Algunos libros, por su composición, contenido y formas narrativas, son de difícil calificación. Pasa, por ejemplo, con Todo lo que importa sucede en las canciones, la última novela del periodista musical Fernando Navarro --no confundir con el guionista, crítico de cine y novelista de mismo nombre y apellido cuya primera novela, Malaventura, fue también reseñada por este mismo blog hace unos meses--. El Navarro al que me refiero en esta reseña es redactor de El País, colaborador musical en la Cadena SER y autor del blog La Ruta Norteamericana. Ha publicado con anterioridad un par de ensayos --Acordes rotos (66 RPM, 2011) y Maneras de vivir (Muddy Waters Books, 2021)-- y una novela titulada Martha. Música para el recuerdo (66 RPM, 2015). Además, colaboró en el libro conjunto Bruce Springsteen. De Greetings from Asbury Park a la Tierra Prometida (Grijalbo, 2012). Todo lo que importa sucede en las canciones es su segunda novela. Así fue presentada. Aunque a mí me parece mucho más que una novela.
Y es que su título y hasta su misma portada --un disco de vinilo surcado por una aguja--, muy acertadamente presentada en blanco y negro, nos da a entender que estamos también ante un libro musical. Un libro en el que la música tiene tanta importancia como la historia narrada. Porque, además, van de la mano y cuesta entender la historia sin ese acompañamiento musical. Algo parecido a lo que en su día yo mismo hice con mi novela Almas suspendidas (Círculo Rojo, 2012). Una novela con banda sonora, vaya. Algo que, por lo visto en la sinopsis de su primera novela, Martha. Música para el recuerdo --que ya obra en mi poder para una pronta lectura--, es común a la obra de su autor. Un autor que no entiende la vida sin canciones. Que habla a través del personaje central de su libro (que bien podría ser él mismo, aunque esa cuestión es lo de menos), quien afirma que solo parece que amaina el temporal cuando las canciones me rodean.
Un personaje central del que no sabemos su nombre pero sí que afirma cosas sinceras de sí mismo. Como esta: ya no sé si arrastro la crisis de los treinta o me he adelantado a la de los cuarenta. Tal vez me mueva entre ambas, enlazando una con otra como esas canciones que saben hilar los buenos pinchadiscos, sin espacios en blanco. Todo seguido para dar sentido al título de mi propio disco: Hombre en crisis permanente. Un personaje que de repente ve desmoronarse su mundo. Que se debate entre seguir con su vida actual o dar un brusco cambio de rumbo. Que no se perdona el hecho de fallarles a su esposa, Rosa, y a su hijo, Alejandro. Que decide darse un tiempo e irse temporalmente --o no-- a un piso cercano de alquiler. Un piso en el que recuerda su vida pasada para intentar averiguar cómo ha llegado a esa situación. Una vida pasada de la que salva principalmente a su madre, su tío, la casa de su infancia y, por supuesto, sus discos.
La vida del protagonista discurre entre canciones y reproches continuos hacia sí mismo. Por ejemplo, por el hecho de no haber sabido conformarse con todo lo bueno que tenía. Una familia sólidamente construida. Una mujer enamorada de él que se desvive por su bienestar y cuida y educa a su hijo en sus ausencias por motivos de trabajo. Que cuando la deja, comprendiendo su crisis personal, lejos de enfadarse con él, le hace prometerle que visitará a una psicóloga que lo ayude en un momento tan importante de su vida. Un hijo que a menudo lo espera para leer juntos cuentos de dinosaurios. Que lo acompaña en su nuevo piso aunque no le gusten ni el propio piso ni la idea de no compartir ya el mismo techo. En efecto, el protagonista no acaba de perdonarse haber deshecho una familia. Quizá por el hecho de que él mismo jamás conoció a su padre, que los abandonó a él y a su madre para irse con otra mujer más joven. La familia. Sí, la familia es uno de los puntos centrales de la novela.
Y, en estos tiempos que corren, sabemos que hay distintos tipos de familia. Así lo explica el narrador: la última noche antes de mudarme, Rosa me aseguró que nadie iba a quererme nunca como ella me quería. No pude rebatirla porque, en el fondo, yo también lo pensaba. Casi un año después lo sigo pensando. Acostumbrarme a vivir alejado del latido de su amor puro y cotidiano es algo que me llevará todavía un tiempo. Creo que poco a poco voy lográndolo. También creo que los dos estamos aprendiendo a manejarnos con el futuro que nos espera. El día de mi cumpleaños, fuimos los tres a comer a un restaurante. Era la primera vez que lo celebraba desde que mi madre no estaba. Aprovechamos ese día para hablar de ir los tres juntos a celebrar el de Alejandro. Todavía somos una familia. Una familia distinta, como tantas. Mantener la unión de nuestra familia a pesar de estar separados es la segunda promesa que le hecho a Rosa desde que llegué al piso. Realmente, es una promesa que los dos le hacemos a Alejandro, aunque él ahora esté más preocupado por conocer nuevas especies de dinosaurios.
Por reprocharse, se reprocha hasta no haber sabido llevar mejor su relación con Mar, una chica que conoció tiempo atrás y con la que comparte una historia de pasión. Una historia de pasión por el rock and roll y por el sexo. Reconoce el protagonista que conocer y medio afianzar la relación con Mar aceleró su decisión de dejar a su esposa. No es que sustituyera a una por otra. Su relación con Rosa estaba en un callejón sin salida y habría acabado finalmente. Pero la presencia de Mar hizo que todo se precipitara a mayor velocidad. No a cámara lenta sino a cámara rápida. Una relación, la que tiene con Mar, que sufre continuos altibajos ya que ambos buscan cosas diferentes y, por tanto, necesitan ritmos de vida diferentes. Y también diferentes tipos de compromiso. Por todo ello, Todo lo que importa sucede en las canciones es también la historia de vidas y familias desestructuradas. Primero, la de la adolescencia, formada por la abuela, la madre y el tío del protagonista. Ahora, la que forman Rosa y Alejandro, con el protagonista como satélite cercano. No extraña que necesite ayuda psicológica.
Y, sin embargo, lo que de verdad ayuda al protagonista a sobrellevar la situación no es el hecho de acudir semanalmente a la consulta de la psicóloga sino escuchar canciones, analizar sus letras y las vidas de sus intérpretes y saber cuáles de ellas necesita en cada momento. En ese sentido, la novela es también un compendio, una recopilación de las canciones más importantes de la vida del protagonista (y también del autor). Por un lado, desde Patti Smith hasta Lucinda Williams, pasando por Aretha Franklin. Por otro, desde Elvis Presley hasta Bruce Springsteen, pasando por Bob Dylan. Porque en Bob Dylan comienza y termina todo según el protagonista de la novela. Así, su narración se presenta en quince capítulos que van acompañados de quince canciones. Quince canciones que describen los hechos narrados. Como una especie de justificación o razón de ser. De ellos, los hechos, y de la vida y las decisiones del propio protagonista.
A través de la lectura de los distintos capítulos el lector, además de disfrutar de la trama propiamente dicha de la novela, muy destacable ya de entrada, aprende aspectos relevantes y a menudo no muy conocidos sobre los cantantes y grupos que aparecen en ellos. Además de los referidos más arriba, aparecen también The Beach Boys, The Beatles, Roy Orbison, Tom Waits, Warren Zevon, Billy Joel, Neil Young y Tom Petty. Una banda sonora de lujo. Una banda sonora, además, que aconsejo ir escuchando según se lea la novela. Por ejemplo, antes y después de cada capítulo. Así lo he hecho yo, y puedo asegurar al lector de esta reseña que, después de la lectura del capítulo en cuestión, cada canción deja de ser en la segunda escucha lo que era en la primera. No en vano, las canciones y los libros no se perciben de la misma manera pasado el tiempo. Si con la buena literatura puede uno entretenerse y aprender, Todo lo que importa sucede en las canciones cumple con ambos objetivos. Y lo hace con creces. A leer la novela y a darle volumen a la lista de reproducción de Todo lo que importa sucede en las canciones en Spotify...