A finales de 2020 Javier Moro --Madrid, 1955, autor de, entre otras, Pasión india (2005), El sari rojo (2008) y El imperio eres tú (Premio Planeta 2011)-- publicó su última novela. Una obra en la que pasó revista a la aventura norteamericana del arquitecto valenciano Rafael Guastavino y uno de sus hijos, Rafael Guastavino Jr.. Llegados a Nueva York en 1881 junto a Paulina Roig y sus otras dos hijas, que hubieron de regresar a España tan solo unos meses después a causa de los problemas económicos familiares, los Guastavino comenzaron a cimentar poco a poco una larga y muy fructífera carrera arquitectónica en la costa este de los EE. UU.. Sobre todo desde que en 1885 fue patentado el sistema Guastavino, consistente en una técnica constructiva de arcos y bóvedas autoportantes de baldosas de terracota adheridas con capas de mortero siguiendo la curvatura de la cubierta. Un sistema, también denominado de bóveda tabicada, que conseguía gran cohesión, resistencia y abaratamiento de costes.
Para narrar la historia Javier Moro utiliza la voz, en primera persona, de Rafael Guastavino Jr., quien nos cuenta, apoyándose en cartas y documentos que de su padre y otros personajes todavía conserva, los entresijos de sus vidas, tanto a nivel laboral como familiar. Así, poco a poco nos va informando de los orígenes de ambos. De la niñez de su padre, criado en torno a la Catedral y a la Lonja de la Seda de Valencia, edificios que siempre despertaron su pasión por la construcción. En efecto, Guastavino trabajó como aprendiz en Valencia y más tarde se trasladó a la escuela de maestros de obra de Barcelona, donde construyó la famosa fábrica Batlló y el Teatro de la Massa (en Vilasar de Dalt). No obstante, problemas conyugales y económicos lo obligaron a abandonar para siempre --y el misterio acerca del motivo acompañará a su hijo durante casi toda su vida-- la ciudad condal y España para comenzar desde cero en Nueva York, lugar destinado a ser el centro de la nueva arquitectura mundial.
Si Guastavino, considerado el arquitecto de Nueva York --su participación se puede todavía disfrutar en numerosos edificios emblemáticos de la ciudad (la Grand Central Terminal, diversas estaciones de metro, el hall de Ellis Island, el puente de Queensboro, la catedral de San Juan el Divino, el Carnegie Hall, el Museo Americano de Historia Nacional, el City Hall, el Hospital Monte Sinaí o la iglesia de San Bartholomé, entre otros)--, no triunfó más todavía pese a ser un absoluto genio arquitectónico fue debido a la coexistencia de dos grandes factores que se lo impidieron de forma sucesiva. En primer lugar, su tormentosa relación con las mujeres. Y, antes que ello incluso, que estaba más enamorado de su trabajo y de la belleza que de él florecía que de cualquier otra cosa o persona en el mundo. Y Guastavino Jr. nos ilustra con varios ejemplos de ambos aspectos a lo largo de una narración que supera las cuatrocientas páginas.
¿Cómo era posible que alguien tan volcado en su trabajo como él, tan estudioso, tan meticuloso con sus diseños, tan serio en sus compromisos, fuese incapaz de controlar sus impulsos más básicos? ¿Cómo es posible que, estando en el cenit de su fulgurante carrera, disfrutando de éxito social insólito y de estabilidad familiar, se arriesgase tanto a perderlo todo?, se pregunta su vástago al tratar de explicarse cómo pudo su padre engañar a su esposa con su madre. Hijo, a veces cuesta mucho controlar el arrebato. La llama de la pasión con Pilar se había extinguido, y tu madre era distinta, era cariñosa y de buen ver..., le responde finalmente su padre tratando de justificarse. Y, sin embargo, años después, en un escenario diferente y con protagonistas diferentes, demuestra que no ha aprendido, haciendo bueno aquello de que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra. Y, claro, los hijos suelen tomar como modelos a sus padres.
El otro problema que le impidió aportar más si cabe al mundo de la arquitectura fue su amor por la belleza, ejemplificado en estas palabras: Rafael, tus presupuestos son incumplibles. Siempre los haces por debajo de su valor. No calculas bien los costes. El problema es que estás enamorado de lo que haces. Y esa es tu perdición. Lo llevas en la frente, todos lo ven y se aprovechan de ti, saben que ahí te tienen agarrado. Tienes que hacer un esfuerzo y ser más realista. O nunca saldrás de la ruina. Y, ¿cuál es su respuesta ante ello? Nunca tengo tiempo de verificar los precios de los materiales. No puedo estar sin construir. Y, claro, esa impulsiva forma de hacer las cosas llega a arruinarle varias veces a lo largo de su vida. Eso sí, siempre sabe recomponerse, comenzar desde cero, ganar nuevos concursos, conseguir nuevos proyectos y volver a renacer desde sus cenizas para continuar con su actividad y seguir enseñando a su hijo.
El gran logro de los Guastavino fue crear la Guastavino Fireproof Construction Company, cuyas bóvedas, a prueba de fuego --de ahí el título de la novela--, permitieron construir en las grandes ciudades con mayor fiabilidad tras los desastrosos incendios de Chicago y Boston en 1871 y 1872 respectivamente. Porque sus actividades no solo se centraron en Nueva York. También dejaron su sello en Boston (Biblioteca Pública), Washington (Museo Nacional de Historia Nacional y Corte Suprema de EE. UU.), Chicago y otras grandes ciudades de la costa este del país. Incluso en Black Mountain, un pequeño pueblo de Carolina del Norte que Guastavino Senior eligió como retiro junto a su gran amor, la mexicana Francisca, donde construyó, sin escatimar en gastos, tal cual fue siempre él, una gran propiedad de nombre Rhododendron, lugar donde finalmente falleció en 1908, justo un mes antes de cumplir los 66 años de edad.
Dejando de lado la Historia pura y dura, lo que más me ha llamado la atención es cómo van evolucionando los personajes a lo largo de los años. Especialmente Guastavino Jr., que comienza siendo un niño de nueve años y termina por convertirse en un hombre hecho y derecho; William Blodgett, quien entra en la Compañía como el economista que debe poner en vereda a su jefe y acaba convirtiéndose en su socio de máxima confianza; y Francisca, que debe aprender a lidiar con el torito bravo español que resulta ser Guastavino. Pero, por encima de todo, resalta la evolución de la relación entre padre e hijo. Desde la lógica total supeditación del hijo respecto del padre hasta la continuación de la labor de este más allá de su muerte, pasando por los primeros proyectos del hijo, la cooperación, la lucha por la independencia y los tira y afloja respecto a la finalización de los trabajos y la forma de llevar la Compañía.
Y de entre los sentimientos que refleja en la narración Guastavino Jr. me quedo sin duda con este: la relación entre nosotros nunca se había enfriado tanto. Si pudiera ir atrás en el tiempo y aprovechar esos meses en los que no quise verle para decirle lo mucho que ahora lo siento... Cuánto cambiarían las relaciones entre la gente si tuviésemos clara y bien presente la inevitabilidad de la muerte. Los Guastavino fueron, sobre todo el padre, unos románticos de su trabajo. Y este fragmento lo pone de manifiesto: mi padre acertó a prever el Modernismo y sus líneas onduladas, porque fue la extensión de lo que había puesto en marcha. En cambio, no compartía mi opinión sobre lo que yo veía para después, el funcionalismo. Mi padre se rebelaba contra esa arquitectura sin alma. Romper con el pasado es de ignorantes. No se puede anteponer la originalidad a la belleza, sentenciaba siempre ante su hijo y ante cualquier joven estudiante que le hiciera referencia al tema.
A prueba de fuego, de Javier Moro, es una bonita biografía de una de las grandes familias de la Historia de la arquitectura contemporánea. Y solo ha sido posible gracias a un enorme trabajo de documentación e investigación por parte de un autor al que desde aquí solo cabe felicitar. El resultado bien vale la pena.