Fernando Navarro (Granada, 1980) debutó en el mundo literario el pasado año, de la mano de Impedimenta, con una novela o, más bien, un conjunto de relatos o cuentos --quince en total-- que se editaron bajo el sugerente título --muy acertado, por cierto-- de Malaventura. Hasta entonces, el guionista era conocido por sus críticas musicales en diversos medios --Radio 3, Cadena SER o MondoSonoro (ojo: no confundirlo con el también crítico musical y periodista de El País Fernando Navarro)-- y por sus colaboraciones cinematográficas con Álex de la Iglesia, Rodrigo Cortés, Jonás Trueba o Jaume Balagueró, entre otros. Fue nominado a los Premios Goya en un par de ocasiones --Verónica (Paco Plaza, 2018) y Orígenes secretos (David Galán Galindo, 2021)-- y entre su filmografía destacan Toro (2016), Cosmética del enemigo (2020) y Bajocero (2021). Es miembro del Writers Guild os America y ha impartido diversos talleres de Escritura Creativa en la Universidad de Siracusa y en Le Moyne College, ambos en Nueva York.
Malaventura tuvo una gran acogida y consiguió un gran éxito de inmediato, siendo galardonada con el Premio Setenil 2022, que convoca cada año el ayuntamiento de Molina de Segura (Murcia) para seguir promocionando los cuentos en nuestro país. Merced al libro, calificado como un acid western --un subgénero del western clásico que emergió en los años 1960 y 1970 que combinaba las ambiciones metafóricas de los aclamados films en blanco y negro con los excesos del spaghetti western y la perspectiva de la contracultura de los años 1960--, a Fernando Navarro se le ha llegado a comparar incluso con los novelistas Cormac McCarthy y Stephen King --por su estilo y ambientación--, los directores de cine Sergio Leone y Quentin Tarantino --por su temática y crudeza y por la constante aparición de sangre en cada uno de los cuentos o relatos-- y el dramaturgo Federico García Lorca --por su obsesión por el sur y por todo lo que tenga que ver con el flamenco--. Comparaciones al alcance de muy pocos, la verdad.
En los relatos que componen Malaventura hay varios elementos coincidentes que marcan el ambiente. La acción de todos ellos se desarrolla en el sur de España. En Andalucía, para más señas. Los pueblos de Granada, Almería, Córdoba, Málaga o Sevilla se convierten en escenarios de los cuentos. Unos cuentos en los que el gran protagonista es el espacio, el medio físico. Así, encontramos, además de los pueblos y las aldeas propiamente dichos, montañas, colinas, ríos, pantanos, cuevas y paisajes desérticos. Sobre todo, mucho desierto. Sin duda, el lugar idóneo para albergar las quince historias que componen el libro. Como complemento de todo ello, por un lado, la flora y la fauna características de las zonas en cuestión. Con todo lujo de detalles y descripciones, además. Y, por otro, el habla andaluza. Esa forma de hablar un castellano gracioso, con arte, consistente en acortar palabras y acentuarlas. La mezcla de todo ello, magistral por otra parte, consigue el efecto deseado: el lector se hace presente en los distintos ambientes y hasta aprende a hablar de la misma manera en que lo hacen los personajes.
La muerte, para más inri violenta, está presente en todos los cuentos del libro. No obstante, en la mayoría de los casos, por no decir en todos, los asesinos son personajes humanos --cuando son humanos, porque en unas pocas ocasiones, los que matan son animales, maleficios, maldiciones--. Personajes humanos y hasta tiernos, incluso, en algunas ocasiones --en diversas situaciones, hasta lloran--, que suelen matar por algún motivo justificado: amor, venganza, ajuste de cuentas, justicia. Se trata, eso sí, de personajes extremos: la creme de la creme de los paisajes rurales. El salvaje sur español --por equipararlo con su homónimo oeste americano-- llevado hasta las últimas consecuencias. Así, encontramos cazadores, quinquis, hechiceras, mercenarios, una mujer barbera, un bandolero legendario, forajidos, videntes, fantasmas, una inundación que lo arrasa todo, niños malditos, demonios, lobos, burros abandonados, etc. No es complicado adivinar, a tenor de todo ello, que la mayoría de los cuentos no van a tener un muy buen final.
Al inicio de la reseña he escrito que el título del libro me parecía muy acertado. Más si cabe si nos atenemos a la definición que hace la RAE del término malaventura: desventura, desgracia, infortunio. Y es que los quince relatos que lo componen son otros tantos hechos trágicos que nos llevan a conocer las profundidades más recónditas del alma humana. También de construcciones, también humanas, más o menos elaboradas tales como supersticiones, miedos, maleficios, maldiciones y demás predisposiciones a las tragedias. Muy inspiradora resulta, en este sentido, la alternancia de fantasmas, asesinatos tarantinianos, pasajes de surrealismo mágico cañí, romanceros gitanos posmodernos, guiños a Marcial Lafuente Estefanía y hasta de desiertos distópicos. Alternancia, mezcla, simbiosis de elementos muy distantes en el espacio y en el tiempo que contribuyen a crear un artefacto --en este caso, un libro-- original. Porque original, y muy muy muy complicado, debe resultar componer un abanico semejante. Y de mérito, desde luego, lo tiene todo.
Como quiera que es imposible contar aquí algo sobre los quince relatos --ni falta que hace tampoco--, me voy a centrar en los tres que más me han llamado la atención. El primero de ellos lleva por título La Jacoba, que leía el futuro y narra la historia de amor imposible entre una vidente, la Jacoba, y un forajido, el Grabiel. Lo he elegido porque contiene unos párrafos que describen muy bien el ambiente de casi todos los cuentos. Dicen así: al principio, las mismas preguntas: amoríos y chuminás. Una que llega enamoriscá y quiere saber si el otro pues eso. Esas cosas de la vida. Lo que llaman las cosquillicas del cuerpo... Luego, temas de lindes y de jorfes, claro: que si cortijos a medio repartir entre hermanos que no pueden ni verse, que si mi primico el mayor me debe cinco pellejos de aguardiente y quiero sabé si me los va a pagá. La Jacoba llegaba donde no llegaban los curas. Apañaba lo que no apañaban los guardias civiles. Lo que no puede apañar la buena de la Jacoba es el trágico final que se cierne al final de su historia con Grabiel.
El segundo relato que ha llamado mi atención se titula Un burrico y cuenta la historia de un pueblo vacío, arrasado por la muerte, y de una fonda donde ha acaecido una misteriosa matanza de la que el único testigo es un animalico peludo y bueno amarrao a la puerta. El párrafo más ilustrativo dice lo que sigue aquí: Y es que la muerte misma puede parecer un mendigo desarrapao con la chamarra llena de polvo y sangre seca en un labio que parece partido y un par de dientes rotos que hacen al mellao sonreír poco. Podría ser un espectro si se pudiera volver de la muerte. Podría ser un demonio si existiera el infierno. Nada de eso existe. Solo existe la muerte. Y va a arrasar este pueblo de mentirosos y de cobardes y de cagaos y de hijos de puta y no va a dudar en llevarse por delante a las viejas enlutás por mu viejas sabias que sean ya que han permitido lo que han permitido y han consentío a sus maridos las barbaridades que han consentío; y no va a temblar a la hora de matar a niños y a mujeres jóvenes y a alguna preñá si se tercia porque para eso ha sido llamada.
El último relato que quiero destacar, Bisonte, es una historia de fantasmas que visitan de forma inesperada a Silverio, un guardia civil violento al que quieren ajustar cuentas. Silverio, que vive en profunda soledad desde hace ya demasiados años, recibe la visita de el Mellizo, quien, muerto en prisión, quiere meterle el miedo en el cuerpo por maltratador y putero. A continuación, se le aparece al guardia civil un moro al que mató por cuatro melones. Más tarde, acude también a su casa el fantasma del Teodoro, a quien reventó el careto a palos antes de dispararle en la boca. Finalmente, lo agarra por la espalda una vieja novia de juventud, de ojos azules, a la cual maltrató hasta hacerla huir a toda prisa aprovechando su ausencia de casa. Ejemplos, los tres expuestos, del estilo de escritura de Fernando Navarro en su debut. Un estilo directo, crudo, sangriento, sin perdón y también sin escrúpulos. Una novela, Malaventura, de iniciación y muerte que ha deslumbrado por méritos propios. Habrá que seguir con mucha atención los próximos pasos de su carrera literaria.