Hoy, 30 de noviembre de 2019, se cumplen cuarenta años de la publicación en Reino Unido y Europa --en EE. UU. se lanzó el 8 de diciembre-- de uno de los mejores discos de la banda británica Pink Floyd y también de la historia del rock. Fecha que bien merece unas líneas como conmemoración-homenaje a semejante hito musical. Porque seis años antes de abandonar el grupo e iniciar un largo litigio contra sus ex compañeros y una dilatada carrera en solitario, Roger Waters nos legó en forma de disco doble --26 temas-- una especie de autobiografía musical y personal que ha pasado a la historia por méritos propios. Y lo hizo narrándonos la historia de Pink --alter ego y anti héroe del propio Waters--, un músico ficticio de éxito que se aísla progresivamente del mundanal ruido a causa de una serie de traumas que lo amenazan. El título del disco, por supuesto, fue The Wall.
La banda, formada por aquel entonces por Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Rick Wright, quien la abandonó justo tras el lanzamiento de este trabajo para regresar una década más tarde, comenzó a tramar el disco tras el incidente de Montreal, Canadá, en el que Waters acabó escupiendo a un fan de la primera fila que se estaba comportando como un energúmeno. El artista fantaseó entonces con la idea de construir un muro entre el escenario y el público. A esa primera piedra del muro se fueron añadiendo otras: el horror de la guerra --el padre de Waters murió en combate durante la II Guerra Mundial--, el fracaso sentimental --Waters se había separado tres años antes de su esposa y novia de toda la vida, Judy Trim--, la locura --Syd Barrett, miembro fundacional del grupo, hubo de abandonarlo por serios problemas mentales, siendo sustituido por Gilmour--, la sobre protección materna, la violencia policial o la rígida educación infantil.
La primera canción del primer disco --el lanzamiento original estaba constituido por dos vinilos--, In the flesh?, da comienzo al show, y ese fue precisamente el nombre de prueba del tema. Le sigue The thin ice, que hace referencia a las grandes consecuencias que trae la guerra sobre muchos huérfanos. Another brick in the wall se divide en tres partes, las cuales constituyen tres de los temas básicos del álbum. La primera de ellas describe la multitud de traumas que fuerzan al protagonista, Pink, a ir añadiendo piedras al muro. La segunda es la pieza más conocida del disco, y trata sobre las estrictas normas establecidas en las escuelas durante los años cincuenta. Según Waters, los centros se ocupaban más de mantener la férrea disciplina que de la transmisión de los conocimientos. Así, la letra llega a hablar de la existencia de una cadena de montaje a través de la cual se va alienando progresivamente a los alumnos. La tercera parte habla de un muro ya casi terminado de construir. Pink se queda atrapado tras él, víctima del engaño de su esposa y de su propia enfermedad mental a causa de su aislamiento del mundo.
The happiest days of our lives aparece en el disco entre las dos primeras partes de Another brick in the wall y atribuye la violencia de los profesores a los traumas que ellos mismos padecen en su vida cotidiana. Mother habla de la culpabilidad de la madre de Pink --controladora, manipuladora y absorbente-- respecto a la construcción de un muro tan alto. Goodbye blue sky abría la cara B del primer LP. La presencia de aviones bombarderos terminan con la inocencia de los niños, las grandes víctimas de las guerras. Le siguen Empty spaces y Young lust. Un Pink ya adulto sale de gira y va de aeropuerto en aeropuerto, sin ver a su esposa durante meses. Descubre su infidelidad, y su degeneración crece más rápidamente todavía, lo que causa que la construcción del muro se acelere. One of my turns y Don´t leave me now nos hablan de una relación sexual en un hotel entre Pink y una fan, un acto de despecho que acaba en violencia y soledad. Goodbye cruel world pone fin al primer LP. Un tremendo estado de desesperación hunde a Pink hasta el punto de llegar a pensar en el suicidio.
El segundo disco comienza con Hey you, tema en el que el muro está recién terminado y Pink se pregunta si ha hecho bien en aislarse tras él y si todavía es posible reconectarse al mundo del que se ha retirado. La desolación va in crescendo en Is there anybody out there? y Nobody home, canciones en las que la soledad se apodera tanto de Pink como de su casa vacía. Vera supone un instante de nostalgia y recuerdo --Vera Lynn fue una cantante británica de moda durante la II Guerra Mundial, quizá del agrado del padre de Waters--. Bring the boys back home vuelve a llevarnos al tema de la barbarie de las guerras. Comfortably numb es la pieza que cierra la cara A del segundo LP. Está considerada, junto a la segunda parte de Another brick in the wall, como los dos grandes temas del disco. Hace referencia a un hecho real vivido por Waters en junio de 1977, cuando unos fuertes dolores abdominales que luego fueron diagnosticados como hepatits estuvieron a punto de provocar la suspensión de un show en Philadelphia. Un médico le pinchó un relajante muscular que lo dejó cómodamente adormecido --título de la canción en castellano-- para que pudiera tocar.
The show must go on da inicio a la cara B del segundo disco. Busca sonidos a lo Beach Boys --Bruce Johnston hizo los coros-- y Queen --que haría un tema de idéntico título doce años después--. In the flesh habla de un Pink que, alucinado por las drogas, viste un disfraz de dictador fascista para cantar ante las masas. Run like hell --otro de los temás icónicos del disco y de la banda-- ahonda en la idea del fascismo. En ella, Pink pide a su audiencia arrasar los barrios vecinos, repletos de minorías de negros, judíos y homosexuales. Su locura llega al máximo en Waiting for the worms, canción en la que los gusanos controlan la mente de un Pink ya sin remedio. Un Pink que piensa en encender las duchas y prender los hornos. En el tema Stop, por fin se cansa de su disfraz de fascista y detiene su alucinación. Se declara culpable de la construcción del odioso muro y se somete a su propio juicio en The trial, donde suben al estrado la madre, la esposa y el maestro. El juez decide el derribo del muro y obligar a Pink a socializar y a volver a vivir de acuerdo a la lógica humana. Outside the wall cierra la ópera para que Pink, una vez derrumbado el muro, pueda abandonar la soledad y la depresión.
The wall, pues, no es un LP convencional, sino que tiene un hilo conductor --la desgracia de Pink-- a través del cual se nos cuenta una historia. Por tanto, estamos ante un trabajo conceptual de gran complejidad lírica y musical que ha tenido un hondo calado en la escena musical durante estos cuarenta años. Una obra tremendamente arriesgada y, desde luego, muy ambiciosa solo al alcance de un gran genio como Roger Waters. Si a este le unimos además a Gilmour, Mason y Wright, amén de las aportaciones de Bruce Johnston (Beach Boys), Jeff Porcaro (Toto), James Guthrie (Judas Priest), Bob Ezrin (músico y productor de algunos de los trabajos de Lou Reed, Alice Cooper, Kiss o Peter Gabriel) y la Orquesta de Nueva York y los coros de la Ópera de Nueva York, tenemos un caldo de cultivo óptimo para crear uno de los mejores discos de la historia del rock. Un trabajo que incluso trasciende al propio rock para convertirse en una excelente ópera.
The wall fue el disco doble más vendido de la historia, aunque no voy a perderme en las mareantes cifras de los millones de discos vendidos, discos de oro y de platino, etc. Simplemente, acabaré este recordatorio anotando que el proyecto fue culminado tres años después (1982), cuando el director británico Alan Parker (El expreso de medianoche, Fama, The commitments, Evita o Las cenizas de Ángela) llevó a la gran pantalla, bajo guión del propio Roger Waters, la historia de Pink y su metafórico muro. La película, considerada de culto, contó con Bob Geldof (líder y vocalista de The Boomtown Rats y organizador del Live Aid y del Live8) como Pink. Se dan la mano en el film el simbolismo, el surrealismo, el gore, la violencia, las situaciones sexuales y unas espectaculares secuencias de animación a cargo de Gerald Scarfe. Todo para ilustrar con imágenes un trabajo ya de por sí redondo. Quizás sea un muy buen día para escuchar el disco y ver la película. Cuarenta años son muchos --o pocos, según se mire--, pero el caso es que The wall sigue de plena actualidad y vigencia. A buen seguro, es el único muro que jamás deberíamos derribar.