La literatura weird o literatura oscura -basada en historias de fantasmas y hechos paranormales, asombrosos y macabros-, puesta de moda por Edgar Alan Poe y H. P. Lovecraft entre finales del siglo XIX y principios del XX y seguida en el tiempo por autores contemporáneos como Stephen King , Paul Tremblay, China Mieville o Clive Barker, también nos puede ayudar a reflexionar sobre los problemas existenciales que nos ha tocado enfrentar como sociedad a lo largo de los últimos ciento veinte o ciento cincuenta años. Además de presentar historias que nos entretienen y aterran este tipo de literatura puede, como digo, hacernos pensar sobre los retos de nuestro presente y nuestro futuro. Especialmente en momentos como el actual: quizá más cerca que nunca de una temible tercera guerra mundial y con recomendaciones por parte de ciertas autoridades de la necesidad de hacernos con un kit de supervivencia, por si acaso. Aunque el tema da para muchos debates no voy a entrar en él en estas líneas. Porque lo que nos ocupa aquí es la literatura.
Una de las crisis existenciales que nos toca lidiar a todos es la que se desarrolla en torno a la treintena. Como le sucede a Rose McFarland, la protagonista de Susurros en la oscuridad, todos nos hemos preguntado quiénes somos. ¿Cuál es nuestro propósito en la vida? ¿Qué significado tenemos en este mundo? ¿Qué demonios hacemos aquí? Aunque el caso de Rose es peor todavía. Es una francotiradora de los SWAT de Memphis que esconde un terrible secreto. Sus compañeros saben que bajo su ropa se esparcen multitud de quemaduras a causa de un incendio que causó la muerte de su padre y su hermano mayor dieciséis años atrás. También conocen que, desde entonces, su relación con su única pariente viva, su madre, es inexistente. Y sus superiores tienen constancia de que pasó dos años recluida en un centro de rehabilitación, curando sus heridas y recuperándose del trauma psicológico posterior al incendio.
Lo que nadie sabe es que lo que de verdad la llevó a ese centro de rehabilitación fueron las visiones y los susurros que, procedentes de espíritus embravecidos, devastaron tanto su infancia como la vida familiar. Sus padres consideraron su don -poder comunicarse con los muertos- como una desgracia para la familia. Y su reacción no fue precisamente ayudarla sino convertirse en unos auténticos psicópatas que nunca dejaron de machacarla, castigarla y apartarla en un sótano en el que los espíritus cobraban mayor virulencia todavía. Su madre, además, la acusó de ser la causante del fatal incendio -originado, para más inri, debajo de su cama-, y, aunque ella sabe que no hizo tal cosa, no ha dejado de culparse de lo sucedido. Divorciada de Sam McFarland, su primer esposo, y viuda de Aaron Matthews, su segundo marido, mantiene una relación con Luke Harris, un ex compañero de patrulla que ahora trabaja para una empresa de seguridad privada. Con todo esto, como para no sufrir una crisis perpetua.
Rose sigue enamorada de Sam. No fue ella la que puso fin a su matrimonio. Trató de rehacer su vida como pudo, pero Aaron falleció en un accidente. Incapaz de volver a mantener una relación de pareja como tal, sale con Luke, quien sí ansía dar un paso más y dejar de ser un amigo con derecho a roce. Para Rose la vida son su trabajo y sus hijos: Lily, hija de Sam, y Tommy, hijo de Aaron. Sam hace de padre de ambos. Y Luke, de tío. Un complejo puzzle que, sin embargo y contra todo pronóstico, parece funcionar. Hasta que en una operación de los SWAT Rose debe disparar a Charlie Akers, un hombre que ha asesinado -quemada viva- a su esposa y se ha atrincherado en su casa de Union Avenue junto a sus dos hijos, a los que utiliza como escudos para protegerse de los policías que tratan de terminar con su acto de locura. Akers muere a causa del tiro de Rose, pero lo que parece el fin de la operación se convierte en el comienzo de la peor pesadilla para Rose.
Su compañero Zach Dayton le confiesa haber escuchado cosas extrañas en las grabaciones realizadas durante la operación. Y su comportamiento comienza a ser como mínimo extraño. Además, cuando Rose se acerca al cuerpo de Charlie Akers para comprobar el lugar exacto del impacto de la bala que acabó con su vida, este la mira y le susurra unas palabras que casi la hacen enloquecer. Sensación que empora más si cabe al comprobar que su propio hijo, Tommy, también comienza a ver visiones y a escuchar susurros. La aparición en escena de Evan Neal, un agente del FBI que también parece guardar tras de sí un secreto relacionado con ella, con amenazas y peticiones fuera de lugar hará que, tras todos los esfuerzos por parte de Rose por dejar atrás aquella época oscura de su niñez y adolescencia, reaparezcan todos aquellos viejos fantasmas. Y la aparentemente tipa dura Rose McFarland parece desmoronarse ante la responsabilidad que se presenta ante ella. La de matar fantasmas. Unos fantasmas a los que se puede matar a tiros.
Y, como bien dice la conocida ley de Murphy, todo es susceptible de empeorar. Algo que también le sucede a Rose al comprobar que no solo ha de luchar contra sus viejos fantasmas. Los ya conocidos. Sino que lo que se presenta ante ella es una especie de revolución de todos los fantasmas del mundo. Unos fantasmas que, en forma de susurros, quieren liberarse y conquistar el mundo entero. Y es en ese momento de la historia en el que se pasa del thriller paranormal a ese género weird del que hablábamos al principio. Una historia de terror sobrenatural con toques macabros. Un tipo de novela que no es lo que servidor acostumbra a leer, pero que de vez en cuando viene bien para olvidar una realidad que a todos nos oprime. Susurros en la oscuridad te atrapa y hace que te evadas por completo de la vida cotidiana. Es lo que tienen los buenos libros: te obligan a zambullirte en sus historias, de las que no quieres salir hasta su final.
Laurel Hightower es una autora estadounidense que compagina la escritura de novelas con su trabajo como asistente legal en un bufete. Además, presenta su propio podcast. A tenor de lo leído en esta novela parece conocer muy bien la psicología humana, puesto que los personajes aparecen muy bien caracterizados psicológicamente desde sus primeros capítulos, labor que hace que la tarea del lector por conocerlos sea menos ardua y mucho más satisfactoria. Ha escrito varias novelas de este mismo género. Las dos primeras, Susurros en la oscuridad y Encrucijada, han llegado a nuestro país de la mano de Dilatando Mentes, una editorial independiente afincada en Ondara (Alicante) de la cual desconocía su existencia hasta ahora y cuyo lema reza así: para aquellos que saben que un libro es algo más que una sucesión de páginas impresas. Editorial que, viendo su ya extenso catálogo, conviene seguir muy de cerca a partir de ahora.