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jueves, 23 de enero de 2020

A quien corresponda: "Gloria" o el comienzo del fin





     Han pasado cuarenta y ocho horas desde que dejó Gandia Gloria, el terrible temporal que ha asolado ciudades y playas a lo largo de medio país. Aunque todos hemos visto gran cantidad de fotografías y vídeos de lo que iba ocurriendo durante las tres jornadas que duró el fenómeno conviene darse una vuelta por los lugares más afectados para terminar de asimilar lo acaecido. También, sobre todo, para reflexionar sobre sus causas y sus consecuencias. Me ceñiré en el presente escrito a Gandía y su comarca, aunque me temo que aquellos lectores que lo lean desde otras zonas del país se podrán sentir muy identificados con mis sensaciones y mis expresiones. 

     Durante estas tres jornadas hemos visto los cauces de los ríos desbordados, multitud de inundaciones, varias casas que se han venido abajo, las olas del mar visitando nuestras plazas y calles y destruyendo nuestras playas, cocheras anegadas, bajos arrasados, gente aislada en sus casas y edificios durante horas o incluso días --sin poder salir, y sin luz ni agua--, carreteras invadidas por las aguas, personas muertas en horribles circunstancias, la policía y los bomberos desbordados ante una cantidad ingente de urgencias, y caos e impotencia. Mucho caos y mucha impotencia. Y una sensación definitiva de que la naturaleza siempre será mucho más fuerte que nosotros. 

     La imagen que nos sirve de cabecera nos transporta a un paisaje apocalíptico. Sin embargo, no siempre una imagen vale más que mil palabras. Lo peor, con todo, no es el daño que pueda habernos dejado este fenómeno, sino que los científicos aseguran que es tan solo el comienzo de lo que va a venir en el futuro. Un futuro que, visto lo visto, ya está aquí. Y es que esta clase de temporales va a ser cada vez más habitual, y más virulenta. Y con consecuencias mucho peores, por supuesto. Ante ello, cabe reflexionar con hondura para tratar de buscar una solución a tan gran problema. Un problema que amenaza nuestra propia existencia como especie en este planeta. 

     A tenor de los últimos hechos --y no me refiero únicamente a este último temporal--, negar el cambio climático es una gran irresponsabilidad. Sobre todo si quien lo niega es un político, pues son ellos, los políticos, quienes más pueden hacer para proteger el planeta en que vivimos. Pero no solo ellos. Porque el cambio de modelo de vida necesario para ello ha de comenzar con cada uno de nosotros. Tú, que me lees; y yo, quien te escribe. Porque Gloria no es más que el comienzo del fin de un modelo de vida que ya se ha demostrado que nos conduce directamente a la auto destrucción. ¿Qué hacer, pues? Más allá del conjunto de pequeñas-grandes acciones que todos nosotros podemos realizar en nuestro día a día hay un par de preguntas básicas que deben hacerse los políticos. A saber:

     La primera: ¿deben gastarse millones y millones de euros en rehacer todo lo que la naturaleza vaya deshaciendo cada vez con mayor asiduidad y virulencia? Y la segunda: ¿en qué momento habrá que poner fin a un modelo de vida obsoleto por insuficiente e inútil? Evidentemente, la respuesta a la primera cuestión es un NO. Porque, de seguir así, la economía municipal --me refiero a la gandiense, obviamente-- se convertirá en un pozo negro sin fondo. Reconstruir lo destruido por los temporales será cada vez más caro debido tanto a su cada vez menor tiempo entre uno y otro temporal como a los mayores daños ocasionados por su ascendente incidencia. La respuesta a la segunda cuestión debería ser igual de sencilla que la primera, pues. Es decir, YA es el momento de actuar. 

     Las dos cuestiones anteriores nos refieren, por tanto, a una irremediable tercera. ¿Cómo actuar, entonces? Los científicos afirman que es imposible seguir viviendo de la misma manera sin que ello cause pérdidas, tanto humanas como económicas, que pronto comenzarán a estar fuera de nuestras posibilidades materiales. Urge, por tanto, cambiar nuestra forma de vida. Y ello conlleva que el turismo debe dejar de ser la primera prioridad. Nuestros paseos marítimos pronto dejarán de existir tal y como los hemos conocido hasta ahora. Lo mismo ocurrirá con nuestras playas. Y debemos asumirlo cuanto antes y comenzar a explorar otras posibilidades. No resulta conveniente continuar dándonos de bruces contra la realidad cada dos por tres.

     Siguiendo con el caso de Gandia, y siempre teniendo en cuenta los consejos dados por los científicos, nuestra protección y seguridad futuras --ya presentes, por lo visto estos días-- pasan por estas dos decisiones urgentes: la construcción de escolleras para evitar que las olas del mar continúen visitando nuestras casas e infraestructuras costeras --lo que conllevaría, como parte negativa, la pérdida de las playas tal y como las venimos conociendo-- y preservar y reconstruir las dunas como elementos de defensa natural contra la erosión marina --a la vista está que las zonas de dunas de la playa de l´Ahuir en Gandia y de Oliva han resistido mucho mejor el temporal que las restantes--. Por ahí han de venir, pues, las soluciones a este problema. 

     Las grandes cuestiones, llegados a este punto, son las siguientes: ¿tomarán verdadera conciencia del problema y sus posibles soluciones nuestros políticos? ¿Se dejarán asesorar algún día por los científicos? ¿Hasta cuándo seguirán pesando más los factores económicos que los medioambientales? ¿Llegaremos a tiempo en la lucha por preservar nuestra presencia en este planeta? El gobierno español ha decretado esta misma semana la primera emergencia climática. Pero esto no arregla nada por sí mismo. Hace falta una verdadera ambición política. Y mucha valentía. De momento, hoy mismo, mientras nuestros gobernantes venden en Fitur nuestra playa como gran destino turístico a nivel internacional, tan solo cuatro operarios limpiaban nuestros más de tres kilómetros de playa. 

     Y servidor se plantea una pregunta: ¿que pasará cuando un temporal como este --o peor todavía-- tenga lugar en pleno mes de agosto, con más de trescientas mil personas en nuestra playa? El martes, cuando dejó de llover, los supermercados estaban repletos de gente que compraba para rellenar despensas y neveras. ¿Os imagináis que sucede algo así en plena temporada? El caos más absoluto, sin duda. A quien corresponda...