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miércoles, 12 de junio de 2019

Lluvia fina. Luis Landero. Tusquets Editores. 2019. Reseña





     Apartado de los focos mediáticos y de los grandes medios, el escritor de Alburquerque Luis Landero está construyendo, poco a poco, obra a obra, durante las últimas décadas una carrera literaria fascinante. En sus novelas nos habla a través de los corazones y los cerebros de cada uno de sus personajes. Razón y pasión pugnan entre sí en todos ellos para dilucidar cuál de ellos es el vencedor a la hora de que sus poseedores actúen en el gran teatro que Landero ha ido solidificando bajo la más firme de las bases: la honestidad hacia sus propios personajes y hacia los lectores. Algo que estos, los lectores, agradecemos y sabemos poner en valor a la hora de leer y recomendar sus obras. Pues bien, pese al enorme nivel alcanzado por el escritor de Badajoz --El balcón en invierno y La vida negociable, por ejemplo--, servidor puede asegurar que Lluvia fina es su mejor obra. Porque remueve conciencias.

     Y cuando digo que remueve conciencias me refiero a que cualquier lector puede ver en los textos de esta nueva novela aspectos con los que sentirá reflejada su propia personalidad y la de sus familiares, amigos y conocidos. Porque Lluvia fina es la historia, el retrato minucioso de una familia rota. Rota por los respectivos memoriales de agravios construidos por los propios personajes, a veces fundamentados en la realidad, otras veces bastante más alejados de esta de lo que sería lógico y razonable pensar. Y es que cada miembro de la familia ha ido acomodando la realidad a su propia vida, a los hechos que han ido conformando su presente y su negro futuro. Un negro futuro que todavía está por venir pero que ya se intuye. Todo esto ocurre en la práctica totalidad de las personas y las familias del mundo. Por eso siempre hay varias versiones que explican los hechos ocurridos. 

     Entre muchas más verdades, el autor estadounidense John Williams escribió en su maravillosa obra Stoner que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra. Y a sí misma, añadiría yo incluso. Porque la vida, y todo lo que la rodea, incluidos los propios recuerdos y relatos que cada cual afianza con el tiempo, va modelando a las personas. E incluso, a las familias. Porque, como escribe Landero en boca de Aurora, ningún relato es inocente. Siempre hay una finalidad, y en la mayoría de las veces se persigue justificar los actos o las palabras. Y siempre, siempre, los relatos o las palabras que vuelven de los oscuros ámbitos de la memoria llegan en son de guerra, cargados de agravios, y ansiosos de reivindicación y de discordia. Quien pueda, que tire la primera piedra.

     Comentaba el autor hace unos días que se le ocurrió escribir esta novela tras leer una noticia que hablaba de un muerto y tres heridos en una reunión familiar. De repente, imaginó la novela ya escrita y hasta publicada. Por eso, asegura, parece que se haya escrito sola. Evidentemente, no es así. Detrás de una gran novela siempre hay un gran trabajo. Pero esa es la gran virtud que uno observa al ir leyéndola. En efecto, parece que sí se haya escrito sola. El relato fluye, como una lluvia fina que acaba calando, y nos deja absolutamente noqueados con un final imprevisible. Durante seis días --desde que Gabriel, marido de Aurora, intenta montar una reunión familiar para celebrar el cumpleaños de su madre hasta el desenlace de la historia-- la narración nos conduce por los recuerdos de cada uno de los miembros de la familia. Todos, recogidos por Aurora, la dulce y ecuánime Aurora. La pobre Aurora.

     Montar un cumpleaños para curar las heridas familiares puede parecer una buena idea a priori. A la postre, en cambio, también puede desembocar en un gran desastre. Y eso es lo que sucede en Lluvia fina. ¿Puede hablarse de todo entre los seres queridos? ¿Le vale la pena a Aurora ser tan empática como para acabar metida de lleno en una guerra que no era realmente la suya? En efecto, Aurora escucha las versiones de los hechos familiares de boca de su marido Gabriel, de sus cuñadas Sonia y Andrea y de su suegra. Y va confirmando que sus relatos están tan alejados que ninguno de ellos puede ser realmente fiel a la realidad. Así las cosas, ¿cuál es la realidad? Desde luego, solo una parece indiscutible: la presencia de una madre viuda, autoritaria, excesivamente firme y a la que no se le puede llevar jamás la contraria. Mal caldo de cultivo para sus tres hijos.

     Sonia es la hermana mayor. Obligada a casarse a los catorce años, su niñez quedó interrumpida de forma muy abrupta. Demasiado. Debe abandonar sus muñecas y sus ansias de aprender inglés y de dedicarse a viajar por todo el mundo para convertirse en la jovencísima esposa de Horacio, un gran partido según su madre. Su marido es juguetero y vive anclado en su niñez. El típico niño que nunca dejará de serlo. Así, el matrimonio está destinado a fracasar, pues es el matrimonio de dos niños, el de un adulto que sufre algo así como el síndrome de Peter Pan --además de resultar un personaje realmente perturbador y enigmático--, y el de una niña de verdad que debe hacerse adulta demasiado rápidamente. Tras años de soledad tras su divorcio, Sonia está ahora con Roberto, un psicólogo que la ayuda a tratar de rehacer su vida. Las dificultades de la vida anterior de Sonia, no obstante, pondrán a la pareja en serios aprietos cuando Gabriel pretenda montar la fiesta de cumpleaños de su madre.

     Andrea es la hermana menor de Sonia y la mayor de Gabriel. Vegana, antitaurina y activista político-social, sufrió como la que más la muerte de su padre, para quien era su princesa. Culpa a su madre de haberla abandonado un día de pequeña, de no haberla atendido como era debido cuando trató de suicidarse, de no haberla apoyado en su intento de formar una banda de rock and roll y de no permitirle hacerse monja. Psicológicamente es el personaje más fielmente retratado. O, más bien, el más complejo. Afirma que Horacio, el marido de su prima, fue el amor de su vida, y culpa a su madre y hermana de haberle arruinado la vida amorosa por aquel maldito y equivocado matrimonio. De los tres hermanos es la que más alterada está y la que lleva una vida más desorganizada, falta de cariño y carente de estabilidad y equilibrio.          

     Gabriel es profesor de filosofía. Es el hijo menor, el mimado de su madre. Criado entre mujeres, tampoco ha terminado de madurar como hubiera sido deseable debido a la sobre protección materna. Es el único hijo que se lleva bien con su madre, el único que la suele visitar. También resulta un ser enigmático, aunque no tanto como Horacio, pues hay ciertos detalles de su personalidad y conducta que Aurora va descubriendo y que acaban de presentar ante ella una inquietante pregunta: ¿quién es realmente el hombre con el que se casó, tuvo a su hija Alicia --que sufre una grave alteración del desarrollo-- y vive? Aurora es el único personaje que se salva de la quema en toda esta historia. Pero está harta y cansada, física y mentalmente, de tanta falta de paz en su familia política. Muy lúcida, piensa que lo que el olvido destruye, a veces la memoria lo va reconstruyendo y acrecentando con noticias aportadas por la imaginación y la nostalgia, de modo que entonces se da la paradoja de que, cuanto mayor es el olvido, más rico y detallado es también el recuerdo. 

     Lluvia fina es una historia familiar que encierra en sí misma muchas más. Las de cada uno de los personajes que la componen. Los lectores se verán identificados en muchos de los momentos y hechos narrados --¿demasiados, quizás?-- y reflexionarán sobre sus propias vidas, la personal y la familiar, y deberán extraer sus conclusiones. Porque, si ningún relato es inocente, tampoco lo es quien lo relata. Y eso nos incluye a cada uno de nosotros. Lean y disfruten de Lluvia fina, una narración que recuerda a El jugador, de Dostoyevski, a Stoner, de John Williams, y a La elegancia del erizo, de Muriel Barbery, pero que, sobre todo, es la --hasta ahora-- obra cumbre de uno de los grandes escritores españoles de los últimos años --del que Fernando Aramburu recomienda leer hasta su lista de la compra--. No en vano, estamos ante una de las claras favoritas a alzarse con el premio de novela del año.