El cantautor de Pantín Andrés Suárez (1983) escribió A través de tus ojos durante los peores meses de la pandemia. Pero no, no se trata de un diario de pandemia. La casualidad quiso que el covid-19 irrumpiera en nuestras vidas justo cuando el bueno de Andrés había comenzado a escribir este libro de recuerdos, estampas y pequeñas historias. Reconoce en sus primeras páginas que no entraba en mis planes, pero nos asoló un tsunami y alguna referencia habela haila. La cuestión es que pasó lo que pasó y admite que no se me ocurre mejor motivo que publicarlos (los textos) a modo de lacónico homenaje de vida. Y es cierto. Porque, aunque el desamor ocupa buena parte de las letras de sus canciones y también de estos escritos, la pasión que le pone a todo lo que hace -componer, cantar, interpretar y escribir- convierte a su obra en un canto a la vida. En toda su expresión: amistad, solidaridad, infancia, inocencia, naturaleza, animales domésticos, plantas y flores. Andrés ama. Y amar es vida. Pura y dura.
Tras el enorme éxito de sus más recientes discos, sus conciertos multitudinarios -llenando varias veces recintos como el Wizink Center madrileño- y la publicación de su anterior libro, Más allá de mis canciones (2017), también reseñado en este mismo blog, A través de los ojos (2021) supuso un paso más en ese abrirse en canal ante sus fans y ante él mismo. A lo largo de sus páginas reconoce algunos de sus errores del pasado. Por ejemplo, no haberse cuidado mucho durante su etapa universitaria en Santiago, haberse comportado como un cabrón con una de sus ex de aquella época o haberse enamorado de quien no debía. Andrés se sincera. Y la sinceridad se aprecia cada vez más en un mundo cada vez más falso e hipócrita. Algo de lo que él mismo se queja constantemente a través de estos escritos. Unos escritos en los que critica, con mayor o menor dureza pero siempre desde la empatía y a veces desde la mirada de otros, determinados aspectos de una sociedad que parece no entender.
Sus orígenes rurales, campestres y costeros -y a mucha honra- salpican las letras de sus canciones y también estos textos. Pese a que confiesa amar Madrid y estar cada vez más a gusto en Torrelodones, son constantes las referencias a Pantín y su playa -de allí son las fotos de las portadas de Más allá de mis canciones y de Todavía más allá de mis canciones, su nuevo libro, recién salido del horno editorial-, Cedeira, Baleo, Santiago y Ferrol. Ya sabemos que los gallegos que no viven en Galicia padecen una enfermedad crónica llamada morriña. Andrés es uno de ellos, por supuesto. Y lo demuestra en todo lo que hace. Nunca dejes de cantarle a los rosales ni a las mujeres que te lo pidan, recuerda que le dijo su abuelo. Así lo hice, abuelo. Vaya si lo hice, pues no me fío de un alma que no atiende a sus rosales antes que a cualquier otra cosa. Algo que ya cantó, entre emocionados susurros, en su magnífico tema Rosa y Manuel.
Como lector, me gustan los libros de escritores valientes -Vilas, Landero, Aramburu- que se desnudan en las páginas de sus libros. Puedes conocer aspectos de sus vidas. Y, algo más interesante todavía, los orígenes de sus obras. En el caso de Suárez, de sus canciones. Ocurre con sus tres libros. También en este. Y es que al lector no le cuesta mucho reconocer en algunos escritos referencias -a veces más veladas, otras menos- a sus canciones. Sin embargo, en A través de los ojos, va un paso más allá. Nos cuenta lo que supone hacerse mayor. Cada vez se muere más gente y ya no sé si es que me hago mayor o si es que hice algo mal. Como cuando habla de la que fue la persona más importante de mi infancia y a la que tanto, tanto quise, un neno que conocí donde y cuando se conoce a los amigos: en verano, en la playa. Un niño que ya debe ser adulto, como él, y del que no ha vuelto a saber nada en treinta años. Eso es hacerse mayor: perder, de unas maneras u otras, a las personas queridas.
En las páginas de A través de los ojos encontramos la nostalgia de una infancia y una juventud ya dejadas atrás ante la adultez; la melancolía hacia esa Galicia tan querida a la que no puede retornar a causa del covid -mi patria es un folio en blanco con el nombre de mis padres, mis abuelos, mis hermanos, mis amigos-; la constante pérdida de seres queridos -su abuelo y algunos amigos de juventud y un Aute del que ya no habrá una nueva canción-; la incertidumbre vivida en un monótono mes de abril ante una pandemia que no se sabía cómo iba a acabar -pido perdón a quien corresponda si en algún momento de lo que conocimos como antigua realidad le herí. Puede que este sea el final, quién sabe. Debo irme en paz-; la extrema soledad -la del artista tras bajarse del escenario después de cada concierto y la de la persona que debe pasar una pandemia en solitario-, y el agradecimiento -me ha tocado pasarlo solo y resulta que las tres Marías (a saber, la educación física, la música y la religión) de la educación me están salvando el cuerpo y la mente-. Pero no solo eso.
Además, aparecen también la nobleza animal de sus perros, Bala y Boss; constantes referencias a sus antiguos amores -como Nina y Rúa Xelmírez (¡hay que tener valor para citarlas por su nombre y hasta su apellido!)-; y críticas a quienes causan las guerras, a la hipocresía de quienes están en contra de la llegada de pateras y al acogimiento de los MENAS, a la frágil memoria y a la desmemoria, a la maldad y la cobardía en las redes sociales, a la envidia de quien deja de hablarle a uno porque ha alcanzado el éxito -haciéndole pagar el IRE: impuesto revolucionario de la envidia-, a la pérdida o ruptura de las viejas amistades a causa de discusiones políticas -esa maldita puerta que no debería abrirse jamás-, a ese asqueroso patriotismo basado únicamente en banderas de España por doquier, y a una sociedad que aplaude a los sanitarios pero que se muestra egoísta y antisocial pensando solo en una libertad basada en SUS vacaciones, SU puente, SU dinero, SUS planes frustrados y SU vida.
Con una mirada siempre lúcida, Andrés nos escribe, en relación a lo anterior, que tengo una horrible sensación: la de que no hayamos aprendido nada con esto. No es que me rinda, nunca lo he hecho, pero no estoy seguro de si realmente vamos a ser mejores personas después de esto. Escucho a pocos hablar de cómo podemos ayudar entre todos, del agotamiento de los sanitarios, de en qué hemos fallado. Ni en esto estamos juntos, así que tal vez salgamos distanciados, divididos. Es horrible. No obstante, cuando acaba uno de leer A través de los ojos no puede evitar sentirse mínimamente optimista. Quizá sean precisamente esa tres Marías de la educación las que, con ayuda de ciertos personajes públicos valientes, más si cabe si son gentes de cultura, como el propio Andrés -desde luego, no creo que sean nuestros nada desinteresados políticos-, puedan volver a unirnos como sociedad. Por eso son necesarios los libros como este. Libros en los que el autor no solo se desnuda a sí mismo, sino que también desnuda al lector. Un lector que no tiene más remedio que reaccionar ante lo que le muestra el espejo que aparece reflejado a través de sus ojos. Por eso: mil gracias, Andrés.