LIBROS

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lunes, 24 de marzo de 2025

El mejor libro del mundo. Manuel Vilas. Destino. 2024. Reseña

 




    Pocos autores se exponen tanto en sus novelas como lo hace Manuel Vilas. Quienes hemos leído sus novelas, especialmente desde su celebérrima e inolvidable Ordesa, podemos afirmar que lo conocemos bastante bien. Aunque jamás hayamos estado ni siquiera cerca de él. Sus escritos son sinceros, humanos, a veces depresivos pero siempre mordaces, locuaces y alejados de la hipocresía. En una palabra, es un escritor valiente. Muy valiente. Si leer es un placer, leer a escritores como Vilas supone un placer doble. Porque sabe, como pocos, abrirse en canal para mostrarnos, sin adornos ni medias tintas, todo lo que lleva dentro. Lo bueno, por supuesto, pero también lo no tan bueno. Cuestión esta que hace que el lector empatice con él -y con sus obras- de principio a fin. Quizá sea esta la clave de su éxito literario. Bueno, esta y, claro está, su manera de plasmar sobre el papel sus formas de sentir, pensar y vivir la vida. Buena prueba de ello es su última novela, El mejor libro del mundo

    Vilas comenzó a escribir este libro en el momento de cumplir los sesenta. Edad en la que hay más certeza de pasado que de futuro. El paso del tiempo, la incertidumbre respecto al futuro, la muerte y la necesidad de perpetuarse -por ejemplo, escribiendo el mejor libro del mundo- son temas recurrentes a lo largo de una obra que podríamos calificar como claramente existencialista. Con continuas alusiones a autores que podríamos enmarcar dentro de esta corriente filosófica -e incluso en la denominada literatura del absurdo- como Kafka, Kierkegaard, Nietzsche, Camus o Sartre, explora, hasta sus últimas consecuencias, los recovecos del alma humana. Social y colectivamente y a nivel individual. Así, nos presenta a Mendigo Enamorado y a Carmelita Descalzo, dos supuestos antepasados suyos a través de los cuales explora el hambre. No solo un hambre físico sino también uno más emocional: soy el hambre de todos cuantos estuvieron en mi árbol genealógico, solo soy hambre dando vueltas por el mundo.

    En sus libros el autor se nos presenta como un eterno buscador de la belleza. En todos sus sentidos y en todos sus campos posibles: en la música, en el cine, en el arte, en la naturaleza, en la gastronomía o en los hoteles. El mejor libro del mundo está salpicado de gotas referentes a la permanente búsqueda de la belleza por parte de personajes conocidos -Lou Reed, The Who, The Rolling Stones, Édith Piaf, Sixto Rodríguez (el músico de origen mexicano que no consiguió el éxito que merecía: ser más grande incluso que Dylan o Springsteen), Sergio Leone, Jonathan Demme, Billy Wilder, Henry Fonda, Francis Ford Coppola o Luis Buñuel- de todo el mundo. Porque la belleza puede encontrarse en cualquier lugar. Puede mostrarse de diferentes maneras. Tanto que igual puede conmovernos como desgarrarnos. No en vano, incluso una dura derrota puede ser bella. Por supuesto, la belleza se manifiesta también a través de la literatura, especialmente en el caso de la poesía (Manrique, Góngora, Neruda, Lorca).    

    El libro desentraña la figura del escritor. Y lo hace desde lugares hasta ahora no tratados. Las delgadas líneas que separan el éxito del fracaso, el dinero del hambre o el horror del placer de tratar de escribir el mejor libro del mundo se dibujan a lo largo de las casi seiscientas páginas que lo componen. Todo un ejercicio literario contra la hipocresía y la falsedad que nos muestra la fragilidad, la vulnerabilidad, la volatilidad y el goce o el terror que sienten los escritores a la hora de escribir sus libros, presentarlos, acudir a ferias y demás actos promocionales y, en suma, de vender sus productos. Así, Vilas confiesa el deseo de suicidarse que siente cuando sus libros no venden, cuando acude poca gente a sus actos y firmas o cuando visita una librería y no encuentra sus obras bien expuestas. Y es que los escritores nos convertimos en inspectores de nuestros libros. Somos mendigos de nuestros libros, en ellos van nuestro honor y el significado de nuestras vidas.

    El único sentido de la vida de un escritor es escribir el mejor libro no del mundo sino del universo. Esta verdad inconfesable la llevan todos los escritores en el corazón, como una espina lacerante; todos mentirán, todos dirán que están contentos con sus lectores y sus libros, pero es mentira si no han escrito el mejor libro del mundo. Y para colmo de mi desgracia el mejor libro del mundo no existe. La locura de todos los días está allí: no se puede escribir el mejor libro del mundo porque la vida es el mejor libro del mundo, pero me da igual, yo sé que puedo lograrlo, puedo escribir el mejor libro del mundo esta misma noche. Esta afirmación encierra una gran y terrorífica verdad: la que lleva a muchos a sufrir el denominado síndrome del impostor, es decir, sentirse un escritor -o lo que sea- sin capacidades en comparación con los demás. Por ejemplo, cuando la cola de firma de libros de otro escritor es más larga que la de uno o cuando este o aquel venden más libros. ¡Qué angustia vivir así, verdad! En el fondo, ¡los escritores dan hasta pena!        

    Las comparaciones, los celos, la envidia o la lucha de egos forman parte de la comedia. La comedia de la vida. Porque, pese a todo lo anterior, Vilas prefiere ver la vida como una comedia y no como un drama. Quizá porque, tal y como confiesa, es adicto a las drogas baratas que consigue a través de la Seguridad Social en cualquier farmacia. No en vano, durante algunas páginas del libro -no pocas- al lector le parece estar leyendo fragmentos del vademécum, lo que parece corroborar que el autor sabe de lo que habla. Ciertos vicios y manías de Vilas -algunas de ellas, inconfesables para casi todo el mundo- lo acompañan desde hace varias décadas. O tal vez no. Porque -y ahí radica la magia de la literatura- estamos ante una novela y no ante unas memorias. Así que, pese a su carácter autobiográfico, cometería un grave error cualquier lector que diera por cierto absolutamente todo lo escrito por el autor del libro. De este y de cualquier otro. Realidad y ficción, bien mezcladas, pueden producir unos efectos extraordinarios.

    Afirma Vilas que jamás escribirá una novela histórica. ¿Por qué razón? Pues porque le parece ser incapaz de acometer el lento, tedioso e ingente trabajo de documentarse sobre el tema en cuestión. Y es que cada escritor tiene un método. El del de Barbastro se basa en escribir lo que se le va ocurriendo en cada momento. Por eso escribe tan a menudo sobre su vida y la de sus familiares, inventando diversos aspectos -es de suponer- sobre la marcha. Vamos, algo parecido a la conocida como lluvia de ideas. Reconocer esto no supone ninguna humillación. En absoluto. Para el autor, la mayor humillación de la vida es morirse. Y la mayor de las libertades, quitarse la vida. ¡Vaya paradoja! Y sin embargo, para hacer algo así -suicidarse- se necesita ser muy valiente. La vida y la muerte, el sentido de la vida. Temas que han dado y darán para largos y a veces acalorados debates filosóficos. La filosofía de Vilas se basa, pues, en la belleza, la comedia y la verdad: la única verdad del mundo es el adiós. La ceremonia del adiós, qué gran título para el mejor libro del mundo.

    Sin embargo, si damos por cierto que el mejor libro del mundo no existe, la única manera de escribirlo es en el título. Así que, la gran verdad de todo esto es que, sin ninguna duda, El mejor libro del mundo es obra de Manuel Vilas, autor al que le deseo una larga vida, ya que, como él mismo afirma, el mayor éxito de la vida es la longevidad y la mayor humillación la muerte.    

        

miércoles, 12 de marzo de 2025

Desde la sombra. Juan José Millás. Seix Barral. 2016. Reseña

 




    El escritor valenciano-madrileño Juan José Millás publicó en 2016 la novela breve Desde la sombra, una obra que bien podría calificarse como tragicomedia puesto que alterna momentos cómicos y dramáticos. El autor hace gala de su experta maestría literaria al colarle al lector una historia inverosímil que, sin embargo, lo atrapa de principio a fin. Y eso que el protagonista principal, Damián Lobo, es un caso clínico de manual. Traumatizado desde su niñez, ha vivido junto a su padre y su hermana adoptiva, una niña china dos años mayor que él con la que mantuvo una relación afectivo-casi-sexual que biológicamente no puede ser definida como incestuosa pero sí como mínimo como extraña. Más allá de sus escarceos con su hermana, jamás ha tenido una relación con ninguna mujer. Desde los dieciséis años ha trabajado como técnico de mantenimiento en una empresa en la que cada vez había menos cosas que mantener. Hasta que, después de veinticinco años, la empresa lo despidió tan solo unas semanas atrás.

    Damián es un cuarentón solitario que solo vivía para trabajar. Sin trabajo, confundido, hundido y perdido, comete un pequeño hurto en un mercadillo de antigüedades y, perseguido por un vigilante de seguridad, se esconde dentro de un viejo armario. En una escena que recuerda a la famosísima película de Antonio Mercero -La cabina- en la que José Luis López Vázquez queda atrapado, Damián debe permanecer escondido dentro del armario, que acaba de ser vendido y es trasladado a un domicilio de las afueras de Madrid. Domicilio en el que vive Lucía, nieta de los antiguos dueños del armario, que lo recupera tras ese encuentro casual. ¿Cómo sabe Lucía que ese es el armario de su niñez? Pues porque todavía mantiene en uno de sus laterales las inscripciones con su nombre y el de su hermano Jorge, fallecido a los siete años de edad. Un armario en el que ambos habían jugado durante los años compartidos más de treinta años atrás.

    La cuestión es que Damián queda atrapado en el armario, situado en el dormitorio principal del matrimonio que forman Lucía y Fede, quienes viven junto a su hija de dieciséis años, María. Cuando lo lógico sería huir a las primeras de cambio, Damián, movido por el aburrimiento de su vida cotidiana y atraído por el poder que otorga ver sin ser visto, se queda a vivir en el armario. Un armario que, situado justo delante de uno empotrado que queda anulado, es el escondite perfecto para un técnico de mantenimiento al que no le cuesta nada sacar el chapado posterior del armario y montarse una pequeña pero cómoda estancia en el armario empotrado. Poco a poco, cuando se queda solo, sale a pasear por la casa, desayuna, se ducha, se afeita, limpia los platos, ordena las estancias, hace las camas y realiza el resto de las tareas domésticas del hogar. Fede y María, acostumbrados a que ella se ocupe de todo, no parecen enterarse de lo sucedido. Lucía, atraída desde siempre por lo sobrenatural y lo paranormal y convencida de que se trata de la presencia de un fantasma, probablemente el de su hermano fallecido, lo da todo por bueno y sigue viviendo su vida como si tal cosa.

    Como he indicado más arriba, la acción de la novela parte de hechos increíbles, inverosímiles. No obstante, Millás nos los narra y expone de tal manera que acabamos dándolos por reales y, en lugar de abandonar la lectura, tomamos el libro y devoramos sus páginas. Unas páginas que diseccionan la vida cotidiana familiar, la de cada uno de sus miembros y la mente enferma de un joven reconvertido en un fantasma bienhechor. Porque lo que está haciendo, pese a no ser ni medio normal, tampoco puede ser calificado como malo. Puede que sea incorrecto, ilegal, anormal, amoral -pónganse aquí mil y un adjetivos-, pero no es malo. Hace la vida de Lucía más fácil y llevadera. Básicamente porque la de su anfitriona es una existencia vacía y desmotivada. Trabaja como una mula, dentro y fuera de la casa, se ocupa de su hija casi en solitario y mantiene con Fede una relación rutinaria, sin casi comunicación ni sexo. La llegada, junto al armario, de esa extraña pero agradable presencia la hace sentir tan bien que decide mantenerla en secreto. Guardarla para sí misma. Porque constituye un aliciente para seguir adelante.

    Damián, por lo visto, sufre una enfermedad mental que se verá acrecentada con el encierro y el apartamiento de la realidad. Se siente como una morena, que se mimetiza con el paisaje. O como una araña, que desde una esquina a la que nadie prestaba atención controlaba, protegida por la tela, los movimientos del universo. Si ya estaba un tanto perturbado al principio de la historia -había creado un personaje ficticio, Sergio O´Kane, una construcción mental que Damián utilizaba para hablar consigo mismo-, su estado irá empeorando. Tanto que acaba por desplazar de su mente a O´Kane, en su imaginación, un famoso presentador de televisión basura con la mayor audiencia del país, para sustituirlo por un Iñaki Gabilondo convertido en protagonista secundario de la novela. Un Iñaki que, tras aportar un poco de luz y esperanzas a base de mordacidad, reflexión e integridad, será a su vez sustituido por un tal Iñaki O´Kane, un híbrido, una especie mezcla de ambos presentadores. Vamos, una bomba de relojería. 

    Sea como sea, Damián se siente, por primera vez en su vida, respetado, importante, útil. Y poco a poco comprobará de todo lo que es capaz de hacer al sentirse por fin vivo. Así lo resume el Millás narrador en estas magníficas líneas: recordó a Sergio O´Kane, y a Iñaki Gabilondo, así como la fama más o menos banal que cada uno le había proporcionado, y pensó en la notoriedad de la que disfrutaba ahora como Mayordomo Fantasma. Una fama de la que su beneficiario permanecía ausente. Dios era quizá el ser más famoso del universo sin que nadie, jamás, con la excepción de algún trastornado, lo hubiera visto. Eso era el poder, la capacidad de actuar desde la sombra. De ese poder otorgado por el escondite inexpugnable, de esa capacidad de acción desde un anonimato protegido por Lucía, quien sustituye a la hermana de Damián en las fantasías sexuales de éste, surge la parte trágica de la novela. Porque el poder corrompe. Sobre todo cuando quien lo ejerce no está en sus cabales.

    Todas las historias de amor son historias de fantasmas. La cita pertenece a David Foster Wallace -el Kurt Cobain de la música o el James Dean del cine-, escritor fallecido en 2008. La utiliza Millás como cabecera en esta novela. Y no es una cita cualquiera. Le viene al pelo a Desde la sombra. Porque poco a poco Damián se enamora de Lucía. Y llega un momento en el que está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de protegerla. Y es ese cualquier cosa lo que nos conduce a un final de historia de esos que nos deja boquiabiertos y nos hace reflexionar. Incluso sobre algo tan complejo como los límites de la locura. Porque, ¿quién se atreve a asegurar dónde termina la cordura y comienza la locura? ¿Cuál es el lugar exacto en el que se pasa de una cosa a la otra? Y, más todavía: ¿justifica la locura una acción horrible que evita otra acción igual de horrible? Quizá el lector encuentre algunas respuestas a estas preguntas en esta novela. 

    Desde la sombra fue adaptada a la gran pantalla en 2022 de la mano del director Félix Viscarret (Bajo las estrellas, Una vida no tan simple y la miniserie Patria). Interpretada de forma magistral por Paco León (Damián), Leonor Watling (Lucía) y Álex Brendemühl (Fede), el título de la película fue No mires a los ojos, en referencia a la famosa canción de Golpes Bajos. Su guión, de David Muñoz y el propio Viscarret, fue nominado a los Premios Goya como Mejor Guión Adaptado. Algo que no debe extrañar, pues el film hace justicia a la novela. En ambos formatos, la historia atrapa, conmueve, impacta y hace reflexionar sobre una gran diversidad de temas. Y lo mejor de todo es que, combinadas, dan para una tarde-noche la mar de entretenida.                           



lunes, 24 de febrero de 2025

Hozuki, la librería de Mitsuko. Aki Shimazaki. Nórdica Libros. 2017. Reseña

 




    El caso de la autora de Hozuki, la librería de Mitsuko es muy singular. Aki Shimazaki (1954) es una novelista y traductora canadiense de origen japonés que escribe sus novelas en francés. Afincada en Canadá desde los 27 años de edad ha vivido en sus tres grandes capitales, Vancouver, Toronto y Montreal, donde actualmente enseña japonés. Ganadora de varios premios literarios a lo largo de su dilatada carrera, en cada una de sus novelas enseña aspectos interesantes de la cultura nipona. Suele añadir, como en el caso que nos ocupa, un pequeño glosario al final de sus libros para explicar diferentes palabras y sus respectivos significados. Cualquier lector interesado en la cultura japonesa puede encontrar en los libros de Shimazaki una buena fuente de conocimientos sobre ella. Gastronomía, folclore, aspectos culturales y sociales y hasta nociones de las complicadas lingüística y escritura japonesa tienen cabida en novelas como esta.

    No en vano, en el desarrollo de Hozuki, la librería de Mitsuko, la escritura juega un papel principal. Obviamente, no desvelaré aquí en qué radica su importancia, pero sí debo añadir -y lo va desgranando poco a poco durante la narración Mitsuko, que es quien nos cuenta la historia en primera persona- que los ideogramas chinos (kanji) suelen ir acompañados de escritos para facilitar su pronunciación (hiragana -escritura silábica japonesa- o katakana -utilizada para las palabras de origen extranjero-). Y también que esos escritos a menudo pueden significar más de una cosa a la vez. Como ocurre en nuestra lengua con las palabras polisémicas, vamos. Aspecto este de vital importancia para la novela. Porque, ni más ni menos, la palabra que puede encerrar distintos significados es la de hozuki, es decir, el nombre de la librería de Mitsuko. Sin entrar más en detalles, queda claro que la novela encierra un misterio. Un misterio que, como es lógico y normal, solo quedará esclarecido en sus últimas páginas.

    La narración de Mitsuko comienza el día de la hatsuyuki, es decir, la primera nevada del invierno. Taro, su hijo sordomudo de siete años, juega en la calle delante de la librería cuando comienzan a caer los primeros copos de nieve. Dentro, su madre coloca en los escaparates libros de viejo de filosofía, religión, bellas artes, historia y hasta novela policíaca. No vendo libros para niños ni mangas, ya sean para jóvenes o para adultos. Pongo también estuches de lápices y marcapáginas decorados con flores secas que ha hecho mi madre. Mitsuko vive justo arriba de la librería, junto a su madre, Taro y Sócrates, el gato. Viven una vida tranquila y humilde, pues una librería nunca suele dejar grandes márgenes económicos. Sobre todo si se trata de una librería de lance o de segunda mano. Por ello, los viernes por la noche, Mitsuko trabaja como camarera en un bar de alterne de alta gama, donde consigue completar ingresos y charlar desanimadamente con los intelectuales que frecuentan el establecimiento.

    Mitsuko ya ha trabajado durante unos años en una librería de lance. Anhelando poder tener una librería propia. Algo que consiguió dos años antes de comenzar la acción de la novela. Los libros siempre la han acompañado. Su curiosidad y su espíritu abierto, ansioso de conocer y saber sobre cualquier tema, la llevaron a vivir rodeada de libros. Por eso sabe tanto de literatura. Y de la vida. Una vida, la suya, que encierra un gran secreto que desconocen tanto su madre como su hijo. Un hijo que no tiene casi amigos. Que es víctima de la burla de sus compañeros de colegio a causa de su sordomudez. Que es el centro de atención de una abuela y una madre que viven por y para él. Tampoco Mitsuko se relaciona con mucha gente. Solo con los clientes más o menos asiduos de su librería. Y con los parroquianos del bar de alterne en el que trabaja. Es una mujer bastante hermética que sospecha de todo y de todos. El secreto que guarda no debe ver la luz. Por eso trata de no hablar más de lo imprescindible y rechaza todo tipo de relaciones sociales. Su librería, el bar, su madre, su hijo y los libros son toda su vida.

    Sin embargo, a partir del día de la primera nevada las vidas de Mitsuko y Taro comienzan a cambiar. Ocurre con la llegada de una nueva clienta, la señora Sato, que acude a la librería para solicitar unos libros de filosofía para su marido. Acompañada de su hija, Hanako, que todavía no ha cumplido los cinco años, la aparentemente triste señora Sato visita cada vez con mayor frecuencia la librería. Desde el primer día Hanako y Taro parecen tener una conexión muy estrecha. Pintan, juegan, corren, ríen y tratan de comunicarse entre ellos como solo los niños son capaces de hacerlo pese a no hablar la misma lengua -en este caso, la de signos-. Por ello, la señora Sato intenta que su hija y la de Mitsuko se vean fuera de la librería. En el parque, en el zoo, en casa de los Sato. Y Mitsuko, siempre tan reservada y celosa de su privacidad, debe sucumbir poco a poco al hecho de que Taro al fin haya conseguido hacer una amiga. Qué madre no lo haría, si los lazos más fuertes son los familiares. Especialmente en el caso de madre e hijo.                       

    También la señora Sato parece encerrar un misterio. Es una mujer sin duda distinguida, esposa de un diplomático que la ama y al que ama, lleva una vida desahogada y acomodada, viste de forma exquisita y paga una gran cantidad de dinero por libros de segunda mano ya descatalogados. Y, sin embargo, como Mitsuko, luce una apariencia triste, una mirada ensimismada, una conducta extraña. Como si ocultara algo. Algo que, a pesar de tener todo lo que tiene, no la deja ser plenamente feliz. Haciendo bueno aquello de que el dinero no hace la felicidad. Mitsuko y la señora Sato, tan distintas en algunas cosas y tan parecidas en otras, se desviven por sus hijos. Y es que en Hozuki, la librería de Mitsuko Shimazaki sondea la naturaleza del amor maternal y cuestiona, con gran sutileza y belleza, la fibra y la fuerza de los lazos. Unos lazos de los que a veces no sabemos ni de dónde vienen ni hacia dónde van. Ni hacia dónde nos pueden llevar. 

    La relación entre Taro y Hanako se va estrechando más y más. Tanto que parecen hermanos o almas gemelas. Mitsuko y la señora Sato cada vez quedan más a menudo para que los niños jueguen. La primera, a pesar de unas reticencias que van aumentando de forma progresiva. La segunda, cada día más animada. Y, así, llegamos al momento de la resolución de la historia. Cuando la señora Sato toma a Mitsuko como confidente y le cuenta su secreto. Un secreto que horroriza a una Mitsuko que ve peligrar la estabilidad personal y familiar por la que ha estado luchando durante los últimos años. Que se niega a dejar que algo así ocurra. Que no podría dejar de vivir como vive a pesar del peaje que es consciente que debe pagar por ello. Porque la vida es una cuestión de prioridades. Y no hay mayor prioridad para una madre que la felicidad de su único hijo. Así, Hozuki, la librería de Mitsuko, se convierte en uno de esos libros en los que el lector sigue pensando mucho después de cerrarlo.      

    


miércoles, 12 de febrero de 2025

Blitz. David Trueba. Anagrama. 2015. Reseña

 




    En febrero de 2015, hace exactamente diez años, la editorial Anagrama lanzó la novela Blitz -en alemán, Relámpago- del periodista, escritor, guionista y director de cine madrileño David Trueba. Una obra corta -166 páginas- sobre el complejo mundo de las relaciones y la farragosa lucha, a veces eterna y a menudo estéril, por alcanzar el éxito profesional. Hace una década Trueba ya había cosechado grandes éxitos editoriales -su novela Saber perder fue premiada con el Premio Nacional de la Crítica en 2008- y cinematográficos -con Vivir es fácil con los ojos cerrados había ganado en 2013 los Premios Goya a la mejor película, a la mejor dirección y al mejor guion, y ya había dirigido también Soldados de Salamina en 2003 y escrito el guion de La niña de tus ojos en 1998-, así que ya era muy conocido y todos sus diferentes trabajos eran muy esperados. Blitz fue, por tanto, muy bien acogida, tanto por la crítica como por los lectores.

    En la novela, que se desarrolla casi por completo en Múnich, Beto nos narra, en primera persona, una historia de naufragio personal, profesional y sentimental. El joven, de treinta y pocos años de edad, un arquitecto paisajista que acude a la capital bávara para concursar en un congreso internacional con un innovador proyecto de jardín decorado con bonitos relojes de arena, se verá envuelto, de repente, en una crisis personal global de la que no es capaz de encontrar una salida. A no ser que la solución pase por un cambio radical de vida. Marta, su pareja y compañera de proyecto, le envía por accidente un mensaje al móvil -aún no le he dicho nada. me cuesta tanto. uff. tq- que en realidad iba dirigido a su ex pareja, un cantautor uruguayo con el que salió años atrás y al que nunca acabó de olvidar. Le confiesa que ha reanudado su relación con él y que piensa volver a intentarlo de nuevo. Beto se ve solo en Múnich. Y también en la vida. 

    La novela se compone de doce capítulos -los cuales llevan por título los meses del año-, aunque es el primero -enero-, el que se desarrolla en Alemania, el que ocupa tres cuartas partes de la narración. En las apenas cuarenta y ocho horas que transcurren en Múnich desde que Marta regresa a Madrid y Beto decide quedarse unos días más allí al joven le ocurren una serie de catastróficas desdichas que por momentos convierten el drama en una comicidad que en algunas ocasiones es graciosa y en otras roza lo grotesco: Beto se queda sin hotel, vagando por la ciudad con una maleta tan pesada como incómoda de llevar, sin dinero para una nueva reserva de avión ni para buscar acogida en un nuevo hotel, con un móvil nuevo (el viejo queda inservible tras un pequeño incidente) que parece que se queda sin batería y, obviamente, sin conocer el idioma hablado por quienes lo rodean. Así, se ve solo, desamparado y con ganas de morir como único remedio a la acumulación de sus males.

    Marta había sido la luz de mis días, la fuerza para sostenerme en actividad y pelear por los proyectos. Era la expresión de mi suerte y con ella al lado me sentía invencible y afortunado. Fue mi exilio, mi país de acogida. Pero ahora me quedaba fuera del sistema solar, sin brújula, a la deriva, en proceso de congelación sin un calor que salvara, nos confiesa el protagonista de la historia. Y, a las palabras de Marta -te juro que el pasado estaba olvidado, Beto, superado. Él (el cantautor uruguayo) es ahora una persona nueva y yo también-, añade finalmente que me veía como un médico de urgencias que había tratado sus heridas pero, una vez recuperada la salud del paciente, no podía hacer otra cosa que darle el alta y verla marchar. Intuí, pues, que el único que se había convertido en una persona vieja y gastada era yo. Por vez primera pensé en morir. Fin de todos los problemas. Y me ahorraba el avión de vuelta y la noche sin hotel. Morir, definitivamente, no ofrecía más que ventajas. 

    Y, en medio de la desolación, de la devastación, de las ganas de morir, emerge la figura de Helga, una voluntaria del congreso Jardines de Vida que ejerce de guía de una pareja que acaba de dejar de serlo. Una mujer que dobla en edad a Beto, que se apiada de él, y que, como el propio protagonista y narrador de la historia reconoce, cada palabra y cada gesto hacia mí fue un consuelo que tardaría demasiado en apreciar. No solo un maternal refugio para el solitario y desamparado desperdicio humano en que me había convertido la despedida de Marta. No. Había más. Fue la inteligencia, la sabiduría de su conversación la que me regaló un espacio al menos mental para sobrevivir. Regalo de aquella mujer abandonada y sola, voluntariosa en oferta de su tiempo libre, con un piso vacío pero no gélido, triste pero con fortaleza para ofrecerme los primeros auxilios que necesité al emprender mi reconstrucción. Vamos, una persona de esas que uno recuerda para toda la vida.

    La cuestión es que, nuevamente de repente -de ahí el título de la novela-, del drama, de la tragedia, de la idea de morir como única y mejor forma de evasión ante una existencia que parece estar vacía de sentido, Beto conoce a una mujer divorciada de más de sesenta años que le hace comenzar a ver la vida de una manera diferente. Y, de la nada, surge con ella una relación que apenas durará un día y medio, con sus dos noches, en la que las reflexiones sobre la vida y el discurrir del tiempo serán puestas en el centro de la narración del libro. Una relación intergeneracional que constituye el corazón del relato de Beto. Un relato que atrapa al lector, que quiere saber qué pasará en la siguiente página. Beto y Helga liquidan una botella de vodka entre los dos, dialogan sobre arquitectura, sobre la vida, sus éxitos y sus fracasos, sobre las relaciones frustradas -que todo acabe mal es una condición inherente al hecho de estar vivo, le reconoce ella, que fue abandonada por su esposo por una más joven- y hasta sobre las relaciones entre personas de diferentes generaciones.

    Las ganas de Beto de sentirse vivo y acompañado tras ser abandonado por Marta y los deseos de Helga de sentirse eternamente joven aunque solo sea por un par de noches, por un lado; y el alcohol y la soledad compartidas, por otro, son la mezcla perfecta para que esas dos noches acaben con la pareja haciendo el amor. En ese sentido, la novela rompe el tabú referente a la relación amorosa y/o sexual entre un hombre joven y una mujer madura, algo que sí está mucho más normalizado cuando ocurre al revés, es decir, cuando los protagonistas son un hombre maduro y una chica joven. Sin embargo, algo cambia en las veinticuatro horas que separan ambas noches. De la primera, ocurrida en la habitación de invitados, donde duerme Beto, surgen la vergüenza y el pudor. De hecho, a la mañana siguiente ambos se sienten avergonzados por lo acontecido. De la segunda, acaecida ya en la habitación de Helga, observamos algo más sólido y sosegado. No tan pasional, pero tampoco fruto del alcohol. Algo, por tanto, de lo que ambos son plenamente conscientes.

    Beto vuelve a Madrid, decidido a iniciar una nueva vida. En el resto del libro narra su traslado hasta Barcelona para comenzar a trabajar con Àlex Ripollés, un arquitecto paisajista que pasa de ser enemigo de Beto a jefe y casi amigo suyo. ¡Qué interesante resulta ver el desarrollo de la relación entre ambos a lo largo de la historia! Durante los meses que van desde febrero hasta diciembre el protagonista narra sus vanos intentos por olvidar a Marta, pero también sus pensamientos recurrentes hacia Helga, a la que recuerda de manera bien diferente. No mantiene ninguna relación seria con ninguna otra mujer durante todo el año. Y se centra en su trabajo, que, mostrando cómo de rápido cambian algunas cosas en estos tiempos, no se basa ya en los jardines sino en las aplicaciones para teléfonos móviles. El discurrir del tiempo, de nuevo, nos muestra que hay muchas cosas que cambian con rapidez, como un relámpago, aunque otras permanecen ancladas a un momento de nuestras vidas que jamás dejamos atrás. Por no poder o por simplemente no querer dejarlas atrás. Y, además, otra cosa que nos muestra el paso del tiempo es que hay obras -en este caso, literarias- que envejecen mucho mejor que otras. Como Blitz.      

            

   

domingo, 5 de enero de 2025

Mis diez mejores lecturas de 2024

 




10. Soldados de Salamina. Javier Cercas. Tusquets. 2001. La novela que relanzó la carrera literaria de Cercas narra unos hechos históricos -los fusilamientos acaecidos durante los últimos días de la guerra en el santuario del Collell (Girona)- desde puntos de vista variados, demostrando que la Historia no se puede conocer fehacientemente desde una única versión. Una novela que bebe directamente de los escritores Sánchez Ferlosio y Roberto Bolaño sobre dos historias reales que tienen que ver con el también escritor y político falangista Sánchez Mazas y un soldado republicano que lo dejó escapar con vida del lugar de los fusilamientos. Un ejemplo claro de cómo de complicado, arduo y tortuoso es el proceso de documentación de una novela histórica. Sobre todo cuando esta se basa en personajes reales a los cuales se debe encontrar y conocer para lograr la máxima perfección y veracidad posible. Una historia deslumbrante que fue apoyada por la magnífica película de David Trueba. 

9. El periodista deportivo. Richard Ford. Anagrama. 2023. Primera de las cinco novelas protagonizadas por el personaje ficticio -¿puede que un alter ego del propio autor?- Frank Bascombe, en las que el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2016 Richard Ford traza un exhaustivo retrato psicológico no solo de un personaje y hasta de la condición humana, sino también de una nación (EE.UU.) y una región (Nueva Jersey), cuyas ciudades principales (Haddam, Freehold o Asbury Park) son parte importante de la historia hasta el punto de condicionar la vida del protagonista principal. Un personaje que sufre la cotidianeidad, que es un superviviente -a tiempo completo, además- de la crisis personal y familiar que sufre desde años atrás, aunque por momentos él mismo no sea capaz de verlo de esa manera. El autor parece reflexionar en voz alta sobre cómo podría haber sido su vida si no hubiera decidido luchar por ser escritor. 

8. La biblioteca de la medianoche. Matt Haig. Alianza. 2021. Un canto al poder de los libros como fuerza impulsora de vitalidad y de amor. Una celebración de la multitud de posibilidades que nos ofrece la vida. Un estudio filosófico y casi psicológico -y muy empático- sobre la condición humana. Una fantasía en torno a lo que de verdad importa -o debería importar- en la vida. Una inyección de posibilidades en tiempos difíciles e inquietantes. Una experiencia sobre el amor, las segundas oportunidades y la valoración de la vida que nos ha tocado vivir. Una historia que mueve a la reflexión acerca de nuestra relación con el remordimiento por lo que hicimos o dejamos de hacer. Porque todos hemos cometido alguna vez el tremendo e injusto error de no ver sentido a nuestras vidas. De todo esto trata una novela que todo el mundo debería leer. Porque, además, es muy entretenida y realmente absorbente.

7. Surrender. 40 canciones, una historia. Bono. Reservoir Books. 2022. Bono, líder de la famosa banda irlandesa U2, nos descubre algunos aspectos menos conocidos de su vida a la vez que explica más detalladamente otros ya conocidos por todos. Un libro extenso que presenta los grandes momentos familiares, musicales y político-activistas de un cantante irrepetible por su importancia a todos los niveles. Unas memorias para fans y no fans. Porque, más allá de lo musical y familiar, resulta innegable la labor político-social del autor, con conexiones con Amnistía Internacional, Greenpeace y otras muchas ONGs. Así, se puede asistir, desde dentro, a complicadas reuniones, negociaciones y diseño de campañas como la condonación de la deuda externa de los países del Tercer Mundo o la de las ayudas a los países pobres africanos para poner fin a la transmisión incontrolada del SIDA. El tema del mesianismo político aparece en el libro, con todas las alabanzas y críticas recibidas.

6. La última función. Luis Landero. Tusquets. 2024. La historia de quien quiere pero no puede. De quien da todo lo que lleva dentro pero no consigue más que pequeñas victorias que hacen estériles sus esfuerzos por alcanzar una meta mucho más amplia. De quien, pese a ello, atesora una dignidad y una honestidad a prueba de bombas. Porque solo fracasa quien abandona, nunca el que lo intenta con todas sus fuerzas. Tito, Rufete y Galindo ven en esa última función su última oportunidad en la escena teatral. Paula busca vivir una aventura que la lleve a iniciar una nueva vida mucho más satisfactoria. Y los ciudadanos de San Albín ven en esa representación la última ocasión de conseguir que su querido pueblo no caiga en el olvido y pase a engrosar la lista de pueblos de la denominada España vaciada. Una novela sencilla y a la vez complicada. Como la vida misma. Todo ello de la mano de un Landero que demuestra conocer al dedillo no solo el alma humana sino las mejores formas de hacer literatura.

5. Baumgartner. Paul Auster. Seix Barral. 2024. ¿El testamento literario de Auster? Para nada. Sería injusto calificarla así. Porque el estilo de esta novela, su última novela, es fiel al conjunto de su obra: aparentemente sencillo pero que esconde en realidad una compleja arquitectura narrativa repleta de digresiones que parecen romper el hilo discursivo pero que completan información que más adelante será más importante de lo que parece; de una metaficción que esconde unas historias dentro de otras; y de un cuestionamiento de la identidad que hace que el lector se devane los sesos pensando si la obra en cuestión habla de los personajes de la misma o si el autor está hablando en realidad de sí mismo. Temáticamente hablando, también esta novela es fiel a toda su carrera: existencialismo, pérdida, amor, azar, soledad, duelo. Paso del tiempo. Un tiempo que no volverá, hecho que, lejos de abrumarnos y desanimarnos, debe alumbrar en nosotros el deseo de vivir con todas las ganas. Auster se moría. Lo sabía. Y buscó completar su legado. Como en su día David Bowie, Leonard Cohen o Freddie Mercury.

4. El niño. Fernando Aramburu. Tusquets. 2024. En 1980 una explosión de gas propano mató a cincuenta niños y tres adultos en el colegio público de Ortuella, Vizcaya. Aramburu documentó los hechos y se entrevistó con supervivientes y familiares de víctimas para poder construir una novela que describe el sufrimiento de una de las muchas familias afectadas. Otro magnífico capítulo de su serie Gentes vascas. Una novela en la que las vidas de los protagonistas cambiarán para siempre a partir de unos hechos devastadores y lacerantes. El autor nos muestra, con gran singularidad y originalidad, aspectos inesperados de cada uno de ellos. Nos los abre en canal gracias a su peculiar bisturí literario-psicológico para enseñarnos qué encierran sus cerebros devastados, cómo laten sus corazones heridos, cómo afrontan el drama personal y familiar y cuál será el destino de cada uno de ellos. Es obvio que la realidad siempre supera a la ficción, pero cuando esta bebe directamente de la realidad el resultado puede ser igualmente veraz. Y dibujarnos una obra de arte en forma de un extraordinario friso de desgarros. 

3. Araña. Jon Bilbao. Impedimenta. 2023. Pasado y presente. Realidad y ficción. Las historias narradas por el Jon escritor están protagonizadas por el Jon niño, el Jon adulto y John Dunbar, ya convertido en el Basilisco, en épocas y lugares muy diferentes. Y, sin embargo, merced a la extraordinaria maestría del Jon escritor, se mezclan de tal manera que a menudo el lector duda a la hora de dilucidar lo que fue primero: la Asturias del siglo XX o XXI o el desierto de Nevada del siglo XIX. El Jon asturiano o el Basilisco. Es decir, el huevo o la gallina. No, no es una exageración. Porque ocurre que en no pocas ocasiones los personajes beben los unos de los otros, pese a pertenecer a épocas y lugares tan diferentes. Y viven vidas tan paralelas en algunos aspectos que parecen ser solo uno. ¿Estamos quizás ante un viejo Jon de casi doscientos años de existencia? Sea como sea, esa mezcla, junto a la de los géneros literarios -biografía, western, drama, crónica, aventuras- crea una nueva ficción original, fresca y muy llamativa. Tras Basilisco, Araña es la segunda parte de la trilogía que ya completa Matamonstruos, novela que habrá que leer sin falta en 2025. 

2. El tesoro de La Girona. Javier Pellicer. Edhasa. 2023. Pellicer derrocha unos bastos conocimientos de los hechos narrados -la derrota de la Armada Invencible en 1588 y los mitos y las leyendas irlandesas- y un gran saber hacer a la hora de mezclar la realidad histórica y unas tramas y unos personajes ficticios que bien podrían haber existido en la realidad. Como en todas sus obras, lo mejor del autor valenciano es la evolución psicológica de sus personajes: sus luchas internas, sus deberes morales, sus cambios en la forma de pensar y de actuar, la superación de sus debilidades, el aprovechamiento de sus fortalezas y la manera en que enfrentan las respectivas situaciones que se les presentan. Joan Mateu y Ealasaid guardan secretos. Ninguno cree merecer al otro. Los dos deben hacer frente a un presente ligado directamente al pasado de sus respectivas familias. Ambos deben afrontar los grandes contrastes de sus tan diferentes orígenes. El tesoro de La Girona es una novela para enamorarse, más si cabe, de la denominada Isla Esmeralda, una cultura en la que conviven en armonía santos, druidas, monjes y hadas.

1. Los incomprendidos. Pedro Simón. Espasa. 2022. Tras el enorme éxito alcanzado un año atrás con Los ingratos, Premio Primavera de Novela 2021, el escritor y periodista madrileño Pedro Simón publicó su tercera novela, Los incomprendidos, a finales de 2022. Como en su predecesora, el autor nos narra una historia que llega y emociona al lector. Porque, como reconoce Javier, uno de los personajes y narradores de esta novela -junto a su hija Inés y su hermana Clara, que aparece como narradora epilogar-, las mejores historias no son las que hablan de los otros en sitios lejanos, sino las que hablan de ti. Aquí mismo. Ahora. Y hacen que se te iluminen los ojos y quieras conocer el final. Y no le falta razón. Porque las historias cercanas y corrientes, las que nos pueden ocurrir a cualquiera de nosotros, suelen resultar a menudo las más atractivas. Aunque solo sea por ofrecer una mayor verosimilitud y, por tanto, también una mayor posibilidad de repetirse en nuestras propias carnes. En las historias que nos narran los protagonistas de Los incomprendidos, como ya sucediera en Los ingratos, también tienen cabida la esperanza y la ilusión. La ilusión de que los problemas siempre se pueden superar. Porque solo la muerte no tiene solución. Y hasta la muerte misma también puede acercar a quienes sobreviven a la tragedia. Aunque para ello hayan de viajar a lo más recóndito de sus almas. Aunque para ello hayan de mirarse en el espejo y decirse a la cara -en este caso, escribir sobre un papel- quiénes son y quiénes quieren ser a partir de ahora. Para mí, lo mejor que leí durante 2024.


 


 
             

martes, 31 de diciembre de 2024

The noticer. Andy Andrews. Ediciones Luciérnaga. 2010. Reseña

 




    Andy Andrews, reputado escritor y conferenciante estadounidense, publicó en nuestro país una de sus obras más conocidas, The noticer, en el año 2010. Basada en hechos reales y ambientada en Orange Beach, Alabama, ciudad de origen del autor, narra las enseñanzas recibidas por sus habitantes más necesitados de consejos de parte de un extraño pero cercano y sabio personaje al que todos conocen como simplemente Jones, sin nombre y sin el prefijo señor. En la localidad todos tienen, como en cualquier otro lugar, sus propios problemas: hay parejas cerca de la ruptura, jóvenes que se dan por vencidos, empresarios al borde de la ruina, personas mayores que creen haber dado lo que tenían que dar y ya solo esperan la llegada de la muerte, suicidas que planean su marcha de este mundo, etc. Ciudadanos que comparten un rasgo en común, más allá del meramente geográfico. Y es que, en el peor momento, cuando su situación parece abocada al desastre, todos ellos reciben la ayuda de Jones. 

    Andy, el narrador de la historia -y escritor del libro-, nos describe a Jones como un hombre no muy alto, no llegaba al metro ochenta, pero tampoco bajo. Llevaba el pelo blanco recogido detrás de la cabeza. Los ojos parecía que brillaban. Eran de un azul claro, cristalino, y estaban enmarcados por una cara llena de arrugas. Aunque llevaba tejanos, una camiseta blanca sin mangas y chancletas de cuero, tenía una apariencia majestuosa. Nunca llegué a saber si era blanco o negro. Nunca pude aclarar si su piel de color de café con leche era fruto de la genética o de haber vivido casi siempre a la intemperie. Era de color marrón. Más o menos. Más tarde conocemos que algunos lo llaman García y otros Chen. Y poco más se sabe de él. Solo que es un anciano renqueante que siempre camina, casi vaga, por la ciudad con una vieja maleta marrón como única compañera. Una maleta que abre muy pocas veces, con el mayor de los recelos, para sacar básicamente papeles y libros.

    Papeles y libros que entrega a las personas a las que quiere ayudar. De entre todos ellos, destacan las biografías. Por ejemplo, las de Winston Churchill, Abraham Lincoln, Juana de Arco, Viktor Frankl, Anna Frank o George Washington. ¿Por qué es tan importante leer biografías para Jones? Porque la experiencia no es nuestro mayor maestro. Lo que de verdad nos enseña es la experiencia de los demás. Leyendo las vidas de personajes ilustres puedes descifrar los secretos que los hicieron tan grandes. Pero Jones no ayuda a los demás solo con libros. Además, aporta sus propias experiencias. Y, sobre todo, otorga a sus nuevos amigos -casi todos los ciudadanos del lugar son sus amigos al final de la historia- una nueva perspectiva de las cosas. Soy un experto en percepción. Es mi don. Hay personas que saben cantar o correr muy rápido, y yo sé captar cosas que a la gente en general se le pasa por alto. Me doy cuenta de cosas respecto de situaciones y personas que necesitan perspectiva. Eso es lo que le falta a la mayoría, perspectiva, una mirada más amplia. 

    Esa nueva perspectiva facilitada por Jones permite a sus amigos recuperar fuerzas, coger aire y recomenzar la vida. Y eso es lo que ocurre también en el caso de Andy, a quien Jones anima con estas palabras: ¿qué pensarías si te dijera que tus elecciones y decisiones equivocadas han influido en el hecho de acabar bajo este muelle -Andy ha acabado allí, a sus veintitrés años, después de perder a sus padres por un cáncer y un accidente y verse sin recursos económicos tras una serie de dudas y malas decisiones-, pero que, a partir de ellas, bajo este muelle es precisamente el lugar en el que has de estar para que se desarrolle un futuro que en este momento no eres capaz ni de imaginar? En efecto, dos décadas después, cuando ambos personajes se reencuentran en la ciudad, la vida de Andy ha dado un giro de ciento ochenta grados y escribe libros que ayudan a la gente a buscar un camino mejor en su vida. Se ha convertido en el noticer que antes fue Jones para él.

    Jones, que aparece y desaparece de los lugares como si se teletransportara, al más puro estilo Michael Landon en la legendaria serie televisiva de los ochenta Autopista hacia el cielo, parece conocer cada detalle de la vida de las personas a las que ayuda. Toma buena nota de todos ellos -eso es lo que significa literalmente la palabra noticer: persona que observa y toma nota- y da aviso e insinúa -en una acepción más antigua de la palabra- las posibles opciones de cara a mejorar su vida presente y futura. Algo que pasa necesariamente por reconocer los milagros que nos toca vivir y hacer germinar las semillas de la grandeza escondidas entre nuestras luchas diarias. Andy Andrews narra el conjunto de historias de The noticer de una manera tan amena, uniendo realidad y ficción, que al lector le resulta imposible no verse atrapado entre las páginas de un libro que lo hace reflexionar sobre su propia vida. Algo digno de alabar. Y de admirar.

    Varios enigmas encierran las páginas de The noticer: ¿quién es Jones? ¿De dónde viene? ¿Dónde vive y duerme? ¿Cómo puede saber tanto de todo el mundo? ¿De dónde extrae toda la información sobre tantos personajes influyentes de la Historia? ¿Cómo puede saber lo que piensa cada personaje si ese pensamiento no ha sido verbalizado en ningún momento? ¿Qué lleva en la maleta, además de papeles y libros? ¿Cómo puede estar exactamente igual después de veinte años? ¿Por qué no envejece como los demás? Enigmas que no se desentrañan, por cierto. Precisamente, más allá de las enseñanzas de todo tipo que el libro encierra en sí, buena parte del éxito de The noticer se fundamenta en el origen enigmático del principal protagonista. Un personaje que, de no existir, debería inventarse. Porque, aunque casi todos conocemos a alguien como Jones, ese tipo de personas son más que necesarias en nuestra sociedad. Personas que nos iluminan en mitad de la tormenta, como los faros de las costas más peligrosas.         

    Porque solo ese tipo de personas es capaz de afirmar cosas como estas: en épocas de desesperación, más que ninguna otra cosa, la gente necesita perspectiva. Porque la perspectiva nos trae calma. La calma nos permite pensar con claridad. Pensar con claridad nos proporciona ideas nuevas. Y las ideas nuevas nos procuran el florecimiento... de una respuesta. Mantened la cabeza clara y el corazón también. La perspectiva se puede perder con la misma facilidad con la que se puede encontrar. Lo mejor todavía está por llegar. Jones planta una serie de semillas en los corazones y las mentes de las personas a las que conmueve con su sabiduría y altruismo. Y esas semillas germinaron. Por lo menos en Andy Andrews. De ahí sus libros, entre los que se encuentra este, y sus conferencias motivacionales. Por eso, The noticer, además de como una novela, también pude verse como un libro de autoayuda. Porque panta semillas.

    En definitiva, The noticer es uno de esos libros que todo el mundo debería leer. El lector queda absorbido y conmovido por sus diálogos sobre el amor, las relaciones personales, la amistad, el verdadero valor de las cosas y de las personas y la ética y los valores por los que todos deberíamos velar para disponer de las armas necesarias para crear un mundo mejor. Para nosotros individualmente y para todos como sociedad. Porque la transformación vital puede conllevar también una transformación social en la que los más pequeños detalles pueden marcar la diferencia. Porque, como reza la portada del libro, todos necesitamos alguna vez un poco de perspectiva.      


viernes, 20 de diciembre de 2024

Mis días en la librería Morisaki. Satoshi Yagisawa. Letras de Plata. 2023. Reseña

 




    Desde hace ya muchos años los libros cuyos títulos incluyen las palabras librería y biblioteca me llaman la atención de manera inmediata. Suelo hacerme de vez en cuando con algunos de ellos -los que me atraen desde su sinopsis, por supuesto- y los leo con devoción. Es el caso de esta novela. Escrita por el japonés Satoshi Yagisawa -graduado en Humanidades en la universidad de Nihon-, Mis días en la librería Morisaki está ambientada en el conocido barrio de Jinbocho de Tokio. El barrio de las librerías (sobre todo de segunda mano) y de las editoriales más grande del mundo. Un paraíso para todo tipo de lectores. Un lugar tranquilo pero concurrido que, a escasas paradas de metro del centro de la ciudad más extensa del mundo, luce atestada de estanterías y libros a ambos lados de sus calles. Una de esas librerías, la Morisaki, está regentada por familiares de Takako desde hace tres generaciones. Es el reino de Satoru, tío de la protagonista, un hombre un tanto excéntrico y entusiasta de los libros y de su librería.

    Takako y su tío Satoru son dos almas heridas a causa del amor no correspondido. Él perdió a su esposa, Momoko, tras muchos años de un aparente feliz matrimonio. Un buen día ella desapareció dejando un escueto mensaje en el que se leía un simple por favor, no me busques. Mensaje que, muy a su pesar, Satoru cumplió a rajatabla. Desde entonces, cinco años atrás, vive, más si cabe todavía, por y para su librería. Por su parte, su sobrina Takako ha sido traicionada por su supuesto novio, Hideaki, quien tras dos años y medio de noviazgo se acaba de comprometer con una chica, compañera de trabajo de ambos, con la que también sale desde hace un tiempo. A consecuencia de ello, la joven, humillada y deprimida, ha decidido abandonar su trabajo debido a que el ambiente allí se le ha vuelto irrespirable. Decide tomarse unas vacaciones de la vida y, siguiendo el consejo de su madre, abandonar momentáneamente el barrio de Kunitachi para poner rumbo al de Jinbocho.

    No es que a Takako le haga una gran ilusión vivir rodeada de libros en el piso de arriba de la librería de un tío al que hace años que no ve y en un barrio en el que no conoce a nadie. Sin embargo, la alternativa, volver a Kyushu junto a sus padres, la deprime más todavía. Así, sus días discurren cumpliendo el trato ofrecido por Satoru: puede vivir en la librería a cambio de ayudarle en las tareas propias del negocio. Es decir, por las mañanas atiende al público y por las tardes duerme y deja pasar el tiempo sin más, víctima de la depresión, la desidia y la vaguería. Le cuesta acostumbrarse a vivir entre libros. Unos libros que huelen mal, a humedad y a viejo, y que le hacen sentir agobiada y arrinconada. Hasta que una noche, aburrida, decide abrir uno de ellos, al azar, y se pone a leerlo para esquivar al insomnio y al tedio. A partir de entonces, su vida cambia, descubre otros mundos y otras historias, ve las cosas de forma diferente y descubre una nueva pasión. ¡Y hasta discute de literatura con los clientes!

    Los libros viejos contenían muchas historias en las que yo nunca había pensado. No solo las que tenían que ver con el contenido de los libros en sí: en cada volumen encontraba vestigios que había ido dejando el paso del tiempo: frases subrayadas, páginas marcadas, flores secas... Estos encuentros a través del tiempo solo se podían disfrutar gracias a los libros de viejo. Eso hizo que, poco a poco, me enamorara de la librería Morisaki, nos cuenta Takako en primera persona. A través de los aproximadamente nueve meses que la joven pasa en la librería de su tío, la joven se va abriendo no solo a la literatura sino a los clientes y al resto de pobladores de un barrio que llega a amar como si fuera de allí desde siempre. Takako va recuperando, pues, sus ganas de relacionarse con los demás. Deja de esconderse en su habitación, pasea por todo Jinbocho y toma cafés en el café Suboru, donde entabla amistad con Tomo, una joven universitaria que trabaja allí de camarera para pagarse sus estudios, y Takano, un joven tímido que se ocupa de la cocina.

    El barrio y sus librerías, sus calles y sus pobladores son parte muy importante de la novela. Jinbocho cobra vida propia ante nuestros ojos. Especialmente durante la semana de la Feria del Libro, durante la cual se engalana como nunca. Y, de entre sus pobladores y clientes habituales de la librería Morisaki, destacan Sabu, un intelectual que vive bajo las amenazas de su esposa, harta de que su marido no deje de llevar libros y más libros a la casa familiar, y Wada, un joven lector que también acaba de sufrir los estragos de un amor que ve reflejado en su libro preferido. Un libro que ha leído hasta cinco veces seguidas. Un libro que lee también Takako, quien empatiza con su nuevo amigo y su sufrimiento. Y es que los personajes de Mis días en la librería Morisaki son auténticos sufridores de la vida. Sus diferentes historias nos conmueven y nos hacen reflexionar sobre los sinsabores de la vida. Y también sobre cómo afrontarlos, superarlos y dejarlos atrás a pesar de los pesares.

    La relación entre Takako y Satoru es uno de los ejes centrales de la historia. Mientras que el dueño de la librería Morisaki trata desde el principio de acercarse a su sobrina, esta no quiere ni oír hablar de abrirse ante su tío. Él, más paciente y respetuoso de su intimidad, le deja tiempo para aclimatarse a su alojamiento temporal y a sus nuevas circunstancias. Para animarla a hablar, le cuenta su historia con Momoko: cómo se conocieron; se casaron; se hicieron cargo de la Morisaki cuando su padre se puso enfermo y la librería se debatía entre desaparecer o seguir con vida; y cómo se tomó su repentina huida cinco años atrás. También espera, en silencio, a que su sobrina se ponga a leer cualquiera de los muchos libros que tiene a su alrededor. Y se alegra cuando sucede. Hablan de ello, le recomienda lecturas nuevas y discuten sobre los libros que va leyendo. Fortalece su relación a base de lecturas, sabedor de que la creciente confianza la hará abrirle también su corazón.

    Porque, a su edad -ya conocemos el famoso dicho aquel de que más sabe el diablo por viejo que por diablo-, Satoru es consciente de que lo que su sobrina necesita es hablar de sus problemas. Sus vacaciones de la vida comienzan a alargarse más de lo conveniente. Y trata de introducirla en el barrio. Es él quien la lleva por vez primera al Suboru, donde sirven el mejor café del barrio. Y también donde puede encontrar a gente de todas las edades. Por supuesto, también de la suya. En definitiva, lo que hace es lanzarle un salvavidas en mitad de la tempestad de depresión, crisis, desgana y holgazanería en la que Takako está inmersa y de la que parece no poder -ni querer- salir. No obstante, también sabe que la paciencia y el tiempo son claves en todos los procesos -que se lo digan a él- y que antes o después su sobrina irá cambiando su perspectiva de la vida y aceptará ese salvavidas que le permitirá salir a flote de su tormento.

    Mis días en la librería Morisaki -escrita en 2008 y publicada en Japón en 2009- fue llevada a la gran pantalla en 2010 de la mano del director japonés Asako Hyuga. Pocos meses después de ser publicada en España por Letras de Plata (2023) vio la luz su secuela, Una velada en la librería Morisaki, novela que también trataré de leer en cuanto pueda. Me encantará saber cómo discurren las vidas de Takako, Satoru, Momoko, Wada, Tomo, Takano y compañía. Y también seguir conociendo nuevos autores japoneses. Porque las páginas de esta novela están repletas de autores y obras cuya existencia desconocía. Una razón más para leerla.                        

         

sábado, 30 de noviembre de 2024

Araña. Jon Bilbao. Impedimenta. 2023. Reseña

 




    El pasado año Jon Bilbao continuó contándonos parte de su vida y de la de su personaje más conocido, John Dunbar, ese pistolero del Salvaje Oeste americano conocido como el Basilisco, que ya protagonizó su anterior novela, titulada precisamente Basilisco. Lo hizo con Araña, novela que sigue el camino de la predecesora por cuanto nos narra pasajes más o menos autobiográficos del propio autor, que en la novela se llama también Jon, mezclados con los del otro John, el Basilisco. Una mezcla de historias, géneros literarios, realidad y ficción que nos sitúa en una suerte de meta literatura de la que el lector no desea salir. Ni aunque lo cosan a balazos. Ni aunque se les aparezca un personaje aterrador que amenace su salud mental. Porque eso son la Araña o el Basilisco, las bestias que todos llevamos dentro y que de vez en cuando pueden llegar a salir y a apropiarse no solo de nuestra personalidad sino hasta de nuestra propia persona, convirtiéndonos en un ser aborrecible, temible, inhumano.

    El Jon literario de Ribadesella -que a buen seguro comparte con el Jon escritor algunos aspectos personales que solo él conoce y que no interesan (o no deberían interesar) en absoluto al lector- aparece en los primeros relatos de la novela como un niño con una imaginación desbordante que anticipa a ese Jon adulto que escribe historias -como la de John Dunbar, por ejemplo- quizás para huir de un presente que no lo satisface. Para ello, idea un pasado que sitúa en el Lejano Oeste americano y unos personajes que parecen estar sacados de las mejores películas del maravilloso John Ford -otro John, por cierto-. Algo que solo resulta posible viajando a los escenarios que poblarán sus páginas. Así, en uno de los relatos, el personaje Jon viaja, junto a sus hijos y su nueva pareja, al desierto de Nevada para ambientar sus próximos escritos. Y allí vive una aventura que, aunque quizás no hubiera deseado vivir, le servirá para ambientar con mayor verosimilitud si cabe sus próximas novelas.

    El ambiente hostil del desierto de Nevada habitado por Dunbar recuerda sin duda a ese otro ambiente que el propio Jon escritor ha vivido in situ: el de las minas asturianas y sus alrededores. Así, en otro de los relatos, protagonizado por el Jon niño, su padre está a punto de ser arrollado por una riada. Hecho que sirve para ejemplificar las desbordantes fuerzas de la naturaleza, ante las que el humano es incapaz de responder. Algo que, por desgracia, también sabemos de primera mano los valencianos del sur de la capital. Y ese es uno de los fuertes de la literatura de Bilbao: el ambiente, el escenario, el medio no solo forma parte de la acción de sus escritos, sino que determina muy a menudo las formas de actuar de los distintos personajes. Unos personajes cuyos enemigos no son solo los otros personajes, sino también ese medio incontrolado e incontrolable que puede acabar con todos ellos de un solo plumazo. Y, desde luego, nada puede ambientar mejor una historia que unos lugares hostiles y amenazantes.

    Pasado y presente. Realidad y ficción. Las historias narradas por el Jon escritor están protagonizadas por el Jon niño, el Jon adulto y John Dunbar, ya convertido en el Basilisco, en épocas y lugares muy  diferentes. Y, sin embargo, merced a la extraordinaria maestría del Jon escritor, se mezclan de tal manera que a menudo el lector duda a la hora de dilucidar lo que fue primero: la Asturias del siglo XX o XXI o el desierto de Nevada del siglo XIX. El Jon asturiano o el Basilisco. Es decir, el huevo o la gallina. No, no es una exageración. Porque ocurre que en no pocas ocasiones los personajes beben los unos de los otros, pese a pertenecer a épocas y lugares tan diferentes. Y viven vidas tan paralelas en algunos aspectos que parecen ser solo uno. ¿Estamos quizás ante un viejo Jon de casi doscientos años de existencia? Sea como sea, esa mezcla, junto a la de los géneros literarios -biografía, western, drama, crónica, aventuras- crea una nueva ficción original, fresca y muy llamativa. 

    Esa especie de meta literatura se completa con el hecho de que los textos aparecen salpicados de referencias literarias. Así, John Dunbar no viaja nunca sin su viejo, manoseado y casi destruido ejemplar de la Ilíada de Homero. Y Lucrecia -ahora hablaremos de ella- hace lo propio con el Salambó de Gustave Flaubert. Y ambos hablan de literatura. Y citan de memoria a Dickens o a Thackeray. Por no hablar de que el propio Basilisco protagoniza una serie de novelas escritas por otro de los personajes de la novela, James Bramble. Un escritor que narra en sus libros -más de cincuenta- las andanzas de John Dunbar. Algunas, las menos, más verídicas. La mayoría, fruto más de su imaginación -y de quienes le han contado algunos de los pasajes de las mismas- que de la realidad. El propio Dunbar parece querer vomitar al escuchar de boca de su autor algunos fragmentos de sus libros. Ese no soy yo, eso no es verdad, eso no sucedió así, le dice mientras escupe.

    La parte central de la novela narra el viaje guiado por John Dunbar en busca de lo que el líder de la caravana de peregrinos que le paga, Martin Grouard, denomina el Paraíso. Un lugar en el que solo pueden vivir los iluminados. Unos iluminados que son hombres en su totalidad. Y, sin embargo, los acompaña la hermana de Grouard, Lucrecia. Una mujer que deberá abandonar al grupo en cuanto este pise el Paraíso. El líder guía a Dunbar a partir de visiones o imágenes luminosas que ve en sueños. Este, gran conocedor del terreno, debe interpretarlas y llevar al grupo hasta ese lugar. Una especie de Tierra Prometida solo para hombres. El viaje, que es largo y tortuoso, sirve para ver el lado más humano del Basilisco, que encuentra en Lucrecia una especie de alma gemela femenina: arisca, poco habladora, lectora, salvaje y en busca de lo que la vida hasta entonces le ha ocultado: una especie de ocasión para redimirse. Para encontrar una felicidad que parece estarles negada. 

    En los últimos relatos de la novela toman cuerpo de forma definitiva los paralelismos entre las vidas de Jon y John. Nos presentan, de forma cinematográfica, los nacimientos del Basilisco y la Araña. Y nos muestran los desconocidos orígenes del pistolero. Unos orígenes que, al ser conocidos por el Basilisco, hacen que se tambalee el mundo tal y como lo conocía. Hasta el punto de que solo la presencia de Lucrecia, con quien la relación ha ido dando pequeños pasos hacia un posible futuro común -que probablemente se plasme en Matamonstruos, la novela que cierra la saga, publicada hace escasos meses-, lo ayuda a mantenerse firme. Todo ello, narrado en un final trepidante que deja al lector con las ganas de abrir la novela definitiva sobre un John Dunbar que puede que en ella halle al fin algo de felicidad en la vida. O no. Quién sabe. Con Jon Bilbao nunca se puede saber nada. Especialmente cuando sus páginas están habitadas por personajes como la Araña.

    Como siempre, como me ocurrió con Los extraños -2021- y con Basilisco -2020-, ha sido todo un placer leer algo tan original, fresco y bien escrito como Araña. Próxima y última parada de la saga sobre John Dunbar: Matamonstruos. Promete emociones y acción. Esperemos que la corriente no se nos lleve a todos por delante. O sí. Como el día anterior al que se describe en este pasaje: miraron juntos el agua, de color marrón verdoso pero que ya había recuperado el nivel habitual. El padre le dijo que el día anterior el río era muy distinto, una pasta espesa que no hacía olas. ¿Y sabes qué no se me va de la cabeza? El sonido. Un ronquido profundo. Como un ruido de molienda. Las piedras. Piedras enormes, que esa pasta arrastraba por el fondo. Pues eso: esperemos que, por el bien de todos, a quien se lleve la corriente por delante sea a la Araña.

  

lunes, 30 de septiembre de 2024

Los incomprendidos. Pedro Simón. Espasa. 2022. Reseña


 



    Tras el enorme éxito alcanzado un año atrás con Los ingratos, Premio Primavera de Novela 2021, el escritor y periodista madrileño Pedro Simón publicó su tercera novela, Los incomprendidos, a finales de 2022. Como en su predecesora, el autor nos narra una historia que llega y emociona al lector. Porque, como reconoce Javier, uno de los personajes y narradores de esta novela -junto a su hija Inés y su hermana Clara, que aparece como narradora epilogar-, las mejores historias no son las que hablan de los otros en sitios lejanos, sino las que hablan de ti. Aquí mismo. Ahora. Y hacen que se te iluminen los ojos y quieras conocer el final. Y no le falta razón. Porque las historias cercanas y corrientes, las que les pueden ocurrir a cualquiera de nosotros, suelen resultar a menudo las más atractivas. Aunque solo sea por ofrecer una mayor verosimilitud y, por tanto, también una mayor posibilidad de repetirse en nuestras propias carnes.   

    De los catorce capítulos que componen la novela, Javier, el padre, nos narra siete. Por su parte, Inés, la hija, narra seis de los restantes, quedando el epílogo para Clara, hermana de Javier y tía de Inés. Las mochilas que todos llevamos a cuestas, la culpa con la que cargamos, la incomprensión que sentimos más a menudo de lo deseado, la incomunicación, la soledad y la falta de diálogo dentro del núcleo familiar y los silencios más incómodos que existen en todos los hogares son los pilares de la historia de esta familia. Una familia que debe sobrevivir a un drama conocido desde el inicio, la muerte del hijo menor, Roberto, y a otros desconocidos en un principio pero que se irán presentando ante nuestros ojos de manera que al final los huecos de esta historia se van rellenando y permiten al lector recomponer el puzzle familiar de forma progresiva, hasta que la última de sus piezas encaja y todo cobra sentido. 

    A veces, cuando voy por la calle y veo a un adolescente hacerle un gesto airado a su madre, o cuando observo en el autobús cómo un padre trata de conversar con su hija y esa hija calla, me pregunto quiénes son en realidad los incomprendidos, narra Javier en la parte final de la novela. Somos esa generación errática que entonces dejaba el mejor sitio de la mesa para el padre y que ahora se lo deja al hijo. Eso somos, afirma unas páginas antes haciendo alusión a la crisis de solidaridad, valores y respeto en la que vivimos actualmente. Desnortados, en suma. Inés, por su parte, nos cuenta que la adolescencia puede ser un infierno. Basta con el cielo de los otros. Es suficiente con que te los imagines más felices y más guapos que tú y sin el nudo que sientes dentro. Algo que se completa con otra frase muy significativa que viene a decir algo así como que la adolescencia es parirse a uno mismo a los dieciséis o a los dieciocho.  

    Javier trabaja en una pequeña editorial que busca con ansia publicar la novela negra revelación del año. Nos habla de la que cree que va a serlo. Nos cuenta su trama, su desarrollo y su final. Y, además, narra la historia de su hija Inés desde su nacimiento hasta la actualidad -algo que le aconseja Diana, la psicóloga familiar a la que acuden todos sus miembros tras la muerte de Roberto- en un simulacro de novela escrita por él mismo. En ese sentido, Los incomprendidos podría ser calificada, además de como novela familiar, como metaliteratura. Y es que esas otras novelas paralelas o periféricas a las que se ha aludido tienen también conexiones con la realidad narrada por la novela central. Son, por tanto, una especie de explicaciones o anexos a la trama central. Una forma de aportar mayor información de una manera original y diferente a lo acostumbrado. Aunque, obviamente, tampoco sea ninguna gran novedad literaria.  

    La historia del matrimonio formado por Celia y Javier es la de tantos otros. Pareja que desea tener un hijo, lo intenta y lo vuelve a intentar, ve que no puede, se hace pruebas, observa que no hay ningún problema que impida poder tenerlo, decide adoptar y, de repente, ocurre el embarazo. Así es como, en cuestión de meses, el matrimonio da la bienvenida a su hogar a un hijo recién nacido, Roberto, y a una hija algo mayor, Inés. Una hija que ya arrastra una pesada carga. Una pesada carga proveniente de su familia natural que se acrecienta tras la trágica muerte en accidente de tráfico de su hermano. Una tragedia que separa a los miembros supervivientes de la familia. Hasta que la situación roza lo insostenible. Cada uno de ellos se considera culpable de la muerte de Roberto. La terapeuta, Diana, no logra recomponer las grietas aparecidas en el seno familiar. Trata por separado a cada uno de ellos, sin lograr retornar a esa feliz unión anterior al drama. 

    Javier e Inés, Inés y Javier nos narran, capítulo a capítulo, la historia del drama. Familiar y personal. Ambos tratan de comprenderse y de hacerse comprender. Pero les cuesta. Inés se refugia en su tía Clara. Una mujer trabajadora, luchadora, soltera, libre, con parejas esporádicas y sin hijos, que se encarga de levantar a Inés cada vez que esta parece desmoronarse. Y está a punto de hacerlo en varias ocasiones. No es agradable sentirse como un explosivo, afirma la propia Inés, que completa con la sensación que tiene de que, tras la muerte de su hermano, ella es lo único que les queda a sus padres. Una gran responsabilidad para ella, otra carga y otra culpa más, puesto que no tiene claro si sabrá estar a la altura. Algo que constata definitivamente con una frase desgarradora: confirmé lo muchísimo que mis padres lo querían a él. Hasta muerto, tenía algo de celos. Y me daba asco a mí misma por sentirlos. Tía Clara me miraba y creo que me adivinaba los pensamientos. Yo solo pedía en silencio que me siguieran queriendo, a pesar de todo. Si no tanto como a él, parecido

    Esa idea, la de poder leer el pensamiento, se repite a lo largo de la novela. Por ambas partes, además. Pero, sobre todo, por parte de Javier. Quisiera saber qué piensa su hija. Para hacer las cosas mejor. Para hacerle la vida más fácil. Aunque conocer sus pensamientos podría acabar de hundirlo a él. Tía Clara, en cambio, sí parece ser capaz de leer el pensamiento de su sobrina. Y se convierte en su tabla de salvación: con ella deja de hacerse pipí en la cama, con ella aprende a nadar, con ella aprende a confiar en alguien. Clara, además, también es la voz de la conciencia de su hermano y de su cuñada. La tormenta que resuena en las cabezas de los adultos. El nexo de unión de una familia que amenaza con separarse de por vida. Una familia cuyo uno de sus miembros (Inés) se ve como un círculo rodeado de cuadrados y piensa en la muerte. Y Javier se siente impotente: no hay peor sensación de fracaso que ver cómo se te ahoga una hija. Porque un hijo también es eso que a veces te mata o querrías matar, pero que te da la vida. 

    Inés, por contra, nos dice que si de niña creces cuando ves llorar a una madre, supongo que siendo un adulto te haces un poco más viejo cada vez que ves llorar a tu hija. Y es que, dentro de la soledad, la incomunicación y el horror de vivir juntos pero parecer unos extraños, en las historias que nos narran los protagonistas de Los incomprendidos, como ya sucediera en Los ingratos, también tienen cabida la esperanza y la ilusión. La ilusión de que los problemas siempre se pueden superar. Porque solo la muerte no tiene solución. Y hasta la muerte misma también puede acercar a quienes sobreviven a la tragedia. Aunque para ello hayan de viajar a lo más recóndito de sus almas. Aunque para ello hayan de mirarse en el espejo y decirse a la cara -en este caso, escribir sobre un papel- quiénes son y quiénes quieren ser a partir de ahora.            

    

lunes, 9 de septiembre de 2024

El orden del día. Éric Vuillard. Tusquets. 2018. Reseña

 




    Todos conocemos muchos de los sucesos ocurridos durante el nazismo y la Segunda Guerra Mundial. Es una de las épocas históricas más estudiadas y conocidas de la Humanidad. También sabemos que el aparato de propaganda nazi fue el primero y el más poderoso de todos los que hayan existido durante nuestra larga y a la vez corta Historia. En parte, de eso trata El orden del día, del escritor francés Éric Vuillard. La novela, que también podría calificarse como crónica, narra algunos aspectos de los orígenes del poder nacionalsocialista y del desarrollo de una leyenda que sin embargo fue más creada, idealizada y manipulada que real en no pocos casos. Ganadora del Premio Goncourt en Francia en 2017 -galardón justificado por la originalidad con la que su autor utiliza fragmentos de sucesos para unirlos y crear una imagen de conjunto sólida, inédita y apasionante de los primeros años del nazismo-, la novela llegó a España en 2018 de la mano de Tusquets. El orden del día demuestra que para crear un relato convincente no es necesario recurrir a una obra de mil páginas. Algo que ya vimos en 14 de julio.

    Las portadas de los libros nos dicen a veces algo -poco o mucho- sobre su contenido. En la imagen de la portada de esta novela del también guionista y realizador francés aparece el industrial alemán Gustav Krupp, famoso por ser el propietario del conocido grupo de industria pesada Krupp AG entre 1909 y 1941. ¿Qué pinta la imagen de un industrial en la portada de un libro sobre los orígenes del nacionalsocialismo? Pues mucho. Porque la narración de la novela comienza con una reunión de Goering y Hitler con veinticuatro importantes empresarios alemanes de la época. La fecha, 20 de febrero de 1933, bien podría catalogarse como el inicio del poder de Hitler en Alemania. De esa reunión, a la que acudieron, además de Krupp, los máximos dirigentes de empresas tan potentes como Agfa, Allianz, BASF, Bayer, IG Farben, Opel, Siemens o Telefunken, entre otras, nació la potencia económica de un partido que no tardó en hacerse con las riendas de un país que clamaba venganza tras la humillación sufrida en el Tratado de Versalles.

    La Historia nos cuenta que muchos de estos poderosos empresarios acabaron siendo condenados en los juicios de Nuremberg por apoyar económicamente al nazismo y, sobre todo, por beneficiarse del trabajo forzado de deportados y encarcelados, una mano de obra barata que hizo que sus empresas prosperasen más todavía. Pero eso ocurrió una década más tarde. Lo que importa en El orden del día es todo lo ocurrido en la década de 1930. Y Vuillard utiliza sucesos no muy conocidos para ilustrarnos sobre la importancia que tuvieron en el desarrollo del movimiento el dinero -proveniente en su mayor parte de los citados empresarios y demás círculos de poder alemanes- y la propaganda, que convirtió en leyenda algunos hechos que más bien fueron auténticos desastres. Vuillard llega hasta el punto de ridiculizar al mismísimo Hitler en diversos pasajes de la obra, tal como ya hiciera Charles Chaplin en El gran dictador (1940). Y es que solo un gran aparato de propaganda puede convertir lo grotesco, lo cómico, lo irrisorio en una leyenda nacional. Para ejemplos, diversas épocas y naciones nada lejanas, ¿verdad?

    La novela de Vuillard desenmascara muchos de los mitos del nacionalsocialismo y nos muestra las miserias de unos hombres que fueron elevados a los altares a base de burdas manipulaciones, grandes montajes dignos del gran Hollywood y la creación de múltiples falsas apariencias. Todo para crear una farsa trágica que todavía resuena a día de hoy. El orden del día desvela los mecanismos del mal. Denuncia la vileza. Y muestra cómo el nazismo se benefició de cantidades ingentes de dinero a cambio de la falsa estabilidad prometida a esos círculos del poder alemán. Y, lo mejor de todo, el autor francés lo cuenta de tal manera que al lector le parece estar en el lugar y el momento indicados, viviendo de primera mano, in situ, los acontecimientos descritos. Hasta el punto de llegar a reírse de unos monstruos que en realidad no fueron más que despiadados mequetrefes y de angustiarse al asistir a unos hechos que acabaron costando millones de vidas y millones y millones de las monedas que cada uno quiera utilizar.

    Las novelas de Éric Vuillard comparten una serie de características que también apreciamos en esta. A saber: toman como punto de partida un acontecimiento histórico; denuncian hechos sociales injustos; están narradas desde el punto de vista de la micro Historia, tratando al detalle cada acontecimiento; tienen una extensión corta (en este caso, unas ciento cuarenta páginas); sitúan al lector dentro de los sucesos narrados, convirtiéndolo en un intérprete más de la Historia; presentan altos debates morales y políticos; y se desarrollan a través de una acción fulgurante que atrapa al lector a sus páginas. Son obras de ficción, sí, pero presentan un elaborado proceso de documentación histórica que convierten la ficción en realidad. En testimonio de la realidad narrada. Y, todo ello, desde la concreción. Sin ambages ni circunloquios innecesarios. Haciendo bueno aquello de que lo bueno, si breve, es dos veces bueno. Dejando de lado la paja y centrándose en lo estrictamente necesario para dar luz a los hechos en cuestión.

    De los dieciséis capítulos que componen la novela cabe destacar principalmente tres de ellos. Los dos primeros hacen referencia a la entrevista en el Berghof de Berchtesgaden entre Hitler y el canciller austríaco, Schuchsnigg, el 18 de febrero de 1938 -una de las escenas más fantásticas y grotescas de todos los tiempos, en la que Schuchsnigg sucumbe a la influencia mágica de un Hitler que aparece como un ser sobrenatural, una criatura quimérica- y a la avería masiva de los panzers alemanes en su camino hacia Viena nada más establecerse en Anschluss, el 12 de marzo de 1938 -Hitler está fuera de sí, lo que debía ser un día de gloria, un viaje vivificador e hipnótico, se transforma en un atasco. En lugar de velocidad, congestión; en lugar de vitalidad, asfixia; en lugar del impulso, el tapón. Aquello parecía una película cómica: un Führer hecho una furia, todo lleno de mecánicos corriendo por la calzada, órdenes gritadas atropelladamente. Un ridículo asegurado-, aspecto que explica la teoría de que la denominada Blitzkrieg -o guerra relámpago- no fue más que una mera fórmula, una publicidad.  

    El tercero de los capítulos a destacar narra la surrealista despedida de Ribbentrop de Downing Street en la noche de ese mismo día -12 de marzo de 1938-, alargando hasta límites esperpénticos la cena junto a Neville Chamberlain para impedir la rápida respuesta británica a la anexión austríaca por parte de Alemania. Los Ribbentrop rieron la jugada que habían desarrollado: la misión de hacer perder a Chamberlain, y al resto de su equipo, el máximo tiempo posible. Chamberlain no había podido despachar el asunto más urgente, había estado ocupado hablando de tenis y degustando macarrones justo después de que las tropas alemanas acabaran de entrar en Austria. Como se puede observar, la novela se centra en los años y meses inmediatamente anteriores al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Acciones intermedias entre los orígenes del nazismo y el comienzo de los hostilidades en la frontera polaca. Cuando ya nadie podía pasar por alto los proyectos de los nazis, sus intenciones brutales.

    En definitiva, El orden del día desmitifica muchas de las ampliamente difundidas leyendas del nazismo, mostrándonos las miserias de quienes durante décadas fueron enaltecidos a base de propaganda, publicidad y manipulación. Y, además, nos adentra en la connivencia entre los ricos empresarios y demás poderosos personajes de la época con los miembros de un movimiento que encerraba dentro de sí mismo intereses espurios que ya nadie podía ocultar tras sucesos como el incendio del Reichstag, el 27 de febrero de 1933, la apertura de Dachau, aquel mismo año, la esterilización de enfermos mentales, aquel mismo año, la Noche de los cuchillos largos, al año siguiente, las leyes sobre la salvaguardia de la sangre y del honor alemanes, el inventario de las características raciales, en el año 1935; todo junto era realmente demasiada cosa. Una novela-crónica, como ha quedado dicho más arriba, corta que se hace más corta si cabe debido a su originalidad, interés e intensidad. Una forma muy divertida de aprender la Historia.                     

         

sábado, 15 de junio de 2024

Mis diez mejores lecturas del primer semestre de 2024

 




10. Nadie lo conoce. Mari Jungstedt. Maeva. 2010. Mari Jungstedt reúne en una misma historia viejos rituales vikingos, asesinatos en serie, la Historia de Gotland -la saga completa se desarrolla allí-, los más modernos métodos arqueológicos, el robo y contrabando de joyas y demás objetos, las vidas personales de sus protagonistas -el policía Knutas y el periodista Berg- y las consecuencias que una infancia familiar destructiva puede provocar en algunos futuros adultos, que se convierten en unos inadaptados muy peligrosos para sí mismos y para sus conciudadanos. Un cóctel molotov que, agitado con la maestría de la autora escandinava, desencadena una historia que atrapa al lector y lo ata a sus páginas hasta la resolución definitiva. 

9. Vita brevis. Jostein Gaarder. Siruela. 2022. Ficción literario-filosófica que revela los desacuerdos y el descontento de Floria Emilia, la mujer que ocupó el corazón de San Agustín -tratado aquí simplemente como Aurelio- en sus años de juventud, por el hecho de haber sido abandonada, arrebatado su hijo además, debido al ascetismo del filósofo y sus nuevas creencias cristianas, de las que critica una visión centrada más en la vida después de la muerte que en la presente y terrenal. La novela capta a la perfección el enfrentamiento entre las filosofías del denominado carpe diem -vive el presente, aprovecha el tiempo-, ejemplarizadas por Floria Emilia, y las neoplatónicas y ascéticas, representadas por San Agustín. Como en su famosa novela El mundo de Sofía, Gaarder nos explica la filosofía de manera amena y entendible, como debería hacerse en las aulas.

8. Soldados de Salamina. Javier Cercas. Tusquets. 2001. La novela que relanzó la carrera literaria de Cercas narra unos hechos históricos -los fusilamientos acaecidos durante los últimos días de la guerra en el santuario del Collell (Girona)- desde puntos de vista variados, demostrando que la Historia no se puede conocer fehacientemente desde una única versión. Una novela que bebe directamente de los escritores Sánchez Ferlosio y Roberto Bolaño sobre dos historias reales que tienen que ver con el también escritor y político falangista Sánchez Mazas y un soldado republicano que lo dejó escapar con vida del lugar de los fusilamientos. Un ejemplo claro de cómo de complicado, arduo y tortuoso es el proceso de documentación de una novela histórica. Sobre todo cuando esta se basa en personajes reales a los cuales se debe encontrar y conocer para lograr la máxima perfección y veracidad posible. Una historia deslumbrante que fue apoyada por la magnífica película de David Trueba. 

7. El periodista deportivo. Richard Ford. Anagrama. 2023. Primera de las cinco novelas protagonizadas por el personaje ficticio -¿puede que un alter ego del propio autor?- Frank Bascombe, en las que el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2016 Richard Ford traza un exhaustivo retrato psicológico no solo de un personaje y hasta de la condición humana, sino también de una nación (EE.UU.) y una región (Nueva Jersey), cuyas ciudades principales (Haddam, Freehold o Asbury Park) son parte importante de la historia hasta el punto de condicionar la vida del protagonista principal. Un personaje que sufre la cotidianeidad, que es un superviviente -a tiempo completo, además- de la crisis personal y familiar que sufre desde años atrás, aunque por momentos él mismo no sea capaz de verlo de esa manera. El autor parece reflexionar en voz alta sobre cómo podría haber sido su vida si no hubiera decidido luchar por ser escritor. 

6. La biblioteca de la medianoche. Matt Haig. Alianza. 2021. Un canto al poder de los libros como fuerza impulsora de vitalidad y de amor. Una celebración de la multitud de posibilidades que nos ofrece la vida. Un estudio filosófico y casi psicológico -y muy empático- sobre la condición humana. Una fantasía en torno a lo que de verdad importa -o debería importar- en la vida. Una inyección de posibilidades en tiempos difíciles e inquietantes. Una experiencia sobre el amor, las segundas oportunidades y la valoración de la vida que nos ha tocado vivir. Una historia que mueve a la reflexión acerca de nuestra relación con el remordimiento por lo que hicimos o dejamos de hacer. Porque todos hemos cometido alguna vez el tremendo e injusto error de no ver sentido a nuestras vidas. De todo esto trata una novela que todo el mundo debería leer. Porque, además, es muy entretenida y realmente absorbente.

5. Surrender. 40 canciones, una historia. Bono. Reservoir Books. 2022. Bono, líder de la famosa banda irlandesa U2, nos descubre algunos aspectos menos conocidos de su vida a la vez que explica más detalladamente otros ya conocidos por todos. Un libro extenso que presenta los grandes momentos familiares, musicales y político-activistas de un cantante irrepetible por su importancia a todos los niveles. Unas memorias para fans y no fans. Porque, más allá de lo musical y familiar, resulta innegable la labor político-social del autor, con conexiones con Amnistía Internacional, Greenpeace y otras muchas ONGs. Así, se puede asistir, desde dentro, a complicadas reuniones, negociaciones y diseño de campañas como la condonación de la deuda externa de los países del Tercer Mundo o la de las ayudas a los países pobres africanos para poner fin a la transmisión incontrolada del SIDA. El tema del mesianismo político aparece en el libro, con todas las alabanzas y críticas recibidas. 

4. La última función. Luis Landero. Tusquets. 2024. La historia de quien quiere pero no puede. De quien da todo lo que lleva dentro pero no consigue más que pequeñas victorias que hacen estériles sus esfuerzos por alcanzar una meta mucho más amplia. De quien, pese a ello, atesora una dignidad y una honestidad a prueba de bombas. Porque solo fracasa quien abandona, nunca el que lo intenta con todas sus fuerzas. Tito, Rufete y Galindo ven en esa última función su última oportunidad en la escena teatral. Paula busca vivir una aventura que la lleve a iniciar una nueva vida mucho más satisfactoria. Y los ciudadanos de San Albín ven en esa representación la última ocasión de conseguir que su querido pueblo no caiga en el olvido y pase a engrosar la lista de pueblos de la denominada España vaciada. Una novela sencilla y a la vez complicada. Como la vida misma. Todo ello de la mano de un Landero que demuestra conocer al dedillo no solo el alma humana sino las mejores formas de hacer literatura. 

3. Baumgartner. Paul Auster. Seix Barral. 2024. ¿El testamento literario de Auster? Para nada. Sería injusto calificarla así. Porque el estilo de esta novela, su última novela, es fiel al conjunto de su obra: aparentemente sencillo pero que esconde en realidad una compleja arquitectura narrativa repleta de digresiones que parecen romper el hilo discursivo pero que completan información que más adelante será más importante de lo que parece; de una metaficción que esconde unas historias dentro de otras; y de un cuestionamiento de la identidad que hace que el lector se devane los sesos pensando si la obra en cuestión habla de los personajes de la misma o si el autor está hablando en realidad de sí mismo. Temáticamente hablando, también esta novela es fiel a toda su carrera: existencialismo, pérdida, amor, azar, soledad, duelo. Paso del tiempo. Un tiempo que no volverá, hecho que, lejos de abrumarnos y desanimarnos, debe alumbrar en nosotros el deseo de vivir con todas las ganas. Auster se moría. Lo sabía. Y buscó completar su legado. Como en su día David Bowie, Leonard Cohen o Freddie Mercury.

2. El niño. Fernando Aramburu. Tusquets. 2024. En 1980 una explosión de gas propano mató a cincuenta niños y tres adultos en el colegio público de Ortuella, Vizcaya. Aramburu documentó los hechos y se entrevistó con supervivientes y familiares de víctimas para poder construir una novela que describe el sufrimiento de una de las muchas familias afectadas. Otro magnífico capítulo de su serie Gentes vascas. Una novela en la que las vidas de los protagonistas cambiarán para siempre a partir de unos hechos devastadores y lacerantes. El autor nos muestra, con gran singularidad y originalidad, aspectos inesperados de cada uno de ellos. Nos los abre en canal gracias a su peculiar bisturí literario-psicológico para enseñarnos qué encierran sus cerebros devastados, cómo laten sus corazones heridos, cómo afrontan el drama personal y familiar y cuál será el destino de cada uno de ellos. Es obvio que la realidad siempre supera a la ficción, pero cuando esta bebe directamente de la realidad el resultado puede ser igualmente veraz. Y dibujarnos una obra de arte en forma de un extraordinario friso de desgarros. 

1. El tesoro de La Girona. Javier Pellicer. Edhasa. 2023. Pellicer derrocha unos bastos conocimientos de los hechos narrados -la derrota de la Armada Invencible en 1588 y los mitos y las leyendas irlandesas- y un gran saber hacer a la hora de mezclar la realidad histórica y unas tramas y unos personajes ficticios que bien podrían haber existido en la realidad. Como en todas sus obras, lo mejor del autor valenciano es la evolución psicológica de sus personajes: sus luchas internas, sus deberes morales, sus cambios en la forma de pensar y de actuar, la superación de sus debilidades, el aprovechamiento de sus fortalezas y la manera en que enfrentan las respectivas situaciones que se les presentan. Joan Mateu y Ealasaid guardan secretos. Ninguno cree merecer al otro. Los dos deben hacer frente a un presente ligado directamente al pasado de sus respectivas familias. Ambos deben afrontar los grandes contrastes de sus tan diferentes orígenes. El tesoro de La Girona es una novela para enamorarse, más si cabe, de la denominada Isla Esmeralda, una cultura en la que conviven en armonía santos, druidas, monjes y hadas.