El 24 de abril de 1547 tuvo lugar la famosa batalla de Mülhberg, en la que el ejército del emperador Carlos V venció a las tropas del príncipe elector Juan Federico de Sajonia. De esta manera, el emperador sofocó la rebelión alemana de la conocida como Liga de la Esmalcalda, una agrupación de príncipes y ciudades protestantes que, creada en 1531, defendió sus privilegios y luchó contra el gran defensor del catolicismo frente a la reforma luterana. El triunfo español se debió a varios factores. Los más importantes fueron básicamente dos: que eran más en número y armamento (25 mil hombres de infantería, 4500 caballeros y veinte cañones por 12 mil hombres de infantería, 3 mil caballeros y 15 cañones de los protestantes) y que contaban, además, con Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el duque de Alba, un demonio, inteligente como el que más, astuto, sagaz, único, según Wolf von Schönberg, mariscal de campo del elector de Sajonia.
Tan importante y definitiva fue aquella victoria militar ante los luteranos tras un largo año de escaramuzas y persecuciones que un año después el no menos famoso pintor veneciano Tiziano inmortalizó al emperador en uno de los cuadros ecuestres más famosos de la Historia. No incurro en ningún spoiler si añado que los cabecillas de la Liga de la Esmalcalda, que quedó disuelta tras la batalla, fueron encarcelados en el castillo de Halle. Tampoco si acabo diciendo que, como le confiesa en las últimas páginas de la novela que nos ocupa Norbert Bachmann, espía alemán al servicio del duque de Alba, a Gaspar Briceño, soldado de los tercios españoles, esto ha sido una batalla, pero la guerra continúa, y algo me dice que el futuro no se saldará de forma tan positiva para el emperador. A lo que añade Lazarus Heynen, arcabucero luterano, en una conversación con su amigo Paul: somos alemanes, nadie nos puede pisotear. Soy un enemigo irredento del emperador Carlos V, que asfixia a Alemania, que no la deja crecer como pueblo. Lutero nos ha enseñado el camino. Solo hay que seguirlo.
He de confesarlo. Me encantan las novelas que combinan la macro Historia, la de los grandes acontecimientos y personajes, con la micro Historia, la de personajes anónimos y hechos casi irrelevantes sin los que, sin embargo, nada acontecería como acontece. Y un ejemplo de ello lo tenemos en Mülhberg, la nueva novela de Víctor Fernández Correas. Así, junto al emperador Carlos V, el duque de Alba, el futuro emperador Fernando, el elector de Sajonia, los distintos maestres de campo y demás personajes conocidos, encontramos personajes de mucha menor relevancia que, no obstante, enriquecen la historia narrada y hasta hacen de pegamento entre las distintas acciones que componen la novela. Además, hasta existe la licencia narrativa de, si no existen estos personajes, poder crearlos, inventarlos directamente. Y todo ello sin que la historia final pierda un ápice de verosimilitud. Pues bien, el escritor extremeño afincado en Madrid ha demostrado, una vez más, ser muy bueno en su trabajo.
No es la primera vez que Víctor escribe una novela protagonizada por el emperador Carlos V. Su debut literario fue en 2008 con La conspiración de Yuste, que lleva como subtítulo un elocuente Hay que matar a Carlos V. En 2012 sorprendió a todo el mundo con La tribu maldita, en la que nos habló de manera magistral de nuestros antecesores de Atapuerca. En 2018 publicó Se llamaba Manuel, novela histórico-política-negra que también sorprendió a su cada vez mayor público. Y en 2020 vio la luz un conjunto de magníficos relatos bajo el título de La vieja calle donde el eco dijo. Por cierto, todas sus obras están reseñadas en este mismo blog. Y entre novela y novela, ha participado también en antologías de éxito como Cervantes tiene quien le escriba, Tinta de olivo y Voces de Kiev. Con Mülhberg (2022) cierra el círculo --de momento, porque ya ha amenazado con nuevos trabajos futuros-- sobre la figura del emperador Carlos V. Y lo hace de forma exquisita, además.
La novela está estructurada de la siguiente manera: un preámbulo en el que se introduce la historia, en pleno campamento español, a orillas del río Elba; una primera parte, de cuatro capítulos, en la que se presentan la situación previa a la batalla y los distintos personajes (de ambos bandos contendientes); una parte central, de nueve capítulos, dedicada exclusivamente a la batalla y a las intrigas y enfrentamientos internos --que los hubo, y más de uno-- en cada ejército; una tercera parte, la final, en la que se describen, en tres capítulos, las horas inmediatamente posteriores a la batalla; y un epílogo en forma de décimo séptimo capítulo que pone broche final a la novela. En total, 380 páginas de ritmo variante, temática rica y amplia y una verosimilitud tal que en ocasiones parece salpicarnos la sangre en los ojos mientras leemos sintiendo que nuestro corazón se acelera por momentos. Algo solo al alcance de una gran obra literaria.
Mülhberg es la historia de una batalla legendaria, sí. Pero también más, mucho más. Por ejemplo, un completo estudio de la condición humana. Porque en sus páginas aparecen toda clase de personajes: ambiciosos --la mayoría, claro--, íntegros --Gaspar, Norbert o Lazarus--, sinceros --el sorprendente Diego y la prostituta Dorothea--, vengativos --los aldeanos de Mülhberg Barthel y Heinrich--, estrategas --el duque de Alba y Wolf von Schönberg, respectivos maestres de campo de ambos ejércitos--, leales --el capitán luterano Alberto Fischer, el soldado español Cristóbal de Mondragón--, intrigantes --Hans von Ponickau, chambelán de Juan Federico de Sajonia--, traidores --Mauricio de Sajonia, primo de Juan Federico, aliado del emperador por interés momentáneo-- y mercenarios que se venden al mejor postor en cada momento, lugar, situación e interés particular --muchísimos de los personajes que forman parte de la narración--. Imperdible, por cierto, el pasaje del monólogo de Cristóbal de Mondragón en la parte final de la novela en referencia a este tema, que hace especial hincapié en la figura de Dorothea.
Sin pretender caer en la redundancia, debo repetir de nuevo que me parece genial la combinación de personajes reales, los grandes e importantes, con otros, los casi anónimos, que enriquecen sobremanera la obra. Una obra en la que, entre tanto odio y ansias de venganza, entre tanta necesidad de matar --un buen muchacho, pero carne de milicia. Es demasiado el odio con el que vive, y el odio envilece, emponzoña los sentimientos, piensa Paul de su amigo Lazarus, por ejemplo--, también encontramos un pequeño resquicio para una especie de extraño amor (si se le puede llamar así), el que surge entre Dorothea y Diego --¿Lo ama? ¿Lo aprecia? ¿Siente cariño por él? Una pareja extraña, casi antinatural. Un soldado y una prostituta. Uno, acostumbrado a conocer a muchas mujeres como ella. La otra, lo mismo, pero con soldados, piensa interiormente Cristóbal de Mondragón sobre ellos--. Un maremágnum de sentimientos, creencias y pensamientos encontrados. De nuevo, la condición humana.
Mülhberg es una novela repleta de niebla --la de las primeras horas del día de la batalla--, de oscuridad --la del bosque, justo después de la batalla--, de inmensidad --la del río Elba y sus paisajes (el paisaje es parte esencial de la novela, como debe ser)--, de soledad --la de los protagonistas de la historia (sentirse solo en medio de la multitud es algo mucho peor que la soledad estrictamente solitaria)--, de valentía y de cobardía --que van por barrios y momentos--, de libertad --la que ansían los luteranos-- y de opresión --la que sienten ellos mismos bajo el yugo católico español--. Y, por encima de ello --llámeseme romántico si se desea--, de literatura y de ansias de contar cosas. Porque, personalmente, me quedo con la conversación entre Diego y Cristóbal, de la que destaco estas líneas: escribiré, Cristóbal, escribiré cosas para que se me recuerde una vez muera. También para recordaros a vos y a tantos otros que estáis aquí. Para que nunca muráis, pues un simple trazo sobre un pliego de papel es lo que media entre el olvido y la eternidad. Buena respuesta a la eterna pregunta de por qué escribimos los que escribimos. ¡Leed Mülhberg YA!