LIBROS

LIBROS
Mostrando entradas con la etiqueta Viena. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Viena. Mostrar todas las entradas

martes, 19 de septiembre de 2023

Mendel, el de los libros. Stefan Zweig. Editorial Alma. 2022. Reseña

 




    Cada nueva edición de un libro permite acercarse a la obra en cuestión a más y más lectores. Los hay quienes coleccionan muchas de ellas. E incluso quienes --algo fetichistas en ocasiones-- llegan a hacerse con cada una de las copias que aparecen de sus obras preferidas. En ocasiones, a precios casi prohibitivos --o no--. En este caso traigo a mi blog la edición ilustrada de Mendel, el de los libros, que editó hace unos meses la Editorial Alma. Traducida por Itziar Hernández Rodilla e ilustrada por Marc Pallarés, presenta el texto íntegro del maravilloso cuento escrito en 1929 por el autor de culto austríaco Stefan Zweig. Una edición que llamó de inmediato mi atención en cuanto vi su fantástica portada. Y, más todavía, cuando pude ojearlo por dentro. Unas ilustraciones muy cuidadas acabaron por cautivarme. Así que tuve excusa, primero, para comprarlo, y segundo, para reseñar tan magnífica obra de uno de mis autores preferidos desde hace ya unos cuantos años. 

      El doctor en filosofía, escritor, biógrafo y activista social Stefan Zweig fue un reconocido autor vienés y judío que no dudó en ser uno de los primeros escritores en utilizar sus obras para alzar la voz contra la intervención alemana en la Primera Guerra Mundial, lo que lo hizo muy popular --para bien o para mal--. Ya desde su primera novela --género que más cultivó, aunque también escribió poesía, biografía, cuentos, relatos y hasta artículos periodísticos-- enamoró a sus primeros lectores con un estilo literario muy particular, que aunaba una cuidadosa construcción de los personajes y hasta de las respectivas sociedades descritas con una técnica narrativa realmente brillante. Así, en 1929, cuando publicó Mendel, el de los libros, ya era un autor muy conocido por obras como Carta de una desconocida, Veinticuatro horas en la vida de una mujer --ambas reseñadas en este mismo blog-- o Amok o el loco de Malasia.  

    El cuento narra la historia de Jakob Mendel, un viejo librero ambulante judío de origen ruso que atendía en su cuartel general: el Café Gluck --un café habitual de la periferia vienesa a rebosar de gente humilde--, en lo alto de la calle Alser. En una pequeña mesita de mármol cuadrada del salón de juego se sentaba Jakob, a quien el narrador del cuento, un antiguo cliente suyo de un par de décadas atrás, describe como un hombre tan especial y fabuloso, peculiar maravilla del mundo, célebre en la universidad y en un círculo íntimo y reverente, mago de los libros, ¡emblema del saber, fama y honor del Café Gluck! De él recuerda que estaba todo el tiempo cubierto de libros y papeles, leyendo, ensimismado, cantando en voz baja mientras se balanceaba. Leía con una concentración total, con un ensimismamiento tan conmovedor que toda lectura de otras personas me ha parecido siempre, desde entonces, profana.

    Recuerda el narrador que a Mendel se lo presentó un compañero de la universidad como el hombre más eficiente de Viena, un original, un primitivo dinosaurio de los libros en vías de extinción, una maravilla de la memoria, una enciclopedia, un catálogo universal sobre dos piernas. También que era capaz de enumerar enseguida de corrido, como leyendo de un catálogo invisible, dos o tres docenas de libros, cada uno con su lugar y año de edición, y un precio aproximado. Pequeño, arrugado, por completo envuelto en su barba y, además, jorobado, Jakob Mendel conocía, de todas las obras, hubieran salido ayer o hacía doscientos años, al instante y con exactitud, el lugar de edición, el editor, el precio, nuevo y de viejo, y recordaba de cada libro también la encuadernación y las ilustraciones y los suplementos en facsímil. No olvidaba nunca un título, una cifra. Sabía en cada materia más que los expertos, dominaba las bibliotecas mejor que los bibliotecarios y conocía los almacenes de las casas editoriales mejor que sus dueños.

    Semejante portento de la memoria bibliófila se debía a su capacidad de concentración a la hora de leer cada libro. Eso sí, fuera de los libros, Mendel no sabía nada sobre el mundo. No leía las noticias y todo le era ajeno. Era, básicamente, un librero que vendía baratijas. Un baratillero que para el comercio ordenado de libros carecía de licencia ya que era una actividad poco rentable. Así, el dinero no tenía lugar en su mundo. Siempre vestía igual, con la misma chaqueta raída, comía lo justo y necesario, no fumaba, no jugaba, se podría decir que no vivía. Las personas no le interesaban. Vivía, pues, básicamente para los libros y para la vanidad: por la satisfacción y el placer de servir en bandeja a sus clientes la información y los libros buscados. Es más, poder tener en la mano un libro valioso significaba para él lo que para otros un encuentro con una mujer. Esos momentos eran sus noches platónicas.

    Estilo, filosofía e indagación psicológica de personajes y sociedades. Esos fueron los grandes rasgos distintivos de la obra de Zweig. En el caso de Mendel, treinta años sentado a la mesa cuadrada del salón de juegos del Café Gluck, se añaden los sentimientos de vergüenza e ingratitud del narrador por haberse olvidado --¡durante dos décadas!-- del viejo librero, la curiosidad por saber qué había sido de él después de tanto tiempo, la indignación al saber que casi todos los habían olvidado también --¿para qué vivir si el viento borra, tras nuestros pies, hasta la última huella que dejamos? ¡Ya nadie sabía en el Café Gluck nada de Jakob Mendel, el de los libros!, se lamenta-- y la incredulidad al conocer el final de la historia del librero, la cual no desvelaré aquí por no fastidiar la lectura a los futuros lectores del cuento. Y, como telón de fondo, como ha quedado dicho al inicio de la reseña, el horror de la Gran Guerra. La denuncia por parte del autor.

    El narrador hace referencia a la Gran Guerra y a todo lo que esta conllevó, calificándola como horror mental, escombrero de la humanidad o crimen contra la civilización de nuestra Europa enloquecida. También a lo que sucedió al finalizar la contienda, cuando el mundo no era ya el mundo. Ni Europa, ni Austria, ni Viena, ni el Café Gluck, ni Mendel. Sin embargo, algún atisbo de humanidad sí permaneció todavía. Como la señora Sporschill, la encargada de los lavabos del Café, por boca de quien el narrador nos hace llegar el final de la historia de Mendel antes de cerrar la narración así, totalmente avergonzado: la iletrada había permanecido fiel al librero; mientras que yo lo había olvidado durante años, justo yo que, sin embargo, debía de saber que los libros solo sirven para unir por encima del propio aliento a las personas y protegerlas así de la oposición inexorable a la que se enfrenta toda existencia: su naturaleza efímera y el olvido.         

    Zweig utilizó el tono desgarrado en Mendel, el de los libros para plantear magistralmente, por medio de una pequeña historia de un personaje modesto pero humano, el impactante golpe que significó para la vida y la cultura vienesa y europea la Gran Guerra. Pero, además, construyó una emocionante historia que homenajea al mundo de los libros y de los libreros. Y lo hizo tan solo una década antes de que esa Europa enloquecida saltara definitivamente por los aires en 1939. El trágico final del propio autor es de sobra conocido y no veo necesario hacer más referencia a ello. Pero nos queda toda su obra, la cual debe servirnos de ejemplo. De camino a seguir. Contra la locura. Una locura que amenaza de nuevo a todos los ciudadanos del mundo.             


 

miércoles, 7 de enero de 2015

Veinticuatro horas de la vida de una mujer. Stefan Zweig. Plaza & Janés. 1963. Reseña





     En 1929, en plena época productiva, Stefan Zweig escribió y publicó Veinticuatro horas de la vida de una mujer, una novela corta de apenas cien páginas dividida en seis capítulos en la que una anciana aristócrata inglesa desvela sus confidencias más ocultas a un joven narrador que, como el propio autor - o quizás ambos sean en realidad la misma persona -, también pertenece a una familia acomodada. Zweig, que por aquella época colaboraba en la difusión de la obra de Freud desde Viena, demostró sus enormes capacidades para comunicar y desentrañar la psicología de sus personajes con una facilidad pasmosa.

     Un suceso acaecido en el hotel en el que residen dos matrimonios, varios personajes solitarios y un joven viajero provoca el acercamiento entre la anciana y el narrador de la historia. Ambos son los únicos que defenderán la huida, con un joven al que acaba de conocer, dicharachero, apuesto y simpático, de una mujer casada con dos hijos. La relación que nacerá entre los defensores de la huida hará que la aristócrata se decida a contarle las veinticuatro horas más decisivas de su historia personal pasada. Y, para ello, retrocede dos décadas y se traslada de nuevo al Montecarlo de principios de siglo. En su famoso casino conocerá a un joven atrapado por el juego que, por perder, ha perdido hasta la esperanza de seguir viviendo. 

     La desesperación, la resignación y la pasividad del joven al fracasar en el casino serán las causas de que piense en el suicidio como única y más fácil manera de terminar con una vida que considera infame. La protagonista, desde la madurez de sus cuarenta años, se sentirá obligada a tratar de salvarle la vida. Impedir su suicidio se convertirá en su principal objetivo, esa noche y la mañana siguiente. Al principio incluso llegará a pensar en el joven como su tercer hijo, al tener este la misma edad que aquellos. 

     Resulta gratamente sorprendente la aptitud del autor austriaco a la hora de describir las debilidades psicológicas del joven jugador de ruleta; su imposibilidad de abandonar el juego, hasta el punto de dejarse hasta la última moneda; los gestos de sus expresivas y nerviosas manos sobre el tapiz verde; el capricho hipnótico que sobre él ejerce la ruleta; el desmoronamiento físico y psicológico del que lo acaba de perder todo; la desesperada decisión de que la muerte es ya el único horizonte.

     Por contra, la protagonista femenina de la historia, viuda y apartada por decisión propia de las relaciones personales con hombres desde el fallecimiento de su marido, también gran jugador - aunque, eso sí, pleno dominador de sus actos con respecto a la ruleta -, se verá enfrascada en la labor salvadora del joven. Una labor que la llevará a realizar actos impensables para ella y la sociedad de su tiempo y que la introducirá en una especie de ruleta en la que acabará perdiendo la posición que hasta entonces había tenido.

     Zweig aborda la trama de manera magistral. La novela es uno de esos escasos casos en que aquello que no se cuenta es casi más importante que lo que sí es contado. Con una prosa ágil, directa y con las descripciones justas, retrata a la perfección a unos personajes que se mueven por instintos, altos o bajos según los casos, que buscan satisfacerlos a toda costa. El peligro del juego, la soledad, la traición hacia uno mismo, la traición hacia los demás, la bondad y la desesperanza serán los puntos fuertes de una novela que se hace más corta de lo que en realidad es.

     De esta manera, el lector queda enganchado, atrapado, a sus páginas. De la misma manera que el joven lo está a la ruleta. Lo que ocurre, y cómo se cuenta, le convierte en un adicto a las palabras escritas por el autor. Y poco a poco cae en la cuenta de lo extremadamente fácil que a todos nos resulta criticar y juzgar a los demás sin conocerlos - a ellos y a sus circunstancias personales -. Este hecho, precisamente, es el que acabará uniendo a los huéspedes del hotel, haciendo posible que nosotros mismos conozcamos los hechos acaecidos veinte años antes.        

     ¿Quién no ha sentido en ocasiones una extraña sensación, una repentina necesidad de huir de todo, incluso de nuestra propia vida? ¿Quién, incluso teniendo pareja, no ha pensado alguna vez en escapar con otra persona a la que acaba de conocer física pero no psicológicamente? ¿Qué nos lleva a que estos pensamientos pueblen nuestra mente? ¿Qué decide finalmente si debemos dejarnos llevar - quizás al abismo mismo - y quedarnos o marcharnos? ¿Acertamos al cortarnos las alas nosotros mismos? ¿Acertamos al actuar sin pensar en las consecuencias que una huida podría tener en nuestras vidas y las de quienes nos rodean? ¿Acaso no somos libres, incluso para cometer locuras? ¿Tiene límites la libertad? Quizás a muchos lectores les surjan preguntas como estas tras leer esta novela. Porque, a veces, bastan tan solo veinticuatro horas para cambiar nuestras vidas...