Han pasado casi seis años desde que Luisa Ferro publicó su magnífica novela El círculo del alba (Planeta, 2016), reseñada en su día en este mismo blog. Puede parecer demasiado tiempo para quienes desconozcan el farragoso trabajo de documentación y escritura de una historia basada en hechos verídicos acaecidos en una época tan antigua y poco conocida como la China imperial de los Song, en pleno siglo XIII. La acción coincide con los últimos veinte años de las incursiones mongolas que acabaron conquistando el único territorio que se mantenía a salvo del dominio del temible Kublai Kan, nieto del no menos conocido Gengis Kan. Desde la capital imperial, Lin´an, la corte deberá huir ante el permanente hostigamiento mongol. Hasta llegar a la isla de Yaishan, donde aconteció una de las batallas navales más grandes de la Historia: la de Yamen. La cual puso fin al imperio e hizo que China ya nunca volviera a ser la misma. Para más inri, Luisa se centra en el bando perdedor, del que, por tanto, se desconocen muchas más cosas con el paso de los años y de los siglos.
La historia, dividida en dos libros bajo los títulos El pozo de las luciérnagas y La sanadora del emperador, está protagonizada y narrada en primera persona por un personaje que, aunque ficticio, bien podría haber sido real. Akame es hija del honorable maestro Zheng, procedente de una familia de médicos desde varias generaciones. Viven en una de las calles comerciales más bulliciosas de la capital imperial, donde regentan una farmacia. Allí es donde Akame aprende desde pequeña a leer y a escribir. Y también la medicina tradicional y su vínculo con la filosofía, las matemáticas y la caligrafía. El ambiente de libertad en el que crece Akame choca frontalmente con la sociedad en la que debe vivir. Una chica testaruda, impetuosa y difícil de doblegar debe hacer frente a un futuro sombrío en el que nos inculcaban que nuestro destino estaba escrito y que debíamos obedecer las tradiciones: una mujer debe obediencia a su padre. Luego, al casarse, al marido y, cuando este fallece, al hijo.
La vida de Akame comenzó a ser muy complicada desde antes de nacer. Y lo será siempre. Es un constante enfrentamiento a las vicisitudes de la vida, de la familia y de una sociedad cambiante que vive sus últimos coletazos ante la barbarie de una guerra primero inminente y después definitiva. Y los ojos de la protagonista observan con lucidez pero también confusión y horror el fin de su mundo. Un matrimonio temprano, un amor imposible y la enorme dificultad para cumplir su sueño de dedicarse a la medicina provocan en Akame una gran desazón. Por suerte, tiene junto a ella a su inseparable Longyan, un eunuco que heredó a la muerte de su madre y que se convierte en su fiel consejero y cuidador. Su auténtica sombra. Sin embargo, no puede evitar dejar de pensar qué será de ella si resulta yerma o si da a luz a una o varias niñas. En su sociedad los maridos suelen repudiar a sus esposas y concubinas si no les dan varones. Las echan a la calle, sin más, abandonándolas a su suerte y empujándolas a la prostitución o a la muerte.
El pozo de las luciérnagas, que da título al primero de los libros de esta bilogía, es el nuevo hogar de Akame tras su matrimonio con Cao, médico amigo y compañero del padre de la protagonista. No obstante, su vida no solo cambia a través de su matrimonio y mudanza a la casa familiar de los Cao, sino que dará un giro definitivo tras conocer, por casualidad, a Mariposa Blanca, concubina del inepto emperador Duzong, siempre ebrio y ausente de las audiencias diarias. Tanto ella como Longyan se convierten en sus máximos sostenes en los momentos de mayor zozobra personal (que son muchos, por otra parte). Sobre todo respecto a su posible futura maternidad: no me veía condicionada a tener un hijo para sentirme una mujer completa. Tenía la responsabilidad de perpetuar la siguiente generación. No tener descendencia estaba considerado como el peor de los pecados. Y no me olvidaba de que llegado el momento yo también tendría que rendir cuentas a Yama, el rey de los infiernos.
La bilogía comporta, como se ha señalado más arriba e indica la propia autora, un proceso de documentación exhaustivo. Gracias a ello, Donde mueren los dragones de jade constituye un auténtico vademécum de la medicina tradicional china; nos habla de todo tipo de hierbas y recetas medicinales; nos ilustra sobre los enredos y las conspiraciones de la corte, así como de traiciones y redenciones; nos enseña las mil y una supersticiones de la época; nos explica las relaciones entre las esposas y concubinas --solían ser bastante tirantes porque cada una competía por ser el centro de atención del marido-- no solo de los emperadores sino de cada una de las familias del imperio, fuera cual fuera su situación económica y social; y nos ataca directamente al paladar con platos y recetas típicos del lugar y la época reseñados --pudin de arroz, tofu frito en un lecho de espinacas salteadas, pollo en salsa de miel y jengibre, pasteles de batata rellenos de dátiles, carpas en escabeche, cerdo con bambú, bolas de masa hervidas rellenas de setas, etc.
Además, el lector aprende aspectos casi desconocidos hasta ahora sobre la sociedad china del siglo XIII. Por ejemplo, sobre la castración de los eunucos, el vendado de los pies de las mujeres, el tratamiento de la fertilidad femenina, los zapatos de la longevidad o los protocolos y rituales del parto, del casamiento y de los entierros y lutos. Para un mayor entendimiento de todo ello, al final del libro se incluye un detallado glosario para explicar el significado de algunas palabras y expresiones chinas. También de términos relativos a los meses del año y las horas del día. Y, sobre todo, del papel jugado por la mujer en aquella sociedad. Aspecto que Luisa Ferro define así en boca de Akame: el yin era la debilidad, la oscuridad y el vacío. Correspondía a lo femenino. Su significado era el mismo que definía a la mujer: pasividad, delicadeza, serenidad. Al menos eso era lo que se esperaba de nosotras. Yo, sin embargo, añadiría obediencia, sacrificio, dolor, servidumbre y, aun así, valor frente a la adversidad. El yang era lo masculino: la fuerza, la claridad y la plenitud. Ambos eran contrarios, pero se complementaban.
La medicina también está tratada con mucha profundidad a lo largo de ambas novelas. En La sanadora del emperador, Akame destaca lo que me había enseñado mi padre de los conceptos de Confucio al respecto de la forma de proceder de un médico: salvar vidas con amor y actuar con la nobleza del caballero. La bilogía, pues, es de difícil catalogación. Por supuesto, es una novela histórica y de aventuras. Pero también es una crítica socio-política del imperio de los Song. Ser un claro ejemplo de reivindicación de la mujer y su capital importancia en cada uno de los procesos históricos atravesados por la humanidad la podrían convertir también, sin duda, en una novela feminista. Y sus historias de amor irían en la línea de la novela romántica, aunque no de ese tipo de novela de amor empalagosa que tanto gusta a algunas y disgusta a otras --y a otros, claro--. Por no hablar de la obstinada forma con la que Akame lucha por cumplir su sueño de poder dedicarse a la medicina pese a ser mujer. Todo un ejemplo de superación personal. Tema también en auge en la actualidad.
Así pues, tras la lectura de ambas novelas --unas setecientas páginas en total--, puedo decir que ha valido la pena esperar estos seis años. Seis años en los que la autora no solo ha ocupado parte de su tiempo en Donde mueren los dragones de jade, puesto que también ha colaborado en las novelas corales España. La novela (Dolmen Editorial, 2018) y España. La novela II. La caída de un imperio (Dolmen Editorial, 2021). Visto lo visto, hará muy bien Planeta en publicar cuanto antes esta bilogía en papel. Tanto la autora como sus historias y sus magníficas portadas merecen que se de ese paso.