Cinco años ha tardado el autor de Olivenza (Badajoz) Jesús Carrasco (1972) en volver a la escena literaria. Tras un breve tiempo en el que llegó a plantearse dejar de escribir novelas y fue dejando en carpetas y cajones escritos por el momento olvidados al autor de Intemperie (Premio Libro del Año según el Gremio de Libreros de Madrid y el diario El País en 2013) y La tierra que pisamos (Premio de Literatura de la Unión Europea 2016), ambas reseñadas en este blog, le vino la inspiración a comienzos de 2019. En apenas cuatro semanas escribió la historia de Llévame a casa, sobre cuyo borrador original trabajó durante todo el año 2020, protagonizado por el inicio de la pandemia. En febrero de 2021 vio la luz de la mano de su editorial, Seix Barral. Cinco años es mucho tiempo, sí, pero cuando el lector ve que la espera ha valido la pena porque el resultado del trabajo ha dado unos frutos tan exquisitos como esta novela la espera se convierte en una simple anécdota y el libro en un disfrute que hace olvidar todo lo demás.
Carrasco demostró ya con Intemperie --probablemente el mejor debut literario español en muchos años-- que es una artesano de las palabras. Su estilo se caracteriza por un lenguaje escueto, crudo, descarnado y a la vez repleto de lirismo y poesía, algo que hace soportable y hasta disfrutable el contenido de las duras historias que narra en sus libros. No son historias alegres, aunque tampoco excesivamente tristes. Es la vida misma la que pasa ante nuestros ojos. Una vida dura pero con matices positivos que nos la endulzan hasta en sus peores momentos y situaciones. Carrasco, que se considera a sí mismo deudor, entre otros, de Cormac McCarthy --La carretera-- y Richard Ford --Canadá--, ambas también reseñadas en este blog, equilibra sus textos con una mezcla de precisión y contención. Es decir, de descripciones milimétricas de los ambientes, sentimientos y pensamientos de sus personajes y de espacios en blanco que espera sean rellenados por el lector, que nunca puede pretender ser un lector pasivo.
Asegura Carrasco que Llévame a casa es su novela más autobiográfica. Así, Juan Álvarez, su protagonista, vivió en Torrijos (Toledo), donde participó en carreras de medio fondo de cross en su juventud, y luego en Edimburgo, lugar en el que sobrevivió en un principio como trabajador hostelero. El propio Carrasco también pasó hace años por esas mismas situaciones. Además, también huyó de alguna manera del medio rural en busca de la ciudad. Y, como Juan, regresó de nuevo a sus orígenes años más tarde. Ambos, escritor y personaje, protagonizaron, pues, una especie de huida y de retorno. Cual hijos pródigos. Una vuelta a su pueblo, su barrio y su casa desde una de las capitales más bonitas del norte del continente europeo. Afirma el autor la gran cantidad de parques y espacios verdes de la ciudad escocesa, lo cual hace hincapié de nuevo en la suma importancia que para él tienen la naturaleza y los espacios naturales. Algo que ya observamos en sus anteriores novelas, especialmente en Intemperie.
Y es que la concepción literaria y humana de Jesús Carrasco acerca del mundo que nos rodea es esa: una eterna e indisoluble unión entre el hombre y la tierra, entre la carne y la arena, entre los huesos y el polvo del que venimos y al cual acabaremos regresando. Emociones que son compartidas también con una entidad superior a la cual pretende rendir homenaje en esta novela: la familia. En efecto, la familia puede unirse y desunirse, y volverse a unir otra vez. Ello requiere de la máxima implicación de cada uno de sus componentes, pues a lo largo de la vida se deben hacer frente a múltiples situaciones --muchas veces nada agradables--, pero el resultado siempre vale la pena. Y de ese agradecimiento que tiene hacia la familia Jesús Carrasco nace la novela que nos ocupa. De eso y de un mandato ético ineludible: cuidar del desvalido y del enfermo. En el caso de Juan, una madre viuda que padece una de las más terribles enfermedades de nuestro tiempo: alzheimer. Hecho que, paradójicamente, permitirá a Juan redimirse con su familia.
Llévame a casa es una novela familiar que refleja con brillantez la distinta manera de ver la vida de dos generaciones sucesivas: la de los padres de Juan e Isabel, su hermana, que lucharon por transmitir una herencia y un legado a sus hijos, y la de estos, que necesitan tomar distancias físicas y humanas buscando su propio lugar en el mundo. En efecto, los padres hubieran querido que sus hijos hubieran seguido con el negocio familiar y hubieran labrado sus tierras; pero Juan e Isabel acaban poniendo tierra de por medio (él en Edimburgo, ella en Barcelona) para poder vivir sus propias vidas. Para ser independientes, en todos los sentidos. El conflicto estalla cuando Juan se desentiende de la enfermedad de su padre, que muere de cáncer. Isabel, que sí ha estado con sus padres en los momentos finales y más críticos, pone los puntos sobre las íes a Juan cuando este vuelve al pueblo para el entierro de su padre. Su intención es regresar a Edimburgo a la semana siguiente, pero deberá cambiar de planes por aquello de que las desgracias nunca vienen solas.
Curiosamente, ese cambio de planes, maldito en un inicio por Juan, acabará iluminando su vida y la del resto de su familia viva. Porque, como escribe Carrasco, de todas las responsabilidades que asume el ser humano, la de tener hijos es, probablemente, la mayor y más decisiva. Darle a alguien la vida y hacer que esta prospere es algo que involucra al ser humano en su totalidad. En cambio, rara vez se habla de la responsabilidad de ser hijos y de las consecuencias de asumirla. Pues bien, Llévame a casa sí habla de ella. Y con una claridad de ideas y unos valores humanos que asombran y tocan la fibra sensible del lector. Un lector incapaz de dejar el libro sobre la mesa ni para ir al baño. Y es que la estructura de la obra, a base de capítulos cortos o píldoras de no más de seis o siete páginas, con pequeñas pero intensas dosis de información y sensibilidad, atrapan de principio a fin. Especialmente porque varios de sus protagonistas deben tomar decisiones fundamentales para sus vidas y las de sus familiares.
Una discusión entre Juan y su padre hacen que Juan decida marcharse lejos de Torrijos. Cuatro años después, es precisamente la muerte de su padre la que lo hace regresar. Su hermana Isabel ha estado llamándolo durante semanas para informarle sobre la gravedad de la situación, pero él se ha negado a volver para ver a su padre. Y es Isabel la que ahora está enfadada con él. Pero antes o después tendrán que hablar y solucionar las cosas. Sobre todo porque hay un problema peor todavía: la soledad de una madre enferma. Y la vergüenza que su hermana le hace sentir respecto a su más reciente comportamiento familiar --egoísmo, absoluta indolencia y nula empatía-- le hará bien en el futuro más inmediato. Porque su hermana, con una vida propia mucho más intensa que la suya --con marido, hijos y un trabajo de enorme responsabilidad--, ha debido posponer en el tiempo algo muy importante para el presente y futuro de su propia familia. Y Juan se verá obligado a redimirse y a apaciguar su relación con su ella, la única familia que sabe tendrá en unos pocos años.
Existen libros que son buenos por las historias que narran. Otros que, pese a no contar historias muy interesantes u originales, emocionan por cómo están escritos. Y luego están las obras maestras: aquellas que atan al lector a sus páginas por tratar un tema de interés y estar narrados de forma sublime. El caso que nos ocupa se acerca mucho, muchísimo a estos últimos. Y la verdad es que si hemos de reconocer que La tierra que pisamos, sin ser una mala novela en absoluto, significó un paso atrás después de un debut tan espectacular como el de Intemperie, queda claro que Llévame a casa como mínimo ha devuelto a su autor al punto de partida: sus libros calan y es un escritor muy a seguir en los próximos años. Y si hemos de esperar cinco años más, pues lo haremos. Porque, sin duda, estamos ante uno de los grandes. Y a estos jamás debemos pedirles intereses de demora.