LIBROS

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lunes, 24 de marzo de 2025

El mejor libro del mundo. Manuel Vilas. Destino. 2024. Reseña

 




    Pocos autores se exponen tanto en sus novelas como lo hace Manuel Vilas. Quienes hemos leído sus novelas, especialmente desde su celebérrima e inolvidable Ordesa, podemos afirmar que lo conocemos bastante bien. Aunque jamás hayamos estado ni siquiera cerca de él. Sus escritos son sinceros, humanos, a veces depresivos pero siempre mordaces, locuaces y alejados de la hipocresía. En una palabra, es un escritor valiente. Muy valiente. Si leer es un placer, leer a escritores como Vilas supone un placer doble. Porque sabe, como pocos, abrirse en canal para mostrarnos, sin adornos ni medias tintas, todo lo que lleva dentro. Lo bueno, por supuesto, pero también lo no tan bueno. Cuestión esta que hace que el lector empatice con él -y con sus obras- de principio a fin. Quizá sea esta la clave de su éxito literario. Bueno, esta y, claro está, su manera de plasmar sobre el papel sus formas de sentir, pensar y vivir la vida. Buena prueba de ello es su última novela, El mejor libro del mundo

    Vilas comenzó a escribir este libro en el momento de cumplir los sesenta. Edad en la que hay más certeza de pasado que de futuro. El paso del tiempo, la incertidumbre respecto al futuro, la muerte y la necesidad de perpetuarse -por ejemplo, escribiendo el mejor libro del mundo- son temas recurrentes a lo largo de una obra que podríamos calificar como claramente existencialista. Con continuas alusiones a autores que podríamos enmarcar dentro de esta corriente filosófica -e incluso en la denominada literatura del absurdo- como Kafka, Kierkegaard, Nietzsche, Camus o Sartre, explora, hasta sus últimas consecuencias, los recovecos del alma humana. Social y colectivamente y a nivel individual. Así, nos presenta a Mendigo Enamorado y a Carmelita Descalzo, dos supuestos antepasados suyos a través de los cuales explora el hambre. No solo un hambre físico sino también uno más emocional: soy el hambre de todos cuantos estuvieron en mi árbol genealógico, solo soy hambre dando vueltas por el mundo.

    En sus libros el autor se nos presenta como un eterno buscador de la belleza. En todos sus sentidos y en todos sus campos posibles: en la música, en el cine, en el arte, en la naturaleza, en la gastronomía o en los hoteles. El mejor libro del mundo está salpicado de gotas referentes a la permanente búsqueda de la belleza por parte de personajes conocidos -Lou Reed, The Who, The Rolling Stones, Édith Piaf, Sixto Rodríguez (el músico de origen mexicano que no consiguió el éxito que merecía: ser más grande incluso que Dylan o Springsteen), Sergio Leone, Jonathan Demme, Billy Wilder, Henry Fonda, Francis Ford Coppola o Luis Buñuel- de todo el mundo. Porque la belleza puede encontrarse en cualquier lugar. Puede mostrarse de diferentes maneras. Tanto que igual puede conmovernos como desgarrarnos. No en vano, incluso una dura derrota puede ser bella. Por supuesto, la belleza se manifiesta también a través de la literatura, especialmente en el caso de la poesía (Manrique, Góngora, Neruda, Lorca).    

    El libro desentraña la figura del escritor. Y lo hace desde lugares hasta ahora no tratados. Las delgadas líneas que separan el éxito del fracaso, el dinero del hambre o el horror del placer de tratar de escribir el mejor libro del mundo se dibujan a lo largo de las casi seiscientas páginas que lo componen. Todo un ejercicio literario contra la hipocresía y la falsedad que nos muestra la fragilidad, la vulnerabilidad, la volatilidad y el goce o el terror que sienten los escritores a la hora de escribir sus libros, presentarlos, acudir a ferias y demás actos promocionales y, en suma, de vender sus productos. Así, Vilas confiesa el deseo de suicidarse que siente cuando sus libros no venden, cuando acude poca gente a sus actos y firmas o cuando visita una librería y no encuentra sus obras bien expuestas. Y es que los escritores nos convertimos en inspectores de nuestros libros. Somos mendigos de nuestros libros, en ellos van nuestro honor y el significado de nuestras vidas.

    El único sentido de la vida de un escritor es escribir el mejor libro no del mundo sino del universo. Esta verdad inconfesable la llevan todos los escritores en el corazón, como una espina lacerante; todos mentirán, todos dirán que están contentos con sus lectores y sus libros, pero es mentira si no han escrito el mejor libro del mundo. Y para colmo de mi desgracia el mejor libro del mundo no existe. La locura de todos los días está allí: no se puede escribir el mejor libro del mundo porque la vida es el mejor libro del mundo, pero me da igual, yo sé que puedo lograrlo, puedo escribir el mejor libro del mundo esta misma noche. Esta afirmación encierra una gran y terrorífica verdad: la que lleva a muchos a sufrir el denominado síndrome del impostor, es decir, sentirse un escritor -o lo que sea- sin capacidades en comparación con los demás. Por ejemplo, cuando la cola de firma de libros de otro escritor es más larga que la de uno o cuando este o aquel venden más libros. ¡Qué angustia vivir así, verdad! En el fondo, ¡los escritores dan hasta pena!        

    Las comparaciones, los celos, la envidia o la lucha de egos forman parte de la comedia. La comedia de la vida. Porque, pese a todo lo anterior, Vilas prefiere ver la vida como una comedia y no como un drama. Quizá porque, tal y como confiesa, es adicto a las drogas baratas que consigue a través de la Seguridad Social en cualquier farmacia. No en vano, durante algunas páginas del libro -no pocas- al lector le parece estar leyendo fragmentos del vademécum, lo que parece corroborar que el autor sabe de lo que habla. Ciertos vicios y manías de Vilas -algunas de ellas, inconfesables para casi todo el mundo- lo acompañan desde hace varias décadas. O tal vez no. Porque -y ahí radica la magia de la literatura- estamos ante una novela y no ante unas memorias. Así que, pese a su carácter autobiográfico, cometería un grave error cualquier lector que diera por cierto absolutamente todo lo escrito por el autor del libro. De este y de cualquier otro. Realidad y ficción, bien mezcladas, pueden producir unos efectos extraordinarios.

    Afirma Vilas que jamás escribirá una novela histórica. ¿Por qué razón? Pues porque le parece ser incapaz de acometer el lento, tedioso e ingente trabajo de documentarse sobre el tema en cuestión. Y es que cada escritor tiene un método. El del de Barbastro se basa en escribir lo que se le va ocurriendo en cada momento. Por eso escribe tan a menudo sobre su vida y la de sus familiares, inventando diversos aspectos -es de suponer- sobre la marcha. Vamos, algo parecido a la conocida como lluvia de ideas. Reconocer esto no supone ninguna humillación. En absoluto. Para el autor, la mayor humillación de la vida es morirse. Y la mayor de las libertades, quitarse la vida. ¡Vaya paradoja! Y sin embargo, para hacer algo así -suicidarse- se necesita ser muy valiente. La vida y la muerte, el sentido de la vida. Temas que han dado y darán para largos y a veces acalorados debates filosóficos. La filosofía de Vilas se basa, pues, en la belleza, la comedia y la verdad: la única verdad del mundo es el adiós. La ceremonia del adiós, qué gran título para el mejor libro del mundo.

    Sin embargo, si damos por cierto que el mejor libro del mundo no existe, la única manera de escribirlo es en el título. Así que, la gran verdad de todo esto es que, sin ninguna duda, El mejor libro del mundo es obra de Manuel Vilas, autor al que le deseo una larga vida, ya que, como él mismo afirma, el mayor éxito de la vida es la longevidad y la mayor humillación la muerte.    

        

miércoles, 12 de marzo de 2025

Desde la sombra. Juan José Millás. Seix Barral. 2016. Reseña

 




    El escritor valenciano-madrileño Juan José Millás publicó en 2016 la novela breve Desde la sombra, una obra que bien podría calificarse como tragicomedia puesto que alterna momentos cómicos y dramáticos. El autor hace gala de su experta maestría literaria al colarle al lector una historia inverosímil que, sin embargo, lo atrapa de principio a fin. Y eso que el protagonista principal, Damián Lobo, es un caso clínico de manual. Traumatizado desde su niñez, ha vivido junto a su padre y su hermana adoptiva, una niña china dos años mayor que él con la que mantuvo una relación afectivo-casi-sexual que biológicamente no puede ser definida como incestuosa pero sí como mínimo como extraña. Más allá de sus escarceos con su hermana, jamás ha tenido una relación con ninguna mujer. Desde los dieciséis años ha trabajado como técnico de mantenimiento en una empresa en la que cada vez había menos cosas que mantener. Hasta que, después de veinticinco años, la empresa lo despidió tan solo unas semanas atrás.

    Damián es un cuarentón solitario que solo vivía para trabajar. Sin trabajo, confundido, hundido y perdido, comete un pequeño hurto en un mercadillo de antigüedades y, perseguido por un vigilante de seguridad, se esconde dentro de un viejo armario. En una escena que recuerda a la famosísima película de Antonio Mercero -La cabina- en la que José Luis López Vázquez queda atrapado, Damián debe permanecer escondido dentro del armario, que acaba de ser vendido y es trasladado a un domicilio de las afueras de Madrid. Domicilio en el que vive Lucía, nieta de los antiguos dueños del armario, que lo recupera tras ese encuentro casual. ¿Cómo sabe Lucía que ese es el armario de su niñez? Pues porque todavía mantiene en uno de sus laterales las inscripciones con su nombre y el de su hermano Jorge, fallecido a los siete años de edad. Un armario en el que ambos habían jugado durante los años compartidos más de treinta años atrás.

    La cuestión es que Damián queda atrapado en el armario, situado en el dormitorio principal del matrimonio que forman Lucía y Fede, quienes viven junto a su hija de dieciséis años, María. Cuando lo lógico sería huir a las primeras de cambio, Damián, movido por el aburrimiento de su vida cotidiana y atraído por el poder que otorga ver sin ser visto, se queda a vivir en el armario. Un armario que, situado justo delante de uno empotrado que queda anulado, es el escondite perfecto para un técnico de mantenimiento al que no le cuesta nada sacar el chapado posterior del armario y montarse una pequeña pero cómoda estancia en el armario empotrado. Poco a poco, cuando se queda solo, sale a pasear por la casa, desayuna, se ducha, se afeita, limpia los platos, ordena las estancias, hace las camas y realiza el resto de las tareas domésticas del hogar. Fede y María, acostumbrados a que ella se ocupe de todo, no parecen enterarse de lo sucedido. Lucía, atraída desde siempre por lo sobrenatural y lo paranormal y convencida de que se trata de la presencia de un fantasma, probablemente el de su hermano fallecido, lo da todo por bueno y sigue viviendo su vida como si tal cosa.

    Como he indicado más arriba, la acción de la novela parte de hechos increíbles, inverosímiles. No obstante, Millás nos los narra y expone de tal manera que acabamos dándolos por reales y, en lugar de abandonar la lectura, tomamos el libro y devoramos sus páginas. Unas páginas que diseccionan la vida cotidiana familiar, la de cada uno de sus miembros y la mente enferma de un joven reconvertido en un fantasma bienhechor. Porque lo que está haciendo, pese a no ser ni medio normal, tampoco puede ser calificado como malo. Puede que sea incorrecto, ilegal, anormal, amoral -pónganse aquí mil y un adjetivos-, pero no es malo. Hace la vida de Lucía más fácil y llevadera. Básicamente porque la de su anfitriona es una existencia vacía y desmotivada. Trabaja como una mula, dentro y fuera de la casa, se ocupa de su hija casi en solitario y mantiene con Fede una relación rutinaria, sin casi comunicación ni sexo. La llegada, junto al armario, de esa extraña pero agradable presencia la hace sentir tan bien que decide mantenerla en secreto. Guardarla para sí misma. Porque constituye un aliciente para seguir adelante.

    Damián, por lo visto, sufre una enfermedad mental que se verá acrecentada con el encierro y el apartamiento de la realidad. Se siente como una morena, que se mimetiza con el paisaje. O como una araña, que desde una esquina a la que nadie prestaba atención controlaba, protegida por la tela, los movimientos del universo. Si ya estaba un tanto perturbado al principio de la historia -había creado un personaje ficticio, Sergio O´Kane, una construcción mental que Damián utilizaba para hablar consigo mismo-, su estado irá empeorando. Tanto que acaba por desplazar de su mente a O´Kane, en su imaginación, un famoso presentador de televisión basura con la mayor audiencia del país, para sustituirlo por un Iñaki Gabilondo convertido en protagonista secundario de la novela. Un Iñaki que, tras aportar un poco de luz y esperanzas a base de mordacidad, reflexión e integridad, será a su vez sustituido por un tal Iñaki O´Kane, un híbrido, una especie mezcla de ambos presentadores. Vamos, una bomba de relojería. 

    Sea como sea, Damián se siente, por primera vez en su vida, respetado, importante, útil. Y poco a poco comprobará de todo lo que es capaz de hacer al sentirse por fin vivo. Así lo resume el Millás narrador en estas magníficas líneas: recordó a Sergio O´Kane, y a Iñaki Gabilondo, así como la fama más o menos banal que cada uno le había proporcionado, y pensó en la notoriedad de la que disfrutaba ahora como Mayordomo Fantasma. Una fama de la que su beneficiario permanecía ausente. Dios era quizá el ser más famoso del universo sin que nadie, jamás, con la excepción de algún trastornado, lo hubiera visto. Eso era el poder, la capacidad de actuar desde la sombra. De ese poder otorgado por el escondite inexpugnable, de esa capacidad de acción desde un anonimato protegido por Lucía, quien sustituye a la hermana de Damián en las fantasías sexuales de éste, surge la parte trágica de la novela. Porque el poder corrompe. Sobre todo cuando quien lo ejerce no está en sus cabales.

    Todas las historias de amor son historias de fantasmas. La cita pertenece a David Foster Wallace -el Kurt Cobain de la música o el James Dean del cine-, escritor fallecido en 2008. La utiliza Millás como cabecera en esta novela. Y no es una cita cualquiera. Le viene al pelo a Desde la sombra. Porque poco a poco Damián se enamora de Lucía. Y llega un momento en el que está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de protegerla. Y es ese cualquier cosa lo que nos conduce a un final de historia de esos que nos deja boquiabiertos y nos hace reflexionar. Incluso sobre algo tan complejo como los límites de la locura. Porque, ¿quién se atreve a asegurar dónde termina la cordura y comienza la locura? ¿Cuál es el lugar exacto en el que se pasa de una cosa a la otra? Y, más todavía: ¿justifica la locura una acción horrible que evita otra acción igual de horrible? Quizá el lector encuentre algunas respuestas a estas preguntas en esta novela. 

    Desde la sombra fue adaptada a la gran pantalla en 2022 de la mano del director Félix Viscarret (Bajo las estrellas, Una vida no tan simple y la miniserie Patria). Interpretada de forma magistral por Paco León (Damián), Leonor Watling (Lucía) y Álex Brendemühl (Fede), el título de la película fue No mires a los ojos, en referencia a la famosa canción de Golpes Bajos. Su guión, de David Muñoz y el propio Viscarret, fue nominado a los Premios Goya como Mejor Guión Adaptado. Algo que no debe extrañar, pues el film hace justicia a la novela. En ambos formatos, la historia atrapa, conmueve, impacta y hace reflexionar sobre una gran diversidad de temas. Y lo mejor de todo es que, combinadas, dan para una tarde-noche la mar de entretenida.