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lunes, 16 de octubre de 2017

La carretera. Cormac McCarthy. Random House. 2007. Reseña





     Premio Pulitzer 2007 en la categoría de ficción y finalista del National Book Award 2006, La carretera narra una historia post-apocalíptica protagonizada por un padre y un hijo que solo se tienen a sí mismos en un mundo inhóspito, gris ceniza, sin vegetación ni fauna, y en el que los humanos son el mayor peligro para el resto de los humanos supervivientes a la apocalipsis. Un cataclismo del que nada se nos dice, pero que sabemos que borró toda huella de la civilización existente y acabó con la mayor parte de la vida en nuestro planeta. Un planeta desolado en el que ya no se puede vivir sino, simplemente, sobrevivir.

     El escritor estadounidense Cormac McCarthy, conocido además por Todos los hermosos caballos (National Book Award, 1992), En la frontera, Ciudades de la llanura o No es país para viejos, está considerado uno de los grandes novelistas norteamericanos de nuestro tiempo, digno sucesor de William Faulkner y Herman Melville y comparable a Jim Thompson por su prosa precisa y a Mark Twain por la importancia del viaje y del río en su obra. Aspecto este último que se pone bien de manifiesto en la novela que nos ocupa en estas líneas.

     Como no podía ser de otra manera, el ambiente de la novela es tétrico, fantasmal, oscuro. Tan solo con tonos grises como puntos más luminosos. Porque lo único que tiene un color distinto es aquello que arde. En efecto, el fuego también es protagonista de la obra. Protagonista que arrasa con todo. Bosques, poblados, casas, coches, carreteras. Nada está a salvo de ser devorado por las inextinguibles llamas apocalípticas. Nada tiene vida. Incluso los árboles caen al suelo, provocando el pánico en el hombre y su hijo. Los verdaderos protagonistas de la historia.

     Abandonados por su esposa y madre, cansada de luchar para sobrevivir en un mundo que ya no vale la pena, están solos en el mundo. Porque el resto de los humanos son enemigos. Y es que, en un mundo en el que pasar hambre se convierte en algo terriblemente cotidiano, la lucha por unos recursos cada vez más escasos es voraz y no conoce límites. La mayoría de los cada vez menos supervivientes no duda incluso en matar para comer. Y no hay animales. Todos están extintos. Con lo que solo se puede comer carne fresca... humana.

     En un ambiente tan hostil, sobre todo en el crudo invierno, conseguir ropa de abrigo seca y zapatos con los que proteger los pies --único medio de transporte existente-- no es nada fácil. Y cruzarse con alguien por la carretera es sinónimo de enfrentamiento. Hasta la muerte, si es necesario. Por muy buena persona que se sea, la vida ya solo consiste en matar o morir. Algo muy duro de afrontar. Sobre todo para un padre que quisiera poder educar en la bondad a su único hijo. Un hijo que a menudo no entiende las crueles decisiones que ha de tomar su padre. Su único protector.

     Padre e hijo viajan por la carretera hacia el sur, en busca de un clima más benigno. Más habitable --si es que queda todavía algún lugar medianamente habitable en el planeta-- y cercano a la costa. Buscar alimento, ropa y seguridad es clave. Al igual que evitar a los maleantes, bandidos y caníbales que pueblan ahora un yermo en el que tan solo la barbarie ha echado raíces. Para todo ello, tan solo cuentan con el amor que se profesan. Amor de padre. Amor de hijo. Pero también amor de supervivencia y protección mutua. Y la esperanza. La esperanza de encontrar, entre tanto hombre malo, algunos buenos. Como ellos mismos.

     La esperanza de que, aunque el mundo haya perdido a sus dioses, quizás el fuego de la civilización no se haya apagado para siempre. Porque, como parece opinar el padre --personaje complejo, sufrido, lúcido pero también obstinado--, el suicidio es el último recurso que les queda. Pero solo una vez se hayan agotado todos los demás. Y no piensa rendirse jamás. Ni por él ni por su hijo. Así, cuando sueñes con un mundo que nunca existió o con un mundo que no existirá y estés contento otra vez entonces te habrás rendido. ¿Lo entiendes? Y no puedes rendirte. Yo no lo permitiré, le dice.

     Los flashbacks y las pesadillas van completando, como si de un puzzle se tratara, lo ocurrido con anterioridad en la vida del padre y del hijo. Unas pesadillas recurrentes que amenazan la estabilidad psicológica de los protagonistas. Ambos deben luchar, juntos a veces, separados otras, por mantener la cordura en un mundo loco habitado por paranoicos, psicóticos y caníbales. Se prometen no comer jamás carne humana. También no matar salvo que sea estrictamente necesario. Y, ante todo, no dejarse solos. No abandonarse. No dejarse nunca solos en este mundo.

     En 2009 John Hillcoat adaptó la novela a la gran pantalla. Viggo Mortensen hizo el papel de padre, Kodi Smith-McPhee el de hijo y Charlize Theron el de esposa y madre. Fue una de las mejores películas del año. Un film conmovedor y desgarrador, como la novela. Y reflexiva. Muy reflexiva. Tanto el libro como la película valen la pena. Y mucho.