La escritora y periodista madrileña Rosa Montero ha demostrado no pocas veces que es una especie de detective; una investigadora de temas. Lo hizo, por ejemplo, en su maravilloso libro La ridícula idea de no volver a verte (2013). Y lo ha vuelto a hacer, más exhaustivamente si cabe, en su recién publicada obra, El peligro de estar cuerda. El sugerente título, extraído de una poesía de Emily Dickinson, nos atrapa para hacer que acompañemos a la autora de este ensayo en sus pesquisas sobre la estrechísima relación entre la genialidad y la locura. Unas pesquisas que, como reconoce la escritora, comenzaron hace ya muchos años. Desde que se dio cuenta de que algo no funcionaba bien dentro de mi cabeza. Aunque, por suerte, añade que una de las cosas buenas que fui descubriendo con los años es que ser raro no es nada raro. Y para sustentar dicha afirmación se apoya en diversos textos de psiquiatras, neurólogos, psicoanalistas y filósofos de todas las épocas.
Todo ello, ilustrado además por sus propias experiencias personales y laborales y por las vidas y obras de una gran multitud de escritores y artistas. Desde Shakespeare y Cervantes hasta Nabokov y Zweig; desde Nietzsche y Camus hasta Bukowski y Carrère; desde Salgari y Proust hasta Strindberg y Pessoa. Eso sí, como buena feminista y siempre rescatadora de la memoria y el talento de las mujeres olvidadas, se centra en la ya citada Emily Dickinson, Doris Lessing, Ursula K. Le Guin, Virginia Woolf, Sylvia Plath o Janet Frame. Todos ellos y todas ellas, autores y autoras que vivieron al borde de la locura. Una locura contra la que lucharon, básicamente, escribiendo sus respectivas obras literarias. Unos genios que, muchas veces incomprendidos --como suele suceder--, acabaron sus días antes de tiempo y/o de manera abrupta. Drogas, alcohol, enfermedades mentales, existencias insoportables de no ser por la escritura, suicidios, etc.
La investigación de Montero para componer esta obra-puzzle recorre episodios de su infancia marcados por una desbocada imaginación y diversos momentos de su vida que le hicieron dudar sobre su cordura. Su texto parte del proceso creativo --suyo y de otros autores-- para llegar a explorar el sentido de la vida. Y, para ello, comparte con sus lectores curiosidades científicas y literarias asombrosas y hasta escalofriantes para tratar de entender cómo funciona la mente creativa --y también la locura--. Y es que la línea que separa ambos conceptos es, visto lo visto y leído o leído, muy pero que muy fina. Por momentos, la lectura de El peligro de estar cuerda nos parece hacer zozobrar. Sin embargo, finalmente nos da esperanza. Nos afirma en la creencia de que ser diferente es un valor nada desdeñable. Y, a tenor del título, también en la de que el verdadero peligro es estar cuerdo. Porque la literatura es tan bruja que convierte la oscuridad en belleza.
Según la propia Rosa Montero, este libro trata de la relación entre la creatividad y cierta extravagancia. De si la creación tiene algo que ver con la alucinación. O de si ser artista te hace más proclive al desequilibrio mental, como se ha sospechado desde el principio de los tiempos. Como argumentaron en su momento autores como Séneca o Diderot, por ejemplo. O como demuestran con sus estudios investigadores como Nancy Andreasen --los escritores tienen hasta cuatro veces más de posibilidades de sufrir un trastorno bipolar y hasta tres veces más de padecer depresiones que la gente no creativa-- y Jamison y Schildkraut --entre el 40 y el 50% de los literatos y artistas creativos sufren algún trastorno de ánimo--. La misma autora reconoce haber pasado por tres periodos de crisis de pánico y por tres tramos diferentes de terapia psicoanalítica: decidí cursar la carrera de Psicología para intentar entender qué me pasaba.
Un estudio sueco afirma que los escritores tienen un 50% más de posibilidades de suicidarse que la población general, señala Montero en las primeras páginas de la obra. Ejemplos hay muchos a lo largo de la Historia. Son datos como para echar a correr. Y, sin embargo, la mejor manera de combatir la locura y la enfermedad mental, contra todo pronóstico, es precisamente escribir. Escribir sobre ella. Y que te publiquen y te comprendan. Porque como no te publiquen o sí lo hagan pero no te comprendan, entonces sí la cosa se pone mal de verdad. Porque el núcleo abrasador de lo que llamamos locura es, sobre todo, estar solo. Montero cree que lo que hace diferentes a los escritores de los demás humanos es su capacidad para disociarse: vivir varias vidas aparte de la suya propia. Y ello es así porque a menudo resulta muy complicado vivir una única existencia. Así, llega a la conclusión de que la gran mayoría de los narradores han perdido de manera violenta el mundo de la infancia. Disociación versus trauma. O madurar prematuramente para poder sobrevivir. Crear es no llorar más lo perdido que se sabe irrecuperable.
En relación a la soledad y a la depresión y a la enfermedad mental afirma Montero --o más bien toma prestada la afirmación de Claire Legendre-- que hay dos armas para combatirlas: la escritura creativa y amar y ser amado. Creo que no le falta razón. Y si se unen las dos, mejor que mejor. Así, cita a Héctor Abad --creo que me enamoro así, tan súbita y desesperadamente, solo como una forma de tener gasolina interior para poder escribir-- y a Emmanuel Carrère --si estoy escribiendo un libro a veces son, junto con el sexo, los más grandes momentos de mi vida, esos en los que me digo que vale la pena vivir--. Y si todo eso falla, siempre se puede recurrir al suicidio. Porque, como escribió Nietzsche, el pensamiento del suicidio es un poderoso medio de consuelo: con él se logra soportar más de una mala noche. Pero no, no es que Montero incite al suicidio. Todo lo contrario: aguanta, aguanta hasta que cambie la situación, porque inevitablemente cambiará. Aguanta si quiera un día más. Sé tu propio policía, saca la pistola y ordena: sal de ahí. Y saldrás.
Los expertos sostienen que la creatividad no nace de la locura, sino que ambas condiciones muestran puntos de contacto, coincidencias. Somos una especie de primos, como los seres humanos y los grandes simios. Todos vamos a morir, por supuesto. Y Montero quita hierro al tema de la muerte --no debemos tener miedo a morir--. Y también al del suicidio --tendemos a considerar que la existencia entera del fallecido ha sido una tragedia, cuando no es verdad; el suicidio es el resultado de una enfermedad (nada diferente a sufrir un infarto, por ejemplo) y no creo que debamos añadir un tormento de culpabilidades fantasmales a la pura y sagrada pena de la desaparición del ser querido--. Así, nos invita a crear historias citando, por ejemplo, a Bukowski: cuando mi esqueleto descanse en el ataúd, si es que tengo uno, no habrá nada que me arrebate las magníficas noches que me he pasado frente a la máquina de escribir.
Me encantan los libros de escritores que hablan de sí mismos y de otros escritores y de sus obras. Siempre se aprende mucho, sobre ellos y sobre la vida. Y de una manera mucho más amena que leyendo manuales al uso. Sobre todo cuando el texto desborda pasión. Como es el caso de este libro. Y es que nos deja gran variedad de enseñanzas, reflexiones y frases para subrayar y/o copiar. Tanto de la propia autora como de los escritores citados según los temas que se tratan. En el apéndice de El peligro de estar cuerda aparece una entrevista de Rosa Montero a una ya casi anciana Doris Lessing. La Premio Nobel, en un momento de la entrevista, afirma que una vez pasé un año entero sin escribir, a propósito, para ver qué sucedía. Tuve muchos problemas. Creo que no me sienta bien no escribir: me pongo de muy mal humor. La escritura te da una especie de equilibrio. Supongo que el mismo equilibrio que siente el autor al escribir lo experimenta también el lector al leer la obra. Así que: larga vida a la creatividad y al equilibrio. Y ojalá siempre el mayor peligro sea estar cuerdo.