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miércoles, 9 de mayo de 2018

Carta de una desconocida. Stefan Zweig. Acantilado. 2002. Reseña





     En 1922 el célebre escritor vienés Stefan Zweig publicó uno de sus relatos más afamados: Carta de una desconocida. Se trata de una novela corta (apenas 80 páginas) que se lee en una hora y media. Lo mismo que se tarda en ver una película de un metraje más o menos normal. La misiva, enviada por una mujer desconocida a un famoso escritor vienés en el día de su cumpleaños, resulta ser toda una declaración de amor, por un lado, y, por otro, una descripción desgarradora de la vida de esta peculiar mujer. Una persona capaz de renunciar a todo en la vida solo por amor hacia alguien para quien tan solo es eso: una completa desconocida.

     En las primeras páginas del escrito, su autora escribe: Solo quiero hablar contigo, decírtelo todo por primera vez. Tendrías que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste. Pero solo tú conocerás mi secreto, cuando esté muerta y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofríos sea de verdad el final. En el caso de que siguiera viviendo, rompería esta carta y continuaría en silencio, igual que siempre. Si sostienes esta carta en tus manos, sabrás que una muerta te está explicando aquí su vida, una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la última hora. 

     En efecto, la carta es un alegato del amor verdadero, sin ningún tipo de condiciones ni  de reproches. Y está compuesta por palabras que emocionan y desgarran a la vez. Por la grandeza del amor y por la vida que describe la autora de la misiva. En ella aparecen los rincones más ocultos, íntimos y hasta oscuros del alma humana; el tema de la desigualdad en el amor cuando una parte se entrega mucho más que la otra; un romanticismo brillante, desesperado y casi irracional; y una manera de expresar los sentimientos solo al alcance de un genio literario de la talla de Zweig (puesto en este caso en el papel de una mujer arrolladora, tierna y siempre fiel hasta casi la locura).

     La amante muda que resulta ser nuestra protagonista conoce al escritor a los trece años de edad. Son vecinos de rellano, aunque el adulto (de solo 25 años) jamás recordará a la por entonces chiquilla. Y tampoco cuando se la encuentre en varias ocasiones más, pasados los años, en diferentes ambientes y situaciones. Así, una de las frases clave de la novela es esta: Ahora ya entiendo que la cara de una chica, de una mujer, resulta terriblemente cambiante para un hombre, porque no suele ser sino el reflejo de una pasión o de una ingenuidad o de una fatiga, que se borra tan fácilmente como la imagen de un espejo. Y un hombre puede olvidar rápidamente el rostro de una mujer, porque la edad que en ella se refleja cambia según si hay sol o sombra y según la forma de vestirse de un día para otro.

     Y así sucede a lo largo de los siguientes quince años de la vida de esta gran mujer. Desde que es una chiquilla de trece años hasta que es una adulta de veintiocho, pasando por su adolescencia. Su única ambición es que R. (el nombre de su amado no trasciende en ningún momento de la historia, como tampoco el suyo propio) la reconozca. Lo intenta en numerosas ocasiones. Siempre sin éxito. Y eso la desespera cada día más. Cada año le envía a su casa un ramo de rosas blancas por su cumpleaños. Esta vez, no obstante, lo que recibe el escritor es esta extraña y desoladora carta. Ni por esas consigue éste recordar a la mujer. Algo que acaba por sobrecogerlo en la última escena.

     La mujer confiesa que ha rechazado en matrimonio a varios hombres adinerados a lo largo de su vida. Hasta a un conde del Tirol. Y todo porque ha estado esperando a su verdadero amado durante esos quince años. Así, añade: Hasta este punto te he llegado a querer, por fin puedo confesártelo, ahora que todo ha pasado y todo está perdido. Y creo que si me llamaras cuando ya estuviera reposando en mi lecho de muerte, tendría la fuerza suficiente como para levantarme e ir hacia ti. Sin embargo, reconoce con hondo pesar que a él solo le gustan las cosas fáciles, juguetonas, nada pesadas, porque tienes miedo de inmiscuirte en un destino ajeno. 

     El motivo de la carta y del suicidio (o del dejarse morir) por parte de la autora de la carta es la muerte de su único hijo, de once años de edad. Agarrada al amor de su vástago --que tanto esfuerzo le había costado llevar adelante desde su propio nacimiento: ¡Ah, las mujeres que tienen a los hijos en casa, las que le dan el niño al marido que lo espera con amor, no saben qué significa traer un hijo al mundo sola, indefensa, como en una mesa de laboratorio!--, el prematuro fallecimiento de éste la sume en una gran depresión. La cual la lleva a desear no seguir con su vida. La misiva es, pues, una especie de despedida de su amado.

     Pero, a su vez, también estamos ante un lamento: ¿De qué me sirve contarte todo esto, la obsesión frenética contra mí misma, compulsiva, tan trágica y desesperada, de una niña abandonada? ¿De qué sirve contárselo a alguien que nunca lo ha sospechado, que nunca lo ha sabido? Y se culpa a sí misma --nunca a él-- por ser incapaz de hacerse reconocer por alguien en quien vio desde el principio a dos personas en una: un joven ardiente, impulsivo y aventurero, y, al mismo tiempo, un hombre enormemente serio, responsable y cultivado. Y también mujeriego, con el tiempo. Alguien que hace que crezca su amor por los libros: Yo solo tenía una docena de libros baratos, encuadernados con cartones rotos, y los quería más que a nada en el mundo, los leía una y otra vez. Y ahora me asediaba la pregunta de cómo sería el hombre que poseía y había leído tantos y tan maravillosos libros.

     Y es que el amor y la devoción que siente esta chiquilla de trece años que se ha convertido en la mujer que escribe esta carta hacia su vecino escritor están más que justificados. Porque, si este escritor ficticio se asemeja en algo --por poco que sea-- al gran autor que fue Zweig, no es ilógico pensar que cualquier persona pueda sucumbir a sus dotes de genio literario.