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lunes, 4 de noviembre de 2019

La isla del aire. Alejandro Palomas. Ediciones Martínez Roca. 2005. Reseña





     El filólogo, traductor y escritor barcelonés (1967) Alejandro Palomas --Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2016 por Un hijo y Premio Nadal 2018 por Un amor-- publicó en 2005 La isla del aire, novela en la que profundiza en la condición femenina a través de cinco mujeres de una misma familia. Mujeres que arrastran un pasado --y un presente-- que constituye una carga demasiado pesada como para poder seguir con sus vidas de manera conveniente. Esas cargas, a veces individuales, a veces familiares, forman parte de la columna vertebral de la novela. Y van apareciendo de forma paulatina, según lo creen conveniente las cinco mujeres, que son narradoras por igual de la historia.

     La novela nos muestra la vida de estas mujeres durante un único fin de semana. Apenas dos días. Mencía es la abuela, la matriarca de la familia. El lunes van a operarla del brazo, y descansa en casa de su hija Lía junto a su nieta Bea, también convaleciente de un herpes en la espalda que la lleva por la calle de la amargura. Mencía parece conocer los detalles más oscuros y a priori inaccesibles de las vidas de sus hijas y nietas. Algunos los conoce de primera mano --y hasta es responsable de ellos--, otros los intuye, haciendo bueno el dicho aquel que dice que más sabe el diablo por viejo que por diablo. Pese a su avanzada edad --noventa años--, tiene unos momentos de lucidez que causan estragos en la familia. En algunas ocasiones, provoca risas. En otras, llantos.

     Lía es hija --de Mencía-- y madre --de Helena, Inés y Bea--, y vive como puede tras un año sin saber nada de su hija Helena, perdida en el mar a causa de una tormenta mientras navegaba con una embarcación cerca de la isla. Todos los indicios apuntan a que su hija mayor murió el día de la tormenta, pero en el fondo su madre sigue esperando un regreso que cada día se antoja menos probable. Flavia es la otra hija de Mencía, con la que vive habitualmente. Tienen una relación de amor-odio, sobre todo por parte de la hija hacia su madre, a causa de un secreto del pasado que será desvelado al lector en su momento. Como su madre y su sobrina Bea, Flavia también tiene problemas de salud debido a la fractura de su pierna. Esa es la causa de que Mencía esté en casa de Lía.

     Bea es la nieta pequeña de Mencía e hija de Lía. Escribe notas en un diario para ser escuchada. Su herpes la tiene postrada en la cama casi todas las horas del día. Mencía y ella se hacen compañía y charlan sobre temas muy diversos. La abuela trata de averiguar el motivo por el que su nieta no está siendo cuidada por su marido, ausente demasiado tiempo para tener justificación. Bea no quiere abrir su corazón a la abuela por dos motivos: para no tener que admitir una realidad demasiado dolorosa para ella y para no preocupar a la anciana. No obstante, su abuela sabe muy bien qué teclas tocar para salirse con la suya y conocer cada detalle de las vidas de sus hijas y nietas. Y, aunque Bea es dura, sabe que antes o después conseguirá sus propósitos.

     Inés es la nieta mediana de Mencía. La segunda hija de Lía. Infelizmente casada, como sus hermanas y tías, está enamorada de Sandra, una compañera de trabajo. Lleva en secreto la relación con ella mientras intenta que su marido no la descubra. En efecto, los secretos familiares parecen ser demasiados para que no estallen en cualquier momento. La sombra de Mencía en las vidas de sus hijas y nietas es demasiado alargada. Y la trágica pérdida de Helena --en realidad, la sexta protagonista de la historia pese a su ausencia--, sin duda la mujer más clarividente del clan, algo pitonisa, pintora y bohemia, pone definitivamente en jaque la resistencia psicológica del resto de mujeres de su familia.

     El lenguaje narrativo, casi poético en numerosas ocasiones, de Palomas da un toque mucho más íntimo si cabe a las frases y reflexiones de cada una de las protagonistas. Todas ellas confluyen ese domingo en la isla del aire por expreso deseo de Mencía justo en el aniversario de la desaparición de su nieta Helena. El dedo acusador del faro inspira temor a las mujeres. Y las cinco han de rendir alguna cuenta, a las demás y/o a sí mismas. Así, la visita a la isla y al faro, se convierte en una especie de confesionario en algunos momentos y de cruce de acusaciones en otros. La mayoría de cuestiones estallan y se solucionan --en los casos en los que cabe dicha posibilidad--  y finalmente todo queda en calma, como el mar.

     A lo largo de las ciento ochenta páginas de la novela hay muchas frases, a veces páginas enteras, dignas de subrayarse. De todas ellas, la que mejor resume la historia es esta reflexión de Flavia: Nos miramos. Madres a hijas, hermana a hermana, tía a sobrinas, nietas a abuela. Solas. Extraña palabra. Tan circular, tan cerrada en curva peligrosa y de mala visión. Cinco letras que jugamos a repartir entre nosotras. A suertes. La ese incrustada en los huesos sin músculo de Inés, flanqueada por sus sueños y su escasa realidad. La o para el infinito valor de Mencía y sus cartas siempre marcadas. La l para que Lía se desborde por fin, arrollándonos a todas con la vida que le queda. La a para Bea y sus falsos desamparos, y la última ese para que serpentee entre todos los plurales que me conforman y pueda aprender de una puta vez a imaginar en singular, a imaginarme entera. Para que pueda dejar de soñar con los que ya no están. Para que pueda empezar a soñar también despierta. 

     Es cierto, la palabra que acompaña en todo momento la narración de las vidas de cada una de las cinco mujeres que componen la familia es, sin duda, soledad. Sin embargo, es una soledad compartida con las demás. Y Mencía se resiste a ello. ¿Solas? Enfermas sí. Desquiciadas también. Y rotas. Solas no. Al menos hasta que yo muera, niñas. No quiero volver a oíros eso nunca más. A ninguna. Nunca. Porque no es menos cierto el hecho de que estas cinco mujeres, supervivientes todas ellas, se hacen compañía. Y probablemente en eso consiste también el hecho de ser familia. Y un encuentro como el que describe La isla del aire, un domingo cualquiera, bien puede ser un motivo para la alegría.