Toda la vida escuché en mi casa la historia de aquel amigo de mi bisabuelo, ingeniero de minas, que trabajó en México en plena revolución. Ese recuerdo remoto me ha aproximado a mi propia relación con la aventura y me ha llevado a escribir esta historia. Es una novela de iniciación y aprendizaje, y es, de algún modo, mi propia biografía de juventud. Es mi Flecha de oro. Estas palabras, de Arturo Pérez-Reverte, son una justificación de su última obra, Revolución, y también toda una declaración de intenciones. Porque, en efecto, más que ante una historia de guerra propiamente dicha, estamos ante una gran novela de aventuras. Al más puro estilo Conrad, Stevenson, Salgari, Scott, Verne o Dumas. Desconocemos si Martín Garret Ortiz era el nombre verdadero de aquel ingeniero de minas español, pero sí tenemos la certeza de que existió. Y la historia que nos cuenta Revolución es, pues, verídica. Licencias narrativas aparte, pues se trata de una novela histórica y de aventuras y no de un ensayo ni una biografía.
Pérez-Reverte sabe, mucho mejor que nadie, que el mundo es un lugar peligroso. Más todavía en una situación de guerra. Como la que describe, en el México del primer cuarto del siglo pasado, en su última novela. Un México en el que llegó a costar diferenciar entre el bien del mal. En el que el bien --defender a los pobres de la tiranía de los poderosos-- se confundía en no pocas ocasiones con el mal --matar de forma indiscriminada a quienes no pensaban como uno quería que pensaran--. En el que pasar de héroe a villano, o viceversa, podía ocurrir en muy poco tiempo. Que se lo digan al presidente Madero, por ejemplo. Apodado el Apóstol de la Democracia, lideró la primera parte de la Revolución contra Porfirio Díaz, logrando gobernar durante dos años tras vencer en las elecciones de 1911, para acabar siendo depuesto y asesinado por los generales golpistas durante la denominada Decena Trágica (1913). La cual dio inicio a la segunda parte de la Revolución, en la que Pancho Villa y Emiliano Zapata defendieron, cada uno a su manera, el legado maderista.
Más allá de los grandes acontecimientos (los hechos revolucionarios en sí) y nombres de la Historia (Pancho Villa, con el permiso de Madero, sería el gran protagonista), Revolución trata de otros hechos y personajes que, aunque menos importantes y alejados del centro de la acción, pueden y deben ser usados por un escritor para dar a conocer sus historias personales. Porque no solo de los grandes personajes históricos debe vivirse. Porque, a veces, muchas veces incluso, se aprende más de ellos. Como en el caso que nos ocupa. A través de Martín Garret, Genovevo Garza, Chingatumadre, Salmerón, Jacinto Córdova, Tom Logan, Maclovia Ángeles, Diana Palmer y Yunuen Laredo, todos ellos y ellas, personajes secundarios de la Revolución, Pérez-Reverte nos explica aspectos tan relevantes como el caos, la violencia, la muerte, la vida, el amor, la lealtad, la lucidez y la traición. Aspectos, como se ve, para nada banales. Sobre todo cuando lo que está en juego es la supervivencia de cada personaje y de toda una nación.
Más arriba se ha dicho que Revolución es una novela de aventuras. Es cierto, sí, pero también es una novela de personajes. Los que viven esas aventuras. Cada uno de ellos, muy distinto a los demás. Pero, todos ellos, interdependientes en muchos momentos de la acción de la historia narrada. Y, para que todo fluya, para que podamos hablar de una obra maestra literaria, es absolutamente necesario que cada uno de esos personajes aparezcan retratados con la mayor fiabilidad y detalle. Y este aspecto, junto a la crueldad tan bien narrada por Pérez-Reverte en los hechos revolucionarios en sí, es el punto fuerte de esta novela. Martín Garret se busca a sí mismo en un mundo en el que encaja solo a veces; Genovevo Garza es un soldado --si se le puede llamar así-- idealista, leal hasta la muerte, entrañable pero cruel, perteneciente al pueblo llano; Jacinto Córdova es un oficial severo, cortés, que siempre va de cara, muy disciplinado y con un gran sentido del honor; Tom Logan es un yanqui enamorado de México pero también de la guerra y del dinero que recibe por ayudar a la Revolución.
Mención aparte merecen los tres personajes femeninos de la trama. Desde la sinopsis de la contraportada del libro ya se nos dice que esta es la historia de un hombre, tres mujeres, una revolución... Diana Palmer es una periodista estadounidense que cubre la Revolución. ¡Una corresponsal de guerra a principios del siglo XX! Una mujer que, auténtica pionera, lucha contra los convencionalismos de su profesión y de su mundo. De gran personalidad, decidida, desafiante, será la mirada brillante de Martín para entender los acontecimientos. Yunuen Laredo es una joven de familia acomodada que busca prometerse con un buen partido. Coquetea con Jacinto Córdova y con Martín, aunque Córdova parece ser el predilecto de la familia. Sabe que en la vida hay condicionantes que pesan mucho más que el amor; Maclovia Ángeles es una soldadera que, con la única cultura que da la experiencia de la vida, acompaña a Genovevo Garza. Como las demás soldaderas, se ocupa de que a su hombre no le falte de nada antes y después de los combates y de entrar en ellos si la situación así lo requiere.
La novela está estructurada en quince capítulos que narran las distintas tramas de la historia --que abarcan los cuatro años de combates que vive Martín Garret en México (1911-15)-- y un breve epílogo que narra un inesperado y peculiar encuentro en Madrid, sucedido ocho años después de los hechos anteriores, y donde uno de los protagonistas del encuentro acaba sonriendo a los rostros de quienes lo habían hecho lo que era, y lo que sería durante el resto de su vida. Y es que resulta lógico pensar que para quien vive unos sucesos tan dramáticos como los narrados en la novela la vida ya no puede seguir siendo igual. Debe cambiar irremediablemente para siempre. Durante los distintos capítulos se alternan momentos de narración vertiginosa --los que tienen que ver con los combates revolucionarios-- con otros más pausados, reflexivos, calmados --aquellos que nos hablan de momentos más o menos importantes, como los fusilamientos o los pensamientos y las reacciones de los personajes ante aquello que sucede ante sus ojos--. Un mar revuelto de sucesos y reflexiones. Una montaña rusa.
Hay novelas --la mayoría-- que no tienen vigencia más allá de unos pocos meses desde el momento de su publicación. Otras --un buen puñado de ellas-- consiguen mantenerse en la boca y los oídos de los lectores durante algo más de tiempo. Una pocas --las menos--, con el tiempo, consiguen ser consideradas como un clásico en su género. Casi ninguna --una entre un millón-- se convierte en todo un clásico desde el mismo momento en que se publica. Creo, sinceramente, que es el caso de Revolución. Una novela épica que combina peligro, heroísmo, valentía, coraje, camaradería, estoicismo, tragedia, naturaleza, naturaleza humana, celebración de la vida ante la proximidad de la muerte, etc. Lo cual la convierte en una obra maestra literaria. Para servidor, la mejor novela de Pérez-Reverte leída hasta la fecha. Obviamente, no las he leído todas. Algo que habré de comenzar a rectificar a más no tardar. Dicho esto, para concluir la reseña, y a modo de invitación, dejo abajo algunos de los fragmentos que más me han llamado la atención de todo el libro:
Martín lo miraba todo fascinado, sintiendo latir fuerte la sangre en las venas. Respiraba el olor a pólvora y sudor de los hombres que tenía alrededor, devoraba con la vista cada escena, cada gesto, cada momento. Oía zumbar las balas perdidas con curiosidad casi científica, calculando calibres, trayectorias y distancias, considerando el lugar que él mismo ocupaba en aquella extraña situación. Se sentía al mismo tiempo horrorizado y excitado... Pensar en eso lo llevaba a reflexiones incómodas. Le cuadraba más vivir día a día, sin cálculos ni planes. No anhelaba que terminase aquello. Andaba ebrio de México y prefería no pensar en la resaca... Permitió al fin que su congoja se liberase en forma de llanto por todos los que había visto morir, por sus propios sobresaltos e incertidumbres, por el miedo y el coraje que se habían alternado en su interior mientras peleaba por algo en lo que ni siquiera creía. O tal vez sí, pues para él la revolución era el sentido personal de un extraño deber: la lealtad hacia hombres y mujeres a los que admiraba, en cuyas palabras, silencios y actitudes había conocido cosas que no olvidaría nunca, útiles para observar el mundo, la existencia y el posible, o inevitable, final de todo.