En 1958, veintiséis años después de la publicación de la distopía Un mundo feliz, Aldous Huxley recopiló una docena de ensayos sobre su novela original en la revista estadounidense Newsday. De ese conjunto de ensayos nació Nueva visita a un mundo feliz, a partir de la cual revisitamos los contenidos de la novela, verificando sus muchos aciertos y sus pocas equivocaciones sobre lo que en ella se vaticinó en relación a la evolución de la civilización occidental durante ese cuarto de siglo. Además, se comparan algunos hechos respecto a la otra gran distopía del momento: 1984, de George Orwell (1948). En cambio, obvia --el autor tendría sus motivos, los cuales desconozco-- la tercera en discordia, Fahrenheit 451, de Ray Bradbury (1953).
La principal diferencia entre 1984 y Un mundo feliz responde directamente a los diferentes momentos de su escritura: en 1931 todavía no había alcanzado el poder Hitler y Stalin no había mostrado su peor cara. En 1948, por contra, el nazismo había provocado una auténtica catástrofe mundial y el comunismo estalinista campaba a sus anchas por una Europa devastada. Así, mientras que la sociedad de la obra de Huxley era regulada por el poder mediante métodos manipuladores, psicológicos y genéticos, en la obra de Orwell se recurre al castigo violento y a un miedo que roza el terror. Sin embargo, en 1958, en el momento de escritura del conjunto de ensayos que nos ocupa, Stalin había fallecido y el comunismo comenzaba a emplear métodos más acordes a Un mundo feliz que a 1984.
El problema de una población en rápido aumento en relación con los recursos naturales, la estabilidad social y el bienestar de los individuos será el problema central de la humanidad en el siglo XXI, vaticinó Huxley. En su opinión, existe una correlación íntima entre la demasiada gente y la formulación de filosofías autoritarias y la aparición de sistemas totalitarios de gobierno. Si la economía es precaria, el gobierno debe tomar medidas restrictivas, lo cual provoca inquietud política entre los ciudadanos. Asegurar el orden público y la propia autoridad del gobierno conlleva, a su vez, una mayor concentración del poder en manos del Poder Ejecutivo y de su administración burocrática. Y todo ello puede suponer el auge de una dictadura totalitaria y la pérdida de la libertad ciudadana.
El progreso tecnológico provoca una centralización y una concentración del poder. La democracia difícilmente puede florecer en sociedades donde el poder político y económico se concentra y centraliza progresivamente. Así, el hombre modesto estará en clara desventaja respecto a la dictadura de la Gran Empresa. La Gran Empresa y el Gran Gobierno tienden a convertir al individuo en un autómata frustrado, trastornado y desesperado que vive bajo un frenético afán de trabajo y supuestos placeres. El hombre, en cambio, no está hecho para ser autómata, y si se convierte en tal, la base de su salud mental quedará destruida. Una organización excesiva sofoca el espíritu creador y suprime la libertad. De ahí a la servidumbre no hay más que un pequeño paso. Y parece que vamos de camino hacia ella.
Huxley dedica un capítulo a la propaganda ejercida desde el poder, y advierte de algunos de sus numerosos peligros: trata de influir en sus víctimas mediante la mera repetición de consignas, la furiosa denuncia contra víctimas propiciatorias extranjeras o nacionales y la astuta asociación de las más bajas pasiones con los más altos ideales, de modo que las atrocidades se perpetran en nombre de Dios y la más cínica de las realpolitik se convierte en cuestión de principio religioso y de deber patriótico. La comunicación en masa es una fuerza, y como tal, puede ser bien o mal empleada. Así, en muchos lugares están dominados por el Estado o por la Élite del Poder. Además, siempre les quedará entretener a los ciudadanos con el opio del pueblo: el circo romano o el fútbol presente, por ejemplo.
En la actualidad (1958), el arte de gobernar las mentes ajenas lleva camino de convertirse en ciencia, afirmó Huxley. Y lanza una pregunta: ¿Cómo podemos preservar la integridad del individuo humano y reafirmar su valor en la época de un exceso de población y un exceso de organización que se están acelerando, y de unos medios de comunicación en masa cada vez más eficientes? Conviene recordar que las campañas electorales no se basan ya en programas de gobierno futuro ni en principios políticos e ideológicos, sino que los diferentes partidos presentan a un candidato que parezca sincero, repita eslóganes hasta la saciedad y no aburra al electorado con explicaciones farragosas que nadie entiende. Es decir, que los peritos publicitarios mandan en la política más que la propia política.
El arte de vender, el lavado de cerebros, la persuasión química y la hipnopedia ocupan un tercio de los capítulos de la obra. En condiciones favorables, no hay prácticamente nadie que no pueda ser convertido a cualquier cosa, afirma Huxley. El lavado de cerebros combina el empleo sistemático de la violencia (como en 1984) con una hábil manipulación psicológica (como en Un mundo feliz). La persuasión química aparece en la novela original de la mano del soma, una especie de anti depresivo que evocaba visiones de otro mundo mejor, ofrecía esperanza y promovía la caridad con la finalidad de actuar contra la inadaptación personal, la inquietud social y la difusión de ideas subversivas. En definitiva, lo que los gobernantes buscan con todo ello es que sus gobernados estén apaciguados.
La educación para la libertad se antoja, pues, como la gran batalla de los próximos años y décadas según el autor. Y es que, en palabras de Huxley, los gobernantes del futuro tratarán de imponer la uniformidad social y cultural a los adultos y sus hijos. Utilizarán todas las técnicas de manipulación de la mente a su disposición y no vacilarán en reforzar estos métodos de persuasión no racional con la coacción económica y las amenazas de violencia física. El futuro pasa, por tanto, por volver a descentralizar el poder en manos de la Gran Empresa y el Gran Poder. Tal vez las fuerzas que amenazan a la libertad son demasiado fuertes, sin embargo, tenemos el deber de hacer cuanto podamos para resistirlas. Pues eso: en nuestras manos está mantener el mundo libre...