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miércoles, 13 de octubre de 2021

Ganarle a Dios. Hanna Krall. Edhasa. 2008. Reseña

 


    



    La periodista, escritora y guionista Hanna Krall (1937) es, junto al también periodista Ryszard Kapuscinski, una de las principales renovadoras de la literatura testimonial polaca. Especialista en temas relacionados con el Holocausto --Polonia es un país donde todavía viven muchos de los testigos presenciales de los hechos acaecidos en aquella época negra--, Ganarle a Dios (1977) es su obra más conocida. Se trata de una entrevista con Marek Edelman, cardiólogo de renombre y último superviviente de la sublevación del gueto de Varsovia (1943). Prohibido en tiempos del comunismo, conoció veinticinco ediciones clandestinas y ha sido traducido a quince idiomas. Edhasa presentó en 2008 la edición que pretendo reseñar en estas líneas. Con tapa dura y letra grande, permite disfrutar y sufrir a la vez de un conjunto de reflexiones, recuerdos y pensamientos acerca de los terribles sucesos que el entrevistado hubo de vivir en primera persona durante la Segunda Guerra Mundial en Varsovia.


    Pese a su brevedad, apenas 120 páginas, nos ilumina sobre temas como el exterminio de los judíos del gueto de Varsovia, el modo de vida de estos en el interior de los cercados, la preparación de los sublevados, la ayuda externa en forma de dinero llegado desde el gobierno polaco en el exilio londinense --comandado por el general Sikorski-- para comprar armas en el mercado negro de la zona aria y los hechos sucedidos durante la sublevación de unos quinientos jóvenes valientes que, en su mayoría, dieron la vida para conseguir la dignidad perdida por parte de su pueblo a manos de los nazis. Del diálogo entre Hanna Krall y Marek Edelman afloran los recuerdos sobre los trenes de la muerte, los momentos encendidos en plena sublevación, el descubrimiento de los cadáveres de los otros cuatro lugartenientes de la ZOB --la Organización Judía de Combate, liderada por Mordejai Anilevich-- o la huida final a través de las alcantarillas, cuando el gueto estaba ya destruido y calcinado por completo. 


    La entrevista y el libro que la transcribe aborda también la vida de Edelman tras la guerra. Sus experiencias como cardiólogo son similares a las vividas durante la ocupación alemana. En ambas situaciones luchó por salvar vidas, primero en el gueto y después en el quirófano. Porque, para él, cuando uno conoce tan bien la muerte, se siente responsable de la vida. Y esa es una manera más de ganarle la carrera a Dios. Resulta grato saber que si algo sale bien es porque le has hecho una jugarreta. Dios quiere apagar la vela, y yo tengo que apresurarme a proteger la llama. Que arda al menos un poco más de lo que Él pretende. De estas afirmaciones proviene el título del libro. Un libro que reflexiona sobre el sentido de aquella resistencia armada condenada al fracaso ya desde su mismo inicio. Un canto a la dignidad que nos recuerda cuál es el verdadero sentido de la vida. Mantener la esperanza y la voluntad de supervivencia.


    El drama existe cuando puedes tomar alguna decisión, cuando algo depende de ti, y allí todo estaba decidido de antemano, reflexiona Edelman en un momento. A lo que, recuerda, respondió Mordejai Anilevich: vamos a la muerte, no hay retirada posible, moriremos por el honor, para la historia. Durante la parte final de las Aktions, entre el 22 de julio y el 8 de septiembre de 1942, los alemanes pedían voluntarios para ser trasladados a otros lugares de trabajo --en realidad, los trenes los llevarían a la muerte en Treblinka-- a cambio de tres kilos de pan y mermelada. Miles de personas acudían diariamente a la Umschlagplatz --plaza de transbordos-- por voluntad propia, como corderos al matadero. Y él lo vio con sus propios ojos, pues su labor en aquellos momentos era estar en la puerta de la plaza tratando de salvar la vida de las personas consideradas necesarias para poder llevar a buen término la sublevación.


    Edelman reflexiona sobre este hecho. Y lo tiene muy claro: es terrible ir con tanta tranquilidad a la muerte. Es mucho más duro que disparar. Morir disparando es tanto más fácil: nos era tanto más fácil morir a nosotros que al hombre que caminaba hacia el vagón, y después entraba allí y después cavaba su fosa y después se desnudaba... Como ya escribió en la obra También hubo amor en el gueto, reseñada hace un tiempo en este mismo blog, la gente se enamoraba. Estar con alguien en el gueto era la única forma posible de vivir. Uno se encerraba en algún lugar con otra persona y hasta la siguiente acción ya no estaba solo. Si por algún milagro uno se salvaba y seguía viviendo, tenía que pegarse a otro ser viviente. Y recuerda, además, que en el gueto también había prostitutas y proxenetas. Algo que tampoco debe sorprendernos. Porque, hasta en la desgracia, y especialmente en ella, la gente siempre busca algún consuelo al que agarrarse para seguir con vida.


    Un hecho que no conocen quienes no han investigado sobre el tema es la colaboración entre las policías alemana, polaca y judía a la hora de exterminar a la población del gueto. La policía judía, con tal de asegurarse su propia supervivencia y la de sus familias, trabajaba codo con codo con los enemigos de su pueblo. Y la ZOB condenó a muerte a varios de sus miembros. Como, por ejemplo, al comandante, Szerynski, y a su ayudante, Lejkin. También ejecutaban a quienes se negaran a dar dinero para comprar armas. Así, un total de diez cañones consiguieron meterse en el gueto. Un revólver podía llegar a costar en el mercado negro entre tres y quince mil zlotys (entre casi mil y cinco mil euros actuales). Y ocultar a un judío en la zona libre aria, entre dos y cinco mil zlotys (entre quinientos y mil quinientos euros). Huelga decir que reunir tal cantidad de dinero en tiempos tan convulsos como aquellos requería un gran esfuerzo por parte de todos los integrantes y/o simpatizantes de la ZOB.


    Uno de los capítulos más llamativos del relato es el del momento en el que los alemanes prendieron fuego al gueto. Los jóvenes sublevados y otros habitantes de las distintas zonas tuvieron que atravesar las llamas para poder escapar a otros lugares más seguros. Muchos murieron quemados, asfixiados, ametrallados. Otros corrieron por los tejados o por los refugios construidos bajo los sótanos. En un momento dado, cavaron una improvisada tumba para cinco personas. Como era primero de mayo, cantamos en voz baja sobre la tumba los primeros versos de La Internacional. ¿Lo creerás? Había que estar realmente mal de la cabeza. En efecto, las canciones, las poesías, los dibujos y los diferentes modos de confraternidad fueron básicos para seguir hacia adelante en un lucha perdida de antemano. En parte por ello, desde el exilio londinense se creó Zegota, el Consejo de Ayuda a los Judíos. Desde dicho Consejo se dio dinero para armas y se trazaron planes para salvar al máximo número de personas posible.


    La colaboración entre la ZOB, el Zegota, el AK --Ejército Polaco del Interior, la mayor organización clandestina de toda la Polonia ocupada-- y el AL --Ejército Popular-- resultó clave para minimizar la aniquilación de la población judía del país, principalmente en su capital, Varsovia. Y es que suele suceder que es en el peor de los escenarios posible donde la unión suele hacer la fuerza. Sobre todo, ante la existencia de un enemigo común cruel, despiadado y bárbaro que amenaza con acabar con todo un país. Ganarle a Dios es un claro ejemplo de dignidad, honor y valor. El valor de las vidas de unas personas que estaban condenadas a muerte simplemente por ser de otra raza, hablar otra lengua y profesar otra religión. Marek Edelman, como último superviviente de los dramáticos hechos ocurridos durante el Holocausto en Varsovia, tiene el derecho y el deber de dejar constancia de cuanto allí sucedió. Y los lectores debemos leer sus testimonios. Porque no conocer la Historia te obliga a repetir los errores del pasado...