, se instaló en París, donde Irene estudió la licenciatura de Letras en La Sorbona. Razón que probablemente explique que escribiera toda su obra literaria en francés.

     Pese a padecer una infancia infeliz y solitaria, su exquisita educación y sus grandes dotes como novelista la convirtieron en una de las voces literarias más importantes de la Francia del período de entreguerras. Por desgracia para ella, y también para nosotros, la Segunda Guerra Mundial puso punto y final a su vida, privándonos de un talento que podría haber llegado mucho más lejos todavía. La cuestión es que poco a poco cayó en el olvido. Hasta que en 2004 sus hijas descubrieron el manuscrito de Suite francesa. A partir de su publicación, se relanzó el interés por la figura de la que está considerada como una de las grandes escritoras del siglo XX.

     Autores tan diferentes como Joseph Kessel (judío) y Robert Brasillach (antisemita) coincidieron en aplaudir sus obras. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, casi veinte años después de establecerse en París y tras escribir en lengua francesa sus obras, Némirovsky pidió la nacionalidad francesa. El gobierno francés, haciendo gala de una actitud antisemita, se lo denegó. En 1939 ella y toda su familia se convirtieron al catolicismo. Siguió escribiendo hasta el final, pese a la prohibición expresa de las leyes antisemitas del gobierno de Vichy de publicar sus obras. Finalmente, acaecieron su detención, deportación y posterior asesinato en el campo de exterminio de Auschwitz. 

     El baile narra el difícil paso de la adolescencia a la edad adulta de la protagonista, Antoinette. Una joven de solo catorce años de edad que se asoma con cautela y a la vez con intrepidez a un mundo que desconoce pero ansía conocer. Su padre, Alfred, es un corredor de bolsa francés que, merced a un golpe de suerte, se convierte en rico de la noche a la mañana. Muy pronto se traslada (junto a su esposa, Rosina, e hija, Antoinette) a la capital, París, donde la familia pretende hacer creer a sus nuevos conciudadanos que la riqueza les ha acompañado desde siempre. El mundo de las apariencias pasará a ser, desde el principio de la narración, uno de los protagonistas de la novela. 

     Un año después de su llegada a París, y viendo que su pretendida ascensión social capitalina no se acaba de concretar, el matrimonio organiza en su mansión un baile al que invita a doscientas personas. El objetivo, darse por fin a conocer ante las personas más influyentes de la ciudad de las luces. Antoinette ve en la ocasión una inmejorable oportunidad para darse a conocer ella misma ante los jóvenes casaderos de las familias más importantes de la capital. Sin embargo, sus padres le prohíben asistir a la fiesta, pues la ven poco preparada para un acto de tanta magnitud. Y eso que la niña cuenta con la inestimable ayuda de miss Betty, quien la ayuda a aprender a hacerse pasar por rica de toda la vida

     Los Kampf se embarcan en una vorágine de quehaceres diarios con el fin de que el baile sea un éxito. Saben que es su última oportunidad para convertirse en una familia influyente en el París de entreguerras. No escatiman en gastos y todo parece preparado para propulsarlos al estrellato. No obstante, no todo está tan atado como ellos piensan. Y todo por un acto medio involuntario pero posteriormente no arreglado por su hija. Una rabieta momentánea y no calculada de Antoinette, en efecto, supone el caldo de cultivo para una venganza finalmente trazada que únicamente necesita dejar pasar el tiempo y tomar asiento para ver su trágico desenlace. Porque a menudo un simple gesto, tan impulsivo como espontáneo, puede provocar el mayor de los desastres. 

     Irene Némirovsky nos demuestra en esta breve pero incisiva obra unas apabullantes dotes psicológicas para describirnos a unos personajes que más que creados para la novela parecen existir en realidad. Así, condensa en apenas noventa páginas --la novela se lee en una hora y cuarto, más o menos-- una historia protagonizada por la difícil relación madre-hija, el ansia de reconocimiento social y la pasión por la vida y la búsqueda de la felicidad. Y, todo ello, justo unos meses antes de que la opulenta sociedad de finales de los felices años veinte fuera arrastrada al desastre por el crack de 1929. Lo cual le otorga, además, un carácter un tanto profético.

     Ilusión. Desencanto. Venganza. Crueldad. Tragedia. El baile es una novela ágil, cruel, apasionada en la que nada sobra y en la que, al final, el lector tiene la sensación de haber vivido en primera persona los hechos ficticios narrados. Como si fueran reales. Como si hubieran ocurrido ante sus ojos. Algo solo al alcance de una narradora excepcional. De una obra maestra que concentra aspectos tan aparentemente distanciados como la perfección literaria y la experiencia humana. En definitiva, de una joya.        


jueves, 16 de noviembre de 2017

Un mundo feliz. Aldous Huxley. Ediciones DeBolsillo. 2000. Reseña





     ¿Te imaginas un mundo en el que el Estado domine absolutamente todos los ámbitos de la sociedad con la finalidad de que cada ciudadano acepte el rol que previamente se le ha asignado para conseguir la felicidad del conjunto de la población? ¿Una felicidad, obviamente ilusoria, prefabricada, que está en realidad a años luz de ser tal? A priori, parece algo imposible, ¿verdad? Sin embargo, resulta escalofriante intuir que poco a poco caminamos hacia una civilización indolente, en la que los ciudadanos viven de cara a la galería, donde predomina por doquier una infelicidad que, por compartida por cada vez un mayor número de gente, se nos vende ya como felicidad, una civilización en la que se le echa carnaza a la gente para mantenerla ocupada y distraída de las cosas verdaderamente importantes.

     Hace ya 85 años, el escritor y filósofo británico Aldous Huxley escribió la primera gran distopía de la historia --con permiso de la vieja y conocida Utopía de Tomás Moro--, basándose en una sociedad idealizadamente feliz que en realidad provoca alienación  moral en sus habitantes. El título, Un mundo feliz, hace referencia a la obra de teatro La tempestad, de William Shakespeare --el gran escritor inglés y muchas de sus obras aparecen a lo largo de esta novela en innumerables ocasiones--, en cuyo Acto V Miranda pronuncia el discurso: ¡Oh qué maravilla! / ¡Cuántas criaturas bellas hay aquí¡ / ¡Cuán bella es la humanidad! Oh mundo feliz, / en el que vive gente así.

     La novela anticipa el auge de las técnicas reproductivas, los cultivos humanos y la hipnopedia --o educación a través del sueño, a base de mensajes cortos, repetitivos y fácilmente memorizables que los científicos graban en el cerebro de los niños mientras estos duermen--, de manera que, ya desde la infancia, cada sujeto aprende cómo ha de vivir en el futuro, asumiendo un rol determinado de antemano. Todo ello, de manera conjunta, permite una especie de lavado de cerebro que hará que los sujetos de las capas sociales más bajas sean felices y se sientan importantes en su sociedad, sin pasárseles por la cabeza siquiera la idea de luchar por mejorar su situación personal. Así, el Londres que describe Huxley en la novela presenta una sociedad desenfadada, saludable, tecnológica, sin pobreza y sin guerras.

     No obstante, todo ello solo es posible gracias a  la eliminación de la familia --los niños no nacen del vientre materno sino de probetas, y no tienen ni madre, ni padre ni hermanos, porque lo más importante para ser feliz es no sentir la pérdida de los seres queridos ni tampoco la de uno mismo--, de los avances tecnológicos --más allá de los meramente genéticos, incluyendo la clonación--, de la cultura, el arte, la filosofía y la literatura --porque estas disciplinas hacen pensar, y para ser feliz es conveniente no pensar-- y de la religión --Dios es sustituido por Ford (el fundador de Ford Motor Company e inventor de las modernas cadenas de producción en masa)--. En suma, lo que encontramos en realidad es una humanidad deshumanizada y narcotizada. En efecto, solo un gramo de soma cura diez sentimientos melancólicos.

     La sociedad se divide en cinco grados de población. De más inteligentes a más estúpidos, encontramos a los Alpha (la élite), los Betas (los ejecutantes), los Gammas (los empleados subalternos), los Deltas (los trabajadores rasos) y los Epsilones (los destinados a los trabajos más arduos). Todos ellos, fieles a una dictadura disfrazada de democracia que consiste en un sistema de esclavitud donde, gracias a la sociedad de consumo, el entretenimiento, el soma y la hipnopedia, no solo ningún esclavo ansía dejar de serlo, sino que ama serlo y vive felizmente para ello. Una forma de vida en la que se renuncia a la libertad a cambio de vivir sin problemas.

     La novela consta de 18 capítulos, los cuales podríamos dividir en tres apartados. Los capítulos 1-6 nos introducen en ese mundo feliz en el que viven los dos grandes protagonistas civilizados de la novela: Bernard Marx (guiño a Karl Marx, inventor del materialismo histórico) y Lenina Crowne (alusión a Lenin, líder de la revolución socialista soviética). Ambos aportan dos puntos de vista diferentes sobre el mundo en el que viven. Mientras Lenina actúa como ciudadana perfecta y participa de todos y cada uno de los elementos de su sociedad, Bernard es un inadaptado social, un inconformista y prefiere sentirse miserable antes que tomar un solo gramo de soma.   
     Los capítulos 7-9 marcan un giro en la trama de la novela. Un punto de inflexión a partir del cual todo cambia. Bernard y Lenina viajan a una reserva norteamericana de no civilizados. Allí conocen a John, el Salvaje, hijo de dos ciudadanos civilizados que visitaron años atrás la reserva y cuyos métodos anticonceptivos fallaron. John fue abandonado en la reserva por su padre. Su madre, Linda, dio a luz en la reserva y lo crió allí. John, obviamente, tiene un gran sentimiento religioso, ha recibido la influencia cultural de su madre, pero también de la tribu con la que viven, y goza de la lectura de los autores clásicos, con William Shakespeare a la cabeza.

     La tercera parte de la novela, entre los capítulos 10-18, es, sin duda, la más interesante. Presenta el choque cultural desatado por la visita del Salvaje John a ese mundo feliz que tanto anhelaba conocer pero que tanto rechazo le provoca casi desde el principio. Un choque que anticipa que el final de la novela no va a ser precisamente feliz. Demasiados dilemas morales que salvar por parte de individuos con formas de pensar tan diferentes. John no acepta una felicidad manipulada, vacía, falsa, sin alma. La escena en la que discute con el Interventor Mundial de Europa Occidental, Mustafá Mond, es crucial en el desarrollo de una novela que nos habla de que el dolor y la angustia son parte tan necesaria e insustituible en la vida como la alegría, y de que, sin aquellos, la alegría pierde todo su sentido.

     En conclusión, estamos ante una novela que plantea si realmente hemos avanzado tanto como sociedad. Y si estamos en el camino correcto de cara a un futuro como mínimo incierto. Una novela que critica con dureza el montaje en línea por humillante; el papel de la ciencia en nuestra sociedad; el capitalismo salvaje y el consumismo; el carácter paparazzi y sensacionalista de los medios actuales; y la liberación de la moral sexual como una afrenta al amor y a la familia tradicionales. Todo ello, desde la perspectiva de hace 85 años. Ni más ni menos. Definitivamente, una historia para reflexionar sobre el mundo actual y futuro. Visto lo visto, ¿realmente estamos tan cerca/lejos de vivir en un mundo feliz?