LIBROS

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martes, 22 de abril de 2025

Una historia particular. Manuel Vicent. Alfaguara. 2024. Reseña

 




    El escritor y periodista castellonense Manuel Vicent, Premio Nadal 1986 por Balada de Caín y doble Premio Alfaguara por Pascua y naranjas (1966) y Son de mar (1999), retornó al género de memorias el año pasado con Una historia particular. Tras sus predecesoras en dicho formato -Contra Paraíso, Tranvía a la Malvarrosa, Jardín de Villa Valeria, Verás el cielo abierto y León de ojos verdes-, publicadas entre 1993 y 2008, entrelaza la biografía y la ficción para construir una crónica de la España reciente, mostrándonos una visión propia y particular -de ahí el título- de lo que supone existir y del hecho inexorable del paso del tiempo. Una crónica evocadora y literaria en la que encontramos recuerdos alegres y tristes, memoria del pasado, felicidad y rebeldía. Además, también se nos hacen presentes sueños cumplidos y derrotas implacables. Todo ello, amenizado por las canciones, las lecturas, los perros, los coches y el mar. Por supuesto, el mar.

    Nacido unos pocos meses antes del estallido de la Guerra Civil Española, a sus 88 años de edad, en el tiempo de prórroga de su vida, el habitual columnista (desde hace casi cincuenta años) del diario El País, comienza el libro con dos verdades innegables. La primera: la vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una maraña de sueños y pasiones que el tiempo macera a medias con el azar. La segunda, ahondando en lo anterior: olvidas el paraguas, vuelves al bar a recuperarlo y allí te encuentras con una mujer que va a torcer tu destino. O a encauzarlo, añado yo. Que todo puede ser. La cuestión es que, como muchos otros escritores -Paul Auster o Julio Cortázar, por ejemplo-, Vicent asume la importancia que en la vida de las personas tiene el azar. Porque hay tantísimas cosas que no podemos controlar durante nuestra existencia que casi es preferible no pensar en ellas.   

    Una de las curiosidades del libro es las distintas formas que utiliza el escritor para referirse al tiempo narrado. Porque Vicent mide el tiempo según sus propias unidades de medida. Así, muchos de los capítulos suceden cuando el autor tenía tal o cual perro o este o aquel coche. O cuando triunfaba una canción determinada, se ponía de moda un libro nacional o extranjero o se estrenaba cualquier película de éxito. Porque en la vida de las personas poco tiene tanta importancia como su automóvil, su animal de compañía o sus canciones, películas o libros preferidos. Por no hablar de su equipo de fútbol. Y es que, aunque no en demasía, también el fútbol aparece en las páginas de Una historia particular. Por cierto, hablando del azar (ya que el fútbol tiene mucho de ello): nacer en uno u otro país o región, ¿no es, acaso, el primer golpe de azar al que debemos hacer frente, a veces durante toda nuestra vida? En efecto, España es un protagonista más del libro. Un libro que seguramente no sería el mismo si su autor hubiera nacido en Canadá, Japón o Sudáfrica. 

    La historia particular de Manuel Vicent está repleta de canciones. Desde las marciales -Cara al sol, Prietas las filas o Los voluntarios- y las religiosas -Perdona a tu pueblo- hasta las festivas -Los pajaritos o Mi casita de papel-. Desde Juanito Valderrama o Conchita Piquer hasta Elvis, Little Richard, The Beatles o Chet Baker, pasando por Domenico Modugno o Antonio Machín. También, como no podía ser de otra forma, de cine. A lo largo de las páginas vemos desfilar a los mejores actores, las mejores actrices y los mejores directores. Nacionales e internacionales. Se nos citan muchas de las películas que marcaron una época durante los últimos tres cuartos de siglo. Y, cómo no, tratándose de un periodista y redactor, de viajes. Porque para eso el autor ha dado varias veces la vuelta al mundo durante sus casi noventa años de vida. Y nos narra algunas de sus vivencias en los más recónditos rincones del planeta. Algunas, extravagantes y divertidas. Otras, delicadas y peligrosas. Muy peligrosas.

    Pero, sobre todo, en Una historia particular encontramos Historia (y política) y literatura. Mucha literatura. Desde sus cómics y tebeos favoritos -El hombre enmascarado, El guerrero del antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín- hasta lecturas más adultas -Azorín, Machado, Unamuno, Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Baroja, Chéjov o Heine-, pasando por lecturas intermedias -Hazañas bélicas, El capitán Trueno, las novelas de aventuras La isla del tesoro, El libro de la selva o La isla misteriosa o cualquiera de las muchísimas de Julio Verne-. Lecturas que forjaron la pasión, la imaginación y las ganas de escribir de un chico que ya a los quince años de edad soñaba con ser algún día un buen escritor. Tenía quince años y acababa de leer la novela de Stevenson, pero en ese momento para mí significaba lo mismo leerla que escribirla. Bastaba con un cuaderno y un lápiz para ser escritor, porque la historia ya estaba escrita al despertar por la mañana al final del sueño. 

    En cuanto a la Historia (y la política), durante las doscientas páginas del libro el autor realiza un recorrido por el largo franquismo y la mal llamada transición a la democracia. Así, nos describe diversos capítulos de nuestro pasado más reciente, como la rebeldía juvenil antifranquista, la alegría y también la inquietud suscitada tras la muerte del dictador, algunos de los comportamientos de nuestros políticos, los atentados terroristas de ETA, los de las Torres Gemelas o los de Atocha, la crisis económica de 2008 y sus consecuencias, el asesinato de Bin Laden, la nueva oleada rebelde del 15M o el desencanto actual ante un panorama que hace bueno aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sobre todo para él, un viejo que no sabría explicar por qué una cólera larvada lo ha convertido en un sujeto lleno de dudas. Solo que en medio de su confusión política e ideológica a veces recuerda a aquel niño que iba a la escuela con la cara bien lavada, tan limpio, tan puro, tan lejano. Y se le saltan las lágrimas. 

    El final del libro deja un cierto sabor amargo. Se detecta algo de resquemor en los escritos. A unas cosas el tiempo las embellece y a otras las corroe. Sucede lo mismo con las ideas y con las personas. Leo en los periódicos a algunos intelectuales, escritores y políticos a los que admiré tanto un día, pero cuyos ideales hoy el tiempo ha destruido. Ignoro si seré también yo uno de ellos. La vida es el tiempo que se ha posado sobre todos los objetos que nos rodean y también sobre nuestros sueños. Envejecen los amigos; el sillón en el que me siento a escribir tiene un brazo roto, me pregunto si también habrá envejecido lo que escribo. Envejecida o no su escritura, Vicent parece echar en falta esa llamada de teléfono tan deseada a través de la cual una voz segura me haría saber que el sueño que he acariciado durante tanto tiempo por fin se había cumplido. ¿Un premio literario? ¿Un reconocimiento final al conjunto de su obra? En cualquier caso, pese a que Vicent pueda anhelar más altas cotas literarias, sin duda posee una trayectoria envidiable. Sobre todo como novelista y gran cronista de esta España nuestra.         


lunes, 14 de abril de 2025

A través de los ojos. Andrés Suárez. Aguilar. 2021. Reseña

 




    El cantautor de Pantín Andrés Suárez (1983) escribió A través de tus ojos durante los peores meses de la pandemia. Pero no, no se trata de un diario de pandemia. La casualidad quiso que el covid-19 irrumpiera en nuestras vidas justo cuando el bueno de Andrés había comenzado a escribir este libro de recuerdos, estampas y pequeñas historias. Reconoce en sus primeras páginas que no entraba en mis planes, pero nos asoló un tsunami y alguna referencia habela haila. La cuestión es que pasó lo que pasó y admite que no se me ocurre mejor motivo que publicarlos (los textos) a modo de lacónico homenaje de vida. Y es cierto. Porque, aunque el desamor ocupa buena parte de las letras de sus canciones y también de estos escritos, la pasión que le pone a todo lo que hace -componer, cantar, interpretar y escribir- convierte a su obra en un canto a la vida. En toda su expresión: amistad, solidaridad, infancia, inocencia, naturaleza, animales domésticos, plantas y flores. Andrés ama. Y amar es vida. Pura y dura.

    Tras el enorme éxito de sus más recientes discos, sus conciertos multitudinarios -llenando varias veces recintos como el Wizink Center madrileño- y la publicación de su anterior libro, Más allá de mis canciones (2017), también reseñado en este mismo blog, A través de los ojos (2021) supuso un paso más en ese abrirse en canal ante sus fans y ante él mismo. A lo largo de sus páginas reconoce algunos de sus errores del pasado. Por ejemplo, no haberse cuidado mucho durante su etapa universitaria en Santiago, haberse comportado como un cabrón con una de sus ex de aquella época o haberse enamorado de quien no debía. Andrés se sincera. Y la sinceridad se aprecia cada vez más en un mundo cada vez más falso e hipócrita. Algo de lo que él mismo se queja constantemente a través de estos escritos. Unos escritos en los que critica, con mayor o menor dureza pero siempre desde la empatía y a veces desde la mirada de otros, determinados aspectos de una sociedad que parece no entender. 

    Sus orígenes rurales, campestres y costeros -y a mucha honra- salpican las letras de sus canciones y también estos textos. Pese a que confiesa amar Madrid y estar cada vez más a gusto en Torrelodones, son constantes las referencias a Pantín y su playa -de allí son las fotos de las portadas de Más allá de mis canciones y de Todavía más allá de mis canciones, su nuevo libro, recién salido del horno editorial-, Cedeira, Baleo, Santiago y Ferrol. Ya sabemos que los gallegos que no viven en Galicia padecen una enfermedad crónica llamada morriña. Andrés es uno de ellos, por supuesto. Y lo demuestra en todo lo que hace. Nunca dejes de cantarle a los rosales ni a las mujeres que te lo pidan, recuerda que le dijo su abuelo. Así lo hice, abuelo. Vaya si lo hice, pues no me fío de un alma que no atiende a sus rosales antes que a cualquier otra cosa. Algo que ya cantó, entre emocionados susurros, en su magnífico tema Rosa y Manuel

    Como lector, me gustan los libros de escritores valientes -Vilas, Landero, Aramburu- que se desnudan en las páginas de sus libros. Puedes conocer aspectos de sus vidas. Y, algo más interesante todavía, los orígenes de sus obras. En el caso de Suárez, de sus canciones. Ocurre con sus tres libros. También en este. Y es que al lector no le cuesta mucho reconocer en algunos escritos referencias -a veces más veladas, otras menos- a sus canciones. Sin embargo, en A través de los ojos, va un paso más allá. Nos cuenta lo que supone hacerse mayor. Cada vez se muere más gente y ya no sé si es que me hago mayor o si es que hice algo mal. Como cuando habla de la que fue la persona más importante de mi infancia y a la que tanto, tanto quise, un neno que conocí donde y cuando se conoce a los amigos: en verano, en la playa. Un niño que ya debe ser adulto, como él, y del que no ha vuelto a saber nada en treinta años. Eso es hacerse mayor: perder, de unas maneras u otras, a las personas queridas.    

    En las páginas de A través de los ojos encontramos la nostalgia de una infancia y una juventud ya dejadas atrás ante la adultez; la melancolía hacia esa Galicia tan querida a la que no puede retornar a causa del covid -mi patria es un folio en blanco con el nombre de mis padres, mis abuelos, mis hermanos, mis amigos-; la constante pérdida de seres queridos -su abuelo y algunos amigos de juventud y un Aute del que ya no habrá una nueva canción-; la incertidumbre vivida en un monótono mes de abril ante una pandemia que no se sabía cómo iba a acabar -pido perdón a quien corresponda si en algún momento de lo que conocimos como antigua realidad le herí. Puede que este sea el final, quién sabe. Debo irme en paz-; la extrema soledad -la del artista tras bajarse del escenario después de cada concierto y la de la persona que debe pasar una pandemia en solitario-, y el agradecimiento -me ha tocado pasarlo solo y resulta que las tres Marías (a saber, la educación física, la música y la religión) de la educación me están salvando el cuerpo y la mente-. Pero no solo eso.

    Además, aparecen también la nobleza animal de sus perros, Bala y Boss; constantes referencias a sus antiguos amores -como Nina y Rúa Xelmírez (¡hay que tener valor para citarlas por su nombre y hasta su apellido!)-; y críticas a quienes causan las guerras, a la hipocresía de quienes están en contra de la llegada de pateras y al acogimiento de los MENAS, a la frágil memoria y a la desmemoria, a la maldad y la cobardía en las redes sociales, a la envidia de quien deja de hablarle a uno porque ha alcanzado el éxito -haciéndole pagar el IRE: impuesto revolucionario de la envidia-, a la pérdida o ruptura de las viejas amistades a causa de discusiones políticas -esa maldita puerta que no debería abrirse jamás-, a ese asqueroso patriotismo basado únicamente en banderas de España por doquier, y a una sociedad que aplaude a los sanitarios pero que se muestra egoísta y antisocial pensando solo en una libertad basada en SUS vacaciones, SU puente, SU dinero, SUS planes frustrados y SU vida. 

    Con una mirada siempre lúcida, Andrés nos escribe, en relación a lo anterior, que tengo una horrible sensación: la de que no hayamos aprendido nada con esto. No es que me rinda, nunca lo he hecho, pero no estoy seguro de si realmente vamos a ser mejores personas después de esto. Escucho a pocos hablar de cómo podemos ayudar entre todos, del agotamiento de los sanitarios, de en qué hemos fallado. Ni en esto estamos juntos, así que tal vez salgamos distanciados, divididos. Es horrible. No obstante, cuando acaba uno de leer A través de los ojos no puede evitar sentirse mínimamente optimista. Quizá sean precisamente esa tres Marías de la educación las que, con ayuda de ciertos personajes públicos valientes, más si cabe si son gentes de cultura, como el propio Andrés -desde luego, no creo que sean nuestros nada desinteresados políticos-, puedan volver a unirnos como sociedad. Por eso son necesarios los libros como este. Libros en los que el autor no solo se desnuda a sí mismo, sino que también desnuda al lector. Un lector que no tiene más remedio que reaccionar ante lo que le muestra el espejo que aparece reflejado a través de sus ojos. Por eso: mil gracias, Andrés.                       

  

martes, 8 de abril de 2025

Susurros en la oscuridad. Laurel Hightower. Dilatando Mentes. 2022. Reseña

 




    La literatura weird o literatura oscura -basada en historias de fantasmas y hechos paranormales, asombrosos y macabros-, puesta de moda por Edgar Alan Poe y H. P. Lovecraft entre finales del siglo XIX y principios del XX y seguida en el tiempo por autores contemporáneos como Stephen King , Paul Tremblay, China Mieville o Clive Barker, también nos puede ayudar a reflexionar sobre los problemas existenciales que nos ha tocado enfrentar como sociedad a lo largo de los últimos ciento veinte o ciento cincuenta años. Además de presentar historias que nos entretienen y aterran este tipo de literatura puede, como digo, hacernos pensar sobre los retos de nuestro presente y nuestro futuro. Especialmente en momentos como el actual: quizá más cerca que nunca de una temible tercera guerra mundial y con recomendaciones por parte de ciertas autoridades de la necesidad de hacernos con un kit de supervivencia, por si acaso. Aunque el tema da para muchos debates no voy a entrar en él en estas líneas. Porque lo que nos ocupa aquí es la literatura.

    Una de las crisis existenciales que nos toca lidiar a todos es la que se desarrolla en torno a la treintena. Como le sucede a Rose McFarland, la protagonista de Susurros en la oscuridad, todos nos hemos preguntado quiénes somos. ¿Cuál es nuestro propósito en la vida? ¿Qué significado tenemos en este mundo? ¿Qué demonios hacemos aquí? Aunque el caso de Rose es peor todavía. Es una francotiradora de los SWAT de Memphis que esconde un terrible secreto. Sus compañeros saben que bajo su ropa se esparcen multitud de quemaduras a causa de un incendio que causó la muerte de su padre y su hermano mayor dieciséis años atrás. También conocen que, desde entonces, su relación con su única pariente viva, su madre, es inexistente. Y sus superiores tienen constancia de que pasó dos años recluida en un centro de rehabilitación, curando sus heridas y recuperándose del trauma psicológico posterior al incendio.

    Lo que nadie sabe es que lo que de verdad la llevó a ese centro de rehabilitación fueron las visiones y los susurros que, procedentes de espíritus embravecidos, devastaron tanto su infancia como la vida familiar. Sus padres consideraron su don -poder comunicarse con los muertos- como una desgracia para la familia. Y su reacción no fue precisamente ayudarla sino convertirse en unos auténticos psicópatas que nunca dejaron de machacarla, castigarla y apartarla en un sótano en el que los espíritus cobraban mayor virulencia todavía. Su madre, además, la acusó de ser la causante del fatal incendio -originado, para más inri, debajo de su cama-, y, aunque ella sabe que no hizo tal cosa, no ha dejado de culparse de lo sucedido. Divorciada de Sam McFarland, su primer esposo, y viuda de Aaron Matthews, su segundo marido, mantiene una relación con Luke Harris, un ex compañero de patrulla que ahora trabaja para una empresa de seguridad privada. Con todo esto, como para no sufrir una crisis perpetua. 

    Rose sigue enamorada de Sam. No fue ella la que puso fin a su matrimonio. Trató de rehacer su vida como pudo, pero Aaron falleció en un accidente. Incapaz de volver a mantener una relación de pareja como tal, sale con Luke, quien sí ansía dar un paso más y dejar de ser un amigo con derecho a roce. Para Rose la vida son su trabajo y sus hijos: Lily, hija de Sam, y Tommy, hijo de Aaron. Sam hace de padre de ambos. Y Luke, de tío. Un complejo puzzle que, sin embargo y contra todo pronóstico, parece funcionar. Hasta que en una operación de los SWAT Rose debe disparar a Charlie Akers, un hombre que ha asesinado -quemada viva- a su esposa y se ha atrincherado en su casa de Union Avenue junto a sus dos hijos, a los que utiliza como escudos para protegerse de los policías que tratan de terminar con su acto de locura. Akers muere a causa del tiro de Rose, pero lo que parece el fin de la operación se convierte en el comienzo de la peor pesadilla para Rose.

    Su compañero Zach Dayton le confiesa haber escuchado cosas extrañas en las grabaciones realizadas durante la operación. Y su comportamiento comienza a ser como mínimo extraño. Además, cuando Rose se acerca al cuerpo de Charlie Akers para comprobar el lugar exacto del impacto de la bala que acabó con su vida, este la mira y le susurra unas palabras que casi la hacen enloquecer. Sensación que empora más si cabe al comprobar que su propio hijo, Tommy, también comienza a ver visiones y a escuchar susurros. La aparición en escena de Evan Neal, un agente del FBI que también parece guardar tras de sí un secreto relacionado con ella, con amenazas y peticiones fuera de lugar hará que, tras todos los esfuerzos por parte de Rose por dejar atrás aquella época oscura de su niñez y adolescencia, reaparezcan todos aquellos viejos fantasmas. Y la aparentemente tipa dura Rose McFarland parece desmoronarse ante la responsabilidad que se presenta ante ella. La de matar fantasmas. Unos fantasmas a los que se puede matar a tiros.

    Y, como bien dice la conocida ley de Murphy, todo es susceptible de empeorar. Algo que también le sucede a Rose al comprobar que no solo ha de luchar contra sus viejos fantasmas. Los ya conocidos. Sino que lo que se presenta ante ella es una especie de revolución de todos los fantasmas del mundo. Unos fantasmas que, en forma de susurros, quieren liberarse y conquistar el mundo entero. Y es en ese momento de la historia en el que se pasa del thriller paranormal a ese género weird del que hablábamos al principio. Una historia de terror sobrenatural con toques macabros. Un tipo de novela que no es lo que servidor acostumbra a leer, pero que de vez en cuando viene bien para olvidar una realidad que a todos nos oprime. Susurros en la oscuridad te atrapa y hace que te evadas por completo de la vida cotidiana. Es lo que tienen los buenos libros: te obligan a zambullirte en sus historias, de las que no quieres salir hasta su final.

    Laurel Hightower es una autora estadounidense que compagina la escritura de novelas con su trabajo como asistente legal en un bufete. Además, presenta su propio podcast. A tenor de lo leído en esta novela parece conocer muy bien la psicología humana, puesto que los personajes aparecen muy bien caracterizados psicológicamente desde sus primeros capítulos, labor que hace que la tarea del lector por conocerlos sea menos ardua y mucho más satisfactoria. Ha escrito varias novelas de este mismo género. Las dos primeras,  Susurros en la oscuridad y Encrucijada, han llegado a nuestro país de la mano de Dilatando Mentes, una editorial independiente afincada en Ondara (Alicante) de la cual desconocía su existencia hasta ahora y cuyo lema reza así: para aquellos que saben que un libro es algo más que una sucesión de páginas impresas. Editorial que, viendo su ya extenso catálogo, conviene seguir muy de cerca a partir de ahora.                                               

       

lunes, 24 de marzo de 2025

El mejor libro del mundo. Manuel Vilas. Destino. 2024. Reseña

 




    Pocos autores se exponen tanto en sus novelas como lo hace Manuel Vilas. Quienes hemos leído sus novelas, especialmente desde su celebérrima e inolvidable Ordesa, podemos afirmar que lo conocemos bastante bien. Aunque jamás hayamos estado ni siquiera cerca de él. Sus escritos son sinceros, humanos, a veces depresivos pero siempre mordaces, locuaces y alejados de la hipocresía. En una palabra, es un escritor valiente. Muy valiente. Si leer es un placer, leer a escritores como Vilas supone un placer doble. Porque sabe, como pocos, abrirse en canal para mostrarnos, sin adornos ni medias tintas, todo lo que lleva dentro. Lo bueno, por supuesto, pero también lo no tan bueno. Cuestión esta que hace que el lector empatice con él -y con sus obras- de principio a fin. Quizá sea esta la clave de su éxito literario. Bueno, esta y, claro está, su manera de plasmar sobre el papel sus formas de sentir, pensar y vivir la vida. Buena prueba de ello es su última novela, El mejor libro del mundo

    Vilas comenzó a escribir este libro en el momento de cumplir los sesenta. Edad en la que hay más certeza de pasado que de futuro. El paso del tiempo, la incertidumbre respecto al futuro, la muerte y la necesidad de perpetuarse -por ejemplo, escribiendo el mejor libro del mundo- son temas recurrentes a lo largo de una obra que podríamos calificar como claramente existencialista. Con continuas alusiones a autores que podríamos enmarcar dentro de esta corriente filosófica -e incluso en la denominada literatura del absurdo- como Kafka, Kierkegaard, Nietzsche, Camus o Sartre, explora, hasta sus últimas consecuencias, los recovecos del alma humana. Social y colectivamente y a nivel individual. Así, nos presenta a Mendigo Enamorado y a Carmelita Descalzo, dos supuestos antepasados suyos a través de los cuales explora el hambre. No solo un hambre físico sino también uno más emocional: soy el hambre de todos cuantos estuvieron en mi árbol genealógico, solo soy hambre dando vueltas por el mundo.

    En sus libros el autor se nos presenta como un eterno buscador de la belleza. En todos sus sentidos y en todos sus campos posibles: en la música, en el cine, en el arte, en la naturaleza, en la gastronomía o en los hoteles. El mejor libro del mundo está salpicado de gotas referentes a la permanente búsqueda de la belleza por parte de personajes conocidos -Lou Reed, The Who, The Rolling Stones, Édith Piaf, Sixto Rodríguez (el músico de origen mexicano que no consiguió el éxito que merecía: ser más grande incluso que Dylan o Springsteen), Sergio Leone, Jonathan Demme, Billy Wilder, Henry Fonda, Francis Ford Coppola o Luis Buñuel- de todo el mundo. Porque la belleza puede encontrarse en cualquier lugar. Puede mostrarse de diferentes maneras. Tanto que igual puede conmovernos como desgarrarnos. No en vano, incluso una dura derrota puede ser bella. Por supuesto, la belleza se manifiesta también a través de la literatura, especialmente en el caso de la poesía (Manrique, Góngora, Neruda, Lorca).    

    El libro desentraña la figura del escritor. Y lo hace desde lugares hasta ahora no tratados. Las delgadas líneas que separan el éxito del fracaso, el dinero del hambre o el horror del placer de tratar de escribir el mejor libro del mundo se dibujan a lo largo de las casi seiscientas páginas que lo componen. Todo un ejercicio literario contra la hipocresía y la falsedad que nos muestra la fragilidad, la vulnerabilidad, la volatilidad y el goce o el terror que sienten los escritores a la hora de escribir sus libros, presentarlos, acudir a ferias y demás actos promocionales y, en suma, de vender sus productos. Así, Vilas confiesa el deseo de suicidarse que siente cuando sus libros no venden, cuando acude poca gente a sus actos y firmas o cuando visita una librería y no encuentra sus obras bien expuestas. Y es que los escritores nos convertimos en inspectores de nuestros libros. Somos mendigos de nuestros libros, en ellos van nuestro honor y el significado de nuestras vidas.

    El único sentido de la vida de un escritor es escribir el mejor libro no del mundo sino del universo. Esta verdad inconfesable la llevan todos los escritores en el corazón, como una espina lacerante; todos mentirán, todos dirán que están contentos con sus lectores y sus libros, pero es mentira si no han escrito el mejor libro del mundo. Y para colmo de mi desgracia el mejor libro del mundo no existe. La locura de todos los días está allí: no se puede escribir el mejor libro del mundo porque la vida es el mejor libro del mundo, pero me da igual, yo sé que puedo lograrlo, puedo escribir el mejor libro del mundo esta misma noche. Esta afirmación encierra una gran y terrorífica verdad: la que lleva a muchos a sufrir el denominado síndrome del impostor, es decir, sentirse un escritor -o lo que sea- sin capacidades en comparación con los demás. Por ejemplo, cuando la cola de firma de libros de otro escritor es más larga que la de uno o cuando este o aquel venden más libros. ¡Qué angustia vivir así, verdad! En el fondo, ¡los escritores dan hasta pena!        

    Las comparaciones, los celos, la envidia o la lucha de egos forman parte de la comedia. La comedia de la vida. Porque, pese a todo lo anterior, Vilas prefiere ver la vida como una comedia y no como un drama. Quizá porque, tal y como confiesa, es adicto a las drogas baratas que consigue a través de la Seguridad Social en cualquier farmacia. No en vano, durante algunas páginas del libro -no pocas- al lector le parece estar leyendo fragmentos del vademécum, lo que parece corroborar que el autor sabe de lo que habla. Ciertos vicios y manías de Vilas -algunas de ellas, inconfesables para casi todo el mundo- lo acompañan desde hace varias décadas. O tal vez no. Porque -y ahí radica la magia de la literatura- estamos ante una novela y no ante unas memorias. Así que, pese a su carácter autobiográfico, cometería un grave error cualquier lector que diera por cierto absolutamente todo lo escrito por el autor del libro. De este y de cualquier otro. Realidad y ficción, bien mezcladas, pueden producir unos efectos extraordinarios.

    Afirma Vilas que jamás escribirá una novela histórica. ¿Por qué razón? Pues porque le parece ser incapaz de acometer el lento, tedioso e ingente trabajo de documentarse sobre el tema en cuestión. Y es que cada escritor tiene un método. El del de Barbastro se basa en escribir lo que se le va ocurriendo en cada momento. Por eso escribe tan a menudo sobre su vida y la de sus familiares, inventando diversos aspectos -es de suponer- sobre la marcha. Vamos, algo parecido a la conocida como lluvia de ideas. Reconocer esto no supone ninguna humillación. En absoluto. Para el autor, la mayor humillación de la vida es morirse. Y la mayor de las libertades, quitarse la vida. ¡Vaya paradoja! Y sin embargo, para hacer algo así -suicidarse- se necesita ser muy valiente. La vida y la muerte, el sentido de la vida. Temas que han dado y darán para largos y a veces acalorados debates filosóficos. La filosofía de Vilas se basa, pues, en la belleza, la comedia y la verdad: la única verdad del mundo es el adiós. La ceremonia del adiós, qué gran título para el mejor libro del mundo.

    Sin embargo, si damos por cierto que el mejor libro del mundo no existe, la única manera de escribirlo es en el título. Así que, la gran verdad de todo esto es que, sin ninguna duda, El mejor libro del mundo es obra de Manuel Vilas, autor al que le deseo una larga vida, ya que, como él mismo afirma, el mayor éxito de la vida es la longevidad y la mayor humillación la muerte.    

        

miércoles, 12 de marzo de 2025

Desde la sombra. Juan José Millás. Seix Barral. 2016. Reseña

 




    El escritor valenciano-madrileño Juan José Millás publicó en 2016 la novela breve Desde la sombra, una obra que bien podría calificarse como tragicomedia puesto que alterna momentos cómicos y dramáticos. El autor hace gala de su experta maestría literaria al colarle al lector una historia inverosímil que, sin embargo, lo atrapa de principio a fin. Y eso que el protagonista principal, Damián Lobo, es un caso clínico de manual. Traumatizado desde su niñez, ha vivido junto a su padre y su hermana adoptiva, una niña china dos años mayor que él con la que mantuvo una relación afectivo-casi-sexual que biológicamente no puede ser definida como incestuosa pero sí como mínimo como extraña. Más allá de sus escarceos con su hermana, jamás ha tenido una relación con ninguna mujer. Desde los dieciséis años ha trabajado como técnico de mantenimiento en una empresa en la que cada vez había menos cosas que mantener. Hasta que, después de veinticinco años, la empresa lo despidió tan solo unas semanas atrás.

    Damián es un cuarentón solitario que solo vivía para trabajar. Sin trabajo, confundido, hundido y perdido, comete un pequeño hurto en un mercadillo de antigüedades y, perseguido por un vigilante de seguridad, se esconde dentro de un viejo armario. En una escena que recuerda a la famosísima película de Antonio Mercero -La cabina- en la que José Luis López Vázquez queda atrapado, Damián debe permanecer escondido dentro del armario, que acaba de ser vendido y es trasladado a un domicilio de las afueras de Madrid. Domicilio en el que vive Lucía, nieta de los antiguos dueños del armario, que lo recupera tras ese encuentro casual. ¿Cómo sabe Lucía que ese es el armario de su niñez? Pues porque todavía mantiene en uno de sus laterales las inscripciones con su nombre y el de su hermano Jorge, fallecido a los siete años de edad. Un armario en el que ambos habían jugado durante los años compartidos más de treinta años atrás.

    La cuestión es que Damián queda atrapado en el armario, situado en el dormitorio principal del matrimonio que forman Lucía y Fede, quienes viven junto a su hija de dieciséis años, María. Cuando lo lógico sería huir a las primeras de cambio, Damián, movido por el aburrimiento de su vida cotidiana y atraído por el poder que otorga ver sin ser visto, se queda a vivir en el armario. Un armario que, situado justo delante de uno empotrado que queda anulado, es el escondite perfecto para un técnico de mantenimiento al que no le cuesta nada sacar el chapado posterior del armario y montarse una pequeña pero cómoda estancia en el armario empotrado. Poco a poco, cuando se queda solo, sale a pasear por la casa, desayuna, se ducha, se afeita, limpia los platos, ordena las estancias, hace las camas y realiza el resto de las tareas domésticas del hogar. Fede y María, acostumbrados a que ella se ocupe de todo, no parecen enterarse de lo sucedido. Lucía, atraída desde siempre por lo sobrenatural y lo paranormal y convencida de que se trata de la presencia de un fantasma, probablemente el de su hermano fallecido, lo da todo por bueno y sigue viviendo su vida como si tal cosa.

    Como he indicado más arriba, la acción de la novela parte de hechos increíbles, inverosímiles. No obstante, Millás nos los narra y expone de tal manera que acabamos dándolos por reales y, en lugar de abandonar la lectura, tomamos el libro y devoramos sus páginas. Unas páginas que diseccionan la vida cotidiana familiar, la de cada uno de sus miembros y la mente enferma de un joven reconvertido en un fantasma bienhechor. Porque lo que está haciendo, pese a no ser ni medio normal, tampoco puede ser calificado como malo. Puede que sea incorrecto, ilegal, anormal, amoral -pónganse aquí mil y un adjetivos-, pero no es malo. Hace la vida de Lucía más fácil y llevadera. Básicamente porque la de su anfitriona es una existencia vacía y desmotivada. Trabaja como una mula, dentro y fuera de la casa, se ocupa de su hija casi en solitario y mantiene con Fede una relación rutinaria, sin casi comunicación ni sexo. La llegada, junto al armario, de esa extraña pero agradable presencia la hace sentir tan bien que decide mantenerla en secreto. Guardarla para sí misma. Porque constituye un aliciente para seguir adelante.

    Damián, por lo visto, sufre una enfermedad mental que se verá acrecentada con el encierro y el apartamiento de la realidad. Se siente como una morena, que se mimetiza con el paisaje. O como una araña, que desde una esquina a la que nadie prestaba atención controlaba, protegida por la tela, los movimientos del universo. Si ya estaba un tanto perturbado al principio de la historia -había creado un personaje ficticio, Sergio O´Kane, una construcción mental que Damián utilizaba para hablar consigo mismo-, su estado irá empeorando. Tanto que acaba por desplazar de su mente a O´Kane, en su imaginación, un famoso presentador de televisión basura con la mayor audiencia del país, para sustituirlo por un Iñaki Gabilondo convertido en protagonista secundario de la novela. Un Iñaki que, tras aportar un poco de luz y esperanzas a base de mordacidad, reflexión e integridad, será a su vez sustituido por un tal Iñaki O´Kane, un híbrido, una especie mezcla de ambos presentadores. Vamos, una bomba de relojería. 

    Sea como sea, Damián se siente, por primera vez en su vida, respetado, importante, útil. Y poco a poco comprobará de todo lo que es capaz de hacer al sentirse por fin vivo. Así lo resume el Millás narrador en estas magníficas líneas: recordó a Sergio O´Kane, y a Iñaki Gabilondo, así como la fama más o menos banal que cada uno le había proporcionado, y pensó en la notoriedad de la que disfrutaba ahora como Mayordomo Fantasma. Una fama de la que su beneficiario permanecía ausente. Dios era quizá el ser más famoso del universo sin que nadie, jamás, con la excepción de algún trastornado, lo hubiera visto. Eso era el poder, la capacidad de actuar desde la sombra. De ese poder otorgado por el escondite inexpugnable, de esa capacidad de acción desde un anonimato protegido por Lucía, quien sustituye a la hermana de Damián en las fantasías sexuales de éste, surge la parte trágica de la novela. Porque el poder corrompe. Sobre todo cuando quien lo ejerce no está en sus cabales.

    Todas las historias de amor son historias de fantasmas. La cita pertenece a David Foster Wallace -el Kurt Cobain de la música o el James Dean del cine-, escritor fallecido en 2008. La utiliza Millás como cabecera en esta novela. Y no es una cita cualquiera. Le viene al pelo a Desde la sombra. Porque poco a poco Damián se enamora de Lucía. Y llega un momento en el que está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de protegerla. Y es ese cualquier cosa lo que nos conduce a un final de historia de esos que nos deja boquiabiertos y nos hace reflexionar. Incluso sobre algo tan complejo como los límites de la locura. Porque, ¿quién se atreve a asegurar dónde termina la cordura y comienza la locura? ¿Cuál es el lugar exacto en el que se pasa de una cosa a la otra? Y, más todavía: ¿justifica la locura una acción horrible que evita otra acción igual de horrible? Quizá el lector encuentre algunas respuestas a estas preguntas en esta novela. 

    Desde la sombra fue adaptada a la gran pantalla en 2022 de la mano del director Félix Viscarret (Bajo las estrellas, Una vida no tan simple y la miniserie Patria). Interpretada de forma magistral por Paco León (Damián), Leonor Watling (Lucía) y Álex Brendemühl (Fede), el título de la película fue No mires a los ojos, en referencia a la famosa canción de Golpes Bajos. Su guión, de David Muñoz y el propio Viscarret, fue nominado a los Premios Goya como Mejor Guión Adaptado. Algo que no debe extrañar, pues el film hace justicia a la novela. En ambos formatos, la historia atrapa, conmueve, impacta y hace reflexionar sobre una gran diversidad de temas. Y lo mejor de todo es que, combinadas, dan para una tarde-noche la mar de entretenida.                           



lunes, 24 de febrero de 2025

Hozuki, la librería de Mitsuko. Aki Shimazaki. Nórdica Libros. 2017. Reseña

 




    El caso de la autora de Hozuki, la librería de Mitsuko es muy singular. Aki Shimazaki (1954) es una novelista y traductora canadiense de origen japonés que escribe sus novelas en francés. Afincada en Canadá desde los 27 años de edad ha vivido en sus tres grandes capitales, Vancouver, Toronto y Montreal, donde actualmente enseña japonés. Ganadora de varios premios literarios a lo largo de su dilatada carrera, en cada una de sus novelas enseña aspectos interesantes de la cultura nipona. Suele añadir, como en el caso que nos ocupa, un pequeño glosario al final de sus libros para explicar diferentes palabras y sus respectivos significados. Cualquier lector interesado en la cultura japonesa puede encontrar en los libros de Shimazaki una buena fuente de conocimientos sobre ella. Gastronomía, folclore, aspectos culturales y sociales y hasta nociones de las complicadas lingüística y escritura japonesa tienen cabida en novelas como esta.

    No en vano, en el desarrollo de Hozuki, la librería de Mitsuko, la escritura juega un papel principal. Obviamente, no desvelaré aquí en qué radica su importancia, pero sí debo añadir -y lo va desgranando poco a poco durante la narración Mitsuko, que es quien nos cuenta la historia en primera persona- que los ideogramas chinos (kanji) suelen ir acompañados de escritos para facilitar su pronunciación (hiragana -escritura silábica japonesa- o katakana -utilizada para las palabras de origen extranjero-). Y también que esos escritos a menudo pueden significar más de una cosa a la vez. Como ocurre en nuestra lengua con las palabras polisémicas, vamos. Aspecto este de vital importancia para la novela. Porque, ni más ni menos, la palabra que puede encerrar distintos significados es la de hozuki, es decir, el nombre de la librería de Mitsuko. Sin entrar más en detalles, queda claro que la novela encierra un misterio. Un misterio que, como es lógico y normal, solo quedará esclarecido en sus últimas páginas.

    La narración de Mitsuko comienza el día de la hatsuyuki, es decir, la primera nevada del invierno. Taro, su hijo sordomudo de siete años, juega en la calle delante de la librería cuando comienzan a caer los primeros copos de nieve. Dentro, su madre coloca en los escaparates libros de viejo de filosofía, religión, bellas artes, historia y hasta novela policíaca. No vendo libros para niños ni mangas, ya sean para jóvenes o para adultos. Pongo también estuches de lápices y marcapáginas decorados con flores secas que ha hecho mi madre. Mitsuko vive justo arriba de la librería, junto a su madre, Taro y Sócrates, el gato. Viven una vida tranquila y humilde, pues una librería nunca suele dejar grandes márgenes económicos. Sobre todo si se trata de una librería de lance o de segunda mano. Por ello, los viernes por la noche, Mitsuko trabaja como camarera en un bar de alterne de alta gama, donde consigue completar ingresos y charlar desanimadamente con los intelectuales que frecuentan el establecimiento.

    Mitsuko ya ha trabajado durante unos años en una librería de lance. Anhelando poder tener una librería propia. Algo que consiguió dos años antes de comenzar la acción de la novela. Los libros siempre la han acompañado. Su curiosidad y su espíritu abierto, ansioso de conocer y saber sobre cualquier tema, la llevaron a vivir rodeada de libros. Por eso sabe tanto de literatura. Y de la vida. Una vida, la suya, que encierra un gran secreto que desconocen tanto su madre como su hijo. Un hijo que no tiene casi amigos. Que es víctima de la burla de sus compañeros de colegio a causa de su sordomudez. Que es el centro de atención de una abuela y una madre que viven por y para él. Tampoco Mitsuko se relaciona con mucha gente. Solo con los clientes más o menos asiduos de su librería. Y con los parroquianos del bar de alterne en el que trabaja. Es una mujer bastante hermética que sospecha de todo y de todos. El secreto que guarda no debe ver la luz. Por eso trata de no hablar más de lo imprescindible y rechaza todo tipo de relaciones sociales. Su librería, el bar, su madre, su hijo y los libros son toda su vida.

    Sin embargo, a partir del día de la primera nevada las vidas de Mitsuko y Taro comienzan a cambiar. Ocurre con la llegada de una nueva clienta, la señora Sato, que acude a la librería para solicitar unos libros de filosofía para su marido. Acompañada de su hija, Hanako, que todavía no ha cumplido los cinco años, la aparentemente triste señora Sato visita cada vez con mayor frecuencia la librería. Desde el primer día Hanako y Taro parecen tener una conexión muy estrecha. Pintan, juegan, corren, ríen y tratan de comunicarse entre ellos como solo los niños son capaces de hacerlo pese a no hablar la misma lengua -en este caso, la de signos-. Por ello, la señora Sato intenta que su hija y la de Mitsuko se vean fuera de la librería. En el parque, en el zoo, en casa de los Sato. Y Mitsuko, siempre tan reservada y celosa de su privacidad, debe sucumbir poco a poco al hecho de que Taro al fin haya conseguido hacer una amiga. Qué madre no lo haría, si los lazos más fuertes son los familiares. Especialmente en el caso de madre e hijo.                       

    También la señora Sato parece encerrar un misterio. Es una mujer sin duda distinguida, esposa de un diplomático que la ama y al que ama, lleva una vida desahogada y acomodada, viste de forma exquisita y paga una gran cantidad de dinero por libros de segunda mano ya descatalogados. Y, sin embargo, como Mitsuko, luce una apariencia triste, una mirada ensimismada, una conducta extraña. Como si ocultara algo. Algo que, a pesar de tener todo lo que tiene, no la deja ser plenamente feliz. Haciendo bueno aquello de que el dinero no hace la felicidad. Mitsuko y la señora Sato, tan distintas en algunas cosas y tan parecidas en otras, se desviven por sus hijos. Y es que en Hozuki, la librería de Mitsuko Shimazaki sondea la naturaleza del amor maternal y cuestiona, con gran sutileza y belleza, la fibra y la fuerza de los lazos. Unos lazos de los que a veces no sabemos ni de dónde vienen ni hacia dónde van. Ni hacia dónde nos pueden llevar. 

    La relación entre Taro y Hanako se va estrechando más y más. Tanto que parecen hermanos o almas gemelas. Mitsuko y la señora Sato cada vez quedan más a menudo para que los niños jueguen. La primera, a pesar de unas reticencias que van aumentando de forma progresiva. La segunda, cada día más animada. Y, así, llegamos al momento de la resolución de la historia. Cuando la señora Sato toma a Mitsuko como confidente y le cuenta su secreto. Un secreto que horroriza a una Mitsuko que ve peligrar la estabilidad personal y familiar por la que ha estado luchando durante los últimos años. Que se niega a dejar que algo así ocurra. Que no podría dejar de vivir como vive a pesar del peaje que es consciente que debe pagar por ello. Porque la vida es una cuestión de prioridades. Y no hay mayor prioridad para una madre que la felicidad de su único hijo. Así, Hozuki, la librería de Mitsuko, se convierte en uno de esos libros en los que el lector sigue pensando mucho después de cerrarlo.      

    


miércoles, 12 de febrero de 2025

Blitz. David Trueba. Anagrama. 2015. Reseña

 




    En febrero de 2015, hace exactamente diez años, la editorial Anagrama lanzó la novela Blitz -en alemán, Relámpago- del periodista, escritor, guionista y director de cine madrileño David Trueba. Una obra corta -166 páginas- sobre el complejo mundo de las relaciones y la farragosa lucha, a veces eterna y a menudo estéril, por alcanzar el éxito profesional. Hace una década Trueba ya había cosechado grandes éxitos editoriales -su novela Saber perder fue premiada con el Premio Nacional de la Crítica en 2008- y cinematográficos -con Vivir es fácil con los ojos cerrados había ganado en 2013 los Premios Goya a la mejor película, a la mejor dirección y al mejor guion, y ya había dirigido también Soldados de Salamina en 2003 y escrito el guion de La niña de tus ojos en 1998-, así que ya era muy conocido y todos sus diferentes trabajos eran muy esperados. Blitz fue, por tanto, muy bien acogida, tanto por la crítica como por los lectores.

    En la novela, que se desarrolla casi por completo en Múnich, Beto nos narra, en primera persona, una historia de naufragio personal, profesional y sentimental. El joven, de treinta y pocos años de edad, un arquitecto paisajista que acude a la capital bávara para concursar en un congreso internacional con un innovador proyecto de jardín decorado con bonitos relojes de arena, se verá envuelto, de repente, en una crisis personal global de la que no es capaz de encontrar una salida. A no ser que la solución pase por un cambio radical de vida. Marta, su pareja y compañera de proyecto, le envía por accidente un mensaje al móvil -aún no le he dicho nada. me cuesta tanto. uff. tq- que en realidad iba dirigido a su ex pareja, un cantautor uruguayo con el que salió años atrás y al que nunca acabó de olvidar. Le confiesa que ha reanudado su relación con él y que piensa volver a intentarlo de nuevo. Beto se ve solo en Múnich. Y también en la vida. 

    La novela se compone de doce capítulos -los cuales llevan por título los meses del año-, aunque es el primero -enero-, el que se desarrolla en Alemania, el que ocupa tres cuartas partes de la narración. En las apenas cuarenta y ocho horas que transcurren en Múnich desde que Marta regresa a Madrid y Beto decide quedarse unos días más allí al joven le ocurren una serie de catastróficas desdichas que por momentos convierten el drama en una comicidad que en algunas ocasiones es graciosa y en otras roza lo grotesco: Beto se queda sin hotel, vagando por la ciudad con una maleta tan pesada como incómoda de llevar, sin dinero para una nueva reserva de avión ni para buscar acogida en un nuevo hotel, con un móvil nuevo (el viejo queda inservible tras un pequeño incidente) que parece que se queda sin batería y, obviamente, sin conocer el idioma hablado por quienes lo rodean. Así, se ve solo, desamparado y con ganas de morir como único remedio a la acumulación de sus males.

    Marta había sido la luz de mis días, la fuerza para sostenerme en actividad y pelear por los proyectos. Era la expresión de mi suerte y con ella al lado me sentía invencible y afortunado. Fue mi exilio, mi país de acogida. Pero ahora me quedaba fuera del sistema solar, sin brújula, a la deriva, en proceso de congelación sin un calor que salvara, nos confiesa el protagonista de la historia. Y, a las palabras de Marta -te juro que el pasado estaba olvidado, Beto, superado. Él (el cantautor uruguayo) es ahora una persona nueva y yo también-, añade finalmente que me veía como un médico de urgencias que había tratado sus heridas pero, una vez recuperada la salud del paciente, no podía hacer otra cosa que darle el alta y verla marchar. Intuí, pues, que el único que se había convertido en una persona vieja y gastada era yo. Por vez primera pensé en morir. Fin de todos los problemas. Y me ahorraba el avión de vuelta y la noche sin hotel. Morir, definitivamente, no ofrecía más que ventajas. 

    Y, en medio de la desolación, de la devastación, de las ganas de morir, emerge la figura de Helga, una voluntaria del congreso Jardines de Vida que ejerce de guía de una pareja que acaba de dejar de serlo. Una mujer que dobla en edad a Beto, que se apiada de él, y que, como el propio protagonista y narrador de la historia reconoce, cada palabra y cada gesto hacia mí fue un consuelo que tardaría demasiado en apreciar. No solo un maternal refugio para el solitario y desamparado desperdicio humano en que me había convertido la despedida de Marta. No. Había más. Fue la inteligencia, la sabiduría de su conversación la que me regaló un espacio al menos mental para sobrevivir. Regalo de aquella mujer abandonada y sola, voluntariosa en oferta de su tiempo libre, con un piso vacío pero no gélido, triste pero con fortaleza para ofrecerme los primeros auxilios que necesité al emprender mi reconstrucción. Vamos, una persona de esas que uno recuerda para toda la vida.

    La cuestión es que, nuevamente de repente -de ahí el título de la novela-, del drama, de la tragedia, de la idea de morir como única y mejor forma de evasión ante una existencia que parece estar vacía de sentido, Beto conoce a una mujer divorciada de más de sesenta años que le hace comenzar a ver la vida de una manera diferente. Y, de la nada, surge con ella una relación que apenas durará un día y medio, con sus dos noches, en la que las reflexiones sobre la vida y el discurrir del tiempo serán puestas en el centro de la narración del libro. Una relación intergeneracional que constituye el corazón del relato de Beto. Un relato que atrapa al lector, que quiere saber qué pasará en la siguiente página. Beto y Helga liquidan una botella de vodka entre los dos, dialogan sobre arquitectura, sobre la vida, sus éxitos y sus fracasos, sobre las relaciones frustradas -que todo acabe mal es una condición inherente al hecho de estar vivo, le reconoce ella, que fue abandonada por su esposo por una más joven- y hasta sobre las relaciones entre personas de diferentes generaciones.

    Las ganas de Beto de sentirse vivo y acompañado tras ser abandonado por Marta y los deseos de Helga de sentirse eternamente joven aunque solo sea por un par de noches, por un lado; y el alcohol y la soledad compartidas, por otro, son la mezcla perfecta para que esas dos noches acaben con la pareja haciendo el amor. En ese sentido, la novela rompe el tabú referente a la relación amorosa y/o sexual entre un hombre joven y una mujer madura, algo que sí está mucho más normalizado cuando ocurre al revés, es decir, cuando los protagonistas son un hombre maduro y una chica joven. Sin embargo, algo cambia en las veinticuatro horas que separan ambas noches. De la primera, ocurrida en la habitación de invitados, donde duerme Beto, surgen la vergüenza y el pudor. De hecho, a la mañana siguiente ambos se sienten avergonzados por lo acontecido. De la segunda, acaecida ya en la habitación de Helga, observamos algo más sólido y sosegado. No tan pasional, pero tampoco fruto del alcohol. Algo, por tanto, de lo que ambos son plenamente conscientes.

    Beto vuelve a Madrid, decidido a iniciar una nueva vida. En el resto del libro narra su traslado hasta Barcelona para comenzar a trabajar con Àlex Ripollés, un arquitecto paisajista que pasa de ser enemigo de Beto a jefe y casi amigo suyo. ¡Qué interesante resulta ver el desarrollo de la relación entre ambos a lo largo de la historia! Durante los meses que van desde febrero hasta diciembre el protagonista narra sus vanos intentos por olvidar a Marta, pero también sus pensamientos recurrentes hacia Helga, a la que recuerda de manera bien diferente. No mantiene ninguna relación seria con ninguna otra mujer durante todo el año. Y se centra en su trabajo, que, mostrando cómo de rápido cambian algunas cosas en estos tiempos, no se basa ya en los jardines sino en las aplicaciones para teléfonos móviles. El discurrir del tiempo, de nuevo, nos muestra que hay muchas cosas que cambian con rapidez, como un relámpago, aunque otras permanecen ancladas a un momento de nuestras vidas que jamás dejamos atrás. Por no poder o por simplemente no querer dejarlas atrás. Y, además, otra cosa que nos muestra el paso del tiempo es que hay obras -en este caso, literarias- que envejecen mucho mejor que otras. Como Blitz.      

            

   

domingo, 5 de enero de 2025

Mis diez mejores lecturas de 2024

 




10. Soldados de Salamina. Javier Cercas. Tusquets. 2001. La novela que relanzó la carrera literaria de Cercas narra unos hechos históricos -los fusilamientos acaecidos durante los últimos días de la guerra en el santuario del Collell (Girona)- desde puntos de vista variados, demostrando que la Historia no se puede conocer fehacientemente desde una única versión. Una novela que bebe directamente de los escritores Sánchez Ferlosio y Roberto Bolaño sobre dos historias reales que tienen que ver con el también escritor y político falangista Sánchez Mazas y un soldado republicano que lo dejó escapar con vida del lugar de los fusilamientos. Un ejemplo claro de cómo de complicado, arduo y tortuoso es el proceso de documentación de una novela histórica. Sobre todo cuando esta se basa en personajes reales a los cuales se debe encontrar y conocer para lograr la máxima perfección y veracidad posible. Una historia deslumbrante que fue apoyada por la magnífica película de David Trueba. 

9. El periodista deportivo. Richard Ford. Anagrama. 2023. Primera de las cinco novelas protagonizadas por el personaje ficticio -¿puede que un alter ego del propio autor?- Frank Bascombe, en las que el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2016 Richard Ford traza un exhaustivo retrato psicológico no solo de un personaje y hasta de la condición humana, sino también de una nación (EE.UU.) y una región (Nueva Jersey), cuyas ciudades principales (Haddam, Freehold o Asbury Park) son parte importante de la historia hasta el punto de condicionar la vida del protagonista principal. Un personaje que sufre la cotidianeidad, que es un superviviente -a tiempo completo, además- de la crisis personal y familiar que sufre desde años atrás, aunque por momentos él mismo no sea capaz de verlo de esa manera. El autor parece reflexionar en voz alta sobre cómo podría haber sido su vida si no hubiera decidido luchar por ser escritor. 

8. La biblioteca de la medianoche. Matt Haig. Alianza. 2021. Un canto al poder de los libros como fuerza impulsora de vitalidad y de amor. Una celebración de la multitud de posibilidades que nos ofrece la vida. Un estudio filosófico y casi psicológico -y muy empático- sobre la condición humana. Una fantasía en torno a lo que de verdad importa -o debería importar- en la vida. Una inyección de posibilidades en tiempos difíciles e inquietantes. Una experiencia sobre el amor, las segundas oportunidades y la valoración de la vida que nos ha tocado vivir. Una historia que mueve a la reflexión acerca de nuestra relación con el remordimiento por lo que hicimos o dejamos de hacer. Porque todos hemos cometido alguna vez el tremendo e injusto error de no ver sentido a nuestras vidas. De todo esto trata una novela que todo el mundo debería leer. Porque, además, es muy entretenida y realmente absorbente.

7. Surrender. 40 canciones, una historia. Bono. Reservoir Books. 2022. Bono, líder de la famosa banda irlandesa U2, nos descubre algunos aspectos menos conocidos de su vida a la vez que explica más detalladamente otros ya conocidos por todos. Un libro extenso que presenta los grandes momentos familiares, musicales y político-activistas de un cantante irrepetible por su importancia a todos los niveles. Unas memorias para fans y no fans. Porque, más allá de lo musical y familiar, resulta innegable la labor político-social del autor, con conexiones con Amnistía Internacional, Greenpeace y otras muchas ONGs. Así, se puede asistir, desde dentro, a complicadas reuniones, negociaciones y diseño de campañas como la condonación de la deuda externa de los países del Tercer Mundo o la de las ayudas a los países pobres africanos para poner fin a la transmisión incontrolada del SIDA. El tema del mesianismo político aparece en el libro, con todas las alabanzas y críticas recibidas.

6. La última función. Luis Landero. Tusquets. 2024. La historia de quien quiere pero no puede. De quien da todo lo que lleva dentro pero no consigue más que pequeñas victorias que hacen estériles sus esfuerzos por alcanzar una meta mucho más amplia. De quien, pese a ello, atesora una dignidad y una honestidad a prueba de bombas. Porque solo fracasa quien abandona, nunca el que lo intenta con todas sus fuerzas. Tito, Rufete y Galindo ven en esa última función su última oportunidad en la escena teatral. Paula busca vivir una aventura que la lleve a iniciar una nueva vida mucho más satisfactoria. Y los ciudadanos de San Albín ven en esa representación la última ocasión de conseguir que su querido pueblo no caiga en el olvido y pase a engrosar la lista de pueblos de la denominada España vaciada. Una novela sencilla y a la vez complicada. Como la vida misma. Todo ello de la mano de un Landero que demuestra conocer al dedillo no solo el alma humana sino las mejores formas de hacer literatura.

5. Baumgartner. Paul Auster. Seix Barral. 2024. ¿El testamento literario de Auster? Para nada. Sería injusto calificarla así. Porque el estilo de esta novela, su última novela, es fiel al conjunto de su obra: aparentemente sencillo pero que esconde en realidad una compleja arquitectura narrativa repleta de digresiones que parecen romper el hilo discursivo pero que completan información que más adelante será más importante de lo que parece; de una metaficción que esconde unas historias dentro de otras; y de un cuestionamiento de la identidad que hace que el lector se devane los sesos pensando si la obra en cuestión habla de los personajes de la misma o si el autor está hablando en realidad de sí mismo. Temáticamente hablando, también esta novela es fiel a toda su carrera: existencialismo, pérdida, amor, azar, soledad, duelo. Paso del tiempo. Un tiempo que no volverá, hecho que, lejos de abrumarnos y desanimarnos, debe alumbrar en nosotros el deseo de vivir con todas las ganas. Auster se moría. Lo sabía. Y buscó completar su legado. Como en su día David Bowie, Leonard Cohen o Freddie Mercury.

4. El niño. Fernando Aramburu. Tusquets. 2024. En 1980 una explosión de gas propano mató a cincuenta niños y tres adultos en el colegio público de Ortuella, Vizcaya. Aramburu documentó los hechos y se entrevistó con supervivientes y familiares de víctimas para poder construir una novela que describe el sufrimiento de una de las muchas familias afectadas. Otro magnífico capítulo de su serie Gentes vascas. Una novela en la que las vidas de los protagonistas cambiarán para siempre a partir de unos hechos devastadores y lacerantes. El autor nos muestra, con gran singularidad y originalidad, aspectos inesperados de cada uno de ellos. Nos los abre en canal gracias a su peculiar bisturí literario-psicológico para enseñarnos qué encierran sus cerebros devastados, cómo laten sus corazones heridos, cómo afrontan el drama personal y familiar y cuál será el destino de cada uno de ellos. Es obvio que la realidad siempre supera a la ficción, pero cuando esta bebe directamente de la realidad el resultado puede ser igualmente veraz. Y dibujarnos una obra de arte en forma de un extraordinario friso de desgarros. 

3. Araña. Jon Bilbao. Impedimenta. 2023. Pasado y presente. Realidad y ficción. Las historias narradas por el Jon escritor están protagonizadas por el Jon niño, el Jon adulto y John Dunbar, ya convertido en el Basilisco, en épocas y lugares muy diferentes. Y, sin embargo, merced a la extraordinaria maestría del Jon escritor, se mezclan de tal manera que a menudo el lector duda a la hora de dilucidar lo que fue primero: la Asturias del siglo XX o XXI o el desierto de Nevada del siglo XIX. El Jon asturiano o el Basilisco. Es decir, el huevo o la gallina. No, no es una exageración. Porque ocurre que en no pocas ocasiones los personajes beben los unos de los otros, pese a pertenecer a épocas y lugares tan diferentes. Y viven vidas tan paralelas en algunos aspectos que parecen ser solo uno. ¿Estamos quizás ante un viejo Jon de casi doscientos años de existencia? Sea como sea, esa mezcla, junto a la de los géneros literarios -biografía, western, drama, crónica, aventuras- crea una nueva ficción original, fresca y muy llamativa. Tras Basilisco, Araña es la segunda parte de la trilogía que ya completa Matamonstruos, novela que habrá que leer sin falta en 2025. 

2. El tesoro de La Girona. Javier Pellicer. Edhasa. 2023. Pellicer derrocha unos bastos conocimientos de los hechos narrados -la derrota de la Armada Invencible en 1588 y los mitos y las leyendas irlandesas- y un gran saber hacer a la hora de mezclar la realidad histórica y unas tramas y unos personajes ficticios que bien podrían haber existido en la realidad. Como en todas sus obras, lo mejor del autor valenciano es la evolución psicológica de sus personajes: sus luchas internas, sus deberes morales, sus cambios en la forma de pensar y de actuar, la superación de sus debilidades, el aprovechamiento de sus fortalezas y la manera en que enfrentan las respectivas situaciones que se les presentan. Joan Mateu y Ealasaid guardan secretos. Ninguno cree merecer al otro. Los dos deben hacer frente a un presente ligado directamente al pasado de sus respectivas familias. Ambos deben afrontar los grandes contrastes de sus tan diferentes orígenes. El tesoro de La Girona es una novela para enamorarse, más si cabe, de la denominada Isla Esmeralda, una cultura en la que conviven en armonía santos, druidas, monjes y hadas.

1. Los incomprendidos. Pedro Simón. Espasa. 2022. Tras el enorme éxito alcanzado un año atrás con Los ingratos, Premio Primavera de Novela 2021, el escritor y periodista madrileño Pedro Simón publicó su tercera novela, Los incomprendidos, a finales de 2022. Como en su predecesora, el autor nos narra una historia que llega y emociona al lector. Porque, como reconoce Javier, uno de los personajes y narradores de esta novela -junto a su hija Inés y su hermana Clara, que aparece como narradora epilogar-, las mejores historias no son las que hablan de los otros en sitios lejanos, sino las que hablan de ti. Aquí mismo. Ahora. Y hacen que se te iluminen los ojos y quieras conocer el final. Y no le falta razón. Porque las historias cercanas y corrientes, las que nos pueden ocurrir a cualquiera de nosotros, suelen resultar a menudo las más atractivas. Aunque solo sea por ofrecer una mayor verosimilitud y, por tanto, también una mayor posibilidad de repetirse en nuestras propias carnes. En las historias que nos narran los protagonistas de Los incomprendidos, como ya sucediera en Los ingratos, también tienen cabida la esperanza y la ilusión. La ilusión de que los problemas siempre se pueden superar. Porque solo la muerte no tiene solución. Y hasta la muerte misma también puede acercar a quienes sobreviven a la tragedia. Aunque para ello hayan de viajar a lo más recóndito de sus almas. Aunque para ello hayan de mirarse en el espejo y decirse a la cara -en este caso, escribir sobre un papel- quiénes son y quiénes quieren ser a partir de ahora. Para mí, lo mejor que leí durante 2024.