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jueves, 8 de abril de 2021

La fiesta del Chivo. Mario Vargas Llosa. Alfaguara. 2000. Reseña





    El 30 de mayo de 1961, tras casi treinta y un años de tiranía, murió asesinado en Ciudad Trujillo --antes de 1930 y después de 1961, Santo Domingo de Guzmán-- el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo. La conocida como Era de Trujillo fue una de las más duras y sangrientas dictaduras militares del siglo XX en toda América Latina. Represión de la oposición, anticomunismo, culto a la personalidad, monopolio empresarial en manos suyas y de su familia, inexistencia de libertades civiles, intento de exterminio de la población dominicana de origen haitiano y violación sistemática de los derechos humanos (desapariciones, delaciones, detenciones ilegales, torturas, etc) fueron señas de identidad del gobierno de Trujillo. Conocido como el Benefactor, el Padre de la Patria Nueva, el Generalísimo, el Jefe o el Chivo, cayó en una emboscada a las afueras de la capital a la edad de setenta años.

    La fiesta del Chivo, la novela de Mario Vargas Llosa publicada en España en el año 2000 por Alfaguara, narra las últimas horas de vida del tirano de la República Dominicana. Un país de tres millones de habitantes en el que no todos tenían el mismo respeto y el mismo miedo ante el Chivo y en el que un grupo de valientes trazó un plan para acabar con él y llevar a la república hacia una transición a la democracia. La pluma del futuro Premio Nobel de Literatura 2010 nos hace vivir in situ las frenéticas horas anteriores y las semanas y meses inmediatamente posteriores al asesinato del Benefactor. Intrigas, luchas intestinas entre los hombres más cercanos al Generalísimo, un asqueroso derecho de pernada medieval en pleno siglo XX, nauseabundas torturas, altas política y diplomacia, equilibrismos y prestidigitaciones maquiavélicas en torno al poder y cómo abrirse paso entre cadáveres son algunos de los temas que nos presenta Mario vargas Llosa en estas más de quinientas páginas.

    La fiesta del Chivo es claramente una novela histórica basada en hechos reales. La mano del escritor peruano nos lleva, con un ritmo pausado y elevado --según requieren los sucesos abordados--, unas escenas significativas y explicativas de la situación narrada en cada página y una precisión milimétrica, a esa República Dominicana truculenta de 1961 en la cual el régimen del tirano agoniza a causa de las sanciones económicas, las presiones de la iglesia católica, las amenazas exteriores y de la OEA (Organización de Estados Americanos) y la posible intervención de los EE. UU. del presidente Kennedy. Así, el asesinato del Jefe, cuyos problemas prostáticos y de erección se acentúan día a día, no hizo más que adelantar el fin de una Era que, de todas formas, estaba ya prácticamente finiquitada. Por tanto, las situaciones narradas forman parte del maquiavélico plan desarrollado --con ayuda de la CIA-- para tratar por todos los medios que ningún familiar de Trujillo buscara prolongar bajo su figura la tiranía del Padre de la Patria Nueva.

    El personaje de Urania Cabral es el único ficticio de la novela. Con ella, Vargas Llosa nos quiere contar la historia de una joven anónima que regresa a la isla treinta y cinco años después de jurar que no volvería a pisarla por nada del mundo. En 1961, tan solo quince días antes del asesinato de Trujillo, huyó de su país asqueada, abandonando a su familia para siempre. Jamás contestó a ninguna carta ni descolgó el teléfono a ningún familiar, especialmente a su padre, ejemplo personificado de hasta dónde puede llegar un hombre (caído en desgracia en las postrimerías de un régimen al que ha servido durante más de treinta años) a causa de sus ansias de poder y de figurar. Urania tiene ahora cuarenta y nueve años, sigue sintiéndose vacía y sucia, y afirma haber sido incapaz de tener un solo amor durante esos treinta y cinco años. Tampoco es capaz de decir el motivo de su regreso, un retorno a ese Santo Domingo --por aquel entonces, todavía Ciudad Trujillo-- que ya no es el mismo. Como tampoco lo es ella misma. 

    La narrativa de la novela se mueve en todo momento a modo de flashbacks en torno a tres ejes fundamentales: la historia personal de Urania --en 1996 (momento presente de la novela) y en 1961--, la historia de Trujillo --a lo largo de los treinta y un años de su dictadura y en el día de su muerte, el treinta de mayo de 1961-- y los asuntos de los conspiradores y asesinos del Chivo --desde los últimos años, durante la jornada del asesinato y, en el caso de los únicos dos supervivientes, a través de los días, semanas y meses de posterior oscuridad, huida y escondite--. Ni qué decir tiene que los retratos psicológicos de cada uno de los personajes --reales o ficticio (Urania)-- son fruto de un complejo y elaborado proceso de documentación, una imaginación sin duda basada también en hechos reales --la angustia vital de Urania es real, aunque el personaje no lo sea, porque seguro que hubo muchas mujeres como ella en aquella República Dominicana tiranizada-- y un saber hacer solo al alcance de un genio de la altura del Premio Nobel peruano.  

    Como historia viva que es --pese a tratarse de una novela--, La fiesta del Chivo es una forma muy amena pero instructiva de adentrarnos en uno de los capítulos más abominables de la historia de la América Latina del siglo XX. El ejemplo de Trujillo, no en vano, fue seguido en las décadas siguientes por otros siniestros personajes en otros lugares: Tiburcio Carías Andino en Honduras (1933-1949), la dinastía de los Somoza en Nicaragua (1934-1979), Fulgencio Batista en Cuba (1952-1959), Gustavo Rojas Pinilla en Colombia (1953-1957), Alfredo Stroessner en Paraguay (1954-1989), Hugo Banzer en Bolivia (1971-1978), Augusto Pinochet en Chile (1973-1990), Aparicio Méndez en Uruguay (1976-1981), Jorge Rafael Videla en Argentina (1976-1981) o Manuel Noriega en Panamá (1983-1989) no dudaron en seguir los pasos del dictador dominicano. Más de medio siglo de violencia intestina en un continente plagado de pequeños y grandes tiranos arrancó con la figura del Benefactor.

    El aspecto militar siempre jugó un papel vital en todos estos casos. También, obviamente, en la República Dominicana de Trujillo. Johnny Abbes García fue la mano derecha del tirano como jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). ¿Cómo logró montar por casi toda América Latina y Estados Unidos una red tan eficiente de informadores gastando tan poco dinero? Trujillo admiraba la sutileza y originalidad con que libraba al régimen de sus enemigos. Contribuyó también el hecho de colocar como presidente de la república a un títere al que manejar desde detrás sin ningún tipo de escrúpulos. Joaquín Balaguer, sosegado, hábil y buen diplomático y negociador, manejó con gran templanza los grandes problemas del régimen. El Concordato entre la República Dominicana y el Vaticano, que Balaguer negoció y Trujillo firmó en Roma, en 1954, legitimaba las acciones del régimen ante el pueblo dominicano. Balaguer, por cierto, dio un gran paso al frente tras ser asesinado el Chivo y se convirtió en el gran protagonista de la transición a la democracia en su país. 

    En efecto, Balaguer pasó de su tradicional ni un instante, por ninguna razón, perder la calma a, con toda la sangre fría habida y por haber, jugarse el todo por el todo. Así, en las semanas y los meses posteriores a la muerte del Generalísimo hubo de lidiar con situaciones muy comprometidas con Ramfis, el temerario hijo mayor del Chivo, y con los hermanos del dictador. En las crisis se conoce al verdadero estadista, le felicita al final Calvin Hill, agregado estadounidense en la capital dominicana tras la huida de todos los familiares de Trujillo. Un gran ejemplo, sin duda, de cómo alguien puede sorprender a sus rivales políticos --por ejemplo, al militar Johnny Abbes García-- para hacerse con el poder de forma absolutamente inesperada. La fiesta del Chivo es también, por todo lo reseñado, un ejemplo de cómo utilizar la narrativa para traernos la Historia con todo lujo de señales. Si cualquier estudiante de la Historia contemporánea de América Latina quiere aprender mientras se entretiene y disfruta, esta es su novela. Sin ninguna duda.

    Aunque a Vargas Llosa tardaron una década en concederle el Premio Nobel, seguro que la Academia sueca tomó muy buena nota de esta novela. Hasta la fecha, la mejor de este autor que he podido leer. Cien por cien recomendable para los amantes de la Historia y para quienes gustan de leer historias muy bien estructuradas y narradas. Un placer para los sentidos que finaliza demasiado rápidamente pese a sus más de quinientas páginas. Se hace corta, muy corta. Y esa es una muy buena señal.