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miércoles, 26 de noviembre de 2025

Purgatorio. Joan Francesc Mira. Edhasa. 2003. Reseña

 




    Purgatorio es probablemente la novela más conocida del autor valenciano Joan Francesc Mira (1939). Galardonada con el Premi Sant Jordi (2002) en su versión original en catalán y con el Premio Nacional de la Crítica (2003) tras su traducción al castellano por parte de la editorial Edhasa, nos traslada a la Valencia de finales de los años noventa. Una Valencia que se convierte en una de las partes principales de la historia narrada. La cada vez mayor extensión geográfica y la progresiva modernización de la ciudad del Turia ocupan un buen número de las casi trescientas páginas que componen la novela. Sus calles, avenidas, edificios, jardines y puentes se convierten en personajes importantes de la trama. Una trama que nos presenta a Salvador Donat, un médico de pueblo (Vallalta) que vive alejado de un mundo que cada vez comprende menos y que proyecta ya una próxima jubilación dominada por la tranquilidad, buenos libros y la mejor música, la clásica.

    El protagonista principal de la novela atiende por las mañanas a los vecinos del pueblo en el que reside y dedica las tardes a pasear por los alrededores con su Harley Davidson -recuerdo de su estancia en Guinea Ecuatorial, donde trabajó varios años en un pasado cada vez más lejano-, a leer y a escuchar música. Lleva una vida que para muchos puede que resulte insulsa, aunque a otros seguramente les parecerá fascinante -yo me incluyo-. Además, un par de las tardes las pasa acompañado por los monjes de la Cartuja de Porta Coeli (en Serra) y por las monjas del convento de San Miguel (en Llíria). Hombre profundamente religioso, Salvador presta sus servicios médicos a los religiosos a cambio de los servicios espirituales de estos y estas. Cada uno rellena la ausencia de amor en su vida como puede. Y la forma en que lo hace nuestro protagonista es tan respetable como la que más. Sobre todo cuando esa ausencia en el presente está justificada por algo ocurrido en el pasado. Un pasado que lo persigue. 

    Salvador ve como de la noche a la mañana su apacible vida de médico de campo, lecturas y música salta por los aires con la visita de Teodoro Llorens, el chófer y ayudante de su hermano, José Donat, un exitoso, ambicioso y poco escrupuloso hombre de negocios de la a la vez tan cercana y tan lejana capital. Teodoro se presenta en el convento cartujano de Porta Coeli, donde ha dormido esa noche Salvador, para pedirle que lo acompañe a la casa de su hermano. Allí se entera de que éste padece cáncer de pulmón. Le quedan muy pocos meses de vida. Desea que lo acompañe en tan complicado trance. Salvador decide cumplir el deseo de su hermano y se traslada, con lo justo y necesario, a la casa familiar de una de las principales avenidas de la capital. Abandona por un tiempo su forma de vida, relajada y desasosegada, para residir en pleno bullicio capitalista y salvaje de una Valencia cada vez más desconocida para él.

    Durante los dos meses largos que pasa en casa de su hermano Salvador aprovecha para pasear con su moto por las nuevas calles y carreteras; reflexiona, piensa y recuerda aspectos de su vida pasada; siente nostalgia tanto de su juventud como de su actualmente aparcada vida de libros y discos; asiste horrorizado a una ciudad repleta de médicos indolentes, funcionarios apáticos y ciudadanos casi autómatas que residen en un gran centro comercial de necesidades inventadas por las grandes empresas; por momentos se siente asfixiado y desganado del mundo que lo rodea; dialoga con Teodoro Llorens, única persona del entorno de su hermano con la que parece conectar, sobre el pasado, el presente y el futuro de la ciudad y del mundo en general; conoce a las dos ex mujeres de su moribundo hermano; se reencuentra con Bibiana, antigua ama de llaves familiar, por la que siente un profundo afecto que sabe que es mutuo; y asiste perplejo a la relación existente entre José y Matilde, su secretaria, amante y más.

    La Valencia de fines de los noventa se nos describe hasta el más mínimo detalle -incluidos los cauces viejo y nuevo del río Turia o el hospital de La Fe-. Una Valencia donde también avanzaba el SIDA, se miraba con otros ojos a los gays, se apostaba por una modernidad a veces impostada y se debatía ampliamente entre la conveniencia de un nacionalismo españolista o un nacionalismo catalanista. Donde permanecía todavía muy viva la imagen de los tanques desplegados por la calle en pleno intento de golpe de Estado en un no tan lejano 23 de febrero de 1981. En la que seguía viviendo muchísima gente que jamás olvidaría la gran riada de octubre de 1957. En la que la policía seguía respondiendo con contundencia a cualquier manifestación contraria al régimen impuesto tras la muerte del dictador. En la que la seguridad ciudadana no es la que debiera -que se lo digan al propio Salvador, que es víctima de un atraco a la salida de un concierto-. Una Valencia, en suma, que cambiaba en muchas cosas, pero no en las verdaderamente importantes.

    Y, sobre ese telón de fondo, uno de los puntos centrales de la trama: además del contraste entre la vida en el campo y en la ciudad, las más que manifiestas diferencias entre dos hermanos que, criados bajo el mismo techo, ven y viven la vida de forma completamente opuesta. Así, mientras que Salvador lleva una existencia sin televisión ni lujos y de forma un tanto adusta y casi hasta antisocial, su hermano José lo hace en la opulencia, el lujo más detallista y una vida social desenfrenada y repleta de lujuria. Tanto que le cuesta a menudo mantener el equilibrio entre sus dos ex esposas, su actual secretaria y amante y una nueva enfermera a la que llega a pagar cada vez que se sube la falda y le enseña las bragas -lo único que puede ya hacer durante sus últimas semanas de vida-. Y, sin embargo, dentro de todas esas diferencias existentes entre ambos, una cosa sí los iguala: ambos viven la vida como les da la gana. Ambos han elegido libremente cómo vivirla.

    En algún momento puntual de la novela José demuestra tener celos de Salvador. Mientras uno heredó el negocio familiar, el otro prefirió estudiar medicina y vivir de forma independiente respecto del núcleo familiar. A pesar de que hacer crecer la empresa hizo del primero un hombre muy rico, poderoso e influyente, probablemente el segundo vivió con mayor libertad. Algo que no pasa por alto José. Pese a su lujosa vida parece envidiar la de su hermano. A pesar de haber disfrutado a fondo de la suya, sobre todo económica y sexualmente, muestra una especie de malestar e incluso de tristeza respecto a la vivida por el hermano. Por mucho que Salvador haya optado de forma voluntaria por una vida sin amor, José muestra con sutilidad -a veces no tanta- cierto resquemor hacia su él. Quizá por aquello de que el dinero no da la felicidad. Quizá por lo de que no es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita. Sea como sea, ambos pasan, durante los dos últimos meses de vida de José, por su propio purgatorio. Uno porque sabe que se muere. El otro, porque ansía retomar su vida. Una vida dominada por los recurrentes sueños sin final y el recuerdo de aquella novieta del tranvía.