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lunes, 21 de enero de 2019

Pan. Knut Hamsun. Anagrama. 2006. Reseña





     Pan es una de las obras más conocidas del escritor noruego Knut Hamsun, Premio Nobel de Literatura en 1920. Escrita en 1894, la novela es todo un canto a la mágica naturaleza del norte de Noruega, lugar en el que se crió el joven Hamsun, donde el monótono murmullo de los árboles y piedras que tan familiares me resultan me supera, me lleno de una extraña gratitud, todo entra en comunión conmigo, se funde conmigo, amo todo. Aunque mis únicos amigos eran el bosque y la gran soledad. Y es que Thomas Glahn, el joven teniente protagonista de la historia, capaz de leer las almas de las personas que me rodean, se guía, en su solitaria vida cotidiana, por la marea, por la hierba, que se acuesta a una hora determinada, y por el canto de los pájaros y por las flores.

     En efecto, Glahn vive de y por la naturaleza. Así, afirma que el uno de junio ya estarían vedadas la perdiz blanca y la liebre, entonces pescaría y viviría de pescado. Y cada vez se le dan peor las relaciones sociales --había perdido la costumbre de tratar con la gente y de vez en cuando tuteaba a las señoritas--, por lo que comete errores que lo avergüenzan. Especialmente cuando bebe, algo a lo que tampoco es dado. Su forma de vida ermitaña y de unión panteísta con el cosmos --Pan es el dios de los bosques, y de ahí el título de la obra-- es una de las constantes de la historia desarrollada por Hamsun. La otra, sus relaciones con los demás humanos, sobre todo con las mujeres: Edvarda, su gran amor, a la que trata de enamorar por todos los medios, y Eva, con quien se entretiene mientras tanto.

     El propio Glahn es quien narra en primera persona el verano vivido dos años atrás en el poblado de Sirilund, en Nordland. En él conocerá a Edvarda, hija malcriada, independiente y caprichosa del cacique del pueblo. Entre ellos se establecerá una relación en la que será ella la que irá marcando el ritmo y el camino a seguir en cada momento. Su proximidad o su separación respecto al teniente retirado harán que este vaya enfureciendo más y más. Lo cual lo llevará a ahogar sus penas con la hija del herrero, Eva, a la cual utilizará a su antojo, exactamente igual que hace con él Edvarda. Glahn pasa a convertirse en un pelele, algo que se niega a aceptar pese a tomar conciencia de que es la realidad. Una realidad demasiado dura de aceptar por un hombre tan orgulloso como él.

     Piso terreno desconocido, y no siempre sé cómo responder a las atenciones, a veces hablo sin coherencia o permanezco mudo, y eso me apena, escribe el teniente. Y, refiriéndose a Edvarda, continúa: si ella llegara a ser mía, me convertiría en una buena persona. La serviría incansablemente, como nadie. Celoso, en un momento de indiferencia de su amada, sin embargo, llega a dispararse en el pie. Porque, poco a poco, descubre que el doctor del pueblo tiene razón: Edvarda es bastante fantasiosa, tiene una imaginación muy viva, está esperando a su príncipe... pero intente influir sobre ella y entonces ella se burlará de todos sus esfuerzos. Y eso es, milimétricamente, lo que ocurre durante la historia narrada.

     Si Edvarda es irracional y calculadora a la vez, soberbia, obstinada y orgullosa, Eva es todo lo contrario. Una pieza muy fácil de conquistar por un hombre como él. Y Glahn, tan orgulloso y obstinado como Edvarda, verá en Eva a alguien en quien ahogar las penas infringidas por su amada inalcanzable. Hasta que, al fin, sabedor de que jamás será suya, de repente, la ira me invadió y me puse a suspirar. Ya no me quedaba honor, como máximo había gozado de la gracia de Edvarda una semana, se había acabado hacía tiempo y no actuaba conforme a ello. A partir de ahora mi corazón le gritaría: ¡eres polvo, aire, tierra en el camino, Dios sea mi testigo! Y será la pobre Eva, entregada a él por completo, quien pague por ello.

     A través de los treinta y ocho capítulos que completan el relato del teniente Glahn se ven incrementadas sus dotes para vivir en plena naturaleza, apartado de la gente de Sirilund, y menguadas, por ende, sus capacidades para convivir con sus pobladores. El hombre feliz y en paz consigo mismo de las primeras páginas del relato se va convirtiendo en un amargado peligroso, capaz de herirse a sí mismo y de matar de un disparo a su perro. ¿Todo por despecho, por desamor? Probablemente no, porque del protagonista no sabemos absolutamente nada de su vida anterior. Solo conocemos sus obras del verano narrado. Cada vez nos cae peor. Y vamos presagiando que algo va a acabar mal en toda esta historia.      

     Contradiciéndose a sí mismo, mostrándonos el mar de dudas en el que vive incluso dos años después de los hechos narrados, escribe en su relato: ya no pienso en ella. ¿Por qué no iba a haberla olvidado del todo después de tanto tiempo? Soy un hombre de honor. Y si alguien me pregunta si tengo alguna pena, me apresuro a contestar que no, que no tengo pena alguna... Y despide sus escritos así: he escrito esto para pasar el rato y me he divertido cuanto he podido. No me aflige pena alguna, sólo añoro otro lugar, no sé cuál, pero algún lugar lejano, África, tal vez, o la India, porque pertenezco a los bosques y a la soledad. Algo que, en cambio, sí corrobora lo que se nos ha contado desde las primeras páginas.

     Pan es una gran novela. Pese a su longitud --escasas ciento sesenta páginas--, logra captar por completo la atención del lector. La naturaleza en general, y la humana en particular, son su centro, su corazón. Hamsun se consagró con ella --junto a Hambre, su obra predecesora-- como el magnífico escritor que fue, hasta el punto de que Thomas Mann, Henry Miller, Franz Kafka o Isaac Bashevis Singer lo reconocieron como su particular padre literario y maestro indiscutible de la literatura moderna. Y Thomas Glahn, el neurótico protagonista de sus páginas, capaz de fascinar y horripilar por igual a las mujeres, personaje huraño y soberbio donde los haya, se descuartiza y se abre en canal ante nosotros sin ningún tipo de pudor para mostrarnos cómo de salvajes podemos llegar a ser las personas.