A finales de 2018, justo diez años después de su primera publicación y aprovechando el más que merecido éxito de su última novela, Ordesa, la editorial Alfaguara relanzó España. Una novela de relatos, elucubraciones, visiones y recuerdos en la que el escritor de Barbastro Manuel Vilas realiza un espectacular ejercicio de construcción de un país en el que sentirse más a gusto, con él y consigo mismo. Porque, como el propio autor reconoce en las primeras páginas, recuerdo que titulé así esta novela, con título tan temerario, porque me parecía que la palabra más incómoda y casi maldita que existe en mi país es precisamente el nombre de mi país. Me parecía que ya solo ese hecho objetivo merecía un libro. Merecía una comedia, una celebración, un suspiro y un beso misterioso.
Vilas escribió esta novela en un momento de su vida, poco después de cumplir los cuarenta años de edad y de perder a su padre, en el que ansiaba romper con las convenciones y la injusticia y buscar la libertad. Para ello se inventó una manera diferente de estar en este país, creando desde la nada un libro en el que la imaginación y el delirio campan a sus anchas. Lo consiguió, pues hay diferentes momentos de la novela que nos recuerdan al más puro surrealismo. Y también al vanguardismo. Porque lo que encontramos en España es una mezcla de Kafka, Frankenstein, Patti Smith, los poetas de la generación del 27, Bob Dylan y varios Manuel Vilas. Y es que el propio autor se convierte en personaje en varios fragmentos del libro.
Vilas asimiló entre 2002 y 2007 que todo lo que yo era, había sido y sería formaba parte de un tiempo concreto, una sociedad y una identidad cultural. Me di cuenta de que mi vida era un suceso insignificante que ocurría dentro del descomunal, anónimo y terrible océano de la Historia. Sin duda, la España de esa época no le gustó --probablemente la actual todavía le debe gustar mucho menos--, y emergió desde su interior un fuerte espíritu de rebeldía. Su corazón le dictó una España diferente, y también un mundo diferente, pariendo esta nueva España que encontramos en las doscientas páginas que componen la novela. Un país en el que, por ejemplo, un padre no haya de sufrir por el maltrato laboral al que está siendo sometido su hijo.
El ser humano olvida la verdad; hay que repetirla; por triste que sea, la conciencia humana se entrega enseguida a la mentira o al olvido, que son lo mismo, afirma Vilas en referencia al canterismo y a la tecnología moral de la repetición. Por eso hay que repetir aquello de un te quiero, una caricia y un adiós. Porque la maldad existe. Y un crítico literario puede cargarse la carrera de un gran escritor a base no de criticar sus trabajos sino de simplemente ignorarlos. Lo peor no es una crítica negativa, sino no ser nombrado y, por tanto, no existir. Y la música y la literatura juegan un papel excepcional en la vida y obra de Manuel Vilas, convirtiéndose en formas de lucha contra la locura y la desesperación. Por eso, España está llena de poetas, narradores y músicos.
Max Brod, amigo de Kafka, salvó sus tres novelas póstumas --El proceso, América y El castillo-- huyendo de Praga la noche anterior a la llegada de los nazis, que asesinaron a las tres hermanas del famoso escritor. El pintor zaragozano Víctor Mira se suicidó en unas vías de tren en Alemania, harto de tanto Mal, el tema central de sus pinturas. El escritor Valle-Inclán creyó que España era el infierno cómico que Dante no supo escribir. Un injustamente condenado a muerte por electrocución afirmó que no me importa la muerte, sino la condena. Me importa que no quieran que viva. Me duele que haya gente que quiera la aniquilación de mi pensamiento. La injusticia, en suma, es uno de los temas de la novela.
En ella aparecen también las ideas del desarraigo y de los desfavorecidos. Y vemos a hombres que se suicidan en lugar de simplemente divorciarse, catedráticos que lo dejan todo para irse a las misiones, amantes que cambian a su amante por otra, pequeñoburgueses que se presentan a las tres de la mañana en pisos cochambrosos de las afueras pidiendo un talego de costo, políticos sin voluntad de transformación histórica, literatos que se mueren de hambre --literatura y hambre en España son lo mismo-- y terroristas metidos a jueces que discuten entre sí sobre si conviene o no ejecutar a su joven e inocente rehén --deberíamos matar a obispos y senadores y ministros y generales y al rey de España..., pero no hay huevos, solo tenemos huevos para matar a estos desgraciados, que encima son clase obrera--. Desarraigo, Mal, injusticia, de nuevo.
Pero no podemos olvidar la política. Es el otro gran tema de España. Hay sitio para Aznar y Zapatero, por ejemplo. Y, ciertamente, no salen muy bien parados en estas páginas. Mejor les va a Fidel Castro y al Che Guevara. Así, Vilas da voz a Fidel para decir palabras como estas: Ernesto es nuestra forma de estar en la Historia. Y nadie quiere que estemos en la Historia. El Che es el cuerpo y la sangre de América Latina. Hemos existido gracias a Ernesto y a la Revolución cubana. No nos dejaron otra forma de existencia. ¿Por qué nos han odiado y robado tanto? ¿Por qué nos han condenado a la pobreza? ¿Quién les dio el derecho ?¿Dónde se obtiene ese derecho? ¿Por qué callan España y Europa?
España es una novela muy arriesgada. Para poder escribir algo así, el autor debe ser plenamente consciente de cuáles son sus intenciones. Y queda claro que las intenciones de Vilas a la hora de planear estas páginas eran la originalidad, la imaginación llevada hasta el mismo delirio, la libertad y un total desprejuicio. El autor se nos muestra brillante, lúcido, crítico y también ameno. Algo fuera del alcance de la mayoría de los escritores actuales. Sobre todo en nuestro país.