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miércoles, 18 de diciembre de 2019

El lobo estepario. Hermann Hesse. Edhasa. 2017. Reseña





     Edhasa Literaria reeditó en 2017, noventa años después de su publicación original (1927), uno de los clásicos más singulares del siglo pasado: El lobo estepario, del escritor alemán Hermann Hesse. Por aquel entonces ya habían sido publicadas sus otras dos obras más reconocidas, Demian (1919) y Siddhartha (1922), ambas reseñadas en este blog. En 1946 recibió el Premio Nobel de Literatura. La novela, de gran contenido filosófico, combina el género autobiográfico --el protagonista de la historia, Harry Haller, es un alter ego del propio autor, cuyas iniciales coinciden además-- y la fantasía --a través de lo que el narrador denomina teatro mágico--. La parte autobiográfica ocupa los dos primeros tercios de la novela. La fantasía, la parte final. 

     El libro refleja la gran crisis espiritual sufrida por el autor en la década de 1920. Mientras seguía luchando por sentirse humano, apreció que crecía en él una serie de aspectos lobunos que lo apartaban del resto de sus congéneres y lo arrastraba hacia una espiral de agresividad y violencia, conduciéndolo a parecerse cada vez más a alguien huraño y desarraigado. Como buen alemán y seguidor de Goethe --a lo largo de la historia de Hesse aparece en numerosas ocasiones la figura del también escritor alemán, autor de Fausto--, la dualidad de Fausto y Mefistófeles se hace presente en El lobo estepario. No es de extrañar esta influencia, pues la tradición alemana de Fausto se remonta al siglo XVI.

     Dicha tradición nos habla de la existencia de un erudito, Johan Georg Faust, que acabó haciendo un pacto con el diablo para intercambiar su alma a cambio de conocimientos ilimitados y placeres mundanos que le sirvieran para terminar con una vida que consideraba insatisfecha a pesar de su éxito. Esta historia ha sido recogida no solo por Goethe y Hesse. También, a lo largo de los años, por autores como Robert Louis Stevenson --El extraño caso del doctor Jekyll y mr. Hyde, en 1886--, Oscar Wilde --El retrato de Dorian Gray, en 1891--, Gastón Leroux --El fantasma de la ópera, en 1910--, Klaus Mann --Mephisto, en 1936-- o Thomas Mann --Doktor Faustus, en 1947--. Además, también hay una gran cantidad de obras musicales y cinematográficas sobre el mito dual de Fausto.

     Tras una década (la de 1910) horrible en la vida de Hesse --muerte de su padre, grave enfermedad de su hijo Martin, esquizofrenia de su primera esposa, desarrollo de la Gran Guerra y enfrentamientos con la opinión pública germana por el virulento ataque del autor al creciente nacionalismo alemán--, trató de rehacerse casándose de nuevo y obteniendo la nacionalidad suiza. El matrimonio, sin embargo, fracasó rápidamente y se desató la crisis que dio origen a El lobo estepario. Se aisló en su piso alquilado y constató su imposibilidad para relacionarse con el mundo exterior, teniendo cada vez mayores y más graves pensamientos suicidas. Como el protagonista de la novela, Harry Haller, obsesionado con la idea de rebanarse el cuello con su cuchilla de afeitar.

     La independencia, la libertad y la soledad son tres de los temas principales que trata la novela. Haller, anti belicista hasta la médula, es criticado por la prensa por sus ideas, consideradas anti patrióticas. Se aísla y ve nacer y crecer al lobo que lleva dentro y que se va apoderando de él. Hasta que una noche toca fondo y decide que la única solución es cortarse el cuello al llegar a casa. Asustado, deambula por las calles de la ciudad con tal de demorar al máximo el momento de su muerte. Aborrece a los humanos y al mundo entero. Pero, por contra, se siente mal consigo mismo por no encajar en ese mundo. Todo parece estar abocado a un desenlace trágico para él. Hasta que en un tugurio conoce a Hermine, una mujer en cuyas manos, de repente, deja su futuro. 

     A través de Hermine --posiblemente otro alter ego del propio Hesse, pues Hermine es el femenino de Hermann--, conocerá a María, una bella y complaciente mujer. Ambas, Hermine y María, se convertirán en los botes salvavidas de Harry. Los bailes y las conversaciones con la primera y el sexo y el romanticismo con la segunda constituirán el comienzo de una especie de reconciliación del protagonista con el mundo. Algo que el lector no acaba de creerse, pues parece que los cimientos de esa nueva existencia están hundidos en barro y, por tanto, se pueden venir abajo en cualquier momento. La realidad de Harry se va disolviendo en una serie de hechos que parecen más cercanos a la ensoñación. Hasta meterse de lleno en la fantasía de la mano del teatro mágico final. 

     Un teatro mágico en el que entra a través de Pablo, un saxofonista que parece encarnar los valores más contrarios a los de Harry. El músico no es nada intelectual, ni serio, ni reflexivo. Solo un apuesto vividor que parece servirse de las mujeres para dar rienda suelta a sus placeres. El teatro de Pablo es un largo pasillo que tiene forma de herradura. Multitud de puertas abren espacios interiores donde se representan escenas. Harry entra en cinco de ellas, y revive diversos pasajes de su vida. Realidad y ensoñación se entremezclan, en clara influencia del mundo de los sueños inspirador del psicoanálisis. Cabe recordar que el autor había estado en tratamiento psicoanalítico durante los años anteriores, llegando a conocer en persona a Carl Gustav Jung. 

     Aunque en la novela hay multitud de frases para recordar, creo conveniente destacar aquí solo un par de ellas. Ambas son pronunciadas por Pablo, y dicen así: 1) el vencimiento del tiempo, la liberación de la realidad o como quiera usted llamar a su anhelo --sin duda, rebanarse el cuello con su cuchilla de afeitar--, no es otra cosa que el deseo de desembarazarse de su personalidad. Es la prisión donde usted se encuentra encerrado; y 2) se puede contar con usted para cualquier representación estúpida y carente de humor, para todo lo que sea patético y carezca de ingenio, generoso señor. Quiere usted que le corten la cabeza, que lo ajusticien, pedazo de energúmeno. Quiere morir, so cobarde, pero no vivir. Pero, ¡al diablo!, lo que hará precisamente será vivir. 

     El lobo estepario es un viaje filosófico-psicoanalítico por el interior de un alma dolida con un mundo en el que no encaja. Un alma que se distancia de un mundo falso e hipócrita, pero que se odia a sí misma precisamente por no encajar en él. Es un claro ejemplo de que la auto indulgencia ayuda poco o nada a superar una situación dolorosa. Al contrario, en lugar de encerrarse en uno mismo, lo que se debe hacer es, aunque le cueste horrores a uno, abrirse y conocer otras almas. Y Haller, finalmente, piensa que llegaría un momento en que sabría jugar mejor con las figuras. Llegaría a aprender a reír alguna vez. Pablo me esperaba. Y me esperaba Mozart. Así, pese a la oscuridad general de la obra de Hesse, constatamos que siempre hay luz al final del túnel. Por largo que este sea...                               

  

lunes, 4 de diciembre de 2017

La vida negociable. Luis Landero. Tusquets. 2017. Reseña





     Señores, amigos, cierren sus periódicos y sus revistas ilustradas, apaguen sus móviles, pónganse cómodos y escuchen con atención lo que voy a contarles. Así, como si estuviéramos esperando turno en su peluquería, comienza a narrarnos su vida Hugo Bayo, el protagonista de la última y magnífica obra del escritor extremeño Luis Landero. Un comienzo de novela de esos que de inmediato presuponemos que van a pasar a la historia de la literatura española contemporánea. Que llama la atención, nos atrapa desde la primera frase y nos transmite unas irrefrenables ganas de saber por dónde va a discurrir la historia que se nos dice que se nos va a contar.

     El autor de, entre otras, Juegos de la edad tardía (Premio de la Crítica y Premio Nacional de Narrativa en 1990), Caballero de fortuna, El mágico aprendiz o El balcón en invierno, hace reflexionar en voz alta a Hugo Bayo, quien nos cuenta en primera persona las vicisitudes por las que atraviesa su existencia desde la adolescencia hasta el cumplimiento de sus primeros cuarenta años de vida. Una vida marcada por los fracasos, los proyectos que lo llevan a empezar de cero de nuevo, una gran capacidad de reinvención y unos pensamientos y unas actitudes que en numerosas ocasiones llegan a escandalizar al lector, quien asiste, conmocionado, a una sucesión de acontecimientos que amenazarían la estabilidad de cualquiera. 

     Hugo es, en lenguaje coloquial, un mal bicho. Un personaje capaz de chantajear a sus propios padres con sus respectivos secretos --el de ella, que tiene un amante que dice ser doctor pero que en realidad es pianista; el de él, que la imagen de recto y digno administrador de fincas es algo ficticio, pues mantiene una serie de chanchullos que permite a su familia vivir muy bien-- con tal de sacarles dinero y vivir de rentas a costa de mantener su boca cerrada y no contar nada a nadie. Y, pese a ello, resulta imposible no empatizar con él en muchísimas de las situaciones que la historia describe. Algo solo al alcance de un autor notable. Como Landero. Un destripador psicológico de primera magnitud. 

     Hugo es egoísta, insolidario, necio, provocador, maltratador --de padres, amigos y novias-- e infiel. Por naturaleza. Pero también soñador empedernido, capaz de lo mejor y de lo peor, aventurero, arriesgado y negociador. Así, afirma que con los años, uno se acomoda a lo que hay, negocia con uno mismo y con el mundo, porque, como bien decía mi padre, todo en la vida es negociable. Ahora comienzo a comprenderlo, ahora que empiezo a vivir en el presente sin otra patria que el presente. Quién sabe, quizá aceptando mi fracaso, es decir, aceptándome, consiga, si no ser feliz, al menos un poco de sosiego y de paz.

     Porque, en efecto, tal y como se desprende de la frase anterior, el protagonista de La vida negociable actúa como actúa porque, pese a creer que tiene innumerables cualidades y que la vida acabará poniéndolo en su sitio antes o después, en el fondo ni se comprende ni se acepta. Por ello, parece deambular por el mundo tratando de cruzarse consigo mismo por algún callejón para preguntarse quién es y qué quiere ser cuando sea mayor. La eterna pregunta del millón que muchos nos hacemos a menudo, tengamos la edad que tengamos. Sí, Hugo es en realidad un sufridor que no entiende sus propias decisiones, sus actuaciones y, lo que es peor, sus formas de pensar.

     Un personaje que sufre continuas crisis de identidad. De las cuales se suele recuperar de manera tan rápida como inconsciente. Porque parece ser de la opinión de que un sueño roto solo puede superarse mediante la auto imposición de un nuevo sueño. Por inalcanzable que este sea. La clave, quizá, sea no perder nunca la esperanza. Por eso, Hugo se reafirma en que dentro de mí hay magníficas cualidades innatas esperando a salir a la luz y también en que con un poco de suerte mi gran momento está aún por llegar. Sin duda, cuando uno se está hundiendo es capaz de aferrarse a cualquier cosa. Incluso a un clavo ardiendo.

     No obstante, las acciones del presente siempre condicionan el futuro. De una u otra manera. Y nuestro protagonista no encuentra la paz consigo mismo porque sabe que en el pasado se ha portado muy mal con sus padres, con sus pocos amigos y con sus chicas: Olivia --un joven amor fugaz pero intenso-- y Leo, la protagonista femenina de la historia, con quien Hugo mantiene desde un primer instante una relación enfermiza, dependiente y violenta carente de sexo, cariño y respeto. En ella vuelca Hugo todas sus iras en sus peores momentos, tratándola cual saco de boxeo. Y ella se deja maltratar porque comparte con su agresor los mismos problemas de falta de autoestima.

     La vida negociable es una novela en la que la soledad, la psicología humana y las bajas pasiones --los celos, las infidelidades, el sexo por el sexo-- son su leitmotiv. Y, sin embargo, el amor --sea o no correspondido--, la esperanza y la necesidad de tener, mantener o crear nuevos sueños son los factores que mantienen con vida a sus protagonistas. Ya se sabe: reinventarse o morir. Porque, a veces, la vida se convierte en un valle de lágrimas y la redención es la única salida para poder seguir adelante y comprobar lo que nos espera al final de nuestro camino. Y es que puede que lo mejor esté a la vuelta de la esquina...                


miércoles, 24 de junio de 2015

Once minutos. Paulo Coelho. Planeta. 2003. Reseña





     El escritor brasileño Paulo Coelho es sobradamente conocido por todos los lectores del mundo. Nacido en Río de Janeiro en 1947, ha vendido más de 150 millones de libros en más de 150 países, siendo sus obras traducidas a más de 80 lenguas. Novelista, dramaturgo, letrista y articulista, ha sido reconocido con varios de los premios literarios más importantes del planeta, aunque no con el Nobel de Literatura. Actualmente es consejero especial de la Unesco en el programa de convergencia espiritual y diálogos interculturales y Mensajero de la Paz de las Naciones Unidas. 

     Planeta editó en 2003 la novela Once minutos, su mayor aportación al mundo literario desde El alquimista (1988), su obra más conocida. En Once minutos narra la historia de sueños incumplidos, engaños y demás penalidades pasadas en Ginebra por María, joven brasileña que viaja hasta Río de Janeiro en busca de fama y bienestar. Allí conoce a un empresario que la embauca para que viaje hasta la ciudad suiza, donde parecía que iba a trabajar en el mundo de la moda, aunque finalmente deberá adaptarse a unas circunstancias poco parecidas a las anheladas. Así, acabará bailando samba en un club nocturno y ejerciendo la prostitución.

     María odia el amor. Varios desengaños amorosos durante su juventud le hacen ser fría con los hombres. Algo que, de paso, le facilita el trabajo en su nueva profesión. La ayuda de Nyah y Milán, bibliotecaria y dueño del Copacabana, burdel de la rue de Berne, le permitirá ir perfeccionando en su trabajo. Su rápido ascenso en su oficio la hará conocida en toda la ciudad, aunque también le acarreará los celos de sus compañeras. Cuestión esta que le causará grandes problemas en su día a día. No obstante, lo que parecía una vida tranquila, lujosa y cómoda cambiará de forma radical tras conocer a Ralf, un joven pintor suizo que asegura haber visto su luz interior.

     Pese a sus reticencias iniciales, María se enamorará de él perdidamente. Y su vida se convertirá en un continuo sube y baja de emociones, sentimientos y contradicciones, con ella misma y con el mundo que la rodea. Con Ralf conocerá el verdadero amor, lo cual pondrá a prueba sus sueños y su nuevo estilo de vida. Tanto que decidirá regresar a Brasil - con la excusa de que pertenecen a dos mundos diferentes y que no tienen ningún futuro juntos -, no sin antes entregarse en cuerpo y alma al pintor. Su objetivo es reavivar el fuego sexual de ambos, apagados tiempo atrás. Con este acto, ambos acabarán aprendiendo sobre la naturaleza del sexo sagrado, una intensa y perfecta unión entre cuerpo y alma, entre sexo y amor.

     La lectura de Once minutos invita a reflexionar sobre varias cuestiones. Entre ellas: el sexo, la prostitución, el amor, el sadomasoquismo y la vida. Como expresa Coelho desde un principio, el título hace referencia a la duración del acto sexual en condiciones poco favorables para el amor, es decir, cuando se practica sin amor verdadero (o amor sagrado, como él mismo lo define). María camina a lo largo de la narración sobre la delgada línea de la autodestrucción, dejando que la vida guíe sus siguientes pasos.

     La protagonista recorre algunos de los capítulos más significativos de su vida, los cuales explican en buena parte su actual situación. Su firme decisión de no volver a perder las cosas que más quiere le enseña a manipular a los hombres - aunque ella misma será también engañada por el empresario suizo que la lleva a Ginebra -, aprendiendo a no enamorarse nunca más con el fin de no volver a sufrir por causas amorosas. Sin embargo, se dará de bruces con la realidad al entender al fin que el amor nace dentro de nosotros, y que la otra persona no es responsable de nuestro sentimiento. Y es que uno no se enamora de quien quiere, ni puede evitar enamorarse de quien no quiere, por más que se empeñe en ambos casos.

     Con todo ello, lo que otorga a la novela su mayor verosimilitud es el hecho de que buena parte de ella está directamente narrada por la propia protagonista. María busca aventura y libertad; placer y superación; volver a sentir y ser amada. Por ello, como les ocurre a la mayoría de los neuróticos obsesivos, se deprime al ver que es posible alcanzar ese fin Y, ante tal hecho, decide huir. Algo que puede parecer contradictorio - y lo es, de hecho - pero le ocurre a multitud de personas en su vida cotidiana. Así somos las personas.

     Como sucede en todas las obras de Coelho, también de Once minutos podemos extraer multitud de frases que nos pueden servir en determinados momentos de nuestras vidas. Estas son algunas de las que han llamado mi atención: "a veces la vida separa a las personas para que puedan darse cuenta de cuánto significan el uno para el otro", "nadie pierde a nadie, porque nadie posee a nadie. Esa es la verdadera experiencia de la libertad: tener lo más importante del mundo, sin poseerlo" o "si busco el amor verdadero, antes tengo que cansarme de los amores mediocres que encuentre". Coelho en estado puro.                     

          

miércoles, 10 de junio de 2015

Juan Salvador Gaviota. Richard Bach. Javier Vergara Editor. 1986. Reseña





     Juan Salvador Gaviota, publicada por vez primera en 1970, es la novela más conocida del escritor estadounidense Richard Bach, autor nacido en 1936 que escribió sus obras más representativas en la década de 1970. Sus libros - y el que nos ocupa no es una excepción - siguen la filosofía de que nuestros límites físicos son solo aparentes. Mecánico de fabricación de aviones, entre 1957 y 1962 fue piloto de la Fuerza Aérea de los EE. UU.. Su vida entera ha estado ligada a la aviación, y este tema ha aparecido, a modo de metáfora, en la mayoría de sus obras literarias.

     De hecho, Juan Salvador Gaviota es una fábula sobre el aprendizaje y la capacidad de superación de las personas. La velocidad, las acrobacias y los vuelos de la gaviota protagonista ejemplifican a la perfección la filosofía de su autor. Además, la obra representa una crítica social importante desde el punto de vista de los estereotipos y los sentimientos de pertenencia (o no) a un determinado grupo. En efecto, Juan Salvador Gaviota es expulsado de la Bandada por dedicarse a entrenar su vuelo y no a comer, como el resto de las gaviotas de su sociedad.

     La obra nos muestra el camino hacia la libertad individual en forma de cumplimiento de sueños al precio que sea. Y, por añadidura, nos habla de la búsqueda de la felicidad con uno mismo como resultado de esa lucha por ser uno mismo, aunque ello conlleve verse apartado de su propia comunidad. Todo ello, a través de tres breves capítulos o partes en los que dominan los mensajes filosófico-espirituales y las frases directas y concisas al corazón del lector. Por ello, también se puede considerar este relato como un pequeño manual de autoayuda.

     En la primera parte Juan se convierte, merced a su lucha y espíritu de superación, en la primera gaviota en realizar acrobacias aéreas y en volar a más de 300 kilómetros por hora. Dicha gesta, que en cualquier otro lugar le reportaría ser considerado un héroe por sus iguales, le supone su expulsión de la Bandada tras la reunión de la Sesión del Consejo, presidida por la Gaviota Mayor. Su Bandada solo es capaz de ver un comportamiento irresponsable y temerario que viola la dignidad y la tradición de la Familia de las Gaviotas. Nada que ver con los sentimientos del protagonista, que vive la velocidad como un acto de libertad y poder, de gozo y belleza.

     En la segunda parte, obligado al exilio, Juan encuentra la felicidad en una pequeña bandada de gaviotas que le cambiará la vida para siempre. Chiang, la Gaviota Mayor de este reducida bandada, le enseña que el cielo como tal no existe sino que consiste en ser perfecto a través de trabajar en el amor y en la bondad. De la mano de Rafael, instructor de gaviotas novicias, llega él mismo a convertirse también en instructor. No obstante, decide volver a la Tierra para explicar el verdadero sentido de la vida a cualquier gaviota que lo necesite. Pedro Pablo Gaviota es el primer exiliado al que encuentra en su nuevo camino. Juan se convierte en su instructor y le enseña la lección más importante de su vida: la Bandada, con su expulsión, solo se ha hecho daño a sí misma y sus componentes necesitan el perdón y la ayuda para encontrar su verdadero camino hacia la libertad. 

     En la tercera y última parte Juan va recogiendo más aprendices, todos exiliados. Uno de sus mensajes ejemplifica a la perfección el espíritu de la obra: rompe las cadenas de tu pensamiento y romperás también las cadenas de tu cuerpo. En un momento dado, Juan y sus estudiantes deciden regresar a la Bandada. Al principio son ignorados, pero poco a poco sus jóvenes gaviotas se rinden ante sus vuelos y acrobacias. El primer punto de inflexión llega cuando aprende a volar Esteban Lorenzo Gaviota, lo cual arrastra hacia el grupo de Juan a más de mil gaviotas más. Sin embargo, el accidente de Pedro Pablo Gaviota supone el segundo punto de inflexión: al salvar la vida, de forma milagrosa, los viejos de la Bandada acusan a Juan de ser un Diablo que busca acabar con ellos.

     Ante la grave situación, Juan y sus seguidores deben escapar para evitar el enfrentamiento directo. ¿Quién es Juan? ¿Un Dios? ¿Un diablo? ¿Un adelantado a su tiempo? Sea cual sea la respuesta, lo verdaderamente importante es entender que cada gaviota lleva el bien en su interior, y que es incluso divertido hacer que lo vean en sí mismas. Eso se llama amor verdadero. La carrera hacia el aprendizaje acaba de comenzar y Juan, dejando como instructor de su bandada a Pedro, sigue su camino en busca de nuevas gaviotas a las que enseñar.

     El relato tiene algunos significados que conviene recordar antes de finalizar. A saber: el grado de libertad y las limitaciones de los individuos son el resultado de su conocimiento; los conceptos del bien y el mal dependen del conocimiento y del grado de evolución alcanzado por cada sujeto; no hay que conformarse con vivir sino que se deben tener sueños y luchar por ellos; lo importante de esa lucha no es caer sino levantarse y seguir con la lucha; las limitaciones son solo ficticias en muchos casos. En definitiva, la novela nos invita a reflexionar sobre nuestras vidas, nuestros sueños y nuestros comportamientos cotidianos ante la vida. La bondad, el amor, el aprendizaje y la espiritualidad deben ser, según Bach, los pilares de nuestra existencia.        

      

martes, 24 de diciembre de 2013

Campo de amapolas blancas. Gonzalo Hidalgo Bayal. Tusquets. 2008. Reseña





     Lo mejor es cuando sucede por casualidad. Cuando lees una reseña sobre una novela de la cual jamás habías tenido noticias y cuyo autor es para ti un auténtico desconocido. Y así es como hace unos días conocí la existencia de esta novela. Se publicó en 2008 en la "colección andanzas" de Tusquets Editores. Es muy corta (no alcanza las cien páginas) pero llega directa al corazón. Cuando una catedrática de Lengua y Literatura castellana afirma que hacía tiempo que una novela contemporánea no me llegaba tan dentro es por algo. Así que, como ella, me hice con un ejemplar de la misma (creo que incluso el mismo) y me dispuse a leerla.
 
     Gonzalo Hidalgo Bayal nos cuenta, como si estuviera junto a nosotros, tomando un café, la historia de una amistad de juventud. Sin artificios, tirando de memoria pura y dura y sin demasiada elaboración previa nos desgrana los catorce capítulos que componen la evolución de dicha amistad, desde un principio casi borroso hasta un final todavía presente veinticinco años después.
 
     Por su escasa longitud y su enorme calidad se lee en menos de dos horas, de una sola sentada, y le deja a uno el corazón encogido. Es la vida lo que ocurre ante nuestros ojos. Con todo lo bueno y con todo lo malo. Y ello viene propiciado, sobre todo, por un final que no puede dejar indiferente a nadie. Por supuesto, no estamos ante una novela de suspense, pero el final nos hará ver cómo encajan en la historia diversas escenas que en un primer momento nos parecían "descartables", sobre todo en una novela corta, donde podemos pensar que "se debe ir directo al grano".
 
     Un viejo brigada de la Guardia Civil con el que se cruza el narrador y protagonista de la historia, un cuadro de Kandinsky recortado de una revista y otros pocos datos en principio inconexos llegarán a unirse en un final que nos dejará melancólicos, pesarosos y hasta tristes. Y, sin embargo, con ganas de releer ciertos pasajes de la novela. Y de volver a vernos reflejados en ellos.
 
     Porque todos hemos compartido alguna etapa de nuestra vida con alguien que fue un amigo especial y que, con el tiempo, se fue distanciando de nosotros (o nosotros de él) hasta dejar de verlo y acabar por no saber si está bien o mal o incluso si vive o no. Y es que "Campo de amapolas blancas" trata de los cambios que da la vida, de lo volubles que somos, de los caminos que se bifurcan o se cortan de repente. En definitiva, de sueños incumplidos, de un viaje hacia quién sabe dónde y por qué, de rebeldía, de cultura en el sentido más amplio de la palabra (porque se aprende sobre literatura, pintura, filosofía y música a través de constantes citas y referencias a grandes artistas nacionales y mundiales).
 
     A lo largo de esas cien páginas nos sumergimos en las profundidades de la psicología humana, con todas sus rarezas y contradicciones, pero también en las enseñanzas que H., el otro gran protagonista de la novela, nos irá dejando dispersas por esos campos imposibles de encontrar. A través de un soneto de catorce capítulos a modo de prosa (homenaje al inicio verdadero de la amistad entre el narrador y H.) Gonzalo Hidalgo Bayal nos mete de lleno en un mundo tan real como la vida misma: repleta de gran belleza, la cual nos hace más humanos, pero también de "elementos" que pueden apartarnos de ella (de la humanidad y hasta de la vida misma) para siempre.
 
     Podría citar muchas frases de la novela, pero me voy a detener en un par de ellas. Una es de Leopardi y dice así: "la felicidad es lo que tenemos antes de empezar a buscarla". La otra es obra de Camus: "los hombres mueren y no son felices". Y en el epílogo de Luis Landero se citan también unas palabras sobre el autor por parte de Rafael Sánchez Ferlosio: "jardinero de la lengua castellana que al cultivar un campo de amapolas blancas hizo extinguirse las rojas amapolas para que pudieran florecer las amapolas rojas". El referido epílogo finaliza así: "el corazón tiene sus secretos (...), y ese trémulo conocimiento es el que indaga este inolvidable y magistral relato: la humilde realidad de los campos de amapolas, y el desesperado sueño de su blancura".  
 
     El narrador finaliza su historia de esta manera: "A mí me quedan los eslabones del tiempo en la memoria; la espinela, los tribunos de la plebe, la náusea, ay, infelice, Butch Cassidy and the Sundance Kid, das Ewigweibliche, la mansarda de Les Halles, Charlie Parker, Lucy in the Sky with Diamonds, el sueño de la script, una sonrisa triste y bondadosa y la persistencia plural de la lluvia, la lluvia que se esconde en las palabras y los libros, la lluvia que azota la ciudad y las ventanas, la lluvia que cae sobre el olvido y la ceniza. Por mi parte, he contemplado campos de fresas, de trigo, de algodón, oigo a veces el sonido compacto de Strawberry Fields Forever, he sabido de campos de batalla, magnéticos y santos, pero, por más que miro a los lados de la carretera cuando viajo en coche por tierras de murgaños, aún no he encontrado campos de amapolas blancas".
 
     Sinceramente, no sé que podría albergar más belleza: si un campo de amapolas blancas o un relato como este. Un gran regalo de Navidad.