Tras su primera incursión en el mundo de los libros con Pelea como una chica (Planeta, 2018), en el que se sumergió en la complicada pero necesaria tarea de rescatar las vidas de mujeres ilustres y valientes (Emilia Pardo Bazán, María Moliner, Clara Campoamor, María de Maeztu, Margarita Salas o Dolores Ibárruri, entre otras) que desafiaron prejuicios, superaron barreras y abrieron caminos, Sandra Sabatés (Granollers, 1979) retornó a la escritura el pasado año con No me cuentes cuentos, un nuevo libro en el que aborda, desde otra perspectiva, la temática del feminismo. Si en su primer trabajo centró la atención en mujeres más o menos conocidas, en este nuevo libro poco el foco de atención en otras diez mujeres, en su mayoría anónimas, que padecieron o padecen la violencia de género. Una violencia que, normalizada desde tiempos muy pretéritos, parece no existir todavía para una buena parte de la población mundial. Lo cual hace que este libro sea necesario para abrir los ojos a los negacionistas.
Sabatés, que fue galardonada con el Premio Meninas 2018 por su sección Mujer tenía que ser en el conocido programa televisivo El intermedio, que co-presenta junto a El Gran Wyoming, y que en el mismo año recibió también el Premio Ondas a la mejor presentadora de televisión, utiliza todos sus altavoces, en este caso un libro, para denunciar el largo camino que todavía le resta por recorrer al feminismo para lograr su objetivo final: dejar de existir como movimiento social tras haber alcanzado la igualdad plena y absoluta entre hombres y mujeres. Es una activista que jamás ceja en su empeño de alcanzar la tan ansiada igualdad entre géneros. Y en este nuevo libro utiliza, como punto de partida, el machismo de los cuentos clásicos de los hermanos Grimm, H. C. Anderson y C. Perrault. Unos cuentos que, a pesar de transmitir valores ancestrales durante siglos, representan la manifestación de un sistema patriarcal que todos, sin excepción, deberíamos querer dejar atrás para siempre. También los hombres.
Cada uno de los diez capítulos del libro lleva por título el de un cuento o el de uno de sus personajes. Personajes femeninos débiles, indefensos, dependientes, incapaces de actuar por sí solos, infelices. A partir de ello, tras una cabecera constituida por un breve fragmento del mismo, la autora desarrolla la historia personal de cada una de sus protagonistas. Protagonistas víctimas de violaciones, abusos, mutilaciones, maltrato físico y psicológico, explotación sexual y laboral. De violencia de género, en suma. Todo ello para reflejar la sociedad que seguimos siendo y para evidenciar el trabajo que todavía queda por delante para dejar de naturalizar esos comportamientos machistas y conseguir un mundo justo en el que las mujeres sean libres y puedan vivir sin miedo. De ahí que, como reconoce la propia autora en su prólogo, este libro no va de cuentos sino de mujeres reales, auténticas, de carne y hueso, que accedieron a contar su calvario para que las demás sepan que no están solas, para decirles que pueden salir de esta.
El primero de los testimonios expuestos es el de la manada de lobos que se comió a Caperucita durante los Sanfermines de 2016. Todos conocemos mil y un detalles de lo que aconteció en aquel oscuro portal de Pamplona. Sabatés pone el acento en la campaña de desprestigio de la víctima por parte de la defensa de los violadores y en cómo se contrató a una agencia de detectives para seguirla con la finalidad de desenmascararla. También en los sentimientos contradictorios que todo ello causó en la única y verdadera víctima de la violación, así como en las numerosas manifestaciones que hubo a lo largo del país. Y en que durante los cuatro años posteriores se denunciaron más de doscientas violaciones grupales. Algo que debería avergonzar a los negacionistas. Precisamente la denuncia es también lo más importante para luchar contra los abusos intra familiares. Como se describe en el segundo caso, el de la Infanta que sufrió abusos sexuales por parte de su propio padre, el Rey. Como ocurre en uno de cada tres casos. Los datos hablan por sí solos: según la OMS, una de cada cinco mujeres ha sufrido abuso sexual antes de cumplir los diecisiete años.
Algo sorprendente y dramático que se repite en la mayor parte de los casos expuestos es el hecho de que la víctima se siente culpable de serlo. Esto le pasa también a la Bella, una joven que pagó los platos rotos de los celos y el complejo de inferioridad de su pareja, la Bestia. Una bestia que la maltrató y la hizo sentir culpable por ello. Desgarrador resulta el siguiente testimonio: el de la Niña, una joven brasileña que quería pagarse sus estudios de Derecho y que fue engañada cruelmente. Aceptó una buena oferta de trabajo de un año en España --tercer país mundial en el ranking de demanda de prostitución según la ONU-- que acabó convirtiéndola en una pobre prostituta sin papeles y endeudada con sus contratadores. Cayó víctima de una trampa en la que caen cada año demasiadas mujeres sudamericanas y centroeuropeas. Una española, la Bella Durmiente, fue drogada y, ya inconsciente, agredida sexualmente por un joven en Madrid. Y se sintió también culpable. Culpable por hacer sufrir a sus seres queridos. Como si ella no fuera la víctima. La víctima de ser una de ese veinticinco por cien de las chicas cuya voluntad es anulada toxicológicamente por sus abusadores.
Ariel, La Sirenita, es una niña senegalesa que vivía junto a su familia en España. Durante unas vacaciones estivales regresó a su país para conocer a sus familiares. Unos familiares que le practicaron una mutilación genital completa. Algo prohibido aquí, pero no en el país de origen de sus padres. ¿Para qué? Para mantener su pureza y asegurar su inapetencia sexual de por vida. Como les ocurre, cada año, a otros tres millones de sirenas en todo el mundo. Blancanieves se enamoró de un príncipe que acabó saliéndole rana. Le anuló la personalidad, la hizo dependiente y la maltrató psicológicamente. Algo que le ocurre al veintisiete por ciento de las mujeres mayores de dieciséis años en nuestro país. Un dato desolador. Pero mucho menos que el siguiente: quince millones de niñas son casadas contra su voluntad cada año en el mundo. Princesa, que vive en España pero pertenece a una familia que tiene su origen en Bangladesh, estuvo a punto de tener que viajar hasta Australia para casarse con Jamal, un joven musulmán con estudios, buen trabajo y salud de hierro.
Una sevillana de dieciocho años se enamoró de un cordobés de veinte, Barba Azul. La convenció de que lo dejara todo para irse a vivir con él a Córdoba. Aceptó y, de la noche a la mañana, se convirtió en la esclava de la familia de su amado. Otra bestia que la encerraba bajo llave cuando salía de casa. Otro celoso, otro inseguro, otro inmaduro, otro enfermo. Un enfermo que la sometió a gritos, órdenes, portazos, trompazos y estrangulamientos. Uno de aquellos estrangulamientos casi la convirtió en una de las más de mil cien mujeres asesinadas desde 2003 en nuestro país a manos de sus parejas o ex parejas. El último testimonio recogido en No me cuentes cuentos es el de la Muchacha, una joven onubense que trabajó como jornalera en las plantaciones de fresas de la provincia andaluza. Una de tantas mujeres que trabaja en unas condiciones inhumanas durante unas jornadas interminables e insufribles. Una mujer que denunció los malos tratos sufridos sobre todo por las trabajadoras centroeuropeas y magrebíes a manos de unos jefes sin escrúpulos que en no pocas ocasiones llegaron a abusar de alguna de ellas.
En definitiva, No me cuentes cuentos recoge diez testimonios desgarradores que sirven de ejemplo de la violencia machista o de género que todavía, a día de hoy, deben soportar demasiadas mujeres. En todo el mundo, y también en nuestro país. Sin embargo, lo más destacable de todos los casos es que comparten algo en común. Algo que debe darnos esperanza de cara al futuro. Y es que todas ellas vencieron a los que ejercían violencia contra ellas. Todas ellas, antes o después, de una manera u otra, arrastrando traumas más o menos graves, con ayuda o sin ayuda --¡mejor con ella, por favor!--, se libraron de la opresión y de los malos tratos recibidos por parte de sus familiares, parejas, jefes y demás bestias en general. Lo cual nos deja claro que las Caperucitas de hoy en día sí son capaces de defenderse. Porque tienen las armas necesarias. Porque saben que no están solas. Porque se quieren libres y felices. Porque saben que cada vez hay más hombres de su lado. Porque, entre todos, acabaremos deshaciéndonos de la manada de lobos, del Rey, del Príncipe, de la Bestia, de Barba Azul y de cualquier otro siniestro personaje salido del más oscuro cuento. Porque la violencia de género es un problema que nos atañe a todos, y no debemos dejar que nadie lo normalice ni le reste importancia.