De forma consciente o simplemente casual, cuando Camilo José Cela publicó, en 1942, La familia de Pascual Duarte, dio el pistoletazo de salida a una técnica literaria narrativa que hoy conocemos con el nombre de tremendismo. Técnica que se puso de moda a partir de entonces y que se caracterizó por la cruda presentación de la trama, que recurre a hechos violentos muy a menudo, el particular tratamiento de los personajes, seres marginados de la sociedad (criminales, prostitutas, personas con defectos psíquicos o físicos, etc) y el uso de un lenguaje desgarrado, duro, realista al detalle. La relación entre esta tendencia y el contexto histórico --pos guerra civil española-- es clara, habida cuenta de las duras experiencias que los autores de la época hubieron de sufrir durante la contienda.
Los personajes viven, pues, en ambientes marginales y atenazados por la incultura, el dolor y la angustia vital. Lo grotesco y lo repulsivo juegan un papel central en la narración, por lo que el lector asiste a ella impactado. Nada mejor si lo que se pretende con ello es precisamente realizar una honda crítica social. Y, sin duda, La familia de Pascual Duarte, lo es. Porque Pascual Duarte, su protagonista, vivió entre fines del siglo XIX y 1937, años en los que la inestabilidad política, social y económica provocaron que la violencia, a falta de cultura, se extendiera por la sociedad cómo único recurso para solucionar los problemas. Así, Duarte se convierte en criminal. Y, como todo criminal, antes o después habrá de pagar por sus actos.
Gracias a esta obra, la literatura española volvió al mundo popular y campesino, poblado por seres primitivos y elementales en cuyos instintos primarios y pasiones salvajes retornamos a la barbarie ancestral de una tierra marcada por el odio y la violencia. Y lo hace de forma audaz y original, a través de varios narradores --el principal de ellos, el propio Duarte, quien narra en primera persona los hechos de su vida, haciendo especial hincapié en aquellos en los que actuó movido por sus graves accesos de ira y rabia, los cuales lo han llevado a esperar en una celda extremeña el momento de su ejecución--, y recurriendo a menudo al refranero español cuando estos no encuentran las palabras necesarias para expresar sus sentimientos o pensamientos.
Se llevaban mal mis padres, afirma Pascual Duarte, aludiendo a su poca educación, a su escasez de virtudes y a que se cuidaran bien poco de refrenar los instintos, añadiendo que solían llegar a las manos en sus discusiones. Además, explica que mi instrucción escolar poco tiempo duró. Habla del carácter autoritario y violento de su padre y de que su madre se metía con él a la mínima ocasión. Y recuerda el nacimiento de su hermana pequeña, Rosario, quien si bien tardó algo más de lo corriente en aprender a andar, rompió a hablar con tal soltura que a todos nos tenía como embobados con sus gracias. De todo ello se desprende que su hermana fue, en realidad, la única persona a la que Duarte amó de verdad a lo largo de su azarosa vida.
La muerte de su padre, a causa de la mordedura de un perro rabioso, y sobre todo la de su hermano pequeño, Mario, marcó su infancia. Y su odio hacia su madre se acrecentó. De ella dice que no lloró la muerte de su hijo y que, por ello, tal odio llegué a cobrar a mi madre, y tan deprisa había de crecerme, que llegué a tener miedo de mí mismo. Y, así, a mi madre llegué a perderle la respeto, primero, y el cariño y las formas al andar de los años. Dejó de ser una madre en mi corazón y llegó a convertírseme en un enemigo rabioso que me gastó toda la bilis. El futuro crimen comienza a tomar forma en la cabeza del protagonista. Antes de él, sin embargo, hubo más. Concretamente, los de Lola, su primera esposa, que lo engaña con el Estirao, y el del propio el Estirao, que ha deshonrado tanto a su esposa como a su hermana Rosario.
A lo largo de su relato, Duarte se lamenta de su mala suerte y de su desgracia. ¡Quién sabe si no sería Dios que me castigaba por lo mucho que había pecado y por lo mucho que había de pecar todavía! ¡Quién sabe si no sería que estaba escrito en la divina memoria que la desgracia había de ser mi único camino, la única senda por la que mis tristes días habían de discurrir! Porque a los malos tratos recibidos por parte de sus padres y la muerte de su hermano pequeño a corta edad habría que añadir la muerte de su propio hijo y la deshonra de su hermana, que llega a ejercer la prostitución de la mano de el Estirao. Y en pleno subidón de ira, reflexiona sobre que si los hombres del campo tuviéramos las mismas tragaderas de los de las poblaciones, los presidios estarían deshabitados como islas.
Pero, como todo es susceptible de empeorar, Lola llega a decirle, justo antes de morir, que la sangre parece como el abono de tu vida, palabras que, añade Duarte, como con fuegos grabadas conmigo morirán. Y, tras cumplir condena por los asesinatos de Lola y el Estirao, es liberado. Por contra, el sentimiento de Duarte respecto a su libertad resulta muy significativo por cuanto anticipa lo que está por venir todavía: creyendo que me hacían un favor, me hundieron para siempre. Así narra su vuelta al pueblo: un poco más adelante estaba el cementerio. El cementerio donde descansaba mi padre de su furia; Mario, de su inocencia; mi mujer, su abandono; el Estirao, su mucha chulería. El cementerio donde se pudrían los restos de mis dos hijos, del abortado y de Pascualillo, que en los once meses de vida que alcanzó fuera talmente un sol...
Al reunirse de nuevo con su hermana, la única persona a la que puede acudir tras haber cumplido su condena, la Rosario se sonreía con su sonrisa de siempre, esa sonrisa triste y como abatida que tienen todos los desgraciados de buen fondo. Su hermana le ha buscado hasta novia: Esperanza, enamorada de él desde antes de su primer matrimonio con Lola, quien le ha esperado para ser su segunda esposa. La mala relación de su madre con su esposa, sumada al odio de siempre y los deseos incumplidos, truncados de poder comenzar una nueva vida desde cero, precipita los acontecimientos definitivamente. Frustrado y desesperado, Duarte piensa que hay ocasiones en las que más vale borrarse como un muerto, desaparecer de repente como tragado por la tierra, deshilarse en el aire como el copo de humo. Todas estas reflexiones en voz alta constituyen buena parte de lo mejor de la novela de don Camilo.